CALLE DE FUENCARRAL
Desde la Gran Vía a la glorieta de Quevedo va
esta calle, que antes moría en la puerta de los Pozos de la Nieve, en
la glorieta de Bilbao. El nombre de Fuencarral se debe a que fue trazada
sobre el camino nuevo a ese pueblo, cuyo término municipal llegaba
hasta estos mismos lugares. El llamado camino viejo se prolongaba por la
calle de San Bernardo, donde estaba situada la puerta de Fuencarral.
Aunque es en tiempos de Felipe II, y
debido al aumento que experimentó Madrid por su recién estrenada
capitalidad, cuando se mandaron talar las encinas que cubrían toda esta
zona, llena también de caza mayor, el camino de Fuencarral sólo tomaría
el aspecto definitivo de calle durante el reinado de Felipe III, siendo
escasísimas las edificaciones que por esta época existían: la quinta de
Vocinguerra de Arcos, situada en lo que hoy es el Tribunal de Cuentas;
la ermita de San Pablo, aproximadamente al final de la Corredera, y la
quinta de Carrillo o del Divino Pastor, que ocupaba una gran extensión
del hoy barrio de Maravillas.
La primera parte de la calle de Fuencarral,
hasta el cruce con San Vicente Ferrer y Beneficencia, que es la más
antigua y estrecha —hay todavía edificios construidos entre 1840 y
1850—, sufrió en los años veinte del pasado siglo la amputación del
inicio tradicional de su recorrido. Debido a la construcción de la Gran
Vía, desapareció la famosa casa de don Pedro de Astrearena, marqués de
Murillo, que ocupaba la entonces estrechísima cuña entre Fuencarral y
Hortaleza, y que fue motivo para que los madrileños, con su chunga
característica, y para referirse a las cosas y personas cuya apariencia
parecía superior a la realidad, la utilizaran para decir que eran como
"la casa de Astrearena, mucha fachada y poca vivienda". Allí vivió
durante una temporada María del Toro, antes de casarse con Simón
Bolívar.
Las antiguas casas números 4 y 6,
desaparecidas para construirse el edificio que hoy es el arranque de la
calle, tenían asimismo su historia: en la primera vivía don Antonio
Cánovas del Castillo, y allí conspiraron los alfonsinos durante el
reinado de don Amadeo y más activamente durante el período de la Primera
República; en la otra nació, en 1843, la famosa cantante Adelina Patti,
El Ruiseñor de Madrid, y vivió la madre del torero Salvador Sánchez, Frascuelo.
En la acera de enfrente, la construcción
del edificio de la Telefónica, el primer rascacielos que tuvo Madrid,
significó el taponamiento de la calle del Desengaño, que antes tenía
salida a Fuencarral, y que era el límite por el sur del barrio antiguo
de Maravillas.
En el número 17 —no en la casa actual— vivió
don Leandro Fernández de Moratín hasta que tuvo que salir huyendo de
Madrid por afrancesado. Otras figuras del teatro y de las letras han
residido también algún tiempo en esta calle: Pérez Galdós, Joaquín
Dicenta, Manuel Penella, Mariano Rodríguez de Rivas, José Muñoz Román,
Rafael Duvós, Julián Cortés Cabanillas, Manuel Comba.
En el solar de las casas números 20 y 22
estuvo, con vuelta por la calle de Hortaleza, el convento de los
Agonizantes de San Camilo, desaparecido en tiempos de la desamortización
de Mendizábal.
Haciendo esquina con la calle de Augusto
Figueroa se encuentra la capilla de la Virgen de la Soledad, oratorio
que perteneció a la casa de don Francisco de Feloagán y Ponce de León,
marqués de Navahermosa. Parece una ermita campesina en cuyo torno
hubiera crecido de pronto la ciudad. Frente a ella, tras derribarse unas
viejas viviendas, el nuevo inmueble ha regalado a la calle una amplia
plazuela —sin nombre—, que parece un oasis entre tanto tráfago de
personal.
En 2009, esta primera parte de la calle
fue peatonalizada en la mayor parte de su recorrido, eliminando la
circulación de vehículos.
Tremenda metamorfosis es la que se ha
producido en toda esta zona, casi irremediablemente abocada a un triste y
rápido deterioro y ahora ufana por recobrar pasados esplendores. La
calle ha pasado de ser el escaparate tradicional de la industria del
calzado a convertirse en una continua galería especializada en la moda
más agresiva y más rabiosamente juvenil, un referente de la modernidad,
de la moda, del diseño, del movimiento más underground de Madrid. Si la
calle de Serrano es la milla de oro local por la importancia de
sus firmas y el precio del suelo comercial, la aún más castiza calle de
Fuencarral se ha convertido en la milla de acero, un material más
acorde con la estética de los jóvenes y sus tendencias de moda. Pero
aquella revolución comercial, que empezó con locales de ropa importada y
difícil de encontrar o de pequeños diseñadores independientes,
creativos y vanguardistas —el Mercado de Fuencarral como pionero—, hoy
se va viendo usurpada por las voraces tiendas de franquicia de las
grandes marcas de ropa y complementos. Es así, que no son pocos los
locales, que pese a ser de nueva apertura, sucumben por no poder hacer
frente a los grandes alquileres de la zona.
En la batalla por la subsistencia, muchos han
sido los antiguos establecimientos comerciales desaparecidos.
Recordamos, entre otros: la relojería Maganto, la peletería San Onofre,
la tienda de modas Iregua, los almacenes Eleuterio y San Mateo ("Si no
lo veo no lo creo..."), la ferretería Fuencarral, el bar-restaurante La
Criolla, mercería El Tirón, hules Barahona, pollería Crespo y, mucho
antes, el almacén de venta y alquiler de pianos Hazen, la relojería
Carlos Coppel,la fábrica de jabones y despacho de aceite La Moderna o el
bazar Orsolich, precursor y adelantado a las hoy populares tiendas de
"todo a cien" (entonces todo a sesenta y cinco céntimos).
Y permanecen aún, como hitos de tiempos
pasados (no se sabe hasta cuándo) la ferretería Subero, en el número 25,
especializada en latones, fundada en 1862 por Salvador Subero como
cacharrería, y confecciones Roan, en la entrada del pasaje a la
Corredera.
Este pasaje o galería, abierto en 1956,
que pretendió ser una ampliación de la ya saturada capacidad comercial
de Fuencarral, hoy es un pasadizo degradado con un incierto futuro. Aquí
estuvo el Hogar Canario, en una mínima plazoleta interior, que
organizaba unos famosos bailes en las tardes dominicales de los añorados
años sesenta del pasado siglo, al que acudían chicos y chicas de todo
Madrid. Sin proponérselo, fue el Hogar Canario un tímido precursor
entonces de la invasión juvenil que hoy sufre el barrio durante los
fines de semana.
Otro tramo de la calle de Fuencarral con
características propias es el que discurre entre el cruce con San
Vicente Ferrer y la glorieta de Bilbao. Allí, al principio, se alzan dos
de los más bellos edificios de este sector de Madrid: el Tribunal de
Cuentas del Reino y el antiguo Hospicio, hoy Museo de Historia (Museo
Municipal).
El tribunal de Cuentas, obra del arquitecto
Jareño, fue construido en la segunda mitad del siglo XIX sobre el solar
que ocupara la quinta de Vocinguerra de Arcos y luego el palacio del
conde de Aranda, el famoso ministro de Carlos III.
El Hospicio, sin duda lo más noble de la
calle, fue construido en 1722. Su portada barroca, de Pedro de Ribera,
es monumento nacional, y en ella está la estatua de San Fernando, obra
del escultor Juan Ron.
A continuación del Hospicio estaban los
Pozos de la Nieve, ocupando el amplio espacio de las actuales manzanas
que median hasta la glorieta de Bilbao y Mejía Lequerica. En el siglo
XVII hicieron opulento a Pablo Charquias, su explotador, que abastecía
de este artículo, traído en carros desde la sierra, a los madrileños. La
nieve era en aquella época indispensable por no existir,
¡naturalmente!, ni frigoríficos ni fábricas de hielo.
Al final de la corredera Alta de San Pablo
queda formada una breve plazoleta en la que estuvo una de las fuentes
más famosas de la villa: la de Matalobos. El abastecimiento de agua se
realizaba en otros tiempos por medio de los llamados "viajes", largas
galerías de filtración que terminaban en arcas o depósitos reguladores.
Esta fuente de Matalobos, que también tenía otros caños en la actual
calle de Galería de Robles (suministraba agua al palacio de Monteleón) y
en San Bernardo, frente a Daoiz, provenía del viaje de Amaniel,
construido por Felipe III para llevar agua hasta el Alcázar.
A la altura de la calle de Apodaca estuvo
instalada desde 1625 la primera de las puertas de los Pozos de la Nieve,
perteneciente a la cerca que Felipe IV mandara construir para rodear la
ciudad. Luego, en 1690, y con motivo de la ampliación de la finca de
Monteleón, sería trasladada a la actual glorieta de Bilbao. Puerta y
cerca desaparecieron en 1869.
En la esquina con Divino Pastor se alza
la iglesia, convento, residencia femenina y colegio (éste con entrada
por la calle de San Andrés) de las RR. Hijas de María Inmaculada, más
conocidas como monjas del "Servicio Doméstico". En un retablo lateral
del templo, bajo el ara, se conserva el cuerpo incorrupto de la
fundadora, santa Vicenta María López y Vicuña. Ocupa la institución dos
antiguos palacios del conde de Vistahermosa, alcalde de Madrid durante
los años 1847 y 1848. Del primero, perfectamente conservado, residencia
durante algún tiempo del duque de Montpensier, salió el aristócrata una
mañana de marzo de 1870 para enfrentarse en duelo con don Enrique de
Borbón, cuñado de Isabel II, y cuya muerte alejo definitivamente a
Montpensier (él también era cuñado de la soberana: casado con su
hermana, doña María Luisa Fernanda de Borbón) de la posibilidad de
reinar en España. Este palacio sería luego ocupado por el duque viudo de
Mandas.
Otro tercer palacio, propiedad como los
anteriores del conde de Vistahermosa, fue derribado para construir el ya
desaparecido colegio de los Sagrados Corazones. Hoy su lugar lo ocupa
un moderno inmueble que albergó el Drugstore Fuencarral y actualmente un
local de estilo semejante de la cadena comercial Vips.
El solar siguiente, ahora con una moderna construcción, albergó el palacio del conde de Eleta y luego los almacenes Mazón.
Pero en la primera mitad del siglo XIX, antes
de construirse estos palacios señoriales, toda la manzana, señalada en
los planos con el número 478, estuvo ocupada por la casa y jardín de don
Francisco de Bringas, que fue inmediatamente transformada en centro de
recreo con el nombre de Jardines de Apolo. Muy frecuentado por los
madrileños, era entonces lo último de la calle y de Madrid por la zona
norte.
Enfrente, pegadito a la glorieta de
Bilbao y antes de construirse los edificios actuales, existió un
convento de las Magdalenas de la Penitencia.
Un recuerdo nostálgico para los
establecimientos desaparecidos en este tramo. Entre otros: la tienda de
bolsos y regalos Bravo, Modas Medrano, almacenes La Voz, Tejidos Lina,
el comercio de ropa de niños y hostelería La Favorita, Ortopedia Alonso,
la taberna Corripio, el ya citado Mazón y La Bearnesa, una pastelería
que endulzó los paladares de varias generaciones de vecinos del barrio
Entre los comercios veteranos de este trecho
de la calle citamos: la farmacia del número 83, esquina a Palma;
Farmacia del águila, en el 108, y el Café Comercial, fundado en 1887
La última parte de la calle de Fuencarral,
entre las glorietas de Bilbao y de Quevedo, trazada fuera del casco
histórico de la ciudad, más ancha y más moderna que el resto, pertenece
al ensanche que el urbanista, arquitecto e ingeniero de caminos don
Carlos María de Castro proyectara en 1857 para el entonces arrabal de
Chamberí, y que no se pondría en práctica hasta después de 1869,
variando bastante el proyecto primitivo y conservando mucho de lo
anterior, a veces clandestinamente edificado.
Parece ser que desde 1887, año en el que se
instaló en esta zona el primero de los teatros que han tenido el nombre
de Maravillas, al aire libre, esquina a Sandoval, donde triunfaba el
"género chico" con obras de Chapí, Caballero, Chueca, Nieto y Barbieri, y
donde debutó como meritoria doña Loreto Prado, la calle ha atraído a
gente de fuera de su área. Fuencarral ha sido siempre, y hoy más que
nunca, una calle ajetreada y bulliciosa.
Acogió a continuación los primeros barracones
y luego salas de proyecciones cinematográficas que se instalaron en
Madrid: el Maravillas, en el mismo solar del antiguo teatro, esquina a
Sandoval, trasladado pronto a la acera de enfrente y embrión más tarde
del cine Bilbao, que tras el lamentable y trágico hundimiento de su
marquesina en 1993, se reestructuró y convirtió en una recinto más
pequeño, el cine Bristol (cerrado en 2004), y en un centro comercial. El
Fuencarral, que también fue sala de teatro durante muchos años, cerrado
en 2004 y luego derribado para construir un nuevo edificio. El
Proyecciones, que nacido al principio como cinematógrafo de verano, se
transformó en 1932 en sala cubierta y fue el primero que incorporó el
sistema de Cinerama. A principios de 1999, un hundimiento parcial del
techo de escayola provocó su cierre, pero, afortunadamente, en febrero
de 2004, tras la rehabilitación realizada por el arquitecto Rafael de la
Hoz, se ha convertido en un nuevo complejo cinematográfico que cuenta
con ocho salas, 1.800 butacas y lo último en sonido digital. Después
vendrían el Paz, ahora multicine de cinco salas; los “Roxy”, A y B, el
último reconvertido en dos salones de proyección, y los ya desaparecidos
Minicines, en el número 26, en los bajos de un moderno inmueble
levantado sobre el solar del antiguo colegio de los Maristas, antes
asilo del Niño Jesús de las Hermandades de la Caridad de San Vicente de
Paul.
Del cine Fuencarral guardo una graciosa
anécdota. Fue por los años sesenta, cuando inauguraron en la sala la
proyección en Todd-AO con la película Infierno en el Pacifico,
interpretada por Toshiro Mifune y Lee Marvin. Era un sistema que al
igual que con el Cinerama daba la sensación de estar realmente presente
en el desarrollo de la acción. Pero fue un completo desastre, con
continuas interrupciones y fallos de sonido e imagen, de tal modo que se
armó una bronca tremenda entre el público y tuvieron que suspender la
función. Yo estaba allí en el estreno con un amigo, y tuvimos la mala
fortuna que cuando salíamos, entre los empujones de la gente y el
tumulto que se formó, se nos cayó al suelo una bolsa de garbanzos
torraos que llevábamos como chuchería, desparramándose por toda la
pendiente del pasillo y provocando que algunas personas al pisarlos
tropezaran y cayeran. ¡Fue un bochorno monumental!
Personaje muy típico en la calle de
Fuencarral, junto a los cines —casi siempre frente a los Roxy—, era una
señora extremadamente delgada, de edad avanzada pero indescriptible por
su rostro terriblemente maquillado, sus ganas de aparentar ser jovencita
en el a todas luces inapropiado vestuario y su rala pero larga melena
desgreñada que a veces escondía con gorros o boinas. Subida a unos
zapatos con plataforma de altura imposible, y dando la sensación de que
se iba a desplomar al menor traspiés, la pobre y peripatética señora
pregonaba y vendía a la entrada y salida de los cines por cinco duros
sus "chistes de amooorrr", que llevaba escritos en trozos doblados de
papel y guardaba en un enorme bolsón colgado al hombro. Nunca vi que
alguien comprara, y posiblemente ese era su medio de vida. Un día
desapareció y ya nadie supo de ella.
Esta parte de la calle de Fuencarral,
ahora remodelada y con amplias aceras, sobre todo la de la izquierda, ha
quedado como un agradable y animado paseo, recuerdo de los antiguos
bulevares. Hay abundantes bancos de asiento, doble fila de árboles en
los últimos tramos (en los primeros la existencia de un parking
subterráneo lo impide, pero se suple con jardineras de superficie e
ingeniosos parasoles) y espacio suficiente para extender terrazas de los
bares y cafeterías de la zona y para la instalación de zonas acotadas
para parques infantiles.
Incluso los domingos y días de fiesta por la
mañana, para contrarrestar acaso la invasión de los fines de semana, se
cierra el tráfico entre las glorietas de Bilbao y Quevedo. Es agradable
pasear sin agobios por el centro de la calle, tomando el sol,
conversando o leyendo el periódico, mientras los más pequeños juegan con
sus bicicletas o patines sin peligro.
Aunque en este sector se han construido
edificios modernos y funcionales, aún se conservan algunos anteriores a
1900 (uno de ellos, el que estuvo situado en el número 39, se hundió
hace unos años y causó varios muertos). Pero todos, viejos y nuevos,
tienen una característica común: sus bajos, y en algunos casos también
los entresuelos, han sido ocupados por cines, bancos, cafeterías y
comercios, que con sus escaparates, rótulos y salientes marquesinas,
encierran al viandante en un túnel multicolor e impiden ver la
panorámica de la calle, visión que además resulta imposible por el
excesivo y aparatoso mobiliario urbano.
Innumerables los establecimientos de esta
parte final de Fuencarral. Destacamos los más antiguos, algunos de ellos
renovados y modernizados en su aspecto: una veterana pero iluminadísima
farmacia, en el número 114; la repostería Viena Capellanes, con su
preciosa, cuidada y muy madrileña fachada de madera, en el número 122;
la juguetería y tienda de modelismo Matey, en el 127, la sastrería
Ticiano, en el 137, o Bolsos Osuna, en el 150.
Desaparecieron, entre otros: Casa Luciano,
freiduría especialmente recordada por sus apetitosos bocadillos de
calamares; La Favorita, una de las primeras reposterías en tener comida
casera para llevar, añorada por sus posiblemente mejores pastelillos
salados de hojaldre de todo Madrid; la charcutería Viñambres, la
minúscula relojería Ayalde, la repostería Rodilla y la librería y
papelería Matey.
INDICE GLORIETA DE BILBAO
Cruzada por la calle de Fuencarral y en
la confluencia de Carranza con Sagasta y Luchana, toma el nombre esta
glorieta de la antigua puerta de Bilbao, que aquí estuvo situada y abría
paso a la ciudad en la cerca que mandara construir Felipe IV. La puerta
era llamada al principio de los Pozos de la Nieve, por hallarse junto a
unos situados en esta salida de Madrid, pero por acuerdo municipal de
11 de enero de 1837 pasó a denominarse de Bilbao, en honor a la heroica
defensa de la ciudad vasca ante el asedio de las tropas carlistas en
1836.
A principios del siglo XIX, muy cercana a la
actual glorieta, al norte, se encontraba la charca de Mena, rodeada de
tejares y yeserías que se extendían a través del conocido como campo del
tío Mereje hasta la puerta de Santa Bárbara, en la hoy plaza de Alonso
Martínez. La única edificación por este lado era la Real Fábrica de
Tapices. Hacia el otro lado, no demasiado alejados, empezaban a
construirse los camposantos.
El aspecto sucio y desolador de todo este
paraje se subsanó entre 1833 y 1835, siendo alcalde don Joaquín
Vizcaíno, marqués viudo de Pontejos. En esos años se plantaron cerca de
tres mil árboles de distintas especies en doble y hasta triple fila,
pues quiso el Ayuntamiento convertir la zona —por El Bosquecillo sería
conocida— en parque de recreo público. En ello colaboraron también los
muchos merenderos que se abrieron por los alrededores y el ya instalado
centro de diversión Jardines Apolo, pero éste dentro de la cerca, al
final entonces de la calle de Fuencarral, en la gran manzana que empieza
en Divino Pastor.
La primera mitad del siglo XIX no sólo vio
nacer por el futuro Chamberí árboles y gratos paseos hacia las
necrópolis, contempló igualmente el establecimiento de un sinfín de
asentamientos, la mayoría irregulares y clandestinos.
En 1869 se puso fin a todo esto con el
derribo de la cerca, que impedía el crecimiento legal de la villa
extramuros. Ese mismo año empezó la urbanización del nuevo barrio según
el llamado Plan Castro, pero con muchas variaciones sobre el proyecto
original por la oposición de los vecinos ya radicados.
A finales del XIX se mantuvo e incluso se
acrecentó la actividad lúdica de la ya formada glorieta, alterada
únicamente por el paso triste de los entierros hasta los cementerios
próximos. Todas las noches de verano, con gran concurrencia de público,
se celebraban conciertos de música o se organizaban alegres y
bullangueros bailes amenizados por orquestinas de amplio y moderno
repertorio. Los más pequeños tenían del mismo modo asegurada la
diversión, pues varios tiovivos y otras atracciones de feria se
establecían aquí casi de fijo.
Mientras tanto, con las nuevas edificaciones
se llenó la plaza de cervecerías y cafés, que extendían sus terrazas en
las amplias aceras y daban al ambiente un aire casi playero. Abundaban
asimismo los puestos de helados, horchata, limonada y agua de cebada
—tan madrileña—, continuadores de los antiguos aguaduchos y ventorrillos
que por aquí proliferaron desde el siglo XVII, al tener tan cerca la
necesaria materia prima acumulada en los Pozos de la Nieve para la
refrigeración y para la elaboración de helados, sorbetes y granizados.
En el solar que hoy ocupa el edificio de El
Ocaso estuvo instalado el segundo de los teatros llamados de Maravillas
(el primero se ubicó en Fuencarral, esquina a Sandoval; el tercero, en
Malasaña, clausurado a principios de 1999 por problemas de seguridad y
actualmente ya recuperado en nueva edificación). Era un barracón de
madera en donde se representaban revistas de tipo satírico y político,
que casi siempre terminaban en tumultuosos enfrentamientos entre el
"respetable" y precipitado desalojo a cargo de las fuerzas del orden.
Allí mismo se construyó luego una sala cinematográfica, también en
madera, que desapareció al edificarse el inmueble actual.
A mediados del siglo XIX, don Juan Bravo
Murillo, ministro de Isabel II, consiguió llevar adelante las obras de
traída de aguas a Madrid desde el río Lozoya, inauguradas solemnemente
el 24 de junio de 1858. Años después, en 1902, al reconocer los
madrileños la importancia de tales obras, se colocó en el centro de la
glorieta de Bilbao la estatua del insigne político, labrada por el
escultor Miguel ángel Trilles. Aquí estuvo, rodeada de simones y
tranvías, hasta 1960, año en el que fue trasladada a las instalaciones
del Canal, en la calle a él dedicada, esquina a Abascal.
Desde el 17 de octubre de 1919 viene
funcionando la línea primera del Metropolitano. La designación de la
glorieta de Bilbao para la construcción de una de las estaciones
intermedias, aumentada posteriormente con el cruce de la línea cuarta,
además de varios itinerarios de tranvías y ahora de autobuses, hacen de
ella un centro neurálgico de la ciudad, cercano a cualquier sitio, punto
de encuentro y sucursal en Chamberí de la Puerta del Sol.
Durante la guerra civil de 1936, los
madrileños, con su guasa particular para tratar hasta las situaciones
más dramáticas, la rebautizaron con el nombre de plaza del "gua". Tan
peculiar apelativo fue debido a los muchos obuses que cayeron por errar
en el blanco de la Telefónica.
En esta época tuvo Bravo Murillo como
compañero insospechado nada menos que a Lenin, cuya efigie gigantesca,
de doce metros de altura, se colocó en septiembre de 1937 en homenaje a
la ayuda de la U.R.S.S. al Gobierno republicano.
El paso de los años ha ido modificándolo
todo. El 4 de mayo de 1998 se inauguró la nueva remodelación, que ha
variado la pavimentación de las aceras y añadido una fuente ornamental
de dudosa estética en el centro. Ha desaparecido, en cambio, el antiguo
urinario público que con tanta insistencia se pidió en los años veinte
del pasado siglo, incluso con coplillas:
Tendrá pelillos la rana
Las oficinas bancarias y los nuevos casinos
de juego, con su reclamo de frutas multicolores y campanitas de la
suerte, han sustituido a los antiguos cafés y cervecerías, manteniéndose
sólo, como bastión incólume, el Comercial, abierto en 1887. En él
tuvieron tertulia Rafael Cansinos Assens, Emilio Carrere y Antonio Paso.
Permanece también en pie en la calle de
Sagasta, pero dentro del ámbito de la glorieta, un establecimiento con
el escueto nombre de Vinos, galdosiano, cuidadísimo, con su castiza
fachada de madera en rojo bermellón. En esta tasca, curiosamente, han
servido vino de las frascas y preparado tapas de queso de cabrales tres
generaciones de mujeres. La abuela, fallecida ya muy mayor en 1994, no
dejó ningún día de atender y servir en las mesas.
Sí desaparecieron, víctimas de los nuevos
tiempos, el café Europeo (antes, Nueva York), esquina a Carranza y
Fuencarral, lugar habitual que utilizaba Enrique Jardiel Poncela para
escribir y amable refugio de tertulias juveniles; el Marly,
café-concierto donde actuaba un saxofonista de color y un cuarteto de
cuerda y piano, y la cervecería Vinces, que frecuentaban los periodistas
de El Sol, La Voz y luego del Arriba, los diarios
con sede en la calle de Larra. Y con ellos, igualmente claudicó la
confitería Montecarlo, en la esquina con Sagasta, que tenía el obrador
en el número 12 de la inmediata calle de Churruca.
En el otro frente de la plaza, unos salones
de juego electrónicos usurparon el local de la popularísima cervecería y
restaurante La Campana, postrer cobijo de noctámbulos y primer
refrigerio de madrugadores. Allí tuvo tertulia don Manuel Machado, que
vivía en el número 15 de Churruca. Más tarde cayó La Española, que daba
con sus bien "tiradas" cañas de Cruz Blanca cigalas en miniatura. Igual
suerte corrió Kühper, al principio de Luchana, un café con exquisita
decoración modernista.
El último en desaparecer, en 1977, ha sido
Yucatán, salón de múltiples usos que ofrecía desayunos, aperitivos,
menús, platos combinados, meriendas, raciones y copas. Su soleada
terraza —costa Yucatán la llamaban sus incondicionales— era uno de los
primeros indicadores de la llegada de la primavera. En el mismo sitio,
remozado, se ha instalado otra cafetería de semejante estilo, que en ese
lado de la bahía —así parece la glorieta, como un enclave portuario con
sus terrazas extendidas frente al sol mediterráneo— se ve acompañado
por un local de la cadena de sándwiches Rodilla y por el bar Buelta
(ahora con otro nombre), que ha recogido el testigo de las antiguas
cervecerías. Los tres son un auténtico lujo ante tantos establecimientos
de comida rápida y clónica que nos invaden.
Echó el cierre de igual manera uno de sus
comercios más emblemáticos, Feymar, que modernizó con sus ventas a
plazos el barrio y nos llenó las casas de televisores y
electrodomésticos. Ante sus amplios escaparates se arremolinaba la gente
embobada en los primeros tiempos de la televisión, sobre todo para ver
partidos de fútbol o corridas de toros, cuando tener un aparato de estos
no estaba al alcance de las paupérrimas economías familiares de
entonces.
La glorieta de Bilbao, plaza de Chamberí,
frontera a las Maravillas, sigue siendo una de las más bonitas, alegres y
animadas, puerta ayer y hoy de la ciudad, antes por su ubicación en las
lindes de la cerca que rodeaba la urbe histórica, ahora por ser punto
de encuentro y concentración para acudir a los cines de Fuencarral o a
los innumerables bares y comercios de la zona. Durante los fines de
semana parece que todo Madrid se hubiera venido aquí.
INDICE LA RED DE SAN LUIS
La Red de San Luis, al final de la calle
de la Montera y al inicio de la de Fuencarral, junto a la Gran Vía, no
necesita rótulo ni figura con tal nombre en el callejero, pero así ha
sido llamado este paraje desde siempre por los madrileños.
El origen de tan pintoresca y popular
denominación se debe a que allí, durante los siglos XVII y XVIII, hubo
un mercado de pan, traído principalmente del pueblo de Hortaleza, cuyos
puestos y tinglados eran defendidos de la rapiña de los hambrientos por
unas redes de cuerda. Luego, y hasta bien entrado el siglo XIX, otro
mercadillo de frutas y verduras ocupó su lugar.
Lo de San Luis le viene por la cercana
iglesia, a este santo y obispo dedicada, que estaba en la esquina de
Montera con San Alberto. Fue incendiada y desapareció en 1935.
En 1812 se cometió el terrible asesinato de
un sastre en la Red de San Luis, y fue tanta la celeridad de las
entonces usurpadoras autoridades francesas, que ha sido considerado el
caso de resolución judicial más rápido de la historia: los culpables,
dos hermanos —no dicen las crónicas si eran clientes morosos del
occiso—, en tan sólo dos jornadas fueron apresados, juzgados,
condenados, ajusticiados y enterrados, además de ser cercenados sus
cráneos y entregados a los antropólogos para su estudio.
Antes de construirse la Gran Vía, la Red
de San Luis ocupaba un espacio más pequeño que terminaba aproximadamente
a la altura de Caballero de Gracia, pues hasta esa calle se prolongaban
Fuencarral y Hortaleza, en una estrechísima cuña ocupada por la casa de
don Pedro de Astrearena.
El diez de octubre de 1832 se inauguró en
este lugar una fuente monumental en conmemoración del nacimiento de la
princesa heredera, la futura Isabel II. Se intento asimismo colocar dos
relojes de sol en el escaso frente de la casa de Astrearena, pero se
opuso a ello su dueño. Posteriormente, esta fuente fue sustituida por la
famosa de los Galápagos, de Francisco Javier Mariátegui, en la
actualidad en el Retiro.
Otra misérrima fuente, de la que parecían
huir unos pájaros metálicos que la adornaban, se instaló después del
desmantelamiento del aureolado templete del Metropolitano, icono de la
ciudad durante decenios, construido en 1919, y por el que se accedía a
la estación bien por unas larguísimas escaleras o más cómodamente por
unos ascensores, uso éste que incrementaba el billete en una perra gorda.
El Ayuntamiento lo jubiló en 1966 y lo cedió, en 1971, a O Porriño
(Pontevedra), localidad natal de su arquitecto, don Antonio Palacios,
del que nos quedan en Madrid otras bellas construcciones como el
edificio de Correos, el antiguo hospital de Maudes y el Círculo de
Bellas Artes. Hoy la Red de San Luis es una explanada desoladora de
granito, totalmente peatonalizada, que forma parte, con el paréntesis
circulatorio de la Gran Vía, del largo paseo urbano sin coches que
comunica la plaza de Oriente con la glorieta de Quevedo.
