MARAVILLAS. PLAZA DEL DOS DE MAYO
Los límites del barrio de Maravillas, cuna
que fue de la majeza de Madrid, y que competía en casticismo con los
manolos de Lavapiés y los chisperos de San Antón y Barquillo, se
mantuvieron invariables hasta finales del siglo XIX. Según Mesoneros
Romano, en su libro Manual de Madrid, de 1833, el cuartel de
Maravillas —así se llamaban entonces las zonas administrativas— estaba
formado por el área comprendida entre las calles de Fuencarral,
Desengaño (hasta la formación de la Gran Vía tenía salida a Fuencarral),
Tudescos (toda esta parte está igualmente muy reformada), San Bernardo,
puerta de Fuencarral (estaba en la calle de San Bernardo, a la altura
de la calle de San Hermenegildo) y puerta de San Fernando o de los Pozos
de la Nieve en la hoy glorieta de Bilbao. En la actualidad, el barrio
de Maravillas es el de la circunscripción de la parroquia de Ntra. Sra.
de las Maravillas y de los Santos Justo y Pastor, asentada desde el año
1891 en la iglesia del antiguo convento de Maravillas.
El traslado de la Universidad de la calle de
San Bernardo al extrarradio de la Moncloa, supuso un mazazo para el
barrio. Maravillas había sido durante casi un siglo el refugio de los
estudiantes. Todo él estuvo sembrado de pensiones, restaurantes
económicos, tascas y cafés, librerías, talleres de imprenta... Los
universitarios daban vida y recursos. Casi a punto de sucumbir, los
especuladores inmobiliarios pusieron su punto de mira en este barrio
céntrico y decadente y urdieron un despropósito urbanístico sin
parangón: la "Gran Vía Diagonal", en la que pretendían sacarnos a todos
de nuestras casas y hacer tabla rasa de todo un barrio histórico
plagado de notables edificios. Pero Maravillas no estaba vencido.
Resurgió. La tozuda resistencia del paisanaje y la divulgación pública
del plan —portal por portal— hicieron fracasar tan desmedido, sin
sentido y codicioso proyecto. Hoy Maravillas, que con el tiempo ganaría a
pulso el mal admitido por los vecinos sobrenombre de Malasaña, luce en
todo su esplendor y con más fuerza e ímpetu que nunca.
La Plaza del Dos de Mayo, una de las más
míticas y famosas de Madrid, corazón del barrio, tiene su propia
historia, pues fue escenario de la heroica resistencia del pueblo de
Madrid contra la invasión francesa, el 2 de mayo (de ahí el nombre) de
1808.
Se formó en 1