El famoso templete del Metro se puso de nuevo
de actualidad cuando, a principios de este siglo, el Ayuntamiento
pretendió recuperarlo, o al menos una réplica, para que sirviera como
quiosco centralizado de venta de localidades de cine o teatro de la Gran
Vía. No prosperó la idea y fue abandonado tal proyecto.
La Red de San Luis, enmarcada, desde antiguo
por las últimas casas de la calle de la Montera, hoy ve su espacio
también abierto entre algunos edificios de la Gran Vía. El primero,
rotulado con el número 24 y esquina a Hortaleza, que albergó en sus
bajos a las renombradas Pañerías y Sederías Red de San Luis, fue
construido por el arquitecto Luis Sainz de los Terreros para el Círculo
Mercantil e Industrial. El siguiente inmueble, con vuelta a Fuencarral y
Hortaleza, proyectado por Pablo Aranda y ejecutado por Martínez Zapata,
ha visto desaparecer los templetes que coronaban sus esquinas. Termina
esa parte con la mole de la Telefónica, el primer rascacielos que hubo
en Madrid, obra de Louis S. Weeks e Ignacio Cárdenas.
En la acera impar, en un edificio obra de
Martínez Zapata, con entrada por Montera, estuvo el popular café de don
Andrés Barquín. En la otra esquina, fin de nuestro pequeño recorrido, se
encuentra la casa que proyectaron Vicente Agustí y José Espelius y en
cuya planta de calle abría sus puertas la elegante joyería Aleixandre,
hoy desaparecida. Su puesto lo ocupa en la actualidad un establecimiento
de comida rápida que, al menos, ha tenido la delicadeza de conservar la
primorosa decoración primitiva.
No vive la Red de San Luis su mejor momento.
La degradación de la zona ha hecho mella en su entorno. Incluso el sucio
y enrevesado acceso al Metro es un escaparate de miserias que pocos se
detienen a mirar. Tampoco falta el mercadeo por los alrededores, y no
precisamente de pan como en tiempos anteriores.
El escritor Raúl Guerra Garrido, en su libro La Gran Vía es Nueva York, nos dice respecto a la Red de San Luis:
"Siempre fue éste lugar de putiferio,
oración y desparpajo. Aquí mismo se instaló un púlpito ambulante para
predicar la moralidad de las costumbres a tanta moza de rompe y rasga y a
su incalculable clientela. El fraile predicador, dominico por más
señas, durante la arenga levitaba hacia el cielo convirtiéndose en uno
de los espectáculos más atractivos de la corte; entretuvo más que
convenció hasta que la Inquisición puso de manifiesto que no ascendía
gracias a un impulso místico sino a unos zancos hábilmente disimulados".
INDICE LA TELEFÓNICA
Quizá el edificio de Madrid más conocido
en toda España sea el de la mole de la Telefónica, en la Red de San
Luis, en plena Gran Vía, que ampara como un centinela gigantesco el
nacimiento de la calle de Fuencarral, y que a punto estuvo de no
existir, ya que en su solar se había intentado la construcción de una
casa que albergaría los Grandes Almacenes Victoria S.A., pero que no
llegó a realizarse por la disolución de esta compañía mercantil.
La sede central de la Compañía Telefónica se
levantó entre los años 1925 y 1929, con proyecto original del
neoyorquino Louis S. Weeks —es por tanto un genuino building
norteamericano—, aunque la licencia como director de obras se concedió
al español Ignacio Cárdenas, a tan sólo dos años de obtener el título,
que introdujo modificaciones.
Con estructura de hierro recubierto de
hormigón para protegerlo del fuego, auténtica novedad entonces en
España, el inmueble tiene catorce plantas más sótano, semisótano y un
torreón central de tres alturas. La distribución, a modo de volúmenes
yuxtapuestos cada vez menores, responde a una dinámica art-decó.
Su altura, 81 metros —fue el primer rascacielos erigido en Madrid y en
Europa—, no estaba permitida en las construcciones de la Gran Vía, pero
fue admitido el proyecto por considerarse de utilidad pública.
La parte alta, rematada por una larga antena
para los servicios de comunicación, se decora con pináculos, buscando
cierto efecto de torre de catedral gótica, para así conseguir una mayor
integración con las edificaciones circundantes, muy difícil por la gran
diferencia de alturas. A este mismo deseo de no violentar demasiado la
armonía con el resto de la ciudad, iniciativa que pertenece a Ignacio
Cárdenas, se debe también la no utilización de una ornamentación art-decó,
connatural con el edificio, y sí una neobarroca —siempre discutible—,
tomando modelos madrileñistas de Pedro de Rivera que causan un fuerte
contraste.
La construcción de la Telefónica, que supuso
una inversión de treinta y dos millones de pesetas de entonces, y que
dio empleo a más de mil obreros, tuvo numerosos problemas de cimentación
por la proximidad de las instalaciones del Metropolitano, y originó,
debido a la magnitud del trabajo, que fuera necesario levantar un bloque
provisional anejo para alojar todos los servicios, materiales y
dirección de la obra. También fue la primera vez en Madrid que el
Ayuntamiento obligó a cubrir las aceras con porches de madera, para
evitar accidentes a los transeúntes.
Debido a su altura, durante la Guerra Civil
fue utilizado como observatorio militar por la las fuerzas Republicanas,
para ver la situación de las tropas de Franco que asediaban la capital.
Por esta razón se convirtió en blanco de los bombardeos fascistas.
También estuvo allí instalada la Oficina de Prensa Extranjera, desde la
que Ernest Hemingway o John Dos Passos, entre otros, enviaron sus
informes como corresponsales de guerra.
La Compañía Telefónica Nacional de España
(hoy Movistar) fue fundada en 1924 como filial de la corporación
americana ITT (Internacional Telegraph and Telephone), y con el
monopolio del servicio telefónico, hasta entonces en un estado obsoleto,
sin coordinación entre las distintas empresas locales o regionales
adjudicatarias y con mucho atraso respecto a otros países europeos.
Participaron en su creación un consorcio de banqueros españoles
encabezados por don Estanislao Urquijo, que fue nombrado primer
presidente, el Estado y la propia ITT, que aportó la mayoría del capital
y la tecnología.
En los primeros tiempos, el personal de la
Telefónica estaba constituido en su mayoría por mujeres, entonces todas
solteras, ya que tenían que dejar el trabajo en el momento de contraer
matrimonio. Resultaba una estampa muy característica ver la salida de
cientos y cientos de jovencitas juntas, cuando no era frecuente entonces
el trabajo de la mujer fuera del hogar. Con sus risas y presencia
alegraban la Gran Vía, y, por supuesto, a los numerosos muchachos que
por allí pululaban, unos ya novios y otros en espera o a la busca de
serlo.
El edificio de la Telefónica fue ampliado
entre 1951 y 1955 según proyecto del arquitecto José Luis Fernández del
Amo, y rehabilitado posteriormente según dos proyectos sucesivos de los
arquitectos Andrés Perea Ortega, de 1988, y Jaime López-Amor Herrero, de
1990, realizándose una profunda reestructuración en el interior,
ocasión que se aprovechó para habilitar una sala de exposiciones en la
planta baja y un museo del teléfono en los últimos pisos.
INDICE AGONIZANTES DE SAN CAMILO
En la calle de Fuencarral, donde se
hallan las casas números 20 y 22, y con la parte trasera por Hortaleza,
estuvo el convento de la Virgen de la Asunción y de San Dámaso, de
religiosos camilos, orden instituida por san Camilo de Lelis y dedicada a
cuidar enfermos graves en peligro de muerte. Este convento, con
hospital anejo, que vulgarmente era conocido por los Agonizantes de San
Camilo, fue creado en 1643 por iniciativa del padre Juan Miguel de
Montserrat, a expensas de varios devotos y en especial de doña Beatriz
Silveira, esposa de don Jorge de la Paz, barón de Castell-Florido, y que
ya antes había fundado en la calle de Alcalá el convento carmelita de
las Baronesas.
Los padres camilos, muy apreciados por el
pueblo madrileño, recibían a enfermos moribundos, terminales, y era fama
que muchos, incluso preagónicos, lograban salir curados. Además de la
atención médica y religiosa en los últimos momentos, los camilos fueron
precursores de los tanatorios modernos, pues los difuntos eran
amortajados e instalados en oratorios fúnebres en el propio hospital,
evitando así a los deudos las molestias de los velatorios en casa.
La iglesia del convento, pequeña, tenía
escaso valor arquitectónico y carecía de mérito artístico, pero sí
contenía dos joyas excepcionales: una Dolorosa, de Vergaz, y un soberbio Cristo de la Agonía, obra culminante del Barroco madrileño, tallado a mediados del siglo XVII, quizá en los años cincuenta, por Juan Sánchez Barba.
Durante la invasión francesa el convento
quedó bastante arruinado, y posteriormente, en 1836, en tiempos de la
desamortización de Mendizábal, fue derruido. En su solar se edificó
primero un almacén de papel y luego, a finales del siglo XIX, las casas
actuales.
Tras la exclaustración, las dos grandes
obras artísticas de los Agonizantes fueron llevadas a la cercana iglesia
de San Luis, en la calle de la Montera. Allí desapareció la imagen de
la Dolorosa, junto con la iglesia, en el incendio provocado de 1935. El
Cristo de la Agonía tuvo en cambio mejor suerte, pues habiendo sido
trasladado tiempo antes al oratorio de Caballero de Gracia, pudo
salvarse de la quema. Y en este recoleto y magnifico templo que
construyera Juan de Villanueva sigue, en el centro del retablo mayor,
recibiendo el culto de los madrileños.
INDICE LA ERMITA DE LA CALLE DE FUENCARRAL
A principios del siglo XVII, en la calle
de Fuencarral, cuando casi todavía era un camino abrupto y solitario,
existía un pequeño humilladero en una finca propiedad del marqués de
Navahermosa, y en él, bajo un arco, había un cuadro de la Virgen de la
Soledad, lo que dio lugar a que la calle que por aquellos parajes se
abrió, la actual de Augusto Figueroa, llevara hasta 1904 el nombre de
Arco de Santa María. Allí se paraban y pedían protección a Ntra. Señora
las gentes que emprendían viaje, siendo muchos los que llevaban ofrendas
y exvotos por los favores que aseguraban deber a su intervención.
En 1712, un descendiente del marqués, don
Francisco de Feloagán y Ponce de León, ante la fama de este cuadro de la
Virgen, decidió construir una capilla en el mismo lugar, que es la que
actualmente se conserva, intacta, vencedora del tiempo, y que ve pasar
ante ella el ruido y la prisa de la calle. Muchos son los que se paran a
mirar a través de las rejas —no es visitable por dentro—, unos con
devoción, casi siempre vecinos de los alrededores que aprovechan para
decir una pequeña oración o echar unas monedas, y otros, gentes de paso,
extrañados ante lo que parece una ermita campesina colocada
anacrónicamente en el centro de la ciudad.
La capilla es de ladrillo y sillería de
granito, con un gran arco de medio punto, enmarcado en alfiz, que acoge
un portón de madera con postigos abiertos y enrejados. En la misma
fachada de Fuencarral, a la izquierda, existe otro pequeño acceso
adintelado con una ventana encima. En el lado de Augusto Figueroa, con
arco sencillo bajo alfiz, sólo hay una ventana. El alero es el típico
madrileño.
El interior, enyesado y encalado, es una
pequeña pieza rectangular con techo adintelado. El retablo, al frente,
compuesto por pilastras de orden jónico que sustentan un frontón, aloja
la pintura de Ntra. Señora de la Soledad, del siglo XVII, de autor desconocido, pero que es una copia en pintura de la famosísima y desaparecida talla de la Soledad
de Becerra. Muchas fueron las copias que de esta imagen se hicieron
—una de ellas corresponde a la Virgen de la Paloma—, que nos presentan a
María en el momento de quedar sola tras el entierro de su Hijo y hasta
la Resurrección, vestida de luto, en blanco y negro, con el rosario en
las manos. En este lienzo también se puede apreciar la figura de san
Francisco de Paula en un segundo plano, adorando a la Virgen.
En el lateral izquierdo hay otra imagen, la del Cristo del Consuelo, barroco, que parece del s. XVII.
INDICE EL TRIBUNAL DE CUENTAS
En la calle de Fuencarral, frente al
Hospicio, entre San Vicente Ferrer y Palma, y con trasera a la
Corredera, se encuentra el imponente edificio de tinte neoclásico del
Tribunal de Cuentas del Reino, construido en 1863 según planos del
arquitecto Francisco Jareño y Alarcón, que se ajusta a las alineaciones
de las cuatro calles colindantes y absorbe la irregularidad de la planta
en la forma del patio interior. Las fachadas, de ladrillo y sillería de
granito, que le dan un aspecto de gran solidez, se rematan con una
contundente y bella cornisa, cuyo efecto queda disminuido y afeado en la
actualidad por el añadido improcedente de una nueva planta.
En este organismo oficial, que antes estuvo
instalado en el palacio de los Consejos (hoy Capitanía General, en la
calle Mayor), se conservan los miles de documentos que reflejan la
fiscalización de todas las cuentas de la Administración. Su origen data
de la Ordenanza del 2 de julio de 1437, otorgada por Juan II en
Valladolid a petición de los procuradores del Reino.
Aquí existió, en el siglo XVI, la quinta
del conde de Vocinguerra de Arcos, algo alejada entonces del centro de
la ciudad, y que era punto de encuentro de los que conspiraban contra
Felipe II y a favor del príncipe don Carlos, cuya desgraciada vida ayudó
a alimentar la leyenda negra de su padre e inspiró luego a escritores y
músicos románticos.
Posteriormente, en el siglo XVIII, ya
perfectamente poblada la zona, en este lugar construyó su casa-palacio
don Pedro Pablo Abarca de Bolea, conde de Aranda, ilustre militar,
diplomático y poderoso ministro de Carlos III. De él, que encarnó en
nuestro país las ideas de cultura e ilustración que nos venían de
Francia, se puede decir que fue el causante de mucha de la fama dada a
su rey, al que sirvió de forma tenaz e inteligente.
Prueba de esta inteligencia fue la solución
tan práctica que dio al llamado Motín de Esquilache. Se había
desencadenado éste por el descontento del pueblo ante el decreto que
prohibía el uso de la capa larga y el chambergo. Ante el trágico balance
de aquellos días, todo parecía perdido para que esta ley prosperase, y
más tras la destitución del ministro de Hacienda, el marqués de
Esquilache, promotor de tal decreto, pero... aún faltaba la última
palabra de tan singular pleito. La pronunció poco después y de manera
eficaz el conde de Aranda, que desacreditó rápidamente aquella larga
capa y amplio sombrero al obligar a verdugos y ayudantes a utilizar
estas prendas en el desempeño de su macabro oficio. Como pocos quisieron
desde entonces ponerse semejantes atuendos, se puso de moda el uso de
capa corta y sombrero de tres picos.
Durante la guerra civil de 1936, en el
edificio del Tribunal de Cuentas se instaló el Cuartel de Transmisiones,
además de otras organizaciones. Quiso el destino que fuera usado para
dependencias militares al igual que ocurriera con el palacio de Aranda,
que antes de ser derribado sirvió como sede del Cuartel de Guardias
Españolas. Se hizo célebre porque de allí salieron algunas de las
sublevaciones militares y asonadas en las últimas décadas del turbulento
siglo XIX.
INDICE EL HOSPICIO. MUSEO DE HISTORIA
En el número 78 de la calle de
Fuencarral, frente al Tribunal de Cuentas, se encuentra el antiguo Real
Hospicio General de Pobres del Ave María y San Fernando, hoy ocupado por
el Museo de Historia (antiguo Museo Municipal). Su origen se remonta al
siglo XVII, cuando el beato Simón de Rojas, por encargo de la reina
Isabel de Borbón, se dedicaba a recoger mendigos. Esta actividad cesó en
1624, a la muerte de Rojas, y no fue retomada hasta el 25 de marzo de
1668, fecha en la que la Congregación de Esclavos del Ave María, que
tenía sede en el desaparecido convento de la Trinidad de la calle de
Atocha, funda un hospicio en la calle de Santa Isabel.
A los pocos años, en 1674, por ser aquel
lugar insano, este hospicio se trasladó a la calle de Fuencarral,
instalándose en unas casas cedidas por don Carlos Goveo. A esta inicial
fundación se añadiría posteriormente la del Hospicio de San Fernando,
creado en 1726 para alojar a vagos ociosos y desheredados de la fortuna.
Las obras para adecuar todos aquellos
terrenos a las nuevas necesidades comenzaron inmediatamente, pero no se
terminarían hasta 1799. De la primera época, en la que intervinieron los
arquitectos José de Arroyo, Felipe Sánchez, Teodoro Ardemans, Filippo
Pallotta y Francisco de Sevilla, son la iglesia-capilla y parte del
edificio principal. Al gran Pedro de Ribera debemos la construcción en
1726 de la fachada a Fuencarral, sin duda una de sus obras maestras,
formada por un lienzo de dos pisos cuyo eje es la famosa portada, una
especie de retablo de granito donde estalla la exuberante ornamentación
barroca: cortinajes transmutados en piedra, flores, follaje, frutos,
escudos, volutas, conchas, estípetes, óculos, ángeles y cuantos motivos
pudiera imaginar la fantasía más desbordada. En la parte superior, en
una hornacina, se encuentra la estatua de san Fernando —Fernando III el
Santo— recibiendo las llaves de Sevilla, obra de escultor Juan Ron en
piedra caliza blanca. Por debajo de ésta, otra oquedad acoge la imagen
de la Virgen.
La compleja edificación total del Hospicio
seguía el esquema de los hospitales renacentistas: planta rectangular,
patio central con la iglesia en el medio, y crujías cerrando los brazos
de la cruz así formada. Dotado de talleres, escuela, enfermería y zona
de huerta que se extendía por la parte trasera hasta la actual calle de
Mejía Lequerica, durante más de dos siglos fue el hogar de gran número
de pobres, huérfanos, ancianos menesterosos e impedidos. Sus grandes
dimensiones eran capaces para albergar a más de tres mil asilados.
Al ser modificadas las leyes de la
Beneficencia a mediados del siglo XIX, el gobierno del Hospicio pasó al
Ayuntamiento y, pasados unos años, a la Diputación de Madrid, que
finalmente, alarmada por el estado ruinoso del edificio de Fuencarral,
decidió en 1917 demolerlo y trasladar la institución benéfica a
Aranjuez.
Afortunadamente tal demolición no se
llevó a cabo totalmente, y gracias a la intervención decisiva de la Real
Academia de San Fernando, de la Sociedad Central de Arquitectos y de
muchos intelectuales, se consiguió salvar la primera crujía y la iglesia
—las zonas más nobles—, que habían sido previamente declaradas
monumento nacional en 1919 y que el Ayuntamiento las compró en 1924.
Ese antiguo Hospicio, ya remozado y
restaurado por el arquitecto Luis Bellido, sirvió para que en 1926 la
Sociedad Española de Amigos del Arte organizara la exposición "El
antiguo Madrid", germen del que nacería el Museo Municipal en 1929.
Hasta entonces sólo existía un museo de la ciudad, creado en 1903 pero
no llevado a cabo hasta 1908, en la Casa de la Panadería.
El nuevo museo fue inaugurado el 10 de junio
de 1929, y su primer director, el poeta Manuel Machado —vivía en la
cercana calle de Churruca— se mantuvo en el cargo hasta su jubilación en
1944.
Base para esta fundación fueron los
objetos procedentes del Archivo de la Villa, la excelente donación de
don Félix Boix, principal promotor de la citada exposición "El antiguo
Madrid", y depósitos de otros museos. Luego se iría y se sigue
completando con nuevas adquisiciones.
Durante la Guerra Civil, con la famosa
portada barroca de Ribera protegida con ladrillos y sacos terreros, sus
muros sirvieron para guardar, además de sus propias obras de arte, las
procedentes de la catedral de Cuenca y otras muchas incautadas a
particulares e instituciones.
Tras la contienda, el Museo Municipal
sufrió un periodo de languidez que trajo como consecuencia su cierre en
1955, motivado también por el mal estado del edificio. Y por fin,
después de una dilatada fase de obras, se abrió de nuevo en 1979,
iniciando así una etapa con presencia constante en la vida madrileña y
con decidido impulso y apoyo del Ayuntamiento.
En la actualidad, tras la restauración de las
fachadas —ya antes se procedió al cerramiento con verja metálica sobre
poyete de la histórica fuente de la Fama, obra también de Pedro de
Ribera—, se ha hecho una completa, moderna e innovadora remodelación del
espacio interior, para conseguir que el patio contiguo a la capilla
sirva de distribución para todas las salas. También con las obras se ha
logrado poner a disposición de los visitantes más espacios de exposición
y nuevos servicios como zonas de acogida, salas para actividades
didácticas o investigación, biblioteca, gabinetes de restauración y
fotografía o almacenes visitables, dotados todos de los medios más
avanzados.
Se han alterado igualmente los contenidos.
Esta operación ya se inició con el traslado de los fondos del siglo XX
(el despacho de don Ramón Gómez de la Serna y diversas colecciones de
fotografías y pintura) al Cuartel del Conde Duque y, más recientemente, a
principios de 2000, con el desmantelamiento de las salas dedicadas a la
prehistoria y a la época medieval, ahora todo instalado en el Museo de
los Orígenes (antes Museo de San Isidro), en la plaza de San Andrés,
inaugurado el 15 de mayo de 2000 y que ocupa el solar de la antigua casa
de los Vargas, donde vivió y realizó el conocido milagro del pozo
nuestro Santo Patrón.
Son cerca de 40.000 las piezas que guarda el
Museo de Historia, entre pinturas, grabados, dibujos, estampas
satíricas, postales, esculturas, maquetas, porcelanas, monedas,
medallas, platería, periódicos, gacetas, planos, abanicos, armas,
relojes, naipes o llaves, que muestran la evolución histórica y
urbanística de la ciudad, las artes, la vida cotidiana y las costumbres
de los madrileños desde que en 1561 fuera elegida Madrid capital de
España hasta la actualidad. También hay espacio para exposiciones
temporales.
Entre sus joyas destacan el cuadro San Fernando ante la Virgen,
de Lucas Jordán, que decora la capilla; un busto de Felipe II,
atribuido a Pompeyo Leoni; una copia en tamaño real del magnífico plano
de Madrid de 1656, de Pedro de Texeira; una Virgen con Niño, de Pedro Berruguete; el plano de la ciudad de 1769, de Espinosa de los Monteros; la Alegoría de Madrid,
de Goya; excelentes ejemplares de porcelana del Buen Retiro, y la
monumental Maqueta de Madrid, realizada por el coronel don León Gil de
Palacio en 1830.
La construcción de la antigua iglesia-capilla
del Hospicio, hoy uno de los espacios más relevantes del Museo, se
inició en 1699 a expensas del legado de dos Luis del Hoyo Maeda,
benefactor de la institución, siendo inaugurada el 25 de marzo de 1703.
Sus trazas se debieron a José de Arroyo, aunque luego intervinieron
también Felipe Sánchez, Francisco de Sevilla, Filippo Pallotta, Teodoro
Ardemans y, años después, Francisco Moradillo.
Tiene planta de cruz latina y crucero muy
corto, donde arranca la cúpula, sobre pechinas, pintadas éstas al
fresco en los primeros años del siglo XX con las figuras de los cuatro
evangelistas. La nave, que se cubre con bóveda de cañón, está articulada
con pilastras dóricas y arcos de medio punto. Al exterior se aprecia la
cúpula-torre, octogonal, con decoración de plaqueados y el clásico
chapitel.
El frente lo ocupa un enorme cuadro de
seis por cuatro metros —una verdadera joya—, pintado por Lucas Jordán en
torno a 1702 y colocado en 1703, que representa a san Fernando, patrono
del Hospicio, arrodillado ante la Virgen con el Niño, a los que ofrece
la toma de la ciudad de Sevilla.
Este cuadro se dio por perdido y se encontró
por casualidad en 1991, a pesar de que nunca abandonó su lugar en el
testero. Desgraciadamente había llegado a nuestros días
incomprensiblemente repintado por manos desconocidas, cubierta por
completo la obra original, sin ningún documento que diera cuenta de la
alteración.
El "camuflaje", realizado a finales del
siglo XIX o principios del XX, de muy burda y baja calidad, cargado de
planos y colores violentos, había servido para tapar piernas y brazos
angelicales desnudos e iluminar las penumbras del barroco con tonos
azules. Además de censora, la mano anónima se guío por recuerdos
infantiles: coloreó las alas de los ángeles de rosa, pintó un dragón de
color verde hierba y tapó tras ingenuas nubecillas blancas a cinco
ángeles.
La calidad de la pintura de Jordán y la
falta de conocimientos del transgresor, que recubrió el lienzo con una
capa de cola para que sus óleos no resbalaran, permitieron que los
pigmentos originales no fueran alterados. Sin desearlo protegió así el
cuadro primitivo. Fue la capa de salvación. Hoy luce todo su esplendor
tras la oportuna limpieza y restauración realizada en 1993.
La Topographía de la villa, descrita por Don Pedro Texeira. Año 1656,
más conocida como plano de Texeira, se estampó ese mismo año en Amberes
en los talleres de Juan y Jacobo Veerle. Las veinte planchas de cobre
empleadas, de 57 por 45 centímetros, con ligeras diferencias de algunos
milímetros entre ellas, lo que hace que la unión tenga algunas
distorsiones, fueron grabadas en ámsterdam por Salomón Savry. El plano,
de 2,85 por 1,80 metros, a una escala aproximada de 1 por 1.840, es otra
de las joyas del Museo de la Historia.
Don Pedro de Texeira Albernas, cosmógrafo
portugués al servicio de Felipe IV, dibujó en perspectiva caballera,
apreciándose así las fachadas de las casas que miran hacia el sur, aquel
Madrid de cien mil habitantes encerrado en la modesta cerca que se
mandara construir en 1625. Esta cerca, la última que ha tenido la villa,
que abarcaba poco más de lo que hoy es el distrito Centro, se mantuvo
hasta 1868, aprisionando a una población cada vez mayor durante siglos.
La minuciosidad y exactitud de la obra de
Texeira, sobre todo en los edificios importantes y representativos,
sólo es comparable a otro trabajo realizado mucho tiempo después, en
1830, la Maqueta de Madrid de Gil de Palacio, que también se expone en
el Museo.
En el Madrid dibujado por Texeira había
catorce parroquias con otras cuatro iglesias anejas, ciento siete
conventos (ochenta y uno de religiosos y veintiséis de monjas) —ocupaban
una tercera parte de la superficie de la ciudad—, dieciocho hospitales,
diez ermitas (seis de ellas dentro del Real Sitio del Buen Retiro),
catorce plazas, unas cuatrocientas calles y cerca de once mil edificios.
El plano de Texeira es un inapreciable
documento para conocer cómo era Madrid a mediados del siglo XVII, y en
él han buceado todos los cronistas de la ciudad para investigar sobre
mucho de lo desaparecido o modificado a lo largo de los años. Incluso un
renombrado novelista, Arturo Pérez Reverte, lo utiliza como soporte
para ambientar en su entramado callejero la azarosa vida del
protagonista de Capitán Alatriste.
Parece ser que existen cuatro ejemplares del
plano original publicado en Amberes, localizados en el Ayuntamiento, en
el Ministerio de Hacienda y dos en la Biblioteca Nacional. Uno de estos
últimos perteneció a don Ramón de Mesonero Romanos, que al incluir una
copia en la edición de 1881 de su magnífica obra El antiguo Madrid. Paseos históricos por las calles y casas de esta villa,
pudo rescatar del olvido y dar a conocer al gran público la inmensa
obra de Texeira, aunque ya antes el Ayuntamiento había hecho una
reedición en 1836, pero de muy escasa tirada. Luego, las reproducciones
en distintos formatos han sido numerosísimas, por lo que se ha hecho muy
popular.
La Alegoría de la Villa de Madrid, de
don Francisco de Goya y Lucientes, obra excepcional de la colección de
pinturas del Museo de la Historia, fue realizada en 1810 por encargo del
Ayuntamiento afrancesado, que quiso un retrato de José Bonaparte para
presidir la Sala Capitular. Goya, en cambio, intuyendo un reinado
efímero, realizó una amplia composición alegórica —muy de moda en
aquella época— en la que el soberano aparecía en un espacio muy reducido
dentro de un medallón. Su lugar lo ocupa ahora la inscripción "Dos de
Mayo". Por este cuadro, un óleo sobre lienzo de 2,60 por 1,95 metros,
cobró el maestro quince mil reales.
Madrid está representada como una joven
matrona mitológica, vestida de blanco y con manto rosa, coronada, con un
perrillo echado a sus pies que simboliza la Fidelidad. Se apoya con su
brazo derecho sobre el escudo de la villa y con la mano izquierda señala
el medallón, sostenido éste por genios o figuras aladas. En la parte
superior, sobrevolando la escena, aparecen la Fama tocando la trompeta y
la Victoria con una corona de laurel.
Aunque de encargo, es una obra de importancia en la que destaca sobre todo la finura y riqueza del colorido.
Pero aparte de su valor artístico, el cuadro
tiene una especial significación por su accidentada historia, tan ligada
al tornadizo acontecer político de aquellos años.
Las vicisitudes comienzan en 1812, año en
el que los franceses abandonan Madrid y el Ayuntamiento decide retirar
la figura de José I del medallón. El mismo Goya realiza el cambio y
pinta el libro de la Constitución, en homenaje a la recientemente
proclamada en Cádiz. En septiembre de ese mismo año, los reveses de la
guerra traen de nuevo al rey intruso a Madrid, siendo ahora Francisco
Abas, discípulo de Goya, quien se encarga de restituir su figura. La
expulsión definitiva de los franceses en 1814 trae otra vez el libro de
la Constitución, de la mano de Dionisio Gómez; pero por muy poco tiempo,
ya que es borrado para dejar paso al retrato de Fernando VII, pintado
primero por un autor desconocido y luego, al ser rasgado con una
bayoneta por un exaltado miliciano nacional, por Vicente López en 1826.
En 1841, con el advenimiento de los liberales, se recupera la
Constitución, que se mantendría hasta que en 1872 el marqués de
Sandoval, entonces alcalde de Madrid, tuvo el buen acuerdo de encomendar
al pintor Vicente Palmaroli la búsqueda del primitivo retrato del rey
francés, obra de Goya original. Al levantar las sucesivas capas de
pintura se pudo ver que este retrato había sido raspado, y para evitar
sucesivos cambios en el polémico medallón se decidió poner la leyenda
"Dos de Mayo", para que así el cuadro fuera una auténtica alegoría de
Madrid. Goya, sin duda, hubiera estado de acuerdo.
La Maqueta de Madrid fue construida entre
1828 y 1830 por el coronel de Artillería don León Gil de Palacio, y
reproduce con todo detalle la ciudad en los últimos años del reinado de
Fernando VII, en vísperas de las transformaciones que se iniciarían con
la desamortización eclesiástica de 1835. Tiene unas dimensiones de 5,20 x
3,50 metros, a una escala de 1:864, y está dividida en diez bloques,
uno interior en torno a Palacio, y otros extendidos hacia los borde.
Aquel Madrid de la primera mitad del siglo
XIX, que seguía tapiado con la cerca levantada en 1625 por Felipe IV,
contaba entonces con poco más de doscientos mil habitantes y presentaba
una superficie edificada de unas doscientas hectáreas, con cuatrocientas
noventa y dos calles, cuatro grandes plazas y setenta y nueve
plazuelas.
La perfección con la que está hecha la
maqueta hace de ella una obra extraordinaria y única en sus
características. Los edificios importantes fueron copiados con una
exactitud y minuciosidad que a veces escapa a la simple observación,
siendo necesaria la ampliación fotográfica para apreciar la verdadera
magnitud del trabajo. Se reproducen fielmente todas las calles, plazas,
construcciones e inmuebles públicos, palacios, las diecisiete iglesias
parroquiales de entonces, los setenta conventos —muchos de ellos ya
desaparecidos—, huertas, jardines, fuentes, casas particulares, así como
las diferencias de nivel del suelo.
Es curioso ver la inmensa mole del Palacio
Real frente a un gran espacio abierto y desnudo, fruto de los derribos
practicados por José Bonaparte, ocupados posteriormente por la plaza de
Oriente y el Teatro Real, y la inexistencia de la Gran Vía, que empezó a
formarse en 1910 y que supuso la desaparición de dieciocho antiguas
calles y la mutilación de otras veintidós. Respecto al barrio de
Maravillas, podemos comprobar que la cerca pasaba por la actual glorieta
de Bilbao, donde estaba la puerta de los Pozos de la Nieve, y que más
allá se extendía el campo. También se puede reconocer una plaza Mayor
aún inacabada, tras el incendio de 1790. Incluso hay ropa tendida en las
orillas del Manzanares.
Los materiales empleados en su
construcción son muy variados. El más utilizado es la madera, de
diversas especies (pino, chopo, aliso, abedul y cedro), siguiéndole el
papel, distintos metales, tierras, colas, alambres, hilos de lana para
los árboles y seda para los arbustos.
INDICE EL CRIMEN DE LA CALLE DE FUENCARRAL
Posiblemente no existe caso criminal cuyo
proceso judicial haya apasionado más vivamente a los madrileños que el
incoado con motivo del asesinato de doña Luciana Borcino, viuda de
Vázquez-Varela, rica y acomodada: se le calculaba una renta de cinco mil
duros al año. Los hechos ocurrieron el 2 de junio de 1888 en el número
95 de la calle de Fuencarral, piso segundo izquierda. Se recordará como
uno de los grandes sucesos de la crónica negra de la villa.
Aquella mañana, los vecinos del inmueble
se alarmaban por el olor a petróleo y carne quemada que salía por debajo
de la puerta. A llegar la policía y derribar la puerta, se encontró con
el cuerpo sin vida de Luciana, boca arriba en su cama y cubierta en
trapos mojados en petróleo que previamente habían sido quemados. A pesar
del daño producido por el fuego, se distinguían claramente manchas de
sangre producidas por tres apuñalamientos, uno de ellos en el corazón.
También había indicios de que el cuerpo había sido trasladado.
Durante la inspección se encontró a otra
mujer en la cocina: estaba viva, en el suelo, y aparentemente
narcotizada. Era Higinia Balaguer Ostolé, sirvienta de la víctima, que
llevaba sólo seis días en este empleo.
¿Había matado la criada a la señora, y
provocado el incendio para borrar las huellas? El caso es que fue
inmediatamente acusada junto con una amiga, Dolores ávila, conocida como
Lola la Billetera; aunque por sus sucesivas declaraciones, de
una repercusión tremenda y que provocaron gran conmoción y escándalo, se
vieron implicadas otras personas, entre ellas un hijo de la asesinada,
José Vázquez-Varela, joven de conducta irregular y malos antecedentes, y
en esos días recluido en la Cárcel Modelo, y el director de la misma,
don José Millán-Astray, padre del famoso general del mismo nombre
fundador de la Legión Española.
El 26 de marzo de 1889 comenzó el juicio
oral y público en el Palacio de Justicia de Madrid. La expectación era
tan enorme que ya desde las nueve de la noche del día anterior se habían
formado colas de personas para acceder al interior del Palacio. En el
desarrollo del juicio, el primero que se hacía con jurado de Acción
Popular, se pudo establecer una conexión entre Higinia Balaguer y José
Millán-Astray debido a la relación de ella —vivieron durante algún
tiempo amancebados— con Evaristo Abad Mayoral, conocido como El cojo Mayoral,
que tenía una cantina frente a la Modelo. Y según la acusada, en una de
las veinte veces que cambió su declaración, fue el propio hijo de la
asesinada el autor del crimen, en connivencia con Millán-Astray, que le
facilitó la salida de la cárcel para cometer el parricidio: "El
señorito mató a su madre y el Sr. Millán lo planeó. Yo iba a ser pagada
generosamente por dejarle entrar en la casa". La versión podría no haber
sido verosímil de no ser porque numerosos testigos declararon haberse
topado con el hijo de Luciana ese día y hasta uno haber tenido una
reyerta con el pendenciero joven.
Pronto se crearon bandos contrapuestos de
opinión; cayeron y nacieron reputaciones, otras se pusieron en
entredicho. La prensa, cuyas ventas alcanzaron un nivel impensable
entonces, se dedicó a hacer un juicio paralelo y contribuyó en gran
medida en el tratamiento sensacionalista del suceso, con notorio
perjuicio a la instrucción de la causa. Incluso los directores de los
periódicos La Iberia, La República, La Opinión, El Liberal, El País y El Resumen
abrieron con éxito una suscripción pública para personarse como
acusación particular de la mano del jovencísimo abogado don Joaquín Ruiz
Jiménez, luego ministro, senador y varias veces alcalde de Madrid (su
hijo, del mismo nombre, fue igualmente afamado y respetadísimo político
demócrata cristiano, ministro, Defensor del Pueblo y presidente durante
muchos años de Unicef-España). Los madrileños, en fin, se desayunaban
todos los días con el nombre de Higinia, y no se concebía conversación
que no aludiera a tan controvertido asunto. Proverbial se hizo la frase
que a preguntas del fiscal contesto la portera de la casa del crimen:
"No sé, yo me acuesto a las ocho".
La popularidad del caso originó que
proliferaran las historias romanceadas de ciegos en las que Higinia y
José Vázquez eran los auténticos protagonistas, ella como heroína
novelesca y el otro como personaje enigmático y siniestro, adelantándose
así al fallo judicial.
El Tribunal Supremo, en el que la
principal acusada estuvo defendida por don Nicolás Salmerón,
ex-presidente de la República, puso finalmente las cosas en su sitio:
garrote vil para Higinia Balaguer, dieciocho años de reclusión para
Dolores ávila, que colaboró en el asesinato, y absolución para los demás
encausados.
Muchos madrileños no encontraron
verosímil la versión de que fueran las únicas implicadas, y se
produjeron apedreamientos del Ministerio de Justicia y diversos
episodios de alteración del orden público. Casi nadie creyó que José
Vázquez-Varela, Astray y demás compinches no hubieran estado en el ajo.
Los 14000 duros y las alhajas que desaparecieron del piso de la calle de
Fuencarral nunca aparecieron.
El Consejo de Ministros, con Antonio Cánovas a
la cabeza, hubo de declinar una petición de indulto y hasta persuadir a
la Reina Regente María Cristina de que debía reprimir su impulso de
ejercer su derecho de Gracia.
La ejecución se realizó el sábado 19 de
junio de 1890. Cerca de veinte mil personas asistieron al acto en los
aledaños de la Modelo, en la Moncloa, donde hoy se levanta el Cuartel
General del Ejército del Aire, y fue la última por garrote vil que se
hizo de manera pública en España.
Todavía, para gozo de la prensa y
chismorreo de las gentes, los hechos tuvieron su epílogo. Poco después,
el exculpado hijo de la pobre Luciana, conocido en ciertos ambientes
como El pollo Varela, protagonizó, acompañado de una mujer de
vida galante, una tremenda bronca en el café Universal de Vigo, en el
que agredió a conocidas personalidades de aquella ciudad. Y años más
tarde, ya en Madrid, arrojó a una prostituta por una ventana en la calle
de la Montera, por lo que fue procesado y condenado a muerte, pena
conmutada posteriormente por catorce años de prisión en el penal de
Ceuta.
INDICE LOS JARDINES DE APOLO y OTRO LUGARES DE BAILOTEO
A principios del siglo XIX, la calle de
Fuencarral terminaba en la hoy glorieta de Bilbao; allí, tras la puerta
de los Pozos de la Nieve y la cerca que mandara construir Felipe IV,
empezaba el campo. Y en la última manzana por el lado izquierdo, la
marcada en los planos con el número 478, frente a las vastas posesiones
de la empresa que explotaba los Pozos de la Nieve, se encontraba la
finca de don Francisco de Bringas, con una gran mansión y extenso
jardín. Ocupaba parte de la antigua quinta de Carrillo, ministro de
Felipe III, la delimitada por la propia calle de Fuencarral y las del
Divino Pastor, San Andrés y actual Malasaña.
Por aquella época, a la hora de divertirse,
la mayoría de los madrileños se inclinaba por los cafés y
preferentemente por los bailes. Este furor danzante hizo exclamar a un
visitante extranjero que "parecía como si estuviéramos todos aquejados
del mal de San Vito". La polca, la mazurca, el chotis, el pasacalles o
pasodoble, la habanera y el vals eran las apetencias principales entre
el cotarro jacarandoso. Y las asociaciones seudo-culturales, de
rimbombantes nombres, cuya principal actividad consistía en bailar, se
contaban a cientos, con salones propios o asistencia a otros famosos de
general concurrencia: Salón Capellanes, el Paul...
En el barrio o alrededores hubo también
salones de baile, como el De la Unión en la plaza de los Mostenses. Y sí
abundaron las sociedades, donde los agrupados pagaban su cuota para
sufragar los eventos. En la calle de la Madera número 8, donde había una
academia de baile, celebraban sus charangas las sociedades Terpsícore,
La Perla Madrileña, Talía o Marte.
El desaparecido teatro Lope de Vega, más
conocido como el de "Los Basilios" por ocupar el solar del antiguo
convento de esta orden religiosa en la calle del Desengaño, era
alquilado, sobre todo para los bailes de carnaval, por La Brillante y
por La Unión Dramática.
En el también desaparecido teatro Calderón de
la Barca, en la calle de la Madera Baja, donde luego estuvieron
sucesivamente las redacciones y talleres de El País (distinto del actual del mismo nombre), La Libertad e Informaciones,
y actualmente la sede del Instituto para la Diversificación y Ahorro de
la Energía (IDAE), celebraba sus fiestas la sociedad de baile La
Africana.
En el número 2 de Noviciado estuvo Del
Norte, local donde celebraba sus bailes la Sociedad de Baile La Unión y
el Comercio. Y en los números 9 y 11 de esta misma calle, La Gruta, que
se mantuvo luego en forma de cabaret y de billares hasta 1936.
En los bailes de las clases altas se
bailaba al compás de grandes orquestas; en las más populares con
orquestinas modestas, pianos u organillos. Y famoso organillero fue El
Manitas, que alquilaba sus instrumentos en el número 24 de la calle
Monteleón. También alquilaban pianos u organillos en la calle de la
Palma 16, en el Centro de Pianos de la calle Pozas, en Pianos Hazen de
la calle de Fuencarral 55 o en la fábrica de pianos Montano de la calle
de San Bernardino.
La temporada primavera-verano lógicamente
cerraba el calendario de esta bullanga en local cerrado. Las diversiones
madrileñas entonces se desplazaban hacia las afueras, buscando
temperaturas más agradables, y el bailoteo no era una excepción,
fundamentalmente en una bucólica variedad campestre y verbenera. Y aquí
es cuando retomamos de nuevo la finca de don Francisco de Bringas,
convertida en sitio de recreo público en 1833 con el nombre de Jardines
de Apolo, pero más popularmente conocido como Jardín de Bringas.
Dicen las crónicas que la entrada costaba
dos reales, y que era un parque muy frondoso, con flores sin cuento,
abundante arbolado frutal y de sombra, con glorietas y caminos
laberínticos en los que se repartían estatuas, columnas, mesas y bancos
rústicos y diversos juegos. Contaba además con teatro, café, pista de
baile, fonda y merendero. Y a veces se ofrecían conciertos, espectáculos
de variedades y fuegos artificiales.
A pesar del éxito inicial, no duraron mucho
los Jardines de Apolo; otros vinieron a usurpar su puesto en las
preferencias de los madrileños: el Jardín de las Delicias, entre Bárbara
de Braganza y Almirante; los Orientales, en el solar que había sido del
convento de Santa Teresa, con entrada por Fernando VI; los del Paraíso,
en Recoletos; el Tívoli, donde se alza actualmente el hotel Ritz, y los
Campos Elíseos, el más grande de todos, fuera entonces de la urbe, a la
salida de la puerta de Alcalá, que contaba hasta con plaza de toros,
ría navegable y teatro de la ópera.
Estos Jardines eran escenario frecuentado
por las clases medias acomodadas; las clases populares tenían que
conformarse con llegar a los merenderos de las afueras si querían bailar
al aire libre, aunque hubo algún intento de Jardín y Parque de Recreo
más asequible cerca del barrio, Los Jardines de Minerva, en la actual
plaza de Alonso Martínez, al que se permitía llevar la merienda de casa.
Y también, ya a finales del siglo XIX, en la recién formada glorieta de
Bilbao, donde todas las noches de verano, con gran concurrencia de
público, se celebraban conciertos de música o se organizaban alegres y
bullangueros bailes. Y los más pequeños tenían del mismo modo asegurada
la diversión, pues varios tiovivos y otras atracciones de feria se
establecían allí casi de fijo.
Por los años cincuenta del siglo XIX empezó
el declive de los Jardines de Apolo, y sus terrenos puestos a la venta
por parcelas. El primero en construir fue don ángel García Loigorri,
conde de Vistahermosa y alcalde de Madrid entre 1847 y 1848, que levantó
tres palacios para él y su familia a partir de la calle del Divino
Pastor. Dos de ellos se conservan (uno muy modificado) y constituyen la
Casa-Madre de las RR. Hijas de María Inmaculada, las populares monjas
del Servicio Doméstico; el otro ocupaba la superficie del
VIPS-Fuencarral. Y aún fue edificado otro cuarto palacete, el del conde
de Eleta, en el solar donde se hallaban los almacenes Mazón y hoy una
nueva edificación.
En el plano parcelario de 1872 ya aparece
toda la manzana edificada al completo, incluso con casas de vecindad en
el primer tramo de la recién formada calle de Malasaña.
Por los años veinte del pasado siglo, aparte del fox-trot o el charleston,
bailes que nos llegaban desde los Estados Unidos, se popularizó el
tango, que ya había hecho su aparición entre nosotros a finales del XIX.
En el barrio hubo un cabaret especializado, el Ideal Room (luego La
Parisina), en la plaza de Vázquez de Mella, donde después se abrió el
también desaparecido Teatro Benavente. Al lado, pero ya en tiempos más
actuales, se instaló la discoteca Long Play, en el ambiente gay del
barrio de Chueca.
Muy conocido y con ambiente más populachero
fue en tiempos Panaderos, que se llamaba en realidad Dancing Ideal, y
que ocupaba los números 8 y 10 de la calle Andrés Borrego.
En 1956 fue abierto el pasaje o galería
que une la calle de Fuencarral con la Corredera. Allí, en una mínima
plazoleta interior, estuvo el Hogar Canario, que organizaba unos famosos
bailes en las tardes dominicales de los años sesenta, al que acudían
chicos y chicas de todo Madrid. Sin proponérselo, fue el Hogar Canario
un tímido precursor entonces de la invasión juvenil que hoy sufre el
barrio durante los fines de semana.
También, en la calle de Pez, en un
edificio esquinero con la plaza de Carlos Cambronero, abre sus bellos
balcones la Casa de León, en cuyas salas se celebraban populares bailes
dominicales.
Y volviendo un poquito atrás, fue a partir de
los años treinta cuando comenzó a hacerse costumbre la aparición de
salas de baile en los bajos de los cines. Tal es el caso del Barceló
Dancing Palace, desde 1931 en los bajos del entonces cine Barceló. Hoy
se ha convertido en la discoteca But y el propio cine en el súper famoso
Pachá. Pero esto ya es modernidad, que es otra historia...
INDICE PUERTA DE LOS POZOS DE LA NIEVE
Cuando en 1561 Felipe II tomó la decisión
de trasladar la Corte a Madrid, la población aumentó tan
considerablemente que fue necesario ampliar la antigua cerca de los
Reyes Católicos; luego, en 1625, reinando Felipe IV, se hizo una nueva
cerca —la última que ha tenido la villa—, que abarcaba 550 hectáreas,
poco más del actual distrito Centro. Era una simple tapia de
mampostería, construida con fines fiscales y sanitarios y no defensivos,
cuyo resto mejor conservado y perfectamente visible se encuentra en el
parque existente detrás de la basílica de San Francisco el Grande,
formando parte de un muro de contención (hasta el segundo tercio del
pasado siglo se mantuvo otro trozo de esta cerca en la calle de Sagasta,
entre Larra y Mejía Lequerica).
En el plano de Texeira de 1656 se puede
apreciar el recorrido y sus numerosas puertas y portillos. Todas ellas
se abrían al amanecer y se cerraban la mayoría después de oraciones;
sólo lo hacían más tarde —diez u once de la noche según estaciones— las
principales o de registro, por estar en los caminos de gran tránsito.
Y en nuestro barrio, una de estas puertas
era la de los Pozos de la Nieve, llamada así por hallarse junto a unos
que, situados al final entonces de la calle Fuencarral, ocupaban el
amplio espacio que se extiende desde Barceló a la hoy glorieta de
Bilbao, con fondo en Mejía Lequerica.
Esta entrada a Madrid por la zona norte
estuvo instalada inicialmente a la altura de las calles del Divino
Pastor y de Apodaca, pero transcurridos unos años, en 1690, al ser
incrementada la finca de Monteleón con terrenos extramuros y modificado
el trazado de la cerca, se desplazo a la actual glorieta de Bilbao. Por
allí empezaba en aquellos años el campo y la carretera de Francia.
Nada se sabe de la puerta primitiva, salvo el
dibujo en el plano de Texeira; la segunda, reconstruida en 1767 por
amagar derrumbe, consistía en un arco de piedra con otros dos accesos
más bajos cuadrados a ambos lados, todo ello de muy buena arquitectura y
con ciertas pretensiones neoclásicas. En sus dinteles lucía las
honrosas cicatrices ocasionadas por el ataque de la artillería de
Napoleón en los primeros días de diciembre de 1808.
Cuentan que por Monteleón, el 2 de mayo de
1808, algunos creyeron ver entre los combatientes anónimos la figura de
Claudio de San Simón Rouvroy y Montblern, marqués de San Simón, de
origen francés pero prestigioso militar de los ejércitos españoles.
Quizá desde las ventanas de su casa oyera el tropel de gentes que
acudían al parque de Artillería y él mismo decidiera incorporarse a la
lucha, y más al saber que allí se uniría con Daoiz y Velarde. No pudo
como acaso pretendió evitar la muerte de los héroes, mas el destino le
reservaba un honroso puesto en la guerra que comenzaba: habría de ser
quien defendiera unos meses después la puerta de los Pozos de la Nieve
del ataque del ejército invasor.
Así ocurrieron los principales acontecimientos:
El 20 de julio llega a Madrid José I, el
rey intruso, casi de tapadillo por temor a los madrileños. Y de la misma
forma hubo de huir el 1 de agosto, al hacerse insostenible su presencia
tras la derrota de los franceses en Bailén, además de la tremenda
frustración por sentirse aislado, odiado y continuamente ridiculizado
por el pueblo.
El 8 de noviembre entra Napoleón en
España, al frente de no menos de 250.000 hombres, y el 1 de diciembre se
presenta en Chamartín, a la vista de Madrid. Desde allí exige la
rendición incondicional. Exigencia que naturalmente dan por no oída.
Mientras, la ciudad se estaba preparando
para el asedio. El duque del Infantado, el marqués de San Simón, a quien
se confió la protección de toda la zona norte, y el general don Tomás
Morla procuraban dar alguna unidad a las operaciones, distribuyendo
armamento y munición y, sobre todo, dirigiendo las obras de
acondicionamiento: profundos fosos en las puertas, espaldones de tierra,
barricadas con todo tipo de materiales y aspilleras en los muros de la
cerca para poder disparar sin peligro.
En la puerta de los Pozos de la Nieve, donde
se había instalado una batería de cañones de a seis, las fuerzas
destacadas por el marqués de San Simón consistían en sesenta soldados,
cuatro compañías de Voluntarios y ochenta hombres de la llamada Milicia
Honrada, peculiar cuerpo —también de voluntarios y por lo general de
edad madura— que actuaban a modo de policía ciudadana. A ellos se unían
numerosos hombres y mujeres del barrio de Maravillas, dispuestos a dar
sus vidas como ya hicieran el 2 de mayo.
En esta situación se estaba cuando, al
amanecer del día 2 de diciembre, por la lontananza, en unos cerrillos
situados por la hoy plaza de Chamberí, aparecieron los franceses:
fuertes columnas de dragones de los generales Lahoussage y
Latour-Maubourg y la caballería de la Guardia Imperial a las órdenes del
mariscal Bessières. En realidad era sólo un alarde de la magnitud de
sus tropas ante las paupérrimas de los madrileños.
A eso de las doce de la mañana se presentó
una avanzadilla de la caballería con un parlamentario para tratar de
acordar la entrega de la ciudad, que fue rechazada sin miramientos.
Ya no hubo más acontecimientos aquella
tarde. Sin embargo, por la noche, unos tremendos cañonazos retumbaron
con pavoroso ruido. Empezaba el asalto.
No tardaron en romper el fuego contra las
trincheras de los Pozos. Y nuestros cañones, que ya rabiaban por dar a
los gabachos su merecido, contestaban con decisión, pero inútilmente.
Mientras la bala rasa de sus piezas deterioraba los espaldones de
tierra, hacía mella en la puerta, derrumbaba los muros y se llevaba por
delante la vida de los valientes defensores, nuestros proyectiles
lanzados por la carretera adelante apenas llegaban hasta ellos. La lucha
fue encarnizada y desigual; mas no pasaron por allí los franceses, no
pudieron ante la fortísima resistencia encontrada.
No ocurrió lo mismo en otras zonas peor
guarnecidas, y el 4 de diciembre entraba rápidamente el ejército de
ocupación. El marqués de San Simón, héroe de la defensa de Madrid, fue
hecho prisionero y condenado a muerte, aunque al final pudo salvar la
vida gracias a la mediación de su hija ante Napoleón.
Tras la guerra de la Independencia, al ser
mudado a esta puerta el registro que antes correspondía a la de
Fuencarral (en la calle de San Bernardo), cambió el antiguo nombre por
el de San Fernando, pero sólo hasta el 11 de enero de 1837, fecha en la
que por acuerdo municipal pasó a denominarse de Bilbao, en honor a la
valiente defensa de esa ciudad norteña ante el asedio de las tropas
carlistas. Una lápida con letras en bronce así lo recordaba: "A los
heroicos defensores y libertadores de la invicta villa de Bilbao, los
habitantes del pueblo de Madrid". Fue abatida hacia 1868, junto con la
cerca: eran ya un anacronismo y un impedimento para la expansión natural
de la población.
INDICE LOS POZOS DE LA NIEVE
El 21 de agosto de 1607, por Real Cédula
librada por Felipe III, se concedió al catalán Pablo Charquias el
monopolio para almacenar nieve —tan necesaria en aquellos tiempos para
conservar alimentos y refrescar bebidas— y distribuirla por la Corte y
en toda la Corona de Castilla. Para ello, este emprendedor personaje
—las crónicas dicen que se hizo opulento— fundó la Compañía de Abasto de
Nieve, que en Madrid se estableció al final entonces de la calle de
Fuencarral, en el amplio espacio hoy de seis manzanas comprendido entre
Barceló, la glorieta de Bilbao y Mejía Lequerica, terrenos al límite de
la ciudad que luego lindarían con otras dos grandes instituciones: el
Saladero de Santa Bárbara y el Real Hospicio del Ave María y San
Fernando.
Allí, además de las oficinas, se construyeron
cinco profundos pozos, recubiertos de piedra o ladrillo y provistos de
un desagüe en el fondo, en los que se acumulaba la nieve traída en
carros desde la sierra de Guadarrama. Y era necesario apisonarla con
doble finalidad: para disminuir el volumen ocupado y para que se
conservara más tiempo en forma de hielo. Cada pozo se protegía con una
construcción techada. Toda la zona sería conocida hasta finales del
siglo XIX como los Pozos de la Nieve.
Murió Pablo Charquias en 1642 y la sociedad
pasó a manos de sus herederos, que mantuvieron el privilegio de la
exclusiva hasta acabar el siglo XVII. Después, por acceder a este tipo
de negocio otros competidores, fueron poco a poco languideciendo y
cerraron en 1863. La clausura de todos ellos vendría con la aparición de
las fábricas de cerveza, que tenían como empresa auxiliar la de hielo.
En esos años de auge de los Pozos, la
llegada de la primavera comportaba un agradable cambio en la fisonomía
de aquel paraje donde ahora vemos la glorieta de Bilbao y las primeras
calles de Chamberí. A los muchos merenderos, aguaduchos y ventorrillos
establecidos de fijo, se añadían los puestos ambulantes de agua de
cebada, horchata, limonada y helados. Eran consumidores obligados de la
apreciada nieve y la cercanía del suministro resultaba fundamental.
Antes de que se hiciera la carretera a
Navacerrada en 1788, los madrileños se abastecían de los ventisqueros
del Ratón y del Algodón, próximos a Miraflores, pero a partir de ese año
comenzaron a explotarse los de la vertiente meridional de la sierra de
Guarramillas, sobre todo el de la Condesa, allá por donde nace el río
Manzanares, entre la Maliciosa y la Bola del Mundo.
Subían los neveros por el mes de marzo,
cuando los caminos y pasos de montaña empezaban a ser medianamente
transitables, y cubrían las manchas de nieve con estiércol, paja de
centeno o piornos (un matorral de ramas muy apretadas que crece en
nuestra sierra) para resguardarla del sol. Llegado el calor, desde mayo a
finales de agosto, la cargaban, apisonada y protegida con pieles,
esteras o helechos, en carros tirados por bueyes o mulas. Más de dos
horas costaba el descenso, de noche y con lobos, e incluso había que
evitar a los bandoleros de siniestro apodo, que aquí tuvieron también su
particular Sierra Morena, y luego cuatro jornadas la llegada a Madrid.
La dureza del trabajo debía ser
impresionante. Los neveros no disponían de abrigos y calzado moderno, y
trabajaban en condiciones de frío intenso transportando y acumulando la
nieve en los pozos.
INDICE EL CAFÉ COMERCIAL
Parlanchines y chismosos que somos, los
habitantes del Foro necesitábamos "inventarnos" la tertulia. Se diría
que esta institución tan arraigada en el madrileñismo existió desde
siempre, aunque crónicas e historias remontan su arranque en época de la
Ilustración, cuando las botillerías comenzaron a transformarse en
cafés. De aquella primera época fue célebre el café y fonda de San
Sebastián, en la plaza del ángel, en el que se reunía la camarilla de
los Moratines, Iriarte, Cadalso... Luego vendría la Fontana de Oro, el
Lorencini, el Café del ángel, el Café del Príncipe, el Parnasillo, el
Imperial, el Universal, el Café de las Columnas, el Café de la Montaña,
el Fornos, el Oriental, El Inglés, El Suizo, el de la Cruz de Malta, el
Café Español, el Café del Prado, el Pombo, el Castilla, El Gato Negro,
la Granja del Henar, el Gijón y tantos otros ya más cercanos en el
tiempo.
El vivir madrileño en el siglo XIX y bastante
del XX —ahora sólo como reliquia del pasado— ha girado en torno a
estos establecimientos. En ellos se ha cultivado la amistad y también la
murmuración sin límites, se han fabricado falsas noticias, se ha
traficado y negociado, se ha conspirado y derribado gobiernos, se ha
censurado lo divino y humano y se ha pontificado acerca de todos los
asuntos, especialmente los políticos, con insuficiencia, fantasía e
incompetencia.
¡Qué maravilloso invento eso del "café
con media"!, de abajo —lo castizo— o de arriba. Miguel Ramos Carrión,
autor del libreto de Agua, azucarillos y aguardiente, al que puso música Federico Chueca, nos describe la forma correcta de hacerlo... en verso:
Coge un cuchillo y después
Hoy, casi a punto de desaparecer estos viejos
cafés, nos enorgullece mantener en el barrio, en la glorieta de Bilbao,
el Comercial, inaugurado el 21 de marzo de 1887. La familia Contreras
adquirió el negocio en 1905 a su primer propietario, don Antonio Gómez
Fernández, que al parecer era un sacerdote. Arturo Contreras e Isabel
Bueno vinieron a Madrid desde Moranchón (Guadalajara), después de vender
allí sus propiedades. Eran oriundos de La Habana. Y dudaron entre
comprar el teatro Calderón o el café Comercial, pero se decidieron por
este último porque el teatro "era un espectáculo de minorías". En la
actualidad es la cuarta generación de los Contreras la que rige el
local.
Los Contreras, siguiendo los dictados de las
nuevas modas introdujeron, junto a los servicios propios del café y la
chocolatería, espectáculos y entretenimientos que amenizaban músicos y
solistas. El café era espléndido según los cronistas de la época, de tal
suerte que Marcial Guareño compuso un chotis que rezaba:
Si quiere usted tomar
Por su espejado salón, en el que parece
ignorarse el vértigo de la vida ciudadana, se van sucediendo de la
mañana a la noche los variopintos estratos de su amplia clientela:
gentes que subrayan febriles las ofertas de empleo de los periódicos,
jubilados, señoras que degustan café con tostadas al lado de jóvenes
progres, corros de estudiantes preparando exámenes, intelectuales con
gruesos libros, grupos en animada charla y solitarios leyendo la prensa,
haciendo crucigramas o hablando con interlocutores imaginarios.
Para los asiduos más veteranos, el Comercial
ya no es lo que era. Se suprimió el tabú que impedía a las mujeres
ascender los peldaños del misterioso salón de juego, donde hoy funciona
un Club de Ajedrez —ha sucumbido incluso ante la modernidad de las
pantallas gigantes de televisión y los ordenadores para navegar por
Internet ("cibercafé")—, y muchos de los prestigiosos parroquianos que
daban empaque al local huyeron del ruido y bullicio actual a otros
lugares. Sin duda que así es; pero no caen en la cuenta que el silencio
encontrado, por cuestión de ley natural, es el de los camposantos. En él
tuvieron tertulia Rafael Cansinos, Emilio Carrere, Miguel Fleta,
Antonio y Alfonso Paso, Fernando Dicenta, Jardiel Poncela, Mingote,
Ignacio Aldecoa, Tierno Galván, Berlanga...
El Comercial, escenario de novelas y
películas, se conserva casi lo mismo que el primer día y sólo ha sufrido
una reforma importante a lo largo de su centenaria existencia. En el
año 1952, uno de los Contreras, que era arquitecto, decidió cambiar los
espejos del techo por madera y sustituir los antiguos sillones y mesas
por mobiliario sobrio y funcional. También desaparecieron el estrado
para la música y una vieja escalera de caracol.
Aunque tiene otra puerta por la que se
accede a la barra del bar, para entrar como es debido hay que hacerlo
por la giratoria, que es una especie de máquina del tiempo o ruleta que
nos transporta a lo inesperado.
El recordado Joaquín Vidal, gran crítico
taurino y esporádico pero siempre enamorado cronista de la Villa, nos
retrató este ambiente del Comercial en una de sus Escenas del Madrid castizo. He aquí algunos retazos:
"En la mesa de al lado dos parejitas cortaban
tela y no era sastrería. En la de estribor, dos porfiaban mano a mano y
no había corrida. [...] Uno metía cuchara y no había olla dónde. Otro
hacía el gasto y no le costaba un duro. Todo constituía pura paradoja en
aquel Café Comercial, sito en Bilbao, que es glorieta madrileña y
castiza."
"En la glorieta jarreaba si Dios quiere
qué. Ráfagas de viento lanzaban la lluvia sobre los ventanales del
Comercial y sus chorreaduras irisaban la cristalera."
"La lluvia torrencial no discriminaba
nada y barría la luna de Ortopedia Alonso 98, en la calle de Fuencarral,
a tres pasos del Café Comercial. Luna azabache firmada por Alados,
artista de cartel; gruesos caracteres oro viejo encabezan su profusa
leyenda: ‘Alonso-Sucesor-Alfonso’. Las cosas claras."
"Los viandantes huían del aguacero. Al
doblar la esquina de Fuencarral arreció el turbión y puso al revés los
paraguas, cuyos varillajes se curvaban al viento como palmeras
enlutadas, Quién se guarecía en los soportales, quién dentro del
Comercial, donde ya no cabía un alma. Es lo usual, aunque luzca el sol.
Allí se citan los que quieren hablar, que es todo el mundo."
"Se citan temprano para encontrar mesa, piden
consumición, pagan en el acto, pegan la hebra. Hay parejitas de
enamorados que pasan allí la tarde y les ocurre de todo. Cinco horas
dándole coba a un café que les sirvieron a las cuatro generan múltiples
situaciones: proyectos mil, largos silencios, hondos suspiros... ‘¿En
qué piensas, vida?’. ‘En nada’. ‘¿Se puede pensar en nada? Tú me
engañas. ¡No estarás pensando en el cursi de Carlos...!’. Y discuten, se
enfadan, se reconcilian, ronronean..."
"Cientos de personas en animada
conversación, trasiego de clientela, tintineo de loza y cristalería,
[...] y, sin embargo, no había la batalla habitual entre madrileños.
Literatos ponderando la grandeza de sus creaciones, funcionarios sacando
la piel a tiras al ministro del ramo, jubilados haciendo el gasto sólo
por sentirse vivir, viejecitas gulusmeando chocolate espeso allá penas
diabetes, pues mientras dura, vida y dulzura, o eso sentenciaba una;
castillos en el aire, confidencias, promesas, embelecos... Y todo ello
junto apenas componía un discreto rumor. Cualquier voz extemporánea
haría girar las cabezas. Por ejemplo: ‘¡Pues te vas con el cursi de
Carlos y me devuelves el rosario de mi madre!"
"Los novios cruzaron precipitadamente el
salón, tomaron la calle y se metieron bajo la lluvia adrede, con los
aires de quien se va a suicidar cogiendo una pulmonía. ¿Tenía sentido
vivir tras lo sucedido? él pasó ante la luna azabache de Ortopedia
Alonso 98 y leyó a grandes voces, como si se hubiera vuelto orate:
‘¡Ortopédico constructor / Piernas, brazos artificiales, corsés de
celuloide, Braguerooos...!’. ‘Lo de los corsés de celuloide lo acabas de
inventar’, dijo ella. ‘¿Inventar yo? Ven aquí y mira’, repuso él
cogiéndola firmemente del brazo. Y siguió: ‘¡Tetas gordas para las
novias que las tienen chicas!’ (esto era de su cosecha). Ella le
replicó: ‘Serán chicas, pero bien que te gustan’. él le tiró un viaje
donde aludía y continuó: ‘Medallas de oro en Madrid, Zaragoza, París,
Milán / Ortopédico del Hospital Militar / Proveedor del Cuerpo de
Inválidos, Cía. De Ferrocarriles y otros’. Leído el rótulo, se fueron
calados hasta los tuétanos, pero enamorados y ya avenidos.
Evidentemente, Ortopedia Alonso 98 también arregla los corazones que se
rompen en el Café Comercial."
Lamentablemente, en Ortopedia Alonso —escenario asimismo de películas tan entrañables y recordadas como El cochecito y Te espero en el cielo—,
aunque siguió conservando su preciosa y cuidada decoración —roja, la
fachada; verde y blanco, el mostrador, las vitrinas—, desapareció la
señera luna azabache firmada por Alados, compañera de otras del interior
que pregonaban el año de fundación en el ya lejano 1896. El 15 de
diciembre de 1997 se sustituyó de manera incomprensible —no se entiende
la modernidad que buscarían— por un anodino panel verde con muy escueto
rótulo. Fue el primer indicio de una muerte anunciada, pues en el año
2009 cerró sus puertas definitivamente. Lástima que ya Ortopedia Alonso,
sucesor de Alfonso, no pueda arreglar los corazones que se rompen en el
Comercial.
La acción de La colmena, una de las
mejores novelas de Camilo José Cela, transcurre en el Madrid triste y
deprimido de 1942, en nuestro barrio de Maravillas, en el café La
Delicia, que no es otro que El Comercial de la glorieta de Bilbao. Los
doscientos noventa y seis personajes imaginarios y cuarenta reales —la
colmena— que bullen por sus páginas, sin otro nexo que relaciones
casuales o la frecuentación del Café, nos van contando sus agobios, sus
miserias y su lucha por la supervivencia en el Madrid empobrecido y
amargo de posguerra.
INDICE EN LA GLORIETA DE BILBAO, TAN CERCA DE TODO
El título de este escrito —casi un
eslogan publicitario— refleja fielmente la realidad. Quizá no haya lugar
en Madrid desde el que se pueda acudir de una manera tan fácil y rápida
a todas partes. A cines, teatros, museos, exposiciones, comercios...,
porque realmente están aquí o a dos pasos; a los distintos barrios,
áreas de ocio, estaciones de ferrocarril o de autobuses, aeropuertos o a
cualquier otro sitio, aun alejado del centro de la ciudad, con los
excelentes medios de comunicación que disfrutamos.
No ha sido siempre así, naturalmente, aunque
en Maravillas podemos considerarnos pioneros en el uso de los sistemas
de locomoción a través de los tiempos. El proceso se inició en 1542, año
en el que aparece la novedad de los carruajes descubiertos, de
propiedad o alquilados, para hacer más confortable que a lomos de
caballería el viaje de las damas. A finales del reinado de Felipe II son
ya cientos, incluso se tiene que regular su circulación.
Por esta misma época ya funcionaba en la
calle de Postas una oficina de Correos y Postas, trasladada en 1768 a la
Puerta del Sol, al edificio hoy sede de la Comunidad. Las diligencias
con el correo y viajeros salían del inmediato cuartel de Zaragoza, en
Pontejos.
También había diligencias de empresas
privadas. Desde la Red de San Luis partían las que iban a Bayona
(Francia), y desde Montera y San Bernardo las llamadas "ordinarias" (con
viajes fijos y periódicos) a las ciudades del norte. El paso por la
calle de Fuencarral era obligado para muchas de ellas antes de enfilar
la Mala de Francia, nombre que recibía el principio de la carretera de
Irún, la actual calle de Bravo Murillo.
En las últimas décadas del siglo XVIII y
primeras del XIX la red urbana experimentó cambios significativos, que
se acompañaron con mejoras en el transporte. En 1792 se creó un servicio
público de coches "diligentes" o "carruajes de punto", los populares
"simones", todos iguales y numerados, tirados por dos mulas o caballos y
guiados por un cochero vestido de librea. Fueron los antecesores de los
taxis actuales. En nuestro barrio paraban al principio de Fuencarral,
frente al Hospicio y luego en la glorieta de Bilbao.
Otro avance introducido, los carruajes
ómnibus, precedentes del tranvía y capaces de llevar treinta y seis
personas, se utilizaban para viajes cortos a las inmediaciones de la
capital.
Mientras, los coches particulares se
convertían en signo de lujo y poder. Calesas, calesines, berlinas,
carretelas, landos, clarences, victorias, faetones, breeks, dorsés,
tílburys, milores, manuelas..., causaban ya algunos problemas de
tráfico.
En 1851 se inauguró el Embarcadero de Atocha
(la estación es de 1892) con trenes entre Madrid y Aranjuez. Luego
vendrían la de las Delicias, en 1850, y la antigua del Norte, en 1859.
Marcaron el comienzo de un desarrollo espectacular de este sistema de
transporte.
El 1 de junio de 1871, la compañía Asher
Morris estrenó la primera línea de tranvías, desde el barrio de
Salamanca al desaparecido de Pozas, en Argüelles. Eran coches sobre
raíles arrastrados por dos mulas, ayudadas por otras dos de “encarte” en
las cuestas.
Los coches admitían treinta y cuatro
pasajeros, dieciséis en el interior y dieciocho en el imperial
descubierto, al que se subía por una escalera exterior.
En 1878, la Compañía de Tranvías del Norte
inició su actividad en Sol-Quevedo-Cuatro Caminos, con parte de la ruta
por Fuencarral y glorieta de Bilbao. La estación principal y cochera
estaba en la calle de Santa Engracia, esquina a Caracas, con capacidad
para dieciocho coches y cuarenta y seis mulas, más una nave destinada a
pajar y granero.
Aunque el alumbrado eléctrico empezó a
usarse en Madrid en 1893, los tranvías eléctricos no circularon hasta el
4 de octubre de 1898. Las gentes los recibieron con algazara. Incluso
debieron de intervenir los guardias para impedir que la chiquillería se
subiera a la parte trasera de los coches. Además, los trajeron de
segunda mano y motivaron la rechifla general.
La primera línea electrificada es la de
Sol-Serrano, pero al principio del siglo XX ya tiene Cuatro Caminos su
nuevo tranvía, con trayecto alternativo por Fuencarral u Hortaleza. El
cobrador, al iniciarse el recorrido, voceaba: "¡Chamberí por
Fuencarral!" o "¡Chamberí por Hortaleza!", frases que se hicieron
popularísimas.
Muchos fueron los itinerarios de los
tranvías, y algunos —¡cómo no!— entrecruzándose en nuestro barrio.
Paulatinamente se lleno la ciudad de postes, cables, "canarios"
(tranvías amarillos), "cangrejos" (rojos) y de aquel ruido tan
característico provocado por las ruedas, el chirriar de los frenos o el
chisporroteo de los troles.
Parte del solar de los antiguos
cementerios General del Norte y de San Luis se utilizó para zona de
cocheras, talleres y fábrica de electricidad de los primeros tranvías
eléctricos. El complejo ocupaba toda la actual plaza del Conde del Valle
de Súchil, cruzaba la calle de Fernando el Católico y llegaba a
Escosura.
Varias compañías explotaron la red de
tranvías, que luego, fusionadas, se unieron al Ayuntamiento en 1933, en
un consorcio de dirección mixta. A ellas se agregó también una sociedad
que puso en marcha la primera línea de autobuses en 1924. Todas pasaron
al control del Ayuntamiento en 1947, año en el que se crea la actual
Empresa Municipal de Transporte.
En 1972 efectuaron su andadura los
últimos tranvías, sustituidos poco a poco por los autobuses. A partir de
entonces, los raíles quedaron ocultos por el asfalto o se arrancaron de
la piel urbana.
Pero el salto más cualitativo en el
transporte para el barrio se produjo el 17 de octubre de 1919, fecha en
la que el rey Alfonso XIII realiza la apertura del primer tramo del
Ferrocarril Central Metropolitano de Madrid, el popular Metro, entre las
estaciones de Sol y Cuatro Caminos, según proyecto del ingeniero Miguel
Otamendi.
Seis eran las estaciones intermedias: Red de
San Luis (Gran Vía), Tribunal, Bilbao, Chamberí (clausurada en 1966 y
hoy convertida en museo), Martínez Campos (hoy Iglesia) y Ríos Rosas. Y
de ellas, ¡nada menos que dos en Maravillas!
La inauguración fue un acontecimiento en
Madrid. El recorrido que en tranvía significaba media hora, se conseguía
ya hacer en diez minutos, y a un precio muy económico: quince céntimos
de peseta en segunda clase —las había entonces— y veinte en primera. Por
la mañana, hasta las diez, se expendían unos billetes económicos de
diez céntimos.
El madrileño, con su proverbial buen sentido
del humor enseguida sacó el chiste. Se preguntaba: "¿Cuál es la
distancia más corta en el término de Madrid?". La contestación era obvia
para cualquier nacido en el foro o asimilado, que tanto monta:
"Sol-Cuatro Caminos, porque hay un metro".
Mucho ha cambiado todo desde aquellos años.
Ahora son siete las líneas de autobuses que se mueven por Bilbao,
Fuencarral y adyacentes, tres las de metro que a distinto nivel se
cruzan en nuestro subsuelo, y siguen existiendo las paradas habituales
de taxis. Pero el automóvil particular (el primero circuló en 1898
conducido por el conde de Peñalver) hoy es el verdadero protagonista de
las calles, con una vía rápida de desplazamiento en los antiguos
bulevares.
Aquel Maravillas, que a mediados del siglo
XIX se mantenía como barrio límite, pegado al campo, casi sin darse
cuenta se ha convertido en uno de los cogollitos centrales de la ciudad.
Desde aquí... al cielo.
INDICE LOS FANTÁSTICOS NEGOCIOS DE DOÑA BALDOMERA
A Baldomera, hija del escritor Mariano
José de Larra, no le dio por la literatura. Impulsada por afanes más
prosaicos, más pegaditos a la tierra, se dedicó a las grandes y un tanto
peculiares finanzas.
Tuvo un matrimonio desgraciado con don
Carlos Montemar, médico personal del rey Amadeo I, que la abandonó y
marchó a América cuando el monarca abdicó de la corona española. Poco
después, casi en la ruina, se vio en la necesidad de recurrir a
usureros, solicitando algunas cantidades de dinero y obligándose a
devolverlas con los intereses convenidos. Como muchos acudieron a
ofrecérselas, dado el prestigio que aún conservaba, vivió días de
abundancia, sin sobresaltos, sin pensar en el fin de los plazos. Nadie
sabía —acaso sí su fiel secretario Saturnino Iglesias— que con el
efectivo de unos pagaba las amortizaciones de los otros.
Sin embargo, tan ingenuo y sencillo plan no
fue suficiente para las aspiraciones económicas de doña Baldomera, que
ya tramaba un fantástico y colosal negocio que la convertiría a ella
misma en prestamista. Así, ni corta ni perezosa, fundó en la plaza de la
Paja, en el antiguo palacio de los Vargas, el Banco Popular de
Imposiciones, la llamada Caja de los Pobres, que pronto, ante el
éxito obtenido, amplió con una sucursal en la calle de Fuencarral,
esquina a la glorieta de Bilbao. Era el año 1876, época en que se
edificaba sobre el enorme solar dejado por el antes palacio y luego
Parque de Artillería de Monteleón y surgía el nuevo Chamberí. Muchas
posibilidades de enriquecerse para una trapisondista como doña
Baldomera.
Al no requerir la hábil financiera ningún
tipo de aval, salvo la presentación de alguna alhaja o contrato de
arrendamiento, gentes humildes de estos barrios castizos obtuvieron
préstamos para abrir talleres, tiendas de ultramarinos, mercerías,
droguerías y muy diversos comercios. No se daban cuenta —incautos— que
el compromiso firmado exigía unas condiciones de reintegro imposibles de
satisfacer. Al final, negocios, alhajas, casas y locales pasaban a
poder de la banquera, que rápidamente transformaba en jugosas ganancias.
Pero el verdadero lucro fue con los
impositores, a los que sedujo con la existencia irreal de unas minas
establecidas según la fantasía de doña Baldomera en América. Pagaba
fuertes dividendos todos los meses por adelantado, sacándolos de las
propias imposiciones de los pequeños e ilusos ahorradores.
Su capital creció de tal manera que se
decía que era dueña de veintitantas casas en los barrios nuevos, de
cuatro dehesas en Extremadura y de hasta un palacete en París.
El descalabro vino acabando el año, en el
mes de diciembre, cuando algunos quisieron retirar los depósitos. Se
rumoreaba que no había fondos, que las minas eran una engañifa, que no
serían abonadas las rentas de enero. Incluso varios grupos de exaltados
intentaron asaltar las oficinas. No ocurrió nada; allí hallaron a doña
Baldomera sonriente y tranquila, negando las habladurías.
Los nerviosismos se desvanecieron aquella
noche al ocupar la señora, elegantísima y deslumbrante, su habitual
palco de platea en el teatro de la Zarzuela. Todo parecía volver a la
normalidad..., mas, apenas terminada la función, regresó a casa y a la
mañana siguiente tomaba un tren a Francia, ¡con un equipaje de casi
siete millones de reales!
El mutis provocó un tremendo escándalo.
Muchos lloraron por la pérdida de sus caudales y otros rieron a
carcajadas al descubrirse el pastel. Fue tal la repercusión, que se
acuñó el término de baldomerismo para aplicarlo a la actividad de
aquellos desaprensivos —siempre los hay— que se dedican a arramplar con
el ahorro de cuantos inocentes encuentran en el camino.
Transcurridos dos años, no pudo vencer la
nostalgia y regresó a Madrid. La Audiencia la condenó a seis años y un
día de prisión mayor. Sus colaboradores fueron absueltos. Baldomera lo
sería poco después, gracias a una campaña de recogida de firmas, donde
participaron desde gente sencilla hasta aristócratas.
Peor fue para ella la condena del clan encabezado por sus hermanos Luis Mariano y Adelaida (la dama de las patillas),
también ésta célebre por su romance con el rey Amadeo. Ellos condenaron
a Baldomera de por vida, negándole todo trato con la familia.
Fue doña Baldomera Larra la autora del primer
fraude piramidal de que se tiene noticia. Después vendrían los casos de
Sofico, Gescartera, Fidecaya, Fórum Filatélico, Afinsa y el entramado
financiero de Bernard Madoff, entre otros.
INDICE VIENA CAPELLANES, LA TAHONA DE PÍO BAROJA
Don Pío, quizá el novelista más notable
del siglo XX en España, nació en San Sebastián en 1872 y murió en Madrid
en 1956. Después de fracasar en el intento de seguir ejerciendo la
carrera de Medicina —lo hizo durante breve tiempo en Vera de Bidasoa y
Cestona—, se encargó de la dirección y administración de una tahona en
Madrid, propiedad de la familia, la hoy famosa y centenaria Viena
Capellanes, entonces en la calle del Maestro Vitoria, antigua de
Capellanes, por las espaldas de El Corte Inglés de Preciados.
La tahona había sido fundada en 1873 por
Matías Lacasa, introduciendo en Madrid un tipo de pan que se producía en
Viena, la capital del entonces Imperio Austro-húngaro, un pan muy
distinto al de candeal. Se trataba, claro, del pan de viena, que patentó
y fabricó en exclusiva durante diez años y que podía venderse en piezas
pequeñas. A la muerte de Matías, que no tenía hijos, fue cuando su
viuda, Juana Nessi, pidió ayuda a sus sobrinos nietos Pío y Ricardo
Baroja.
Pero tampoco esta función pareció agradar a
don Pío, que no lograba encarrilarse profesionalmente. Tres factores
derrumban su ilusión: las inacabables dificultades financieras de una
industria pequeña y mediocre, las continuas exigencias laborales de los
obreros, en una época de gran agitación social, y las burlas de los
propios compañeros de literatura y periodismo, cuyos cenáculos ya
frecuentaba con asiduidad. Coincide la situación con la publicación de
su primer libro, Vidas sombrías, en 1900. Así, con nuevos
anhelos, decidido a seguir escribiendo, vendieron los Baroja el negocio a
un dependiente suyo, Manuel Lence, que sí supo estar —y con éxito— al
frente de la empresa.
La tahona se trasladó luego a Martín de
los Heros, donde permanece, y con el tiempo otras sucursales irían
surgiendo por la ciudad, entre ellas la nuestra de la calle de
Fuencarral, todas con una preciosa fachada en madera, muy parisina, y
exquisito y lujoso interior.
La repostería Viena Capellanes tiene el honor
de haber sido el horno que inició el reparto de pan con camionetas, en
sustitución de los tradicionales carros de mulas o de los mismos hombros
y brazos de los operarios.
En la actualidad, los panes de antaño se han tornado en deliciosa dulcería, que se distribuye en modernas y rápidas furgonetas.
Las doradas pastas, los crujientes hojaldres,
los pastelillos diversos, los rellenos, la bollería..., ¡humm!, huelen y
saben a gloria, lo que presupone segura presencia en los festines de
los paraísos celestiales.
El Café Restaurante Viena, en el número 23 de
la calle de Luisa Fernanda, también pertenece a la cadena regentada por
los Lence. Fue abierta en 1928 e inmediatamente descubierta por los
estudiantes; ahora, renovada, es un lugar refinado y de postín para
gente que gusta de la música clásica.
INDICE LOS CINES
El cinematógrafo, arte nuevo, maravillosa
fábrica de sueños, llegó a Madrid al año siguiente de su presentación
en París por los hermanos Lumiere. El día de San Isidro de 1896, en el
hotel Rusia, en la esquina de la Carrera de San Jerónimo con Ventura de
la Vega, se muestra al público la reciente invención. La expectación y
entusiasmo que despertó fueron tan enormes que las sesiones tienen que
ser diarias. Las películas son cortas: Salida de los obreros de la fábrica Lumiere, Llegada de un tren a la estación, Batalla de nieve... El éxito hizo que la gente acortara pronto el nombre de cinematógrafo y lo dejara sólo en cine.
En el Salón Actualidades, en el número 4 de la calle de Alcalá, se pone ese mismo año la primera cinta española, Salida de la misa de doce del Pilar de Zaragoza,
filmada por el feriante Eduardo Jimeno, pionero en el rodaje y en la
exhibición por pueblos y ciudades, como un espectáculo más de sus
atracciones.
Poco después, empiezan a aparecer en
distintos solares barracones de madera para la proyección de esas
películas mudas de forma continuada, proyección que necesitaba
generalmente de la ayuda de un "explicador" y de un pianista para
describir y ambientar los diversos lances de la acción. Y el primero de
estos barracones en Madrid, ¡nada menos que el Palacio de Proyecciones
Animadas Maravillas!, se monta en 1899 en la calle de Fuencarral,
esquina a Sandoval, donde antes había existido un teatro llamado también
Maravillas, dedicado a las variedades y al género chico. Su propietario
era Eduardo Jimeno.
Este local se mantiene abierto hasta 1912,
año en que los Jimeno construyen un nuevo cinematógrafo justo en la
acera de enfrente, en terrenos del luego cine Bilbao, después convertido
en Bristol, pero cerrado en 2004. Constaba de bar y terraza donde se
instalaba la pantalla y el proyector para las noches estivales. Durante
el resto de los meses se utilizaba una caseta cubierta.
Lo de los recintos de madera formaba parte
del tipismo de la hoy glorieta de Bilbao. Allí se almacenaban antaño las
nieves del invierno que enfriaban la horchata, el agua de cebada y la
limonada del verano. La cercanía de estos depósitos, los Pozos de la
Nieve, hizo que desde el siglo XVII proliferaran por las proximidades
aguaduchos y ventorrillos, quioscos y chiringuitos que con el tiempo
generarían una zona de atracciones de feria, carpas y barracones como
éstos de los Jimeno.
Se abrieron otros. En la misma calle de
Fuencarral, esquina a Olid, se inaugura en 1908 un cinematógrafo
diseñado por el arquitecto Joaquín Pla. Se trataba de un pabellón de
madera de 143 metros cuadrados con cubierta de cartón y lona embreada y
amplia terraza para el verano. Sería el embrión del cine Proyecciones,
ahora totalmente renovado desde 2004. La antigua sala fue clausurada en
1999 por hundimiento parcial.
También a principios del siglo XX, el Coliseo
Ena Victoria, en la calle del Pez esquina a San Bernardo, que ardió y
el incendio sirvió de acicate para que se diseñaran normas de seguridad
para aquellos locales.
Muy efímeros fueron el Cinematógrafo X,
en la glorieta de Bilbao, en el solar del edificio de El Ocaso; el
Molino Rojo, en la calle de Luchana, que figuró una temporada como
Olímpic Cinematograph, y dos teatrillos en la calle de Sagasta, el Nuevo
y el de la Infancia, que alternaban las variedades y guiñol con el
cine.
Algunos nacieron con vocación exclusivamente
veraniega, incluso con sillas extendidas en la misma calle, que así era
Madrid entonces. De esta guisa los teníamos en la plaza de Santa
Bárbara, en la calle del General álvarez de Castro y en Ríos Rosas.
Relativamente cerca estaba el que se instalaba por los años veinte y
treinta del pasado siglo en el paseo de Recoletos, con la particularidad
de tener la pantalla en el centro y sillas a ambos lados. Los
espectadores del lado bueno pagaban diez céntimos, y los que veían la
película al revés, con todos los personajes zurdos, una perra chica
En el año 1927 se rueda el primer film sonoro, El cantor de jazz,
y por esta época empiezan a surgir las monumentales salas que nos
asombraron de pequeños, con sus vertiginosas alturas donde colgaban
lámparas inaccesibles, con sus terciopelos falsos y escayolas doradas,
con un lujo entre tronado y austrohúngaro.
Dicen que entre 1930 y 1960 se produjo el
único y auténtico cine. Por fin estábamos ante un espectáculo total, y
famosas películas, directores, actrices y actores se convirtieron en
verdaderos mitos, estrellas —a veces fugaces— de un firmamento virtual
de emociones y ensoñaciones.
Decenas de cines cercanos a casa —muchos
desgraciadamente ya desaparecidos— se concentraban en un espacio mágico
que comprendía todo Chamberí y la calle de Fuencarral con sus
alrededores. Los de la Gran Vía no nos pertenecían; demasiado postín,
demasiado “piticlís” e inaccesibles para nuestros arruchados bolsillos
juveniles.
éstos eran los de estreno, los de lujo: el
Conde Duque (antes Flor), ya totalmente renovado, en la calle de Alberto
Aguilera; el Amaya, en General Martínez Campos, transformado en teatro;
el Fuencarral (cerrado desde 2004, y derribado su antiguo edificio),
Proyecciones, Paz, Roxy A, Roxy B, Bilbao (después Bristol y ya cerrado)
y el desaparecido Drugstore Cinema, en la calle de Fuencarral; el
Luchana y Palafox, en la calle de Luchana, y el teatro María Cristina,
en Manuel Silvela, muy rápidamente abatido por la piqueta. Más
recientes: los Minicines, en Fuencarral; el Multicine Picasso, en
Francisco de Rojas, y los cines Luna, en la plaza de Santa María Soledad
Torres Acosta, todos cerrados.
Y sin olvidar aquel invento de las salas
especiales de arte y ensayo: el Pequeño Cine Estudio Magallanes, al
principio de la calle de Magallanes; el Galileo, en la calle Galileo; el
Rosales, en la calle de Quintana; el California (cerrado durante unos
años y luego felizmente recuperado), en Andrés Mellado, y el
desaparecido Urquijo, en Marqués de Urquijo. Otro, de curioso nombre, La
Enana Marrón, es un experimento de hoy en la Travesía de San Mateo.
Pero los realmente nuestros eran los de
reestreno y de programa doble en sesión continua, de precio módico,
palacios de las pipas y luego de las cotufas: el Princesa, en la calle
de la Princesa; el Emperador, Españoleto y Apolo, en Fernández de los
Ríos; el Iris, en Guzmán el Bueno; Bulevar, en Alberto Aguilera;
Vallehermoso, en Donoso Cortés; Magallanes, en la calle de Magallanes;
Quevedo y Cartago (Ahora Verdi, sala especial en versión original) en
Bravo Murillo; Voy, en General álvarez de Castro; Cinema Chamberí, en
Ponzano; Chamberí, en la glorieta del Pintor Soroya (Iglesia); Cinema
Teatro El Cisne (luego Chueca), en la plaza de Chamberí Espronceda, en
Alonso Cano; Alvi, en Santa Engracia; Metropolitano, en Reina Victoria,
Regio, en Raimundo Fernández Villaverde; Madrid-Cinema (como inicial
dedicación del antiguo teatro Maravillas), en Malasaña; Cine X y
Alexandra, en San Bernardo; Alfil, en la calle del Pez; Dos de Mayo, en
Espíritu Santo; Alhambra, en Divino Pastor; Cervantes, en la Corredera
Baja de San Pablo; Barceló (transformado ahora en la discoteca Pachá),
en la plaza de Barceló Benavente, en la plaza de Vázquez de Mella;
Infantas, en la calle de las Infantas, y, para terminar —acaso alguno
halla quedado en el olvido—, el Príncipe Alfonso y el Colón (antes
Royalty), en Génova.
Fueron estos cines escuela de cinéfilos
pobres, albergue para gentes sin techo en busca de calor, santuario de
escolares absentistas y refugio de parejas ajenas a la proyección. El
estado de los filmes a veces sembraba la duda de los espectadores, que
no sabían si los cortes se debían a la acción de la censura o al mal
estado de conservación. Pero la fiel parroquia todo lo soportaba,
incluso el aperitivo del No-Do y las sucesivas fumigaciones con aroma de
"ozonopino" que los acomodadores, investidos de autoridad por su
marcial uniforme y su indiscreta linterna, repartían sobre las cabezas.
Por estas pantallas corrieron Charlot y el Gordo y el Flaco, nos reponían por Semana Santa una y otra vez El Judas y Molokai,
por ellas galoparon miles de indios y vaqueros, conquistaron los héroes
a sus amadas, Tarzán defendió a los animales de la selva, los malos
acabaron en chirona, desembarcaron los aliados en Normandía y más de una
folclórica nos deleitó con sus gorgoritos, pues eso sí, salvo
excepciones, en esas salas sólo se pasaban películas sencillas y sin
ningún tipo de complicación, que únicamente sirvieran para entretener:
de risa, del oeste, de amor, de romanos, de aventuras, de policías, de
espías, de guerra, españoladas... y quizá alguna de Fu-Manchú.
INDICE LAS FÁBRICAS DE ELECTRICIDAD
Cuando en 1869 empieza a ponerse en
práctica el llamado Plan Castro o Ensanche de Madrid, estaba previsto
que la parte más antigua y castiza del entonces arrabal de Chamberí,
conocido también como Afueras de Maravillas, constituyera una zona mixta
de viviendas para las clases trabajadoras y de asentamiento fabril e
industrial. Y así, en los albores de la aplicación del gran
descubrimiento de la energía eléctrica, surgen por los alrededores de
nuestro barrio algunas de aquellas pioneras y peculiares "fábricas de
electricidad", cuya propiedad y explotación estuvo siempre en manos de
arriesgados y emprendedores empresarios particulares, con carácter
local, sin interconexión ni coordinación entre unos y otros. Con el
tiempo vendrían las concentraciones, nacionalizaciones o privatizaciones
según los vaivenes políticos, la unificación de tensiones y el cambio
de la corriente continua inicial por la alterna, para hacer posible su
transporte a larga distancia.
Aunque los experimentos eléctricos se
remontan al año 640 a. d. C., son primordialmente los inventos del siglo
XIX los que propician el salto a la modernidad: la pila de Volta, la
lámpara de arco voltaico de Davy, el principio de las máquinas
eléctricas de Faraday, el telégrafo de Morse, el acumulador de Planté,
el teléfono de Graham Bell, la lámpara incandescente de Edison, la
locomotora y el tranvía eléctricos desarrollados por la Siemens, el
transformador de Zipemonsky y Deriblatky, el cine de los hermanos
Lumiere, la radio de Marconi, el tubo fluorescente de Moore, el motor
industrial trifásico de Ferrary, Bradley y Hasewander...
El principal empleo a gran escala de esta
incipiente forma de energía fue para el alumbrado público y privado.
Aquí en Madrid, una de las primeras veces que se utiliza la iluminación
por arco voltaico es en 1858, en la inauguración del abastecimiento de
agua por medio del Canal de Isabel II. Con tal motivo se emplazó una
fuente en la calle de San Bernardo, frente a la iglesia de Montserrat,
con un potente foco que "transparentaba el agua que caía en menuda y
rizada espuma", según decían las crónicas de la época.
En 1878, para realzar la boda de Alfonso
XII, se ponen farolas con lámparas eléctricas en la Puerta del Sol,
alimentadas con una dinamo accionada por máquina de vapor e instalada en
la Casa de Correos, sede ahora del gobierno de la Comunidad de Madrid.
Por los años noventa del siglo XIX son ya
varias las fábricas de electricidad. En las cercanías de Maravillas,
tras el intento fallido de Isaac Peral de abrir una en la calle de
Génova (murió antes de que el proyecto viera la luz), nace en 1896 la
Sociedad de Electricidad de Chamberí, fundada por don José Batlle en el
número 1 de la calle de Trafalgar, c/v a Palafox, y con un capital de un
millón de pesetas que pronto se eleva a tres. Disponía de máquina de
vapor y de tres dinamos de 150 CV de potencia, capaces de suministrar
energía a cinco mil luces o más.
En el campo de la tracción eléctrica, esta
empresa habilitó otra factoría en 1899 en el número 53 de Zurbano. Allí
producían unos acumuladores del sistema Tudor con los que equipaba unos
coches eléctricos de la casa Pope de los EE. UU.
El edificio de Palafox, en el número 4, naturalmente muy renovado, mantiene sólo hoy una subestación de Iberdrola.
En 1897, don Enrique Bravón y Granjer,
director de la Sociedad de Tranvías de Madrid, da la orden para la
construcción de una central de electricidad según planos de don José
López Salaverry, entonces arquitecto municipal. Estaba junto a la
iglesia de los Dolores, taponando la calle de Rodríguez San Pedro y
adosada a la cochera de los tranvías que se extendía por toda la actual
plaza del Conde del Valle Súchil.
Justo al lado, en la esquina de la misma
calle de Rodríguez San Pedro con Magallanes, se encontraba la
subestación de la Hidráulica Santillana, que entró en funcionamiento en
1902. La energía, procedente de la central de Navallar, en el río
Manzanares, por Colmenar Viejo, ofrecía la novedad de ser la primera de
origen hidráulico que utilizaban los madrileños.
La corriente alterna trifásica, de 15.000
voltios, penetraba en Madrid por las calles de Vallehermoso y Fernando
el Católico y en la subestación los transformadores la rebajaban para el
consumo. Sus primeros abonados fueron el Palacio Real y la Sociedad
Eléctrica de Chamberí, en Palafox, que instaló unos convertidores
rotativos para transformarla en corriente continua.
Antes, finalizando el siglo, surge la
Compañía Eléctrica Madrileña de Alumbrado y Fuerza, promovida por la
Sociedad Continental para Empresas Eléctricas domiciliada en Nuremberg.
Se establece en la gran manzana que forman las calles de Manuel Cortina,
Manuel Silvela, Nicasio Gallego y Francisco de Rojas, frente a la ya
derribada capilla neogótica del asilo de Jesús de San Martín de la calle
de Luchana. Era un imponente bloque de ladrillo, con algunas trazas
igualmente de neogótico industrial, equipado con dinamos movidas por
tres máquinas de vapor de 800 CV de potencia y dos de 1200 CV. La
inversión rondó los doce millones de pesetas.
Esta entidad pasó rápidamente a poder de la Compañía General Madrileña de Electricidad, La Madrileña,
con capital totalmente español, que venía operando desde años atrás. Y
en 1912, con la absorción de varias sociedades impulsadas
posteriormente, se crea la poderosa Unión Eléctrica Madrileña (U. E.
M.), que aquí, en Manuel Cortina, monta años después una enorme
subestación gemela a la ya desmantelada de la calle de Alburquerque,
esquina a Palafox.
Hoy, desaparecida la antigua nave
industrial de Manuel Cortina, su lugar lo ocupa un moderno inmueble a
las espaldas del monumento a los Saineteros, pero que en los sótanos
alberga la subestación (ahora de Unión Fenosa).
Hubo otras pequeñas fábricas de electricidad
en el barrio, como la puesta en marcha en 1888 en el teatro Lara, en la
Corredera, que alimentaba también una reducida red en las proximidades.
Curiosamente, la primera iglesia que dispuso
de alumbrado eléctrico fue, en 1892, la del convento de la Madres
Mercedarias de don Juan de Alarcón, en la calle de la Puebla, con la
instalación conectada a una batería de acumuladores.
INDICE CENTRAL TELEFÓNICA DE JORDáN
En 1878, apenas un par de años después de
la invención del teléfono por Graham Bell, Emilio Rotondo y Nicolau y
su socio Arturo Soria presentaban la primera solicitud para implantarlo
en Madrid, con una red de no más de cien abonados.
En 1884 se hace cargo el Estado de la
distribución telefónica, pero casi inmediatamente pasa de nuevo a manos
privadas y es don Ivo Boch y Puig, con su Sociedad de Teléfonos de
Madrid, quien obtiene la licencia en la capital.
En 1895 nacía la Compañía Madrileña de
Teléfonos, que durante décadas prestaría su función desde el centro de
Puerta del Sol-Mayor, aumentado luego con los de Salamanca-Hermosilla y
Jordán.
En 1900 se vuelve a la nacionalización,
aunque sólo en las conexiones interurbanas, pudiendo las sociedades
particulares seguir con las redes urbanas.
La central telefónica de la calle Jordán,
en el número 8, a unos pasos de la calle de Fuencarral, inicia su
andadura en 1917. Costaba de dos plantas de 245 metros cuadrados cada
una y un sótano, con líneas capaces para 3.480 abonados y una plantilla
de ochenta y siete operadoras dirigidas por la señorita Julia Benito.
Las salas de descanso de las telefonistas estaban amuebladas con
sillones de mimbre y disponían de un hornillo eléctrico doble y todo lo
relacionado con la preparación de café, té o tila que se ofrecía a las
empleadas por cuenta de la Compañía.
En 1924, ante las críticas que suscita el
obsoleto servicio telefónico, sin coordinación entre las distintas
empresas locales o regionales adjudicatarias y con mucho atraso respecto
a otros países europeos, prospera lo que ya venía fraguándose tiempo
atrás, la concesión del monopolio a la Compañía Telefónica Nacional de
España, fundada ese mismo año y en la que participan un consorcio de
banqueros españoles encabezados por don Estanislao Urquijo, que es
nombrado presidente, el Estado y la corporación americana ITT
(Internacional Telegraph and Telephone), que aportaba la mayoría del
capital y la tecnología.
Cuando la central de Jordán entra a
formar parte de la CTNE, es la segunda en importancia tras la de Mayor.
Sus recursos entonces eran de veintinueve cuadros de ciento veinte
números, tres cuadros de reserva y un enlace interurbano con dos
locutorios. Y poco después, el 29 de diciembre de 1926, el rey Alfonso
XIII inaugura allí el primer equipo para llamadas automáticas, dotado
con un sistema Rotary 7-A fabricado por la Standard Eléctrica, que ese
año emprendía su producción industrial en Madrid.
Simultáneamente se realiza la puesta en
marcha de la central de Gran Vía, montada provisionalmente en un
inmueble lindero con el que sería la futura sede de la Compañía, esquina
a Fuencarral.
En 1945 las acciones de la ITT fueron
adquiridas por el Estado, y es así el Gobierno el que controla la
Telefónica hasta su privatización en 1997.
Antes, al principio de los setenta, al
quedar pequeña la antigua casa de Jordán —en su lugar existe ahora un
bloque de viviendas—, se construye un edificio justo enfrente, en el
número 11, moderno y funcional, que es el que aloja hoy las
instalaciones.
INDICE CALLE DE LA BENEFICENCIA
Va esta calle desde la de Fuencarral a la
Serrano Anguita, atravesando la de Mejía Lequerica. A ella daba la
fachada lateral del antiguo Hospicio (hoy Museo de Historia), y a ello
se debe el actual nombre. Antes se llamó de San Benito. Aquí tuvo su
finca con amplios jardines doña Estefanía de la Cerda, que protegió al
pintor Vicente Carducho, para el que instaló un estudio en su propia
residencia.
Son varios los edificios y lugares de interés
en la calle de la Beneficencia, hoy peatonalizada. A la entrada, a la
izquierda, como ya hemos citado, nos encontramos con el lateral del
antiguo Hospicio, levantado entre 1721 y 1726 y en el que intervinieron
arquitectos como José de Arroyo, Felipe Sánchez, Teodoro Ardemans,
Filippo Pallotta, Francisco de Sevilla o el gran Pedro de Ribera, al que
se debe la fachada a Fuencarral y su portada barroca, que es monumento
nacional y sin duda una de sus obras maestras. En tiempos, las tapias
del Hospicio llegaban hasta la calle de Mejía Lequerica.
Frente a este lateral del Hospicio se
encuentra un bello edificio muy dignamente restaurado en el que hay una
placa donde reza que allí vivió y murió el gran músico José Serrano, el
autor de La Reina mora, La Dolorosa, La canción del olvido, Los claveles y tantas otras obras de nuestro género lírico.
Sigue un pasaje con una historia curiosa,
pues abierto en un solar entre las calles de la Beneficencia y San
Mateo, un guasón ciudadano y quizá vecino del barrio decidió
adjudicárselo en 1999 colocando él mismo una placa con su nombre: Pasaje
de Modesto Martínez. Y así es conocido popularmente, aunque es dudosa
la pervivencia oficial de la nomenclatura.
A continuación está el clausurado Instituto
San Mateo, del que se habló en su momento en los medios de comunicación
porque era el centro elegido por la Comunidad de Madrid para instalar un
colegio bilingüe de catalán. Después ha sido utilizado como sede
provisional de otras instituciones escolares en obras, y como Centro de
Educación de Adultos.
En el número 8 se levanta el palacio de
los duques de Veragua, construido entre los años 1860 y 1862 por el
arquitecto Matías Laviña, con fachada también a la calle de San Mateo.
El proyecto original consistía en un edificio con diseño clásico de dos
alturas, rematado en su parte central por un templete con columnas. A
los duques no les gustó mucho la composición final de la fachada, por lo
que al mismo tiempo que concluían las obras del proyecto original, se
volvió a pedir licencia al ayuntamiento (1861) para añadir un piso más
al palacio y así conseguir que el templete quedara a la misma altura que
el resto de la fachada. No obstante, para destacar la singularidad del
templete se remató con un frontón clásico, cuyas trazas proyectó el
mismo Matías Laviña y se encargó de construir Luis Martín y Menéndez.
Durante la segunda mitad del siglo XX el palacio se convirtió en la sede
del Servicio Nacional de Productos Agrarios (hoy Fondo Estatal de
Garantía Agraria).
El Museo Romántico tiene entrada por la calle
de San Mateo (la principal) y por la de Beneficencia (número 14). En
1924, Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, II marqués de la Vega-Inclán,
convirtió el que había sido palacio del marqués de Matallana en museo,
donando para tal efecto su colección personal de muebles, cuadros,
porcelanas, libros, y otros interesantes recuerdos de los personajes,
escritores y artistas de aquella agitada época romántica. Entre los años
cincuenta y setenta del pasado siglo por la puerta de Beneficencia se
accedía al Museo Nacional de Teatro, que posteriormente sería trasladado
a lo que hoy es el Reina Sofía, antes de recalar definitivamente en
Almagro.
En esta acera de la derecha se encuentra
también, en el número 18, la Iglesia Anglicana de Madrid, neogótica, con
dos bloques de dependencias en ladrillo a los lados, construida entre
1892 y 1893 por el arquitecto Enrique Repullés Segarra. Su inauguración
fue bastante problemática por la intolerancia religiosa de la sociedad
de entonces. Diversos prelados incluido el Arzobispo de Toledo
protestaron enérgicamente contra la apertura de la capilla y acordaron
establecer a cada lado dos escuelas católicas para contrarrestar sus
perniciosos efectos.
Si retomamos de nuevo la acera de los
impares, tras el Museo de Historia se encuentran los Jardines del
Arquitecto Ribera, la trasera del grupo escolar Isabel la Católica y el
complejo arquitectónico que ha sustituido al antiguo mercado de Barceló,
con galería comercial, viviendas y equipamientos deportivos y
culturales, todo ello en terrenos del antiguo Hospicio.
Cruzando la calle de Mejía Lequerica, la
ruinosa casa palacio del Marqués de Ustáriz, del siglo XVIII, que tenía,
al parecer, interiores lujosísimos y un bello jardín. Sus bajos
alojaron diversos establecimientos comerciales, una comisaría durante la
posguerra y hasta una vaquería. Y enfrente, la antigua y suntuosa sede
de Papelera Española (luego lo fue de Fuerza Nueva, la asociación
política que creara Blas Piñar, y de una prestigiosa firma de abogados)
reconvertida ahora en un hotel de lujo.
Como un hito del pasado, permanece hacia la
mitad de la calle, en el número 12, la droguería de Ubaldino González
Sastre, donde además de todos los productos modernos de limpieza y
perfumería aún se pueden encontrar estropajos de esparto, escobas de
palma (de las de palo o caña) o hasta trampas para ratones.
INDICE CALLE DE BARCELÓ
Va desde la calle de Fuencarral a la de
Mejía Lequerica, bordeando los Jardines del Arquitecto Ribera. El marino
mallorquín don Antonio Barceló, nacido en 1717, luchó eficazmente
contra los piratas argelinos. Participó en 1782 en el asedio a Gibraltar
y tomó parte en otras batallas navales con la escuadra española. Murió
en 1791. De ser un simple marinero, por méritos de guerra llegó a
alcanzar el grado de teniente general de la Real Armada Española. Sus
hazañas marineras inspiraron a no pocos escritores por lo arriesgadas y
al borde de la fantasía. Y por supuesto a ese dicho popular: "Ser más
valiente que Barceló por la mar".
Esta calle fue abierta en 1869 en terrenos
del antiguo complejo de los Pozos de la Nieve (entonces al límite de la
ciudad), que a partir del Hospicio (hoy museo de Historia), ocupaba el
amplio espacio de las actuales manzanas que median hasta la glorieta de
Bilbao y Mejía Lequerica. En el siglo XVII hicieron opulento a Pablo
Charquias, su explotador, que abastecía de este artículo, traído en
carros desde la sierra, a los madrileños.
A la entrada desde Fuencarral, a la derecha, y
junto a la boca del Metro de Tribunal, se encuentra el ya citado Museo
de Historia, antiguo Real Hospicio General de Pobres del Ave María y San
Fernando. Fue construido entre 1721 y 1726 y en él intervinieron
arquitectos como José de Arroyo, Felipe Sánchez, Teodoro Ardemans,
Filippo Pallotta, Francisco de Sevilla o el gran Pedro de Ribera, al que
se debe la fachada a Fuencarral y su portada barroca, que es monumento
nacional y sin duda una de sus obras maestras. En tiempos, las tapias
del Hospicio llegaban hasta la calle de Mejía Lequerica.
Sigue por ese mismo lado el amplio espacio de
los Jardines del Arquitecto Ribera, en terrenos del antiguo Hospicio,
con la magnífica Fuente de la Fama —obra también de Pedro de Ribera— hoy
con cerramiento de verja metálica sobre poyete para evitar los desmanes
de los que por aquí pululan en los "botellones" de fines de semana. Fue
encargada por el rey Felipe V y se ejecutó entre 1738 y 1742 en un
estilo claramente churrigueresco. Está formada por un pilón circular en
donde se puede ver una alegoría de la Fama acompañada de delfines, y
rodeada de niños, conchas y hornacinas con floreros. Su enclave original
fue la plaza de Antón Martín, razón por la cual fue conocida
inicialmente como Fuente de Antón Martín; tuvo una breve permanencia en
el Parque del Oeste y, en el año 1941, fue trasladada al actual
emplazamiento. Se financió mediante una subida de impuestos, aspecto que
quedó reflejado el día en que fue inaugurada, con la instalación de un
letrero, colocado a iniciativa popular: Deo volente, rege survente et populo contribuiente (Dios lo quiso, el rey lo mandó y el pueblo lo pagó).
En los jardines también se encuentra el monumento a Mesonero Romanos, que antes estuvo en el paseo de Recoletos.
En tiempos pasados hubo un kiosco de
bebidas que instalaba su amplia terraza de verano entre el follaje.
Desgraciadamente desapareció cuando se hizo un parking subterráneo. Y
también fueron clausuradas las entradas a un urinario público en el
subsuelo, aunque se mantienen las verjas artísticas que lo amparaban.
Pedro de Ribera (Madrid 4 de agosto de
1681 - Madrid, 1742) fue discípulo de José Benito de Churriguera, y
siguiendo la estela de su maestro, llevó a su pleno desarrollo los
principios del barroco más exaltado. Dotó a la capital de España de
puentes, palacios, fuentes monumentales, iglesias y todo tipo de
edificios públicos, muchos de los cuales, además de los ya citados, aún
pueden contemplarse, como la ermita de Nuestra Señora del Puerto, el
Cuartel del Conde-Duque, el Puente de Toledo, la iglesia de Nuestra
Señora de Montserrat o la iglesia de San Cayetano.
Lindando con los Jardines del Arquitecto
Ribera se alza el colegio público Isabel la Católica, construido entre
1931 y 1932 —en tiempos de la Segunda República— por los arquitectos
Antonio Florez Urdapilleta por parte del Ministerio de Instrucción
Pública y Bernardo Giner de los Ríos como supervisor del Ayuntamiento.
La inauguración se realizó el 11 de febrero de 1933. Entonces recibió el
nombre de Pablo Iglesias y era mixto, como ahora. Durante la Guerra
Civil sirvió para alojar evacuados de Extremadura y Toledo y como
hospital de la zona roja. Con esta misma función siguió en la posguerra
—en este caso para servicio del ejercito vencedor— hasta 1949, año en el
que fue devuelto a las autoridades educativas. Mientras, se había
suprimido la coeducación, contraria según decía la orden del BOE "a los
principios religiosos del Glorioso Movimiento Nacional", y el antiguo
colegio Pablo Iglesias pasó a llamarse José Antonio Primo de Rivera,
aunque con sede provisional en el palacio que perteneció al conde de
Villagonzalo, en la plaza de Santa Bárbara, mientras que la sede propia
estuviera ocupada por los militares.
Muestra el colegio una elegante fachada
propiciada por la importancia de su cometido en la época. El interior,
modélico en su momento, tiene espaciosos pasillos y amplias aulas con
grandes ventanales, que llegan casi hasta el techo. Es de aspecto muy
similar a los edificios escolares creados en esos años, muchos de ellos
con autoría de Antonio Florez, muy ligado a la Institución libre de
Enseñanza, y del que la antigua Residencia de Estudiantes es su obra más
paradigmática.
A continuación se levanta el enorme
complejo que ha venido a sustituir al antiguo mercado de Barceló y a
otras instalaciones municipales, realizado por los arquitectos Enrique
Sobejano y Fuensanta Nieto, con galería comercial, viviendas y
equipamientos deportivos y culturales.
Está el edificio distribuido en tres niveles,
más una cuarta planta destinada a uso comercial distinto del mercado.
En el frente sobre la calle Mejía Lequerica, integrado por dos volúmenes
superpuestos, se ubican el mercado y un polideportivo, éste de uso
público y compartido con los alumnos del lindero colegio de Isabel la
Católica, que tienen un pasillo de comunicación directa. Lo más singular
del inmueble lo constituye una galería central, como eje del conjunto,
por la que se accede mediante grandes escaleras mecánicas a la cubierta
del edificio, concebida como una gran plaza-mirador elevada a 13 metros
de altura. Además, un bloque lineal adosado a la medianería con el
colegio está habilitado para viviendas.
Y bajo rasante, cuatro plantas se
distribuyen para áreas de carga y descarga, almacenes e instalaciones
del mercado y para aparcamiento.
El antiguo mercado de Barceló abrió en
julio de 1956. Don Celedonio León Herranz, entonces párroco de la
iglesia de Ntra. Señora de las Maravillas bendijo los 119 locales de
entonces en una inauguración que suponía el final de los puestos
callejeros en la vecina Corredera y del cierre del antiguo mercado de
San Ildefonso, construido en 1835 por Lucio Olavarrieta junto a la
iglesia de San Ildefonso.
Las obras para demoler el de Barceló y
construir el nuevo complejo comenzaron a finales del año 2009, y
obligaron a construir un mercado provisional instalado en los Jardines
del Arquitecto Ribera. Esta estructura, bastante polémica por su alto
costo económico y característica se llevó por delante numerosos y
enormes árboles que no se les trasplantó a parte alguna, Sólo quedaron
en su sitio los de la fila que corría paralela al colegio Isabel la
Católica, en cumplimiento del compromiso adquirido en su día por los
responsables municipales con los padres del citado centro de educación.
En tiempos, además del viejo mercado, con
muchos locales abiertos a la calle (en la de Barceló, entre otros:
Papelería Arame, Frutos Secos Barceló y la Taberna de Barceló), el solar
daba para algunas instalaciones municipales y almacenes del servicio de
limpieza. Y un gran corralón, en el que por los años cincuenta y
sesenta estuvieron instaladas las taquillas del Atlético de Madrid,
luego se habilitó como polideportivo y como patio de recreo del Isabel
la Católica.
En el lado izquierdo de la calle de Barceló,
en el tramo hasta la de Churruca, se conservan los viejos edificios de
los primeros tiempos. En los bajos han ido desfilando comercios, sobre
todo bares, que extienden sus terrazas de verano en la amplia acera. De
todos ellos el más antiguo es el Kioto, por supuesto con distinto
propietario de quien lo fundó. Y son muy recordadas las cafeterías
Santa Teresa y, en el mismo local, De Pablos.
En la esquina de Churruca, donde ahora se
levanta un gran bloque de apartamentos, estuvieron los Almacenes
Triunfo, que vendían al por mayor productos de alimentación a los
pequeños comerciantes de ultramarinos.
En la esquina con Larra, en un bello edificio
de los años treinta del pasado siglo, estuvo en sus bajos un famoso
local de venta de motocicletas y accesorios, abierto por el campeonísimo
ángel Nieto asociado con el boxeador Pedro Carrasco.
Y en la otra esquina se levanta la mítica
Discoteca Pachá, antiguo Cine Barceló, construido por el arquitecto
Luis Gutiérrez Soto con un marcado acento racionalista, aunque con
ligeros toques de expresionismo y Art Déco.
El edificio, cuya principal aportación es la
ubicación en diagonal a la planta, contaba con una sala de fiestas
(Barceló Dancing Palace), patio de butacas y entresuelo con 1.210
localidades y en tiempos también terraza para el verano. La fecha de su
inauguración fue el 20 de diciembre de 1931 con el siguiente programa
de proyección: El Cantor desconocido, Toby, el lechero (dibujos animados), Noticiario de la Fox y En la tierra del Nilo
(documental). Siempre fue un cine de reestreno y en su momento unos de
los más modernos de Europa, con un sistema de luces que se encendía
progresivamente. El 4 de diciembre de 1974 dio su última sesión de cine
para convertirse, comprado por el cantante Raphael, en sala de teatro,
preferentemente de espectáculos musicales.
Sobre el cine Barceló tengo dos curiosas
anécdotas que no me resisto a contar. La primera fue al final de los
años sesenta durante la proyección de la graciosísima película El Guateque,
de Blake Edwards, protagonizada por Peter Sellers. Pero lo gracioso fue
que tuve de compañero en la butaca contigua nada menos que a Antonio
Ozores. Yo no sabía si reírme más de las payasadas de Sellers o de la
risa contagiosa y aspavientos continuos del bueno de don Antonio.
La otra fue cuando ya en los últimos
estertores del Barceló, a punto de cerrar por la escasa existencia, una
noche sólo éramos dos los espectadores, y además colocados uno en las
primeras filas y yo más bien en las traseras, para —supongo— "no
molestarnos". Pues bien, ante el éxito de la función, el encargado del
local, tras un tiempo prudencial de espera por si acudía más gente, nos
convocó a los dos y nos propuso suspender la proyección y devolvernos el
dinero, a lo que accedimos gustosamente.
En 1980, el edificio pasó a convertirse en
una sala de fiestas perteneciente a la conocida cadena de discotecas
Pachá, siendo reformado su interior por el arquitecto Jordi Goula. Desde
entonces es un referente en la noche de Madrid. Distribuida en tres
plantas, la tercera es una terraza conocida como "el cielo de Madrid",
con increíbles vistas que normalmente disfrutan quienes tienen pases
VIP. La segunda planta, la más relajada, tiene sillones y la música está
más baja. Y la primera alberga la pista central. Abre por la tarde para
los más jóvenes en su sesión light (se llena la zona de chiquillería,
que hace su propio botellón a horas tan tempranas como las seis o siete
de la tarde para entrar ya calentitos) y a partir de la medianoche para
adultos. En los bajos funciona la discoteca But.
Por esa zona hubo un taller de automóviles y, en tiempos, una tienda de muebles de estilo y un bazar de juguetes.
Personaje muy popular en la calle de Barceló
fue la señora Remedios —La Jefa—, con su puesto de pipas, chucherías y
tabaco. Y en el verano también tenía la concesión de otro de helados.
Años y años trabajando a la intemperie en el humilde negocio, como antes
lo había hecho su padre y luego heredó la nieta.
Ahora hay parada de taxis en la calle de
Barceló, trasladada aquí desde su sitio tradicional y muy antiguo que
era en Fuencarral, frente al Hospicio. Ya paraban allí incluso los
coches de caballos, los viejos simones.
Y sí que ha habido siempre parada de taxi
industrial: furgonetas, camiones de pequeño tonelaje e incluso hasta
hace poco motocarros que aparcan a la espera de clientes que los
alquilen para hacer algún porte o mudanza. Son la variante actual del
antiguo mozo de cuerda o soguilla. Son habituales en la parada El
Cubillo o Ildefonso Rodrigo, que compagina el pequeño transporte con el
comercio de baratijas, muebles viejos o cachivaches, que seguro
selecciona cuando le mandan vaciar algún desván, y que expone en la
acera. Rodrigo tuvo y seguro que aún guarda una vieja motocarro Trimax
de menos de 4 caballos (la turbo, como él la llamaba), que
incluso era solicitada para rodar alguna escena de cine o televisión.
También era habitual El Alcarreño, ya jubilado, célebre por su furgoneta
decorada con los colores y fotografías de jugadores del Barca, el club
de sus amores.
El antiguo oficio de soguilla era muy típico
en Madrid. Había que ser fuerte y con las espaldas bien cuadradas para
soportar sobre ellas el acarreo de muebles o voluminosos y pesados
bultos, supliendo las veces de las bestias, y sobre todo para el
trasiego por escaleras.
En el último tercio del siglo XIX una
compañía inglesa, cuyo propietario era un tal Mr. Weil, creo en Madrid
un servicio de mandaderos públicos para reemplazar o complementar a
aquellos mozos de cordel que por aquellos tiempos no tenían más
protección social que el dinero que recaudaban en sus mandados y alguna
que otra propina. A los nuevos soguillas se les uniformó con blusa de
tela gris, pantalón y gorra azules con vivo de cordoncillo encarnado,
una inscripción: "MP" (mandaderos públicos) y un número de orden. Se les
proveía de bandoleras, cuerdas, parihuelas y otros utensilios que
ayudaran a su trabajo. Cincuenta años después este viejo oficio se
perdió por la calle del progreso.
INDICE CALLE DE CHURRUCA
Va esta calle desde la de Barceló hasta
la de Sagasta, y lleva como nombre el del apellido del científico,
marino y militar español, brigadier de la Real Armada y héroe de la
batalla de Trafalgar, don Cosme Damián Churruca.
Nació Churruca en Motrico (Guipúzcoa) el 27
de septiembre de 1761. Tras formarse en la Escuela Naval de El Ferrol,
intervino muy joven en el cuarto sitio español de Gibraltar (1782), que
terminó en fracaso como los anteriores. Luego participó en una
expedición geográfica por el estrecho de Magallanes y pasó una temporada
en el observatorio de Cádiz. En 1792 dirigió otra expedición
geográfica, esta vez a las costas de Norteamérica y las Antillas, en
donde levantó valiosos mapas. En 1805 se le confió el mando del navío
San Juan Nepomuceno, con el que combatió en la escuadra franco-española
que se enfrentó a la británica mandada por Nelson en la batalla de
Trafalgar. Y aunque discrepó de la estrategia seguida por el almirante
francés Villeneuve, que mandaba la escuadra combinada, acató las órdenes
que condujeron a la derrota y, atacado simultáneamente por cinco barcos
ingleses, resistió hasta que una bala de cañón le arrancó la pierna
Izquierda. Ya en la agonía, siguió dando órdenes de continuar la lucha.
Los ingleses tributaron honores a su cadáver, y su destrozado barco fue
llevado como trofeo a Gibraltar, donde permaneció muchos años.
Esta calle de Churruca fue abierta a partir
de 1869 en terrenos del antiguo complejo de los Pozos de la Nieve
(entonces al límite de la ciudad), que a partir del Hospicio (hoy museo
de Historia), ocupaba el amplio espacio de las actuales manzanas que
median hasta la glorieta de Bilbao y Mejía Lequerica. En el siglo XVII
hicieron opulento a Pablo Charquias, su explotador, que abastecía de
este artículo, traído en carros desde la sierra, a los madrileños.
Restos al parecer de alguna dependencia
de este gran complejo que explotaba los Pozos de la Nieve se encontraron
en obras realizadas en el inmueble del número 3. Y un suelo de losetas
en bastante buen estado que apareció en trabajos de alcantarillado en la
esquina con la calle de Apodaca, casi a flor de tierra, también pudiera
haber pertenecido a los Pozos.
La calle tiene un aspecto antiguo,
decimonónico, con sus viejas farolas de gas reconvertidas para lámparas
eléctricas, sólo roto por algunos edificios de nueva construcción que
rompen la estética del conjunto. Hasta hace unos años conservaba su
pavimento de adoquines, por lo que era muy solicitada para rodar
películas de época. Las primeras edificaciones corresponden al primer
tramo de la calle y a la acera de los impares del segundo, levantadas en
los últimos años del siglo XIX y primeros del XX, y semejantes a muchas
de las construidas en el llamado Enchanche diseñado por el ingeniero
Luis María de Castro para toda la zona de Chamberí. Las más
características son la rotulada con el número 11, construida por el
arquitecto David Ruiz Jareño en 1883, y la 13, 15 y 17 del maestro de
obras Robustiano Godínez entre 1900 y 1901.
Las casas de la acera de los pares en el
segundo tramo, de clara tendencia historicista, fueron erigidas a partir
de 1928. Tanta diferencia de años da idea de que la urbanización de la
calle fue muy lenta.
Y en esa parte, las más representativas
son la 12 y 18, casi gemelas entre sí y también casi iguales a las
números 11 a 15, 19 y 21 de la calle de Larra. Todas ellas fueron
construidas entre 1928 y 1929 por el arquitecto Luciano Delage Villegas.
Este estilo ecléctico historicista, tan
abundante en Madrid, Sevilla, Santander y, curiosamente, en Chicago
(Estados Unidos de América) —el Spanish Revival—, está caracterizado por
el empleo de aparejo de ladrillo mudéjar, cresterías platerescas,
molduras barrocas, aleros y torreones de las casonas montañesas,
azulejos sevillanos y cerrajería y balcones de forja.
La promotora de estas edificaciones de
Larra y Churruca fue doña María Mieres y Rivas, de la que se dice fue
amante de Alfonso XIII. Para ella se mandó construir un palacete de una
sola planta en el nº 10 de Churruca. Ya de mayor, muy erguida e
hierática, siempre iba vestida de negro, con botines y con bastón.
Decían que tenía una escalerilla de oro con tres escalones para subir a
su cama, inmensa, dorada. Después de la Guerra Civil fue convertido el
palacete en Comisaría, y entre los años 62 y 63 fue derribado para
construir el engendro actual.
Interesantes son también el portal del nº 27,
con bella azulejería, y los inmuebles marcados con el nº 14 y el que
hace esquina con Sagasta, antigua Delegación del Instituto Nacional de
Previsión y hoy de la Consejería de Sanidad y Consumo de la Comunidad de
Madrid.
Manuel Machado era vecino de la calle de
Churruca. En 1917 vino a vivir al barrio de Maravillas, comprándose una
casa —una placa dedicada por el Ayuntamiento así lo atestigua— en el nº
15, donde estuvo hasta su muerte y donde tenía cerca el Museo y
Biblioteca Municipales de la calle de Fuencarral, del que fue nombrado
director en 1925, cargo que ejerció hasta su jubilación en 1944.
Mucho ha sido lo desaparecido. En el número
1, donde ahora hay un bar con entrada por la calle de Barceló,
estuvieron las Cristalerías Churruca, especialistas en menaje para
locales de hostelería. Y en el 2, en la otra esquina, donde hoy se
levanta un gran bloque de apartamentos modernos y la Delegación del
Instituto Social de la Marina, los Almacenes Triunfo, que vendían al por
mayor productos de alimentación a los pequeños comerciantes de
ultramarinos.
En el nº 3, actualmente con dos locales
de copas, hubo dos tiendas que se conservaron años y años, decrépitas,
casi sin apenas clientela, hasta que sus dueños, ya muy mayores, o
sucumbieron o tuvieron la suerte de traspasarlas. Una de ellas era de
compostura y venta de maquinas de escribir y de material de papelería;
la otra de reparación de aparatos de radio.
La casa nº 5 es de nueva construcción,
realizada por los arquitectos Alfonso Fernández de Castro y Manuel
Guzmán Folgueras con un intento de enlazar sin grandes rupturas con las
vecinas. En los bajos hubo un taller mecánico.
En uno de los edificios esquineros del
primer tramo con la calle de Apodaca, en el 6, donde abre el bar
restaurante Petisquería, lo hizo en tiempos el restaurante Versalles. A
continuación se encuentra una antigua tienda de ultramarinos, La Taza de
Plata, ahora en manos de los chinos. También disponía en tiempos de una
tabernilla aneja. La fundó Francisco Díez, y luego la llevaron su hija y
un dependiente de toda la vida, Carlos, que se conocía el nombre de
todas las gentes del barrio y a todos saludaba Y en el 7, además de la
farmacia, ya veterana, una pequeña tienda ya desaparecida de suelos de
linóleum. Avelino, su dueño instaló estos suelos en medio barrio si no
entero, cuando esta solución era asequible y no necesitaba muchas obras
para adecentar los viejos enlosados.
En el otro tramo de la calle, a la derecha,
los nuevos tiempos hicieron desaparecer de la misma esquina una vieja
fuente sin duda de algún viaje de agua, quizá del de Matalobos, una
variante del de Amaniel, con fuentes también en su día en el entronque
de la calle de Fuencarral con la Corredera Alta de San Pablo y en San
Bernardo. Resultaba ya anacrónica.
En la otra esquina, número 9, en una
finca totalmente remodelada, Flores Mary (antes en una finca posterior,
el 11, donde hoy abre un comercio de alimentación) ocupa el lugar de
una anterior tienda de electrodomésticos. En ese mismo edificio
esquinero sí se mantiene la cerrajería de Miguel ángel de la
Encarnación, ya en su segunda generación, que es el local comercial más
antiguo de la calle. Compañero del citado comercio de alimentación, en
el nº 11, es un despacho de loterías y quinielas, abierto en el local de
un antiguo zapatero remendón.
En el numero 10, en un edificio nuevo antes
citado, además de la lavandería El Copo de Nieve, que permanece,
desapareció el enorme almacén de mercería Arco, ahora Sauna Octopus, de
ambiente gay. En los edificios siguientes, en la misma acera, en el 12,
hubo un almacén y taller de escaparatistas de Perfumería Puig, y antes
el obrador de la confitería Montecarlo, que estaba en el número 2 de
Sagasta (en el ámbito de la glorieta de Bilbao). En el 14, dos enormes
locales en los bajos estuvieron ocupados por almacenes y oficinas de
Papeleras Reunidas; hoy, por la Escuela Superior de Publicidad. En el
16, un edificio nuevo ocupa el lugar de una antigua nave con talleres de
automóviles; en esta nave se instaló luego uno de los primeros
restaurantes con buffet libre en Madrid, que no dio mucho resultado y
cerró al poco tiempo, y más tarde una concurrida sala de Bingo. Y en el
18, Novasán, un centro de venta de productos de medicina tradicional
china y la peluquería Dombón. Antes había allí una taberna muy
concurrida entre las gentes del barrio, con las clásicas partidas de
cartas y dominó en las primeras horas de la tarde.
Retomando la otra acera, en la finca
número 17, también remodelada, los bajos comerciales están ocupados por
Julio Fernández, distribuidor de productos, aparatos y mobiliario para
salones de estética y peluquería. Y en el 19, la zapatería José Luis, de
trabajos de compostura, y el local de plantas y flores Jardín Churruca,
abierta donde la antigua Granja Melchor, con también tienda de
ultramarinos al lado, y las dos abiertas a todas las horas del día, como
ahora los chinos. Fueron Melchor y su mujer toda una institución en la
calle.
El ya citado Jardín Churruca era antes
precisamente eso: jardín. Ocupaba todo el solar de la finca 21 y
cultivaban ellos mismos en la tierra plantas y flores. El edificio
actual está muy bien tratado, y su fachada no desmerece para nada del
resto de la calle. En los bajos hay actualmente un local de reprografía y
dos tranquilos y familiares bares cafeterías.
Por último, en la finca 27, de uno de sus pisos de la primera planta desapareció el taller de sastrería de Antonio Millán.
INDICE CALLE DE APODACA
Va desde la calle de Fuencarral a la de
Mejía Lequerica, y lleva el nombre de don Juan Ruiz de Apodaca, conde de
Venadito, marino gaditano que tomó parte en la derrota de la escuadra
francesa del almirante Rosily en la bahía de Cádiz, el 14 de junio de
1808. Su comportamiento en esta batalla naval le valió el reconocimiento
de la patria, a la que consagró toda su vida. Murió en 1835, después de
haber desempeñado, entre otros cargos, el de embajador plenipotenciario
en Inglaterra, capitán general de Cuba, virrey de Nueva España,
consejero del rey y capitán general de la Armada. Por sus servicios
distinguidos fue agraciado con las cruces militares de San Fernando y
San Hermenegildo.
Esta calle de Apodaca fue abierta a partir de
1869 en terrenos del antiguo complejo de los Pozos de la Nieve
(entonces al límite de la ciudad), que a partir del Hospicio (hoy museo
de Historia), ocupaba el amplio espacio de las actuales manzanas que
median hasta la glorieta de Bilbao y Mejía Lequerica. En el siglo XVII
hicieron opulento a Pablo Charquias, su explotador, que abastecía de
este artículo, traído en carros desde la sierra, a los madrileños.
Tiene la calle muy buenos edificios, unos del
tipo de muchos de los construidos en el llamado Enchanche diseñado por
el ingeniero Luis María de Castro para toda la zona de Chamberí,
enfoscados o en ladrillo visto, con balcones y enmarcamiento en los
vanos, y otros de estilo ecléctico historicista, entre los que destaca
el rotulado con el número 13, construido por el maestro de obras José
Purkiss Zubira para don Eugenio Rubio, verdaderamente extraordinario,
con un precioso portal cubierto de azulejos.
En el número 7, una lápida está dedicada al compositor Severiano Soutullo Otero, autor de las zarzuelas La del soto del Parral, La leyenda del beso y El último romántico.
Otra lápida, en número 9, nos recuerda
que allí vivió y murió el gran libretista Antonio Paso y Cano, padre del
comediógrafo, también fallecido, Alfonso Paso. Suyos son los libretos
de La marcha de Real, La alegría de la huerta o El niño judío.
La calle de Apodaca vive hoy una
efervescencia protagonizada por los nuevos comercios establecidos en la
calle, que han traído nuevos aires de modernidad, y de los que son
paradigma La Mano Zurda, un estudio de tatuajes y body-piercing, y Le
Salon d'Apodaca, donde el francés Emanuel Tourette hace esculturas con
las cabelleras ajenas. También funciona como espacio de exposiciones de
pinturas, esculturas y fotografías para artistas jóvenes. Y además es
tienda: el socio argentino de Emanuel, Rodrigo Perini, diseña y vende
prendas femeninas modernas.
También lo fue El bandido doblemente armado,
un curioso café-bar-librería con el que Diego y Gustavo, hijos de
Soledad Puértolas, animaron desde 2002 la vida cultural madrileña.
Precisamente el nombre del local era el título con el que la escritora
ganó el Premio Sésamo en 1979. Desgraciadamente, cerraron en 2009.
Muchos otros también han sucumbido a lo
largo de los años. Algunos muy antiguos, como las cuatro carbonerías
—parece increíble— que funcionaban en la calle o las dos lecherías.
Y también, entre otros, Modas Medrano y
la boutique Chip, en las esquinas con Fuencarral; la Librería León
Sánchez Cuesta, en el número 1, en el local de una antigua fábrica de
paraguas con fachada en madera muy madrileña; el bar Los tres
mosqueteros, en el 3, con abundante parroquia de vecinos del barrio; la
Perfumería-Droguería Gadel, en el 4; la peluquería de caballeros Roizo y
una tienda de electrodomésticos, en el 5 (edificio en esquina con
Churruca); el bar-mesón Los cerros de úbeda, en el 6, y un comercio de
chapas perforadas y telas metálicas de Hija de A. Molina, en el 8.
Completaban estos locales el primer tramo de la calle.
En el segundo y tercer tramo: una antigua
tienda de ultramarinos, La Taza de Plata (ahora en manos de los chinos y
conservando el mismo nombre), en el 10, esquina a Churruca; Maquetismo
Aeromodel, en el 7; una antigua tahona, en el 12; el bar Las Murallas,
que fue de los últimos en servir vino traído en viejos pellejos, en la
esquina con Larra (ahora se ha transformado en el bar El Alquimista, con
el buen gusto de mantener la fachada antigua de azulejos); la compañía
de limpiezas Usle, que hacían honor a su actividad comercial y mantenían
el edificio esquinero, número 18, de un inmaculado absoluto; la
diminuta Filatelia F.S. León, en el 20; otra tienda de telas metálicas,
González Molina, en el 22, y la cestería La Concordia, esquina a Mejía
Lequerica.
Y si se mantienen, entre los más veteranos:
la peluquería de señoras Arminza, en el número 7; Ilca (antenas de TV,
porteros automáticos y sistemas de seguridad), en el 10; la almoneda
de Alberto Doria, en la esquina con Larra; la chocolatería y churrería
La Antigua, en el 11, y los restaurantes Ciao y Mythos, en el 20, y
Boston en la esquina con Mejía Lequerica.
INDICE CALLE DE LARRA
Va desde la calle de Barceló a la de
Sagasta, y lleva el nombre del gran escritor Mariano José de Larra,
conocido también por sus seudónimos de Fígaro y El pobrecito hablador.
Nació Larra en Madrid el 24 de marzo de 1809.
Era su abuelo administrador de la Casa de la Moneda, que se hallaba
entonces en la calle de Segovia, y allí disponían de vivienda. Se educó
Larra en Francia y continuó luego sus estudios en Madrid Valencia y
Valladolid, de modo que su iniciación en la cultura ya parecía
determinar el singular carácter de su talento, que traía innovaciones
europeas sobre su espíritu castizamente español. Con el Duende satírico y El Pobrecito hablador,
dos periódicos de su propiedad, comenzó a señalar su personalidad de
pensador y crítico que observaba y hacía la disección de la sociedad en
que se desenvolvía, historiando así el período de la evolución española a
finales del reinado de Fernando VII.
Arquetipo romántico, tanto que él mismo
hablaba de ser protagonista de un drama muy característico de su época,
escribió la novela El doncel de don Enrique el Doliente y el drama Macías. Dio al teatro producciones como Roberto Dillón, Julia, Don Juan de Austria, Tu amor o la muerte, El arte de conspirar, Partir a tiempo y No más mostrador.
Donde su personalidad se destacó más briosa
fue en los artículos de costumbres, ingeniosos y a la vez profundos
estudios sociales y políticos.
En el famosísimo Vuelva usted mañana,
de tan odiosa actualidad, se ocupa de la pereza, de la desidia general,
que hace imposible que un extranjero (el señor Sin Pausa) que viene a
invertir dinero en el país sea capaz de solucionar los papeleos
necesarios, ya que siempre le remiten a mañana y cuando el mañana llega,
le dicen que no porque es más fácil hacerlo así que solucionar de
verdad las cosas.
La falta de acierto en su matrimonio y
una insensata pasión, muy del ambiente romántico de la época, lo llevó
al trance de quitarse la vida de un pistoletazo en el piso en que vivía
de la calle de Santa Clara, el 13 de febrero de 1837, cuando apenas
había cumplido los veintiocho años.
En el entierro de Larra en el ya desaparecido
Cementerio General del Norte (entre las calles de Magallanes, Fernando
el Católico, Rodríguez San Pedro y la plaza del Conde Valle de Súchill),
se dio a conocer con la lectura de unos famosos versos otro genio del
Romanticismo: José Zorrilla.
Ese vago clamor que rasga el viento
Sesenta años después de su muerte, la Generación del 98 convirtió la figura de Larra en precursora de este movimiento literario.
La calle de Larra fue abierta a partir de
1869 en terrenos del antiguo complejo de los Pozos de la Nieve (entonces
al límite de la ciudad), que a partir del Hospicio (hoy museo de
Historia) en la calle de Fuencarral, ocupaba el amplio espacio de las
actuales manzanas que median hasta la glorieta de Bilbao y Mejía
Lequerica. En el siglo XVII hicieron opulento a Pablo Charquias, su
explotador, que abastecía de este artículo, traído en carros desde la
sierra, a los madrileños.
La inmensa mayoría de los edificios de la
calle de Larra se construyeron ya iniciado el siglo XX, destacando los
que en estilo ecléctico historicista fueron erigidos a partir de 1928
por el arquitecto Luciano Delage Villegas, números 11 a 15, 19 y 21, muy
semejantes entre sí y a los números 12 y 18 de la calle de Churruca.
Igualmente de mérito el número 14, mandado construir por don José del Perojo para la redacción y talleres de la revista Nuevo Mundo. Posteriormente fue sede de los diarios El Sol y La Voz, en el que tan asidua y certeramente colaboraba José Ortega y Gasset. Después de la Guerra Civil pasó a ser de los diarios Arriba y Marca
hasta bien entrados los años sesenta, y hoy, finalmente, ha sido
adquirido y remozado por la Fundación Calvo Serer y diario Madrid. Y
también imparte en él sus cursos docentes la escuela de diseño,
Istituto Europeo di Design. Levantó este edificio en 1908 el arquitecto
Jesús Carrasco y Encina (luego ha tenido muchas reformas posteriores) en
un estilo muy en la línea con el modernismo catalán de Doménech y
Montaner. Esta decorado con cerámicas de Daniel Zuloaga.
En la esquina con la calle de Sagasta, el
edificio actualmente del Fondo de Garantía Social, levantado en 1896 por
Enrique de Vicente y Rodrigo para don Antonio Palacios de la Puente,
muy similar al también esquinero de Churruca y del mismo arquitecto.
Nacieron ambos para ser viviendas de alquiler, en la que los
propietarios se reservaron la planta principal para vivienda particular
con acceso independiente desde el portal.
Y por supuesto, al principio, esquina a
la calle de Barceló, la Discoteca Pachá, antiguo Cine Barceló,
construido por el arquitecto Luis Gutiérrez Soto con un marcado acento
racionalista, aunque con ligeros toques de expresionismo y Art Déco. La
fecha de su inauguración fue el 20 de diciembre de 1931, y el 4 de
diciembre de 1974 dio su última sesión de cine para convertirse,
comprado por el cantante Raphael, en sala de teatro, preferentemente de
espectáculos musicales. En 1980, pasó a convertirse en discoteca
perteneciente a la conocida cadena Pachá.
En el número 1, cerró la tienda de artículos
de perfumería Comercial Lucas, y sí abre la tienda de artículos de
tapicería González, uno de los pocos comercios con solera que quedan en
la calle.
En la esquinas con Apodaca,
desaparecieron: una clínica veterinaria, en el semisótano del número 5:
limpiezas Usle, en el 6, y, enfrente, el bar las Murallas, siempre lleno
de una parroquia fiel que pasaba su tiempo jugando al dominó (ahora se
ha transformado en el bar El Alquimista, con el buen gusto de mantener
la fachada antigua de azulejos). Si se mantiene la almoneda de Alberto
Doria, en el nº 7.
En el número 9, en un edificio moderno
sin ninguna personalidad, existe una residencia de ancianos, Santa Rosa
de Lima, abierta en 1983.
En el número 13, y desde 1940, la excelente
cocina tradicional y casera de El Puchero ha sido lugar donde compartir
tertulia y mantel y restaurante de referencia en Madrid.
Al lado, estaba El Pocillo, una típica
taberna en semisótano con buenas tapas y raciones. Era muy frecuentada
por periodistas y trabajadores de los periódicos Arriba y Marca, cuya
redacción y talleres estaba justo enfrente. Actualmente hay un bar de
copas
Desaparecieron también el gimnasio Adial, la
imprenta Gráficas Sánchez y el bar restaurante El Salmon, con buenos
canapés y freiduría (nunca le faltaban los chanquetes). Allí, en el
número 23, abre ahora La Mordida, fundada por Joaquín Sabina junto a
unos amigos, y que nos transporta al México más colorista y sabroso con
una decoración que no escatima en detalles gastronómicos del país
azteca.
INDICE CALLE DE MEJÍA LEQUERICA
Va desde la calle de Hortaleza a la de
Sagasta, y lleva el nombre del diputado en las Cortes de Cádiz José
Mejía Lequerica, ilustre político, doctor en Teología y Medicina, además
de especialista en los estudios de Cánones y Derecho civil. Nació en
Quito (Ecuador) en 1776, y vino a España para estudiar los monumentos
de la antigüedad. Aquí le sorprendió la invasión francesa y durante la
Guerra de la Independencia luchó valientemente en las filas del Ejército
español. Tomó parte como diputado del virreinato de Nueva Granada en
las Cortes de Cádiz. Y estando aún en la capital gaditana, murió víctima
de fiebre amarilla en 1813. Fue el orador más elocuente de las tierras
americanas, máximo defensor de la libertad de prensa y enemigo de la
Inquisición.
Esta calle se llamaba antes de la Florida, y,
en el siglo XVII, de las Flores. Formaba parte de ella también el trozo
de la que hoy es de Fernando VI entre Hortaleza y Pelayo. En cambio,
carecía de la parte más ancha actual que, torciendo el trazado, va desde
la calle de Barceló a Sagasta. Se empezó a construir en este último
tramo a partir de 1869, en terrenos que habían sido del antiguo complejo
de los Pozos de la Nieve (entonces al límite de la ciudad), que a
partir del Hospicio (hoy museo de Historia) en la calle de Fuencarral,
hasta aquí llegaban y ocupaban el amplio espacio de las actuales
manzanas que median hasta la glorieta de Bilbao. Los Pozos de la Nieve
abastecían de este artículo, traído en carros desde la sierra, a los
madrileños.
En aquel año de 1869 se derribó también la
cerca que encorsetaba a Madrid, mandada levantar por Felipe IV en 1625, y
empezó a construirse el llamado Enchanche diseñado por el ingeniero
Luis María de Castro para las afueras de la ciudad, entre ellas la zona
de Chamberí. Precisamente un trozo de esta cerca se mantuvo en pie en la
calle de Sagasta hasta bien entrados los años veinte del pasado siglo,
entre las calles de Larra y esta de Mejía Lequerica, hasta que se
construyeron los edificios que ocupan el lugar.
El trazado antiguo de la calle de la
Florida era más estrecho que el actual, pues las tapias del Hospicio
llegaban hasta la mitad de la vía actual. Parte de ese terreno del
Hospicio había sido antes de la Plaza de Armas del cuartel de Guardias
de Infantería Española, en la calle de San Mateo, en el palacio del
conde de Niebla.
El nombre antiguo de calle de la Florida y
antes de las Flores se debe a que por aquí estuvo la posesión de doña
María de la Vega, condesa de la Florida, con bellos jardines llenos de
flores.
Existen en la calle de Mejía Lequerica varios
palacios y algunos edificios singulares. En la manzana entre las
calles de Hortaleza y San Mateo, con entrada principal frente a la plaza
de Santa Bárbara, se encuentra el palacio construido por el arquitecto
Juan de Madrazo y Kunt entre 1862 y 1866 para residencia de don Mariano
Miguel Maldonado y Dávalos, conde de Villagonzalo, que fue embajador en
Rusia. Sigue tendencias racionalistas y neogóticas y recupera una
estética medieval: aleros, balcones dobles, miradores, rejerías,
canalones de cinc y predominio del ladrillo, la pizarra, la piedra
tallada y la madera labrada. En sus bajos aún se abre la centenaria
ferretería de Hijos de E. Saiz.
El colegio público Pablo Iglesias (ahora
Isabel la Católica), de la calle de Barceló, fue utilizado durante la
Guerra Civil para alojar evacuados de Extremadura y Toledo y como
hospital de la zona roja. Con esta misma función siguió en la posguerra
—en este caso para servicio del ejercito vencedor— hasta 1949, año en el
que fue devuelto a las autoridades educativas. Mientras, con el nombre
de José Antonio Primo de Rivera, tuvo sede provisional en el palacio
Villagonzalo, que sí fue luego sede oficial hasta finales de los setenta
del colegio Ezequiel Solana.
Frente a este palacio se levanta la Casa de
los Lagartos, construida entre 1911 y 1912 por el arquitecto Benito
González del Valle para D. Gabriel B. Larrea. Gran inmueble entre
modernista y racionalista por el que trepan unos reptiles que
contrariamente a lo que el nombre por el que es conocido indica, son
salamandras. Es una de las primeras manifestaciones de la influencia del
modernismo vienés en la arquitectura madrileña. En los bajos
comerciales abren, entre otros, el despacho de aceite del Patrimonio
Comunal Olivarero y Calzados Galán, ambos muy veteranos.
En otra manzana entre las calles de San
Mateo y Beneficencia, se halla la ruinosa casa palacio de don Casimiro
de Ustáriz Suarez de Loreda, marqués de Ustáriz, construida por José
Pérez en 1748. Tenía, al parecer, interiores lujosísimos y un bello
jardín. Sus bajos alojaron diversos establecimientos comerciales, como
el taller y también ferretería de Aplicaciones Electromecánicas, una
comisaría durante la posguerra y hasta una vaquería.
Entre la calle de la Beneficencia y la
Travesía de la Florida se alza la antigua y suntuosa sede de Papelera
Española (luego lo fue de Fuerza Nueva, la asociación política que
creara Blas Piñar, y de una prestigiosa firma de abogados) reconvertida
ahora en un hotel de lujo. Fue construida entre 1913 y 1915 por José
María Mendosa Ussía.
Entre las calles de Barceló y Beneficencia se
encuentra el enorme complejo que ha venido a sustituir al antiguo
mercado de Barceló y a otras instalaciones municipales, realizado por
los arquitectos Enrique Sobejano y Fuensanta Nieto, con galería
comercial, viviendas y equipamientos deportivos y culturales.
Está el edificio distribuido en tres
niveles, más una cuarta planta destinada a uso comercial distinto del
mercado. En el frente sobre la calle Mejía Lequerica, integrado por dos
volúmenes superpuestos, se ubican el mercado y un polideportivo, éste de
uso público y compartido con los alumnos del lindero colegio de Isabel
la Católica, que tienen un pasillo de comunicación directa. Lo más
singular del inmueble lo constituye una galería central, como eje del
conjunto, por la que se accede mediante grandes escaleras mecánicas a la
cubierta del edificio, concebida como una gran plaza-mirador elevada a
13 metros de altura. Además, un bloque lineal adosado a la medianería
con el colegio está habilitado para viviendas.
Y bajo rasante, cuatro plantas se
distribuyen para áreas de carga y descarga, almacenes e instalaciones
del mercado y para aparcamiento.
El antiguo mercado de Barceló abrió en julio
de 1956. Su inauguración supuso el final de los puestos callejeros en la
vecina Corredera y del cierre del antiguo mercado de San Ildefonso,
construido en 1835 por Lucio Olavarrieta junto a la iglesia de San
Ildefonso.
Con la desaparición del antiguo mercado
de Barceló, también lo hicieron de Mejía Lequerica los locales
comerciales que abrían directamente a la calle. Entre otros, la
Cafetería Montana y el Restaurante Gabi.
En el número 10 se encuentra la antigua sede
de la empresa Uralita, hoy adquirida por la Comunidad de Madrid para
alojar el área de Gobierno de Obras y Espacios Públicos.
De las esquinas con la calle de Apodaca
desapareció la cestería La Concordia y sí permanece el restaurante
Bostón, ya un tradicional en el barrio.
Y el número 21, inmenso edificio que fue
sede de los servicios municipales de educación, actualmente los es,
remodelado, de la Escuela Municipal de Arte Dramático, de una escuela
infantil y de un albergue juvenil.
INDICE TRAVESÍA DE FLORIDA
Va desde la calle de Mejía Lequerica a la
Serrano Anguita. Su nombre se debe a que la de Mejía Lequerica antes se
llamaba de la Florida; lo perdió para adoptar el del diputado de
tierras americanas en las Cortes de Cádiz, pero la pequeña travesía lo
conservó.
Por aquí estuvo la posesión de doña María de
la Vega, condesa de la Florida, y esa es la razón del nombre. Era esta
señora de alta piedad, muy amiga y protectora de la beata Mariana de
Jesús, que la visitaba con frecuencia. Vivía como eremita entonces la
beata (finales del siglo XVI) en una casucha junto al desaparecido
convento de mercedarios de la plaza Santa Bárbara. La beata (1564-1624)
tuvo una vida muy azarosa, marcada por una profunda fe, ciertos actos de
autoflagelación y la negativa de sus padres y de varios conventos a
admitirla como monja. Finalmente, en 1606, ingresó en la orden de La
Merced y en 1613 tomó el hábito de terciaria. Está en proceso de
canonización.
Curiosamente, la condesa tenía una
doncella mora, que no había querido recibir el bautismo y se mantenía en
su fe mahometana. Fue un gran ejemplo de tolerancia y de comprensión
por parte de su cristiana y devotísima señora el tolerar esta actitud de
su sirvienta, admitiendo que se mantuviera fiel a su credo.
Nada digno de interés tiene esta pequeña
travesía, flanqueada por los laterales de dos únicas edificaciones. A un
lado, la antigua y suntuosa sede de Papelera Española (luego lo fue de
Fuerza Nueva, la asociación política que creara Blas Piñar, y de una
prestigiosa firma de abogados) reconvertida ahora en un hotel de lujo.
Fue construida entre 1913 y 1915 por José María Mendosa Ussía.
Y al otro, la que fue también sede de la
empresa Uralita, hoy adquirida por la Comunidad de Madrid para alojar el
área de Gobierno de Obras y Espacios Públicos.
INDICE CALLE DE SERRANO ANGUITA
Va desde la plaza de Santa Bárbara hasta
la calle de Mejía Lequerica, en el esquinazo con Sagasta. Antes llevaba
el nombre de San Opropio.
El nombre actual se debe a que Francisco
Serrano Anguita, cronista municipal, descubrió la inexistencia de este
santo en el Santoral, cambiándose el nombre de la calle a su muerte.
Y hay una curiosa historia sobre el tema:
Al parecer, hace muchos años, la actual calle era una especie de camino
particular, según advertía un letrero que decía: "Paso propio". Con el
tiempo se cayeron o se borraron las dos primeras letras de la
inscripción, quedando reducida a "so propio". Posteriormente, cuando se
abrió por allí una calle, aquel raro letrero se interpretó como "San
Opropio", que no figura en el santoral. Se quiso interpretar como una
derivación de san Euprepio o Euprepes, que sufrió martirio con san
Cosme y san Damián en la época de Diocleciano.
Algunos cronistas antiguos afirman que allí
hubo una ermita dedicada a este santo, y que junto a ella vivió en
pobreza y penitencia la beata Mariana de Jesús, protegida por doña María
de la Vega, condesa de la Florida, que por aquí tenía sus posesiones
(la cercana calle de Mejía Lequerica se llamaba antes de la Florida y si
conserva la travesía entre ambas calles el nombre). La beata
(1564-1624) tuvo una vida muy azarosa, marcada por una profunda fe,
ciertos actos de autoflagelación y la negativa de sus padres y de varios
conventos a admitirla como monja. Finalmente, en 1606, ingresó en la
orden de La Merced y en 1613 tomó el hábito de terciaria. Está en
proceso de canonización.
También esta posible ermita —cuentan— dio
motivo a la fundación de la comunidad de religiosas mercedarias
descalzas de Nuestra Señora de la Concepción, más conocidas como las
Góngoras, que labraron convento en la mal llamada calle de Luis de
Góngora, dedicada erróneamente al famoso escritor, pues la ayuda para la
fundación vino de don Juan Jiménez de Góngora, ministro del Consejo de
Castilla en tiempos de Felipe IV. Como se ve, los equívocos van uno
detrás de otro.
Francisco Serrano Anguita, periodista y autor
dramático, nació en Sevilla en 1887 y desde muy joven residió en
Madrid, donde murió en 1968. Fue redactor jefe de La Tribuna, Heraldo de Madrid e Informaciones. En los últimos años de su vida fue nombrado cronista oficial de la Villa y trabajó en el diario Madrid.
Durante algún tiempo firmó diferentes artículos y publicaciones con el
pseudónimo de "Tartarín". Su vida periodística estuvo emparejada con el
teatro y escribió más de sesenta comedias. Entre ellas: Tierra en los ojos, El aire de Madrid, Manos de Plata, Entre todas las mujeres o Todo Madrid.
Hoy, la entrada de la calle de Serrano
Anguita está custodiada, por los laterales de los palacios del marqués
de Ustáriz, construido por José Pérez en 1748 y en estado muy ruinoso, y
por el desfigurado del marqués de Argelita, edificio hoy anexo en la
plaza de Santa Bárbara al palacio de la condesa de Guevara, sede del
BBVA.
Otro edificio importante es el de la
antigua sede de Papelera Española, que entre las calles de Beneficencia
y Travesía de la Florida aquí tiene su trasera. Acogió luego a Fuerza
Nueva, la asociación política que creara Blas Piñar, a una prestigiosa
firma de abogados y, ahora, un hotel de lujo. Fue construido entre 1913 y
1915 por José María Mendosa Ussía.
También, el número 14, construido por el
arquitecto Cesáreo Iradier Uriarte en 1916 para la condesa de la Vega
del Pozo. Y el levantado en 1915 por Eduardo Gambra Sanz para la
pronunciada esquina con Sagasta, como una imponente y majestuosa proa de
barco.
De la calle de Serrano Anguita desaparecieron
los billares en el semisótano del número 4, que tanto juego dieron
—nunca mejor dicho— por los años sesenta y setenta del pasado siglo,
refugio agradable y asueto de muchos adolescentes. Hubo también un local
de materiales de construcción, que venía que ni pintiparado para los
"pepes goteras y otilios" que hacían sus chapuzas por el barrio. Y aun
queda una vieja Imprenta con taller de encuadernación.
La siempre tranquila calle de Serrano
Anguita, sin apenas tráfico rodado, se ve hoy alterada por el bullicio
de un público juvenil, chicos y chicas, que acuden a las numerosas
escuelas por aquí establecidas: CUNEF (Colegio Universitario de Estudios
financieros), TAI (Escuela Superior de Artes y Espectáculos) o el
Centro de estudios TRABASSE de Formación Profesional y especialistas en
preparación de oposiciones, además de la cercana Escuela Municipal de
Arte Dramático en la calle de Mejía Lequerica. A su amparo han crecido
locales de fotocopias y algún que otro bar.
INDICE CALLE DE ANTONIO FLORES
Va esta cortísima calle desde la de Serrano Anguita a la de Sagasta, y no hay nada en ella de especial interés.
Lleva el nombre del gran escritor Antonio
Flores, nacido en Elche en 1817, pero apasionado de Madrid, de su
historia y de sus costumbres desde que aquí se instaló en 1840. Fue
redactor de El Nuevo Avisador, El Chocolate, El Clamor Público, La Nación y La época, y codirector con Antonio Ferrer del Río de El Laberinto
(1843-1845), ilustración primorosa que daba fe del adelanto de la
prensa gráfica en aquella época, y casi puede decirse que muchos de los
números se los escribía él solo, dejando muestras de su ingenio. El
editor Ignacio Boix lo llamó también a colaborar en la colectiva Los españoles pintados por sí mismos (1843), al que aportó los tipos de El barbero, La santurrona, El hortera, La cigarrera y El boticario.
Escritor fácil y de un especial humorismo,
conocedor del habla castiza y evocador del mundo del sainete, publicó,
entre otros, los libros: Doce españoles de brocha gorda, Fe, esperanza y caridad, y Ayer, hoy y mañana,
su mejor obra, una encantadora serie donde se ofrecen cuadros sociales
de tres generaciones de madrileños correspondientes a los años 1800,
1853 y la futura de 1899.
INDICE CALLE DE LOS HERMANOS ÁLVAREZ QUINTERO
Va desde la calle de Serrano Anguita a la
de Sagasta, y lleva el nombre de los dramaturgos andaluces Joaquín y
Serafín álvarez Quintero.
Nacieron en Utrera en 1871 y 1873, y desde 1888, en que iniciaron su colaboración con Esgrima y amor
en el teatro Cervantes de Sevilla, escribieron y estrenaron unas
doscientas piezas teatrales, entre dramas, comedias, sainetes y
zarzuelas. Fueron maestros del sainete andaluz y la comedia de
costumbres, a la que imprimieron todo el gracejo y salero de su tierra
sevillana. Incluso escribieron en los años treinta guiones para
películas de la mítica Estrellita Castro.
Entre su copiosa producción, fueron famosas: El genio alegre, Malvaloca, Puebla de las mujeres, Tambor y Cascabel, Cancionera, Los mosquitos, La boda de Quinita Florez o Mariquita Terremoto.
Serafín murió en 1938, en plena Guerra
Civil, y Joaquín en 1944, pero las obras que estrenó en esos años
siguieron llevando la firma de Hermanos álvarez Quintero. Fueron
miembros de la Real Academia de la Lengua Española y en 1928 recibieron
un homenaje nacional.
En el número 6 de esta calle vivió el escritor de comedias y zarzuelas Luis Fernández de Sevilla, autor de Los claveles, La del Soto del Parral y Los marqueses de Matute. Y también Miguel Ligero y su esposa Blanca Pozas, célebres actores de cine y teatro.
En la calle de los hermanos álvarez
Quintero estuvieron, en un enorme edificio hoy a la espera de reformas,
los Juzgados Municipales, y también el Ambulatorio de la Seguridad
Social de la zona de Justicia.
INDICE SAGASTA Y SANTA BÁRBARA
Desde la glorieta de Bilbao a la de
Alonso Martínez, va esta calle, dedicada a Sagasta, presidente del
consejo de Ministros en varias ocasiones.
Práxedes Mariano Mateo-Sagasta y Escolar
nació en Torrecilla en Cameros (La Rioja), en 1825, y murió en Madrid,
en 1903. Se licenció en ingeniería de caminos, canales y puertos. Desde
joven perteneció al partido progresista, participó en la revolución de
1854 y llegó a diputado en las Cortes como representante de Zamora ese
mismo año.
Ante la reticencia de Isabel II de apoyar
a los progresistas, Sagasta adoptó la estrategia del "retraimiento",
negándose a participar en las elecciones. Apoyó las revueltas del
general Prim y del Cuartel de San Gil (1866) por lo que fue exiliado. De
este destierro regresó dos años después con el triunfo de la Revolución
de 1868. Durante el llamado Sexenio Revolucionario fue nombrado
ministro de Gobernación y presidió el gobierno tres veces (1870-71,
1871-72 y 1874).
Cuando se restaura la dinastía borbónica con
Alfonso XII, aceptó la propuesta de Cánovas del Castillo de turnarse el
poder. Fundó entonces el Partido Liberal Fusionista, conocido como
Partido Liberal, que se convirtió en el principal oponente del Partido
Conservador de Cánovas, de quien fue el máximo rival. En su primera
etapa de gobierno (1881-1884), se asentaron las bases de la reforma
legislativa que se pondría en práctica a lo largo de su segundo mandato
(1885-1890), periodo en el que el Partido Liberal desarrolló lo
principal de su programa político: sufragio universal y libertad de
asociación, pensamiento, reunión y expresión. Volvió a presidir el
gobierno entre 1892 y 1895, y de nuevo tras el asesinato de Cánovas,
entre 1897 y 1899, año en que se vio obligado a presentar la dimisión al
recaer sobre él la responsabilidad por el desastre de la guerra de
Cuba. Todavía ocuparía una vez más la presidencia del gobierno por un
breve lapso de tiempo, entre 1901 y 1902.
Pese a que tuvo treinta años en sus manos
el devenir de España, vivió modestamente y murió pobre. Sus restos
descansan en el Panteón de Hombres Ilustres, junto a la basílica de
Atocha.
Antes esta calle de Sagasta era la ronda de
Santa Bárbara, que iba bordeando la cerca que mandara construir el rey
Felipe IV en 1625 para rodear la ciudad, desde la puerta de ese nombre a
la de Bilbao, también llamada de los Pozos de la Nieve.
Los terrenos sobre los que ahora se abre la
plaza de Alonso Martínez fueron zona extramuros, junto a la puerta de
Santa Bárbara. Al lado, en un paraje conocido como Campo del Tío Mereje,
había un campamento gitano del que habla Cervantes en su novela La Gitanilla.
Y allí luego se instaló en 1720 la Real Fábrica de Tapices, para la que
se trajo desde Flandes a un prestigioso fabricante, Juan de
Vardengoten, que fue el primer director del establecimiento. Allí estuvo
la fábrica hasta 1889, año en el que fue trasladada a las inmediaciones
de la basílica de Atocha. En ella trabajó como pintor de cartones para
tapices Francisco de Goya.
En 1846 se construyó por la zona un
hipódromo, con graderíos y palcos, para carreras de carros y caballos,
que disponía de un pabellón destinado a café y a salón de baile. Sobre
su solar se levantó en 1890 el Circo Colón, en madera, famoso en la vida
madrileña de finales del XIX por sus pantomimas acuáticas, los números
cirquenses de la escultural Geraldine Wade, las primeras prácticas
hipnóticas de un tal Onofroff, la exhibición de cintas de actualidad por
el Biógraph-Lumiere y las danzas de la Bella Chiquita, que
escandalizaban a la sociedad biempensante de entonces.
También por los alrededores se estableció el
Casino de Santa Bárbara, un lugar de recreo y diversión al aire libre
con baile, columpios y exhibición de titiriteros y saltimbanquis. Parece
que las ganas de juerga y jarana de los madrileños de entonces eran
muchas.
Dentro de la cerca, la hoy plaza de Santa
Bárbara era un camino empinado que se dirigía a la puerta de salida. Y
en terrenos donde nace la calle Orellana estuvo el convento de Santa
Bárbara, fundado en 1606 sobre una antigua ermita allí existente por el
religioso mercedario Juan Bautista del Santísimo Sacramento. Dio nombre a
toda la zona. Desapareció en 1835 en tiempos de la Desamortización, y
en sus terrenos se instaló entre 1839 y 1861 la Fundición Bonaplata, con
más de 80 obreros, que construía máquinas de vapor, ruedas hidráulicas,
prensas, faroles, ventanas y balcones y muchos otros productos
férricos.
En el solar que hace esquina a Sagasta estuvo
el Saladero, edificio construido por Ventura Rodríguez en 1768 para
matadero de cerdos y salazón de tocinos, que pasó a ser Cárcel de la
Villa (y pronto de Jóvenes y de Corte) entre 1831y 1876, hasta que se
construyó la Modelo de la Moncloa. Fue durante aquellos años el
principal establecimiento de reclusión que había en Madrid y un pozo sin
fondo de terrores e iniquidades. Aquí tuvieron "alojamiento" políticos,
intelectuales y espadones, que alternaban sus celdas con las poltronas
ministeriales en los vaivenes políticos del siglo XIX.
Al otro lado de la ronda de Santa Bárbara
estaba el paraje denominado las Charcas de Mena, cerca de la actual
glorieta de Bilbao, lugar en donde abundaban los tejares y yeserías. No
en vano, los primeros asentamiento clandestinos que por allí se
hicieron, embrión del futuro Chamberí, eran conocidos como barrio de los
Tejares.
En 1869 se derribó la antigua cerca que
abrazaba el casco antiguo de la ciudad, y poco a poco se urbanizó toda
la zona. En la calle de Sagasta, antigua ronda de Santa Bárbara, tras
el derribo hubo espacio, unos 30 metros de anchura, para distribuirlo
en un paseo central de 10 metros, arbolado a doble hilera cada 5 metros y
con numerosos bancos para sentarse; dos calzadas de 8 metros, para la
circulación rodada, y dos aceras de 2 metros. Fueron los famosos
bulevares, realizados entre 1870 y 1901, en las calles de Alberto
Aguilera (entonces Areneros), Carranza y Sagasta, a los que se sumaron
posteriormente los de Génova y Marqués de Urquijo.
Este eje de bulevares por antonomasia —se
abrieron otros—, aun hoy, aunque desaparecido, así es nombrado, y marcó
el límite del antiguo Madrid con Chamberí, el entonces nuevo barrio en
el llamado Ensanche, plan que a partir de 1869, y según trazas del
ingeniero y urbanista Carlos María de Castro, supuso triplicar la
superficie edificada de la ciudad.
El último trozo en urbanizar de la calle
de Sagasta fue el que corresponde al encuentro con la calle de Mejía
Lequerica, taponado con una antigua construcción adosada a la cerca,
trozo que se mantuvo hasta final de los años veinte del pasado siglo.
Fue una lástima la desaparición de los
bulevares, pues proporcionaban espacio para el juego infantil y un
paseo ancho sin interrupciones para los viandantes, favorecían el
desarrollo simétrico y con grandes copas de los árboles sin molestar en
balcones ni interferir luces y vistas de edificios, aseguraban una mejor
protección de las calles contra la radiación solar en días calurosos y
el viento en días fríos, generaban sombra fresca en un ambiente sereno y
acogedor, y evocaban la naturaleza con el piar de los pájaros y con las
distintas texturas, colores y fragancias del ciclo de las estaciones.
Hace unos años, algún descerebrado en el
Ayuntamiento nos pretendió vender a bombo y platillo la recuperación de
los bulevares en el eje Sagasta-Carranza-Alberto Aguilera. Quizá creyó
que los madrileños éramos unos incautos, pues el ridículo bulevar, de
apenas unos palmos de ancho, sólo es una medianería para separar los dos
sentidos de los carriles de circulación, que apenas da soporte al
crecimiento de unos exangües arbolitos, y que en la mayoría de las veces
provoca confusión a los viandantes —y atropellos— por la no
sincronización de los semáforos de ambos lados en los distintos cruces
de peatones.
En la calle de Sagasta desapareció en
1912 el Teatro Nuevo, que se levantó en el solar donde antes estuvo el
Saladero. Era un barracón de madera, como había tantos en aquella época,
muy sólido y espacioso (1800 espectadores), decorado con gusto y
construido en 1905 según proyecto de de Arturo Pérez Merino. Funcionaba
con espectáculos de variedades, representaciones dramáticas y, en los
últimos años, con sesiones cinematográficas. Y también el Teatro de la
Infancia, con espectáculos de guiñol y cine en un barracón con muy pocas
condiciones de higiene y seguridad, instalado entre 1903 y 1906 en un
solar entre las calles de Antonio Flores y Hermanos álvarez Quintero.
La calle de Sagasta, saturadísima de tráfico y
no excesivamente comercial, posee muy bellos edificios que alternan
construcciones de finales del XIX con otras de principios del XX.
Abundan los edificios con balcones y miradores, fachada de ladrillo rojo
y enmarcamiento en los vanos, muy propios del Ensanche; también algunos
ejemplares de nuestro kitsch ecléctico o español historicista y otros
con un cierto resabio de decoración modernista.
En la acera de los pares, merecen nuestra
atención los dos edificios esquineros con las calles de Churruca y
Larra, el primero antigua Delegación del Instituto Nacional de Previsión
y hoy de la Consejería de Sanidad y Consumo de la Comunidad de Madrid, y
el segundo actualmente del Fondo de Garantía Social. Ambos fueron
levantados en 1896 por Enrique de Vicente y Rodrigo. Nacieron ambos para
ser viviendas de alquiler, en la que los propietarios (el de Larra, don
Antonio Palacios de la Puente) se reservaban la planta principal para
vivienda particular con acceso independiente desde el portal.
Y también, el número 12, construido en 1930,
en el que vivió y murió el compositor vasco Jesús Guride (1886-1961); el
levantado en 1915 por Eduardo Gambra Sanz para la pronunciada esquina
con la calle de Serrano Anguita, como una imponente y majestuosa proa de
barco; el construido por el arquitecto Cesáreo Iradier Uriarte en 1916
para la condesa de la Vega del Pozo en el número 20, con fachada también
a Serrano Anguita, y los números 26 y 28, con vuelta a Hermanos álvarez
Quintero, de Joaquín Saldaña López (1910), con trazas de clasicismo
neobarroco al gusto francés.
En el número 30 vivió y murió el compositor
francisco Alonso (1887-1948). Su obra comprende más de 250 títulos entre
zarzuelas, sainetes líricos, revistas, comedias musicales,
composiciones instrumentales sinfónicas, cuplés, himnos, ballets,
canciones y música para películas. Piezas inolvidables como el
pasacalle de Los nardos, o el chotis del Pichi, de la revista musical Las Leandras, siguen escuchándose y perviven en el recuerdo de todos los amantes del género lírico.
En la otra acera, el número 11, con vuelta a
Eguilaz, que conserva un bello portal recubierto con placas de ónice, de
1925; el 17, con vuelta a Francisco de Rojas, de Antonio Farnés
Aymerich (1903) con bella decoración modernista; el 19, de Eduardo
Reinals Toledo (1917), en estilo neochurrigueresco inspirado en las
obras madrileñas de Pedro de Ribera; el 21, de ángel Saldaña López en
1911; el 23, de nada menos que de Antonio Palacios Ramilo en 1912; el
25, con vuelta a Manuel Silvela, de Julio Martínez Zapata en 1914; el
27, con vuelta a Manuel Silvela y a Manuel González Longoria, de Eduardo
de Adaro Magro (1893)para casa palacio del vizconde de Torre Almirante;
el 29, con vuelta a Covarrubias y a Manuel González Longoria, de José
Marañón Gómez-Acebo y Daniel Zabala álvarez (1903) para casa palacio
del barón de Montevillena, y, esquina a la glorieta de Alonso Martínez,
el levantado por Luis de Landecho y Jordán de Urríes en 1889 como
viviendas de alquiler para la señora viuda de Zabálburu.
Permanece en pie en la calle de Sagasta, nº
2, pero dentro del ámbito de la glorieta de Bilbao, un establecimiento
con el escueto nombre de Vinos, galdosiano, cuidadísimo, con su castiza
fachada de madera en rojo bermellón. En esta tasca, curiosamente, han
servido vino de las frascas y preparado tapas de queso de cabrales tres
generaciones de mujeres. La abuela, fallecida ya muy mayor en 1994, no
dejó ningún día de atender y servir en las mesas.
En el número 7 se encuentra la librería El
Galeón, gemela de la Pérez Galdós de la calle Hortaleza, ambas abiertas
por descendientes del gran novelista y dedicadas desde 1942 a la venta
de libros descatalogados.
En el número 12 hay una pequeña y
veterana tienda con el rótulo de Radio Electricidad, especializada en la
vente de lámparas y pequeño material eléctrico.
En el número 13, abre el Centro de Mayores de la Comunidad de Madrid.
Y otro local afamado en hostelería es el
Restaurante Arturo, en el número 29, especializado en comida
mediterránea tradicional, sobre todo en arroces.
En la plaza de Alonso Martínez, en el centro,
se puso la estatua de Quevedo que hoy adorna la glorieta de su nombre.
En la actualidad, y más propiamente, la que aquí se levanta en un
lateral es la del propio Manuel Alonso Martínez (1827-1891), político
burgalés y brillante parlamentario. En su haber ostentó varias veces el
cargo de ministro (de Fomento, de Hacienda, de Gracia y Justicia), fue
gobernador civil y presidente de la Diputación de Madrid..., y por si
todo esto fuera poco, hizo teatro, fue poeta y apasionado de la música
de Zarzuela.
Son muy interesantes los edificios de la
glorieta. El número 1, esquina a Sagasta, ya ha sido citado
anteriormente; el nº 2, de José Marañón Gómez Acebo (1894), en el que se
encuentra el prestigioso restaurante Solchaga (Florencio Solchaga,
periodista, fue presentador del Telediario por los años setenta); el nº
3, esquina a Santa Engracia, de Ignacio Aldamo Elorz (1917), sede
actualmente de la Embajada de Túnez; el que se encuentra en el chaflán
entre Santa Engracia y Almagro, también de Ignacio de Aldama Elorz
(1924), con un alto torreón sobre el que chocó una avioneta cuyo piloto
no se apercibió de su altura; el nº 5, con vuelta a Almagro, de Luis
Bellido González (1903), y el 7, esquina a Génova, de Carlos Velasco
Peinado (1881), con ornamentación plateresca.
La plaza de Santa Bárbara, una vez derribada
la antigua cerca, se convirtió, por su forma alargada, en un paseo
arbolado o pequeño bulevar.
El Saladero fue demolido a principios del
siglo XX, y en su lugar Joaquín Pla Laporta construyó el palacio de los
condes de Guevara, actualmente transformado en una sede bancaria, siendo
sin duda uno de los edificios que dan belleza al entorno. Está unido
mediante un pórtico al antiguo y desfigurado palacio del marqués de
Argelita, en la esquina con la calle de Serrano Anguita.
En la manzana entre las calles de Hortaleza y
San Mateo, con entrada principal frente a la plaza de Santa Bárbara, se
encuentra el palacio construido por el arquitecto Juan de Madrazo y
Kunt entre 1862 y 1866 para residencia de don Mariano Miguel Maldonado y
Dávalos, conde de Villagonzalo, que fue embajador en Rusia. Sigue
tendencias racionalistas y neogóticas y recupera una estética medieval:
aleros, balcones dobles, miradores, rejerías, canalones de cinc y
predominio del ladrillo, la pizarra, la piedra tallada y la madera
labrada.
Esquina a la calle de Orellana, abrió en
1947 la cervecería Santa Bárbara, como local insignia de esta fábrica de
cervezas que se había fundado en 1815 en el número 2 de la calle de
Hortaleza. Desde entonces ha contribuido a dar sabor y vida a la plaza.
En la misma manzana, esquina a la calle de Santa Teresa, en los bajos de
la antigua Embajada de China, un local nocturno —El Junco— de
prolongada fama entre los noctámbulos. En el otro lado de la plaza
también tuvo su popularidad la cafetería La Concha, sobre todo por un
loro parlanchín que piropeaba a la clientela femenina y servía como
reclamo.
La plaza de Santa Bárbara era como un barco
varado. Tenía en su proa un castillete, un quiosco café-bar que abría
acogedora terraza entre el arbolado en los días soleados. Y en la popa,
un templete de piedra con una librería de lance y la entrada a unos
urinarios públicos y subterráneos. Fue construido según proyecto del
arquitecto Manuel Valcorba por los años cuarenta del pasado siglo.
El templete tenía su propia historia. El
mes de noviembre de 1969 fue protagonista de la sección de sucesos de
los periódicos, cuando el entonces encargado de la librería fue
encontrado apuñalado, en un charco de sangre, rodeado por los libros y
periódicos viejos que vendía.
Desaparecieron en su día primero los
urinarios; luego el quiosco de bebidas (la cafetería Santander, en la
esquina con Sagasta, recoge sus antiguos clientes) y por último el
templete de la librería. Vinieron los ediles municipales, con esa manía
de cambiarlo todo, y se cargaron la tan entrañable y acogedora plaza.
Desde finales de 2009 se ha transformado en un espacio duro a base de
granito y cemento, como nos tiene acostumbrados en los últimos tiempos
la Alcaldía.
Se ha ampliado, eso sí, la zona peatonal,
eliminando los antiguos carriles de circulación del lado izquierdo; se
han plantado más árboles y creadas zonas verdes, delimitadas por
estructuras metálicas poligonales de dudosa estética, y zonas de juegos
infantiles y de actividades para mayores. Y también se ha instalado un
pabellón con fachada de vidrio y forma poligonal, similar a la utilizada
en los parterres, que alberga una librería y una floristería.
INDICE DE FUENCARRAL A HORTALEZA
Desde la Gran Vía a la plaza de Santa
Bárbara va la calle de Hortaleza, cuyo nombre lo toma por ser el antiguo
camino a ese pueblo, no anexionado a Madrid hasta 1950.
En los años veinte del pasado siglo sufrió la
amputación del inicio tradicional de su recorrido debido a la
construcción de la Gran Vía. Desapareció la famosa casa de don Pedro de
Astrearena, marqués de Murillo, que ocupaba la entonces estrechísima
cuña entre Hortaleza y Fuencarral, y que fue motivo para que los
madrileños, con su chunga característica, y para referirse a las cosas y
personas cuya apariencia parecía superior a la realidad, la utilizaran
para decir que eran como "la casa de Astrearena, mucha fachada y poca
vivienda". Allí vivió durante una temporada María del Toro, antes de
casarse con Simón Bolívar.
Y, al otro lado, el palacio de los condes de
Santa Coloma, famoso por el olor de sus cocinas, del que se decía que
alimentaba a muchos que pasaban exclusivamente por allí para deleitarse
con tan sustanciosos aromas. En esa esquina, los arquitectos Joaquín y
Luis Sainz de los Terreros levantaron el edificio del Círculo de la
Unión Mercantil e Industrial, con su poderosa torre redonda del chaflán,
y que albergó en sus bajos las renombradas Pañerías y Sederías Red de
San Luis.
Desapareció en la esquina con Gran Vía,
en el número 1, una gran tienda de aparatos y productos relacionados con
la fotografía, y en el nº 3, la Cuchillería Simón, con gran variedad de
artículos del ramo.
En el número 5 se encuentra la librería Pérez
Galdós, fundada en 1942 por Benito Verde Pérez Galdós, nieto del gran
escritor, especializada en la venta de libros descatalogados. Al final
de la calle de Hortaleza, en el 104, tuvo Pérez Galdós su propia casa
editorial entre 1897 y 1904; una placa en la fachada así lo atestigua y
en el interior del portal se puede ver una imagen de grandes dimensiones
del autor.
En el número 9 desapareció Radio Electra, una
veterana y surtidísima tienda de pequeño material de electricidad y
electrónica. Sus dependientes eran unos verdaderos profesionales que
aconsejaban y respondían a todas las dudas amablemente. Y se mantiene la
pastelería Horno de San Onofre, sucursal de la afamada en la calle
—claro— de San Onofre, fundada en 1972 sobre otra ya allí existente
desde muchos años antes.
Esquina a la calle de la Reina
desapareció igualmente una tienda especializada en caramelos y bombones a
granel. Los de licor eran exquisitos y difíciles de encontrar en la
actualidad en otros establecimientos.
También cerró la zapatería Los Guerrilleros,
en el 20, que se publicitaba con la frase: "No compre aquí, vedemos muy
caro". Todo lo contrario; sus precios eran insuperables. En cambio, sí
siguen abriendo, entre otros locales tradicionales cercanos: Vinos y
Licores Stop Madrid, en una antigua charcutería esquina a la calle de
las Infantas, con una preciosa fachada en mármoles y madera; la
perfumería de Eduardo Pérez del Barrio, en el 15; Mamá Inés, un café
decorado a la antigua, que pretende ser igualmente sitio agradable de
tertulia, en el 22, o El Relámpago, un local de compostura rápida de
zapatos, en el 37.
Pasada la calle de las Infantas, daba la
trasera del convento de los Agonizantes de San Camilo, fundado en 1643 y
con fachada principal a la calle de Fuencarral. En el hospital anexo,
los padres camilos, orden instituida por san Camilo de Lelis, recibían a
enfermos moribundos y era fama que muchos, incluso preagónicos,
lograban salir curados. Además de la atención médica y religiosa en los
últimos momentos, fueron precursores de los tanatorios modernos, pues
los difuntos eran amortajados e instalados en oratorios fúnebres en el
propio hospital, evitando así a los deudos las molestias de los
velatorios en casa. Desapareció en tiempos de la Desamortización. La
iglesia contenía un soberbio Cristo de la Agonía, obra culminante
del Barroco madrileño, tallado a mediados del siglo XVII por Juan
Sánchez Barba. Hoy se encuentra en el retablo mayor del cercano oratorio
de Caballero de Gracia.
En el número 64 abre el antiguo comercio
de Lámparas Oliva, hoy renovado y modernizado, pero con el amplio
surtido de siempre para todos los gustos y usos (vivienda, locales,
exteriores, automóviles, fotografía, etc.). Otras de estas tiendas de
igual especialidad han abierto también en Hortaleza, de tal manera que
es ahora la calle por excelencia para encontrar cualquier tipo de
lámpara, por muy rara que parezca.
Abundaban en la calle de Hortaleza los
comercios dedicados a la venta y arreglo de máquinas de escribir,
artilugios mecánicos que han desaparecido de nuestras vidas y que ya
muchos ni han conocido. Y muchas eran también las especializadas en
materiales de dibujo, pintura y bellas artes, hoy en franca decadencia,
Se ven hoy sustituidas por boutiques, restaurantes de comida rápida,
bares de copas, bazares chinos o locales varios relacionados con el
ambiente gay del barrio de Chueca, del que Hortaleza es frontera.
Desaparecieron, igualmente, la droguería y
tienda de pinturas UVI, en el número 50; la taberna Los Pepinillos, una
de las más famosas de Madrid, en el 59, o la tienda de semillas, granos
y legumbres de Robustiano Díez Obeso, fundada en 1871, en el 70, cuyos
nuevos propietarios han tenido el buen gusto de mantener la preciosa
fachada y su rótulo pese a dedicarse a otro negocio. Incluso se han
respetado las cajoneras del interior y el suelo de antigua cerámica
hidráulica. Si sigue atendiendo al público, la Farmacia San Antón, en el
número 66, de larga trayectoria.
En el número 76, esquina a Gravina, han
levantado un moderno edificio, casi de imposible concepción por lo
estrecho del solar, pero que destaca sobremanera por lo atrevido de su
fachada totalmente distinta a las del entorno.
El que hace esquina a Hernán Cortes en un
edificio singular, erigido en 1904 por Mariano Belmás Estrada para
viviendas y por encargo del marqués de Valdeterrazo. La restauración de
su fachada ha sido perfecta, y un acierto la elección de colores.
En el 61, esquina a la calle de la
Farmacia, se encuentra uno de los palacios que habitaron en Madrid los
intrigantes duques de Montpensier, reducido a simple fachada por un
drástico proceso de rehabilitación. Fue construido en 1861 por Wenceslao
Gaviña. Don Antonio María de Orleans, casado con la infanta Luisa
Fernanda, hermana de Isabel II colaboró en el derrocamiento de su
cuñada y luego presentó su candidatura a la Corona con el apoyo de los
unionistas, pero pronto vio malogrados sus deseos al matar en duelo, en
1870, a Enrique de Borbón, hermano del ex-rey consorte francisco de
Asís. El 16 de noviembre de 1870, reunidas las Cortes Constituyentes, de
entre todos los aspirantes salió elegido por 191 votos don Amadeo de
Saboya, duque de Aosta; Montpensier sólo obtuvo 27.
Antes que el antiguo camino de Hortaleza
empezara a configurarse como calle allá por tiempos de Felipe III,
existía por la zona un lazareto que en 1587 pasó a ser Hospital de
Peregrinos y del Catarro, dedicado a los enfermos de una epidemia de
gripe (entonces no existía esa palabra) que por aquellos años invadió
Madrid. Allí se aislaba a los afectados, uno de cuyos síntomas era la
tos, por lo que se estableció esa costumbre de decir "Jesús" cuando una
persona estornudaba, como la cristiana expresión del deseo de que
curase.
En el siglo XVII, este antiguo hospital
pasó a ser regido por la orden de clérigos regulares de San Antonio Abad
(antonianos) que labraron la iglesia dedicada a San Antonio Abad,
realizada por el arquitecto Pedro de Ribera en 1753.
Posteriormente, suprimida la orden de San
Antonio Abad por Pió VI, todos los enormes terrenos —iglesia incluida—
entre las calles de la Farmacia y Santa Brígida, que estaban abandonados
desde 1787 fueron ocupados en 1794 por los escolapios para las
Escuelas Pías de San Antón, popularmente conocido como Colegio de los
Escolapios de San Antón.
Los escolapios también heredaron la muy
madrileña y pintoresca costumbre, que aún se practica, de celebrar el 17
de enero (fiesta de san Antonio Abad) con la bendición de animales, el
consiguiente desfile (las "vueltas" de San Antón) y la venta de
rosquillas que aseguran prosperidad económica.
Los escolapios desasnaron a generaciones y
generaciones de arrapiezos madrileños a base de capones y humillantes
tirones de orejas, contundentes herramientas pedagógicas de aquellos
tiempos, hasta 1989, año en el que lo abandonaron, pero conservando la
iglesia.
En uno de los altares de la iglesia de San Antón se encontraba el cuadro La última comunión de San José de Calasanz,
pintado por Goya en 1819 (actualmente en el Museo Calasancio de la
calle de Gaztambide), reemplazada ahora por una copia. Sí contiene una
pequeña pero interesante colección de escultura barroca: un San Pablo Ermitaño, un San Antonio de Padua y una excelente Magdalena Penitente de escuela castellana.
En el exterior del edificio, en el chaflán
entre Hortaleza y Santa Brígida hay una fuente conocida como la de los
Delfines, que tiene su historia. Hubo antes, en el mismo lugar, otra
anterior, la Fuente de las Recogidas, que se abastecía del viaje de agua
de la Castellana y disponía de cuatro caños de bronce para uso de la
vecindad. Fue realizada por el arquitecto Ventura Rodríguez, entre 1770 y
1772, en piedra blanca de Colmenar sobre un pedestal y pilón de granito
de Guadarrama. Como adorno se colocaron dos galápagos trepando sobre
una concha, intentando alcanzar el jarrón que coronaba la fuente. De ahí
que popularmente fuera conocida como Fuente de los Galápagos.
Pero a finales del siglo XIX, o
principios del XX, la fuente se sustituyó, sin que hasta el momento se
conozcan los motivos. Quizás por sobresalir con exceso en la esquina
dificultando el giro de los carros en una calle tan estrecha como la de
Santa Brígida. En su lugar se instaló la hoy presente, más reducida, en
la que hay dos delfines entrelazados de cuyas bocas salen los chorros de
agua. El hecho de que se mantuviera sobre la fuente actual los números
romanos del año de construcción de la primitiva, ha dado lugar a muchos
equívocos.
Durante la Guerra Civil el colegio fue
convertido en cárcel, la cárcel de San Antón o Prisión Provincial de
Hombres número 2. La gran puerta del edificio, que daba a la calle
Hortaleza, fue cerrada, y se accedía a la prisión a través de otra
puerta situada en la calle de la Farmacia. Desde esta cárcel salieron,
durante noviembre y diciembre de 1936, diversas sacas de presos, entre
ellos los llevados a Paracuellos del Jarama. Tras la guerra, el edificio
efectuó la misma función, albergando, en condiciones infrahumanas, a
las víctimas de la represión franquista. Posteriormente fue devuelto a
los escolapios.
Ahora, tras unas intensas reformas, el
enorme edificio de las Escuelas Pías de San Antón se ha convertido en
sede del Colegio de Arquitectos de Madrid, además de albergar una serie
de equipamientos para el barrio como instalaciones deportivas con
piscina cubierta, escuela de música, biblioteca, escuela infantil y
centro de mayores.
En los bajos del antiguo Colegio de los
Escolapios de San Antón, en su fachada principal a Hortaleza, hubo dos
comercios de grandes dimensiones, ambos también con unos techos
altísimos, casi desproporcionados, uno dedicado a la venta de muebles y
el otro concesionario en Madrid de Colchones Flex.
Enfrente está la sede del sindicato UGT,
antiguo convento de Santa María Magdalena, vulgarmente conocido como
Recogidas por acoger a mujeres de mala vida arrepentidas o jóvenes
embarazadas víctimas de engaños y falsas promesas de casamiento, y que
sólo podían salir del encierro para casarse o para vestir hábitos.
El origen de este convento se remonta a 1587,
cuando la orden de monjas terciarias franciscanas empezó a recoger
mujeres de mala vida en un hospital de peregrinos en la calle Arenal. En
1623, Francisco de Contreras, presidente del Consejo de Castilla, las
mandó trasladar a un nuevo edificio en la calle Hortaleza (luego, y
hasta su clausura, serían monjas calatravas cistercienses las que lo
rigieran). En 1744, se trasladó a este convento la Santa y Real
Hermandad de Nuestra Señora de la Esperanza y Santo Celo, fundada el 30
de diciembre de 1733, y vulgarmente denominada Ronda del Pecado Mortal,
que salía por las calles para recoger a las descarriadas, coreando al
son de una campanilla: "Alma que estás en pecado, si esta noche
murieras, piensa a dónde fueras"
En cuanto al edificio, poco queda ya del
primitivo convento. En 1897 el arquitecto Ricardo García Guereta
reconstruyó la iglesia, y en 1916 Jesús Carrasco hizo lo propio con el
convento. El edificio ardió en 1936, siendo reconstruido en la
posguerra. Y tras su abandono en 1974, fue adquirido en 1987 por la UGT
que, respetando la fachada, reformó el interior para su sede.
En el número 90 nació José Luis Sáez de Heredia, director de cine comprometido con el franquismo. De hecho dirigió Raza, film con guión del propio dictador y el documental Franco, ese hombre. Su mejor película, sin duda: Historias de la Radio.
El edificio rotulado con el número 96 es
también interesantísimo. Fue construido por Arturo Pérez Merino en 1912
para don Ramón Méndez. A pesar de no ser viviendas de lujo, se las quiso
dotar de los mejores adelantos modernos, como el teléfono para uso de
todos los vecinos, situado junto a la portería, y los telefonillos
interiores que comunicaban cada vivienda con el portero. Y también un
sistema de recogida de basuras que desde los pisos vertía directamente
en unos depósitos colocados en el patio. Ese espíritu se refleja en la
fachada, de clara tendencia modernista.
Y también los son los números 106 y 108,
edificios de viviendas para el marqués de Falces y doña Sofía Muga,
erigidos en 1912 por Joaquín Saldaña López, con excelentes miradores de
obra en curvas y contracurvas y una altura que contrasta con las
estrecheces de la calle.
En el número 77 se encuentra el Colegio de
Santa Isabel, de las Hijas de la Caridad de San Vicente de Paul, fundado
en 1856 como Casa de Misericordia de Santa Isabel por la Marquesa de
Malpica y la Condesa de Zaldívar, para educar completa y gratuitamente a
niñas pobres mayores de 9 años.
Esquina a Mejía Lequerica se levanta la
Casa de los Lagartos, construida entre 1911 y 1912 por el arquitecto
Benito González del Valle para D. Gabriel B. Larrea. Gran inmueble
entre modernista y racionalista por el que trepan unos reptiles que
contrariamente a lo que el nombre por el que es conocido indica, son
salamandras. Es una de las primeras manifestaciones de la influencia del
modernismo vienés en la arquitectura madrileña.
Y en la manzana que forman Hortaleza, Mejía
Lequerica, San Mateo y la plaza de Santa Bárbara, el palacio construido
por el arquitecto Juan de Madrazo y Kunt entre 1862 y 1866 para
residencia de don Mariano Miguel Maldonado y Dávalos, conde de
Villagonzalo, que fue embajador en Rusia. Sigue tendencias racionalistas
y neogóticas y recupera una estética medieval: aleros, balcones dobles,
miradores, rejerías, canalones de cinc y predominio del ladrillo, la
pizarra, la piedra tallada y la madera labrada.
En el área comprendida entre las calles
de Fuencarral y Hortaleza (frontera que nos hemos marcado; más allá, el
barrio de Chueca), iniciamos el recorrido por la de las Infantas, que
salta esa divisoria y llega hasta la plaza de Rey. Su nombre hace
referencia a las infantas María y Margarita, que en 1639 presenciaron la
solemnísima procesión, presidida por Felipe IV y su esposa Isabel de
Borbón, con motivo de la inauguración del convento de los Capuchinos de
la Paciencia, edificado en el espacio de la actual plaza de Vázquez de
Mella, en desagravio a la ofensa que unos judíos hicieron a una imagen
de Cristo Crucificado. El convento desapareció en 1836.
Pero varios han sido los nombres de la calle
en sus distintos tramos y según épocas: como calle del Piojo el primero,
entre Fuencarral y Hortaleza, o de las Siete Chimeneas el último, el
más cercano a la plaza del Rey, por levantarse allí la Casa de las Siete
Chimeneas, construida entre 1574 y 1577 por el arquitecto Antonio
Sillero para Pedro de Ledesma, secretario de Antonio Pérez, y en la que
se funden leyenda e historia, tal como que la casa sirvió de reclusión a
una hija ilegítima de Felipe II y que después de muerta todavía
habitaba en ella su fantasma. Durante algún tiempo fue residencia del
Marqués de Esquilache, contra quien el pueblo madrileño se amotinó en
1766 dejando las huellas de su descontento en la casa. En la actualidad
es sede del Ministerio de Cultura
En el año 1868, se suprimieron todos los
nombres relacionados con la realeza, lo que supuso que esta calle pasara
a recibir el nombre de Marina Española. Posteriormente recuperó el
nombre de las Infantas. Y durante los años 30 se llamó calle de Rosalía
de Castro, recuperando el antiguo nombre en 1940.
En la calle Infantas, esquina a
Fuencarral, desaparecieron los Almacenes Eleuterio, y en el 21, el Cine
Infantas, de reestreno, con sesión continua desde por la mañana. Fue
inaugurado en 1948 y entre noviembre de 1973 y junio de 1974 fue sede de
la Filmoteca Española, situada actualmente en el Cine Doré. Su cierre
en 1992 fue un signo del inicio de la decadencia de las salas de cine
tradicionales, en favor de los cines multisala. En su lugar hay
actualmente un supermercado.
La calle de Pérez Galdós está dedicada al
genial novelista, sin duda el más grande después de Cervantes. Como ya
se ha citado anteriormente, estuvo muy relacionado con esta zona: en el
número 104 de la calle de Hortaleza tuvo Galdós su propia editorial, y
en el 5 un nieto abrió una librería con su nombre
En el número 4 de la calle de Pérez
Galdós, en una casa muy antigua, hay unos balcones con flores que
resultan verdaderamente espectaculares.
Don Benito Pérez Galdós, nació en las Palmas
de Gran Canaria en 1843, llegó a Madrid en 1862, para estudiar Derecho, y
aquí se quedó ya para siempre, enamorado de sus barrios y de sus
gentes.
Después de la primera novela, La fontana de oro (1870), su producción literaria es asombrosa: los Episodios Nacionales (46 episodios que son una historia novelada del siglo XIX español), 33 novelas, 24 obras teatrales y 15 libros varios.
Entre sus novelas, destacan: Doña Perfecta, Marianela, El amigo Manso
(se desarrolla en las calles en torno a la de Fuencarral, y el
personaje principal, Máximo Manso, es vecino de la calle del Espíritu
Santo), Tormento, Fortunata y Jacinta, Miau (la acción transcurre a ambos lados de la calle de San Bernardo), Tristana, Nazarín y Misericordia. Y entre sus obras teatrales: Realidad, El abuelo, Electra, Casandra y Santa Juana de Castilla.
Galdós, que ingresó en la Real Academia en
1897, también participó en la vida política española, siendo diputado
por el partido liberal de Sagasta en 1886. En 1906 volvió al Congreso,
esta vez como republicano, factor que desencadenó que, aquí en España,
en 1912, se organizara una vergonzosa campaña por parte de ciertos
sectores monárquicos para que no recibiera el premio Nobel de Literatura
de ese año, cuando estaba en las mejores condiciones para obtenerlo.
En el año 1919 —la muerte le vendría poco
después, en 1920— recibió un gran homenaje nacional por parte del
mundo de las letras, asistiendo, ya ciego y casi paralítico, a la
inauguración de su propio monumento en el Retiro, obra de su gran amigo y
escultor Victorio Macho.
La Calle de Augusto Figueroa, empinada,
estrecha y sin alineación en alguna de sus casas, también salta la
frontera de Hortaleza y llega hasta la de Barquillo. Lleva desde 1904 el
nombre del escritor y maestro de periodistas malagueño, que escribió en
algunos de los más importantes de entre los numerosísimos diarios que
en Madrid se publicaban en el siglo XIX.
Antes fue calle de Santa María del Arco, y
a partir de 1835 del Arco de Santa María. El origen de esta antigua
denominación está es un retablillo con un cuadro de la Virgen de la
Soledad que se hallaba sobre la puerta de las caballerizas del marqués
de la Torrecilla, al que acudían las gentes a orar. Ante esta devoción
popular, en 1712, un descendiente del marqués, don Francisco de Feloagán
y Ponce de León, construyó una capilla, que es la que se conserva en la
calle de Fuencarral, esquina con esta calle, con la apariencia de una
ermita campesina en cuyo torno hubiera crecido de pronto la ciudad. En
el lateral izquierdo hay otra imagen, la del Cristo del Consuelo, barroco, que parece del s. XVII.
Y en los años de la Guerra Civil recibió la
calle el nombre de Teniente Castillo, en recuerdo del teniente de la
guardia de asalto José Castillo, muerto a tiros en julio de 1936 cuando
salía de su casa situada en esta calle.
José Castillo, destacado militante
socialista y de la Unión Militar Republicana Antifascista (UMRA), estaba
en el punto de mira de los falangistas. Así las cosas, el 12 de julio, a
las diez de la noche, cuando se encaminaba a su cuartel de Pontejos,
junto al Ministerio de la Gobernación, al doblar la calle de Fuencarral
cuatro pistoleros le dispararon a quemarropa. Posiblemente habría sido
uno más de los asesinados, y su nombre no habría entrado en la Historia
de no ser por los acontecimientos que siguieron. Sus compañeros juraron
vengarse y organizaron un grupo con el propósito, al parecer, de matar
al líder de la CEDA José María Gil-Robles, pero al no encontrar a éste
en su domicilio se encaminaron al de José Calvo Sotelo, líder de
Renovación Española, al que sacaron con una orden de detención falsa y
dispararon dos tiros dentro del coche en el que iban. Luego dejaron su
cadáver en el depósito del cementerio del Este. Era el 13 de julio, y
fue el desencadenante del golpe de estado que se venía gestando desde el
triunfo electoral de Frente Popular, por lo que cuatro días después, el
17 de julio, se inicia la sublevación en Melilla del ejército de áfrica
con la que comenzaba la Guerra Civil.
De entre todos los comercios más
tradicionales de la calle de Augusto Figueroa, destacamos el de ropa de
hostelería La Gloria, en el número 4, en un bello edificio
retranqueado. Y abundan las tiendas de zapatería, especialmente las que
venden modelos de muestrario.
Entre las calles de Barbieri y Libertad
se levantaba el Mercado de San Antón, inaugurado en 1945 y renovado en
2010 con un moderno centro comercial. Pero hubo otro anterior,
construido en 1849 y con fachadas a Augusto Figueroa, Pelayo (antigua de
San Antón) y San Bartolomé
Y en el número 29 de Augusto Figueroa nació
el gran dramaturgo y novelista Enrique Jardiel Poncela (1901-1952),
atacado en su tiempo por alejarse del humor tradicional y desarrollar un
teatro basado en el absurdo, lo inverosímil, lo irónico o lo
disparatado. Sin embargo, el paso de los años no ha hecho sino
acrecentar su figura y sus obras siguen representándose en la
actualidad, habiéndose rodado además numerosas películas basadas en
ellas. Recordemos, entre otras muchas: Usted tiene ojos de mujer fatal, Angelina o el honor de un brigadier, Cuatro corazones con freno y marcha atrás, Eloísa está debajo de un almendro o Los ladrones somos gente honrada.
Desapareció de Augusto Figueroa la taberna
Santander, esquina a la calle de Pelayo (trasladado a la calle de
Rodríguez San Pedro, 44, con el nombre de La Lorena), especializada en
una interminable lista de tapas a la manera de pintxos vascos. Y se
mantiene en el 35 otra taberna, Tienda de Vinos, que todo el mundo
conoce por "El Comunista", convertida en casa de comidas, pero
afortunadamente conservando la decoración interior y exterior como en
sus ya lejanos años de fundación allá por los años 30 del pasado siglo.
La calle de Hernán Cortés, en la que hay poco
que destacar, salvo la desaparición en el número 1 de la antigua tienda
de sombreros y boinas Llarcos, está dedicada al gran conquistador de
Méjico.
Hernán Cortés Monroy Pizarro Altamirano
nació en Medellín (Badajoz), en 1485, hijo único de un hidalgo
extremeño. Tras estudiar leyes en Salamanca, abandonó la Universidad
dos años más tarde para embarcarse en Sevilla rumbo al Nuevo Mundo.
Al llegar a Santo Domingo, se puso al servicio de Diego de Velázquez y en 1511 lo acompañó en la conquista de Cuba.
En el año 1519, Cortés salió rumbo a
México-Tenochtitlán con 11 navíos, 550 hombres, 16 caballos y 14
cañones. Y con el apoyo de los tlaxcaltecas, implacables enemigos de
los aztecas, tomó la ciudad de Tenochtitlán, México actual, y capturó al
emperador Moctezuma. En la madrugada del 1 de julio de 1520 ("La Noche
Triste"), los aztecas se sublevaron, pero Hernán Cortés organizó el
retorno y después de varios meses de combates logró conquistar de nuevo
Tenochtitlán y capturar al último Huey Tlatoani, Cuauhtémoc, el 13 de agosto de 1521.
En 1529, viajó a España donde la Corona le
otorgó el título de Marqués de Valle de Oaxaca. De regreso a México
organizó nuevas expediciones a Tehuentepec, Baja California y Sinaloa.
En 1540, volvió a España para gestionar nuevos títulos, e instalado en
el barrio de Castilleja de la Cuesta, cerca de Sevilla, falleció el 2 de
diciembre de 1547.
En la calle de la Farmacia (hasta 1835
de San Juan) se encuentra la sede, como no podía ser menos, de la Real
Academia de Farmacia, edificio neoclásico construido por Pedro
Zengotitabengoa en 1827 para albergar la facultad de Farmacia, que aquí
estuvo hasta su traslado a la Ciudad Universitaria. Tuvo su origen esta
institución en 1589, reinando Felipe II, cuando los boticarios de la
Villa de Madrid constituyeron la Congregación y Colegio de Boticarios
del Sr. San Lucas y Nuestra Sra. de la Purificación, con sede en el
desaparecido Convento de San Felipe el Real, que se encontraba en la
Puerta del Sol, en el inicio de la calle Mayor; aunque lo fue
oficialmente en 1783 cuando Felipe V aprobó los Estatutos del Real
Colegio de Profesores Boticarios de Madrid.
En la calle de la Farmacia abre, en el número 2, el restaurante Casa Hortensia, templo de la cocina asturiana en Madrid.
La calle de Santa Brígida recibe este
nombre por dar a ella las ventanas de la sala dedicada a esta santa de
origen sueco del antiguo hospital regido por la orden de clérigos
regulares de San Antonio Abad (luego Colegio de los Escolapios de San
Antón y ahora sede del Colegio de Arquitectos de Madrid y centro
deportivo y cultural)
En la calle de Santa Brígida desapareció por
los años ochenta el teatro Martín, construido en 1860 por Manuel Felipe
Quintana para el empresario Casimiro Martín y reformado en 1919 por
Teodoro Anasagasti. Se dedicó a la representación de obras cómico
líricas, zarzuela y sobre todo de revista. Por aquel escenario pasaron
artistas tan consagrados como José álvarez "Lepe", Pepe Bárcenas, Tomás
Zori, Fernando Santos, Manuel Codeso, Tony Leblanc, ángel de Andrés,
Alfonso Lussón, Manolo Gómez Bur, Antonio Garisa, Andrés Pajares... O
vedettes como Mary Begoña, Raquel Daina, Celia Gámez, Licia Calderón,
Addy Ventura, Queta Claver, Vicky Lagos...
En el número 1 de la calle de Santa
Brígida se encuentra el restaurante Ribeira do Miño, donde disfrutar una
mariscada a precio asequible
La calle de Santa águeda, entre la de Santa
Brígida y la de San Mateo, parece ser que recibe el nombre por haber una
sala dedicada a esta santa en el que fue hospital regido por la orden
de clérigos regulares de San Antonio Abad ya citado. Santa águeda nació
en Palermo en el siglo III. Prendado de su belleza el gobernador de
Sicilia Quintiano, ésta lo rechazó por pagano, y él se vengó ordenando
su martirio.
La calle de San Lorenzo, entre San Mateo y
Hortaleza, al igual que las anteriores recibe el nombre por una sala
dedicada a este santo en el antiguo hospital de San Antón. San Lorenzo
fue uno de los siete diáconos de Roma, ciudad donde fue quemado en una
parrilla en el año 258. Se dice que en medio del martirio, exclamó: Assum est, inqüit, versa et manduca (más o menos: dadme la vuelta, que por este lado ya estoy hecho).
El Monasterio de San Lorenzo del Escorial,
construido por Felipe II para conmemorar la victoria de San Quintín el
10 de agosto (día de la festividad de san Lorenzo) de1557, en
agradecimiento a la protección del santo tiene forma de parrilla.
Tiene la calle de San Lorenzo, al
principio, un pasaje particular, que en realidad es un patio de
vecindad, cerrado con una verja. Todas las casas a él abiertas son
iguales, sin duda construidas en la misma época (posiblemente a finales
del siglo XIX) y por el mismo arquitecto o maestro de obras. Resulta
curiosísimo, y parece más bien un barrio londinense.
La calle de San Mateo, desde Fuencarral a la
plaza de Santa Bárbara, está dedicada al santo apóstol y evangelista,
que aquí tuvo un oratorio bajo su advocación en unos terrenos propiedad
de don Marcos Fernández, canciller del Sello de la Puridad en tiempos de
don Pedro I el Cruel. Era éste un título honorífico de grado de oficial
real, concedido a personas de mucha confianza del rey, entre cuyas
funciones más importantes se encontraba la custodia del real sello.
En la calle de San Mateo, la antigua casa
palacio del conde de Niebla fue reconvertida en Cuartel de San Mateo de
Guardias de Infantería Española, destruido en tiempos de la ocupación
francesa. Su enorme plaza de Armas llegaba hasta las actuales calles de
Mejía Lequerica y Barceló. Parte de esos terrenos fueron luego cedidos
para huerta al antiguo Hospicio (hoy museo de Historia en la calle de
Fuencarral) a finales del siglo XVIII.
En la calle de San Mateo estuvo en el
siglo XIX el colegio de ese mismo nombre que dirigió don Alberto Lista,
por el que pasaron muchachos que luego alcanzaron gran renombre en la
época romántica, como Espronceda o Ventura de la Vega. Y allí mismo se
instaló en 1865 el Colegio de Sordomudos y Ciegos.
En el número 5 estuvo la redacción del
periódico republicano La Igualdad, de gran resonancia en los tiempos de
Isabel II. Allí abre ahora el clausurado Instituto San Mateo, del que
se habló en su momento en los medios de comunicación porque era el
centro elegido por la Comunidad de Madrid para instalar un colegio
bilingüe de catalán. Después ha sido utilizado como sede provisional de
otras instituciones escolares en obras, y como Centro de Educación de
Adultos.
En el número 7 se levanta el palacio de los
duques de Veragua, con fachada principal a la calle de la Beneficencia,
construido entre los años 1860 y 1862 por el arquitecto Matías Laviña.
En la segunda mitad del siglo XX se convirtió en la sede del Servicio
Nacional de Productos Agrarios (hoy Fondo Estatal de Garantía Agraria).
Pero lo verdaderamente interesante de la
calle de San Mateo es, en el número 13, el Museo Romántico, antes
palacio del marqués de Matallana, que también tiene fachada a la calle
de la Beneficencia. En 1924, Benigno de la Vega-Inclán y Flaquer, II
marqués de la Vega-Inclán, convirtió el edificio en museo, donando para
tal efecto su colección personal de muebles, cuadros, porcelanas,
libros, y otros interesantes recuerdos de los personajes, escritores y
artistas de aquella agitada época romántica. Al conjunto inicial se
añadieron donaciones del marqués de Cerralbo y depósitos del Museo del
Prado.
La colección del Museo del Romanticismo ha
estado siempre en constante crecimiento. Con posterioridad a la Guerra
Civil, el museo recibió entre 1942 y 1945 varios lotes incautados por el
Servicio de Defensa del Patrimonio Artístico, conformados por dibujos,
estampas, miniaturas y abanicos.
Desde entonces, el Museo ha aumentado
progresivamente sus fondos mediante donaciones realizadas por personas
particulares e instituciones.
Contiguo al Museo Romántico se halla la Asociación para la Enseñanza de la Mujer, fundada por don Fernando de Castro en 1870.
Flanqueando el último tramo de la calle
de San Mateo hay dos palacios. A la derecha, el ya citado de don Mariano
Miguel Maldonado y Dávalos, conde de Villagonzalo, construido por Juan
de Madrazo y Kunt entre 1862 y 1866 con una estética medieval. Y a la
izquierda, la ruinosa casa palacio de don Casimiro de Ustáriz Suarez de
Loreda, marqués de Ustáriz, construida por José Pérez en 1748.
Y dos locales comerciales interesa
destacar en la calle de San Mateo. Uno desaparecido, La Fuescisla, en el
número 4, tasca en la que se disfrutaba de la cocina casera madrileña
más auténtica. Miguel de Frutos y su mujer Teresa Rodríguez sentaron a
su mesa igual a personas humildes como hasta el mismo rey Juan Carlos,
ministros, toreros o gente del teatro y del cine.
El otro, que sigue abierto, los almacenes de
tejidos Los Ángeles, en el número 18, empresa familiar fundada en 1941 y
especializada en ropa de hogar y en popelines para camisería.
Por último, la Travesía de San Mateo, que
lleva el nombre, obviamente, por salir de esa calle. Su final,
atravesando Hortaleza, es en la calle de Pelayo. En el siglo XVII y
XVIII, el trozo de San Mateo a Hortaleza llevaba el nombre de Santa
María la Vieja; el resto, de Panaderos.
Mítica, en los años ochenta, durante la
mayor efervescencia de la llamada "movida madrileña", fue la animadísima
sala Vaivén, en el número 1 de la Travesía de San Mateo, donde lo
importante era el movimiento, el baile, la música.
Y, en el número 8, abre Enana Marrón, una
asociación cultural fundada en 1999 para la difusión de obras
cinematográficas y audiovisuales de carácter experimental, con
proyecciones, tertulias, cine-fórum, conferencias y diversos talleres y
seminarios.
FIN |
EL BARRIO DE MARAVILLAS - 4
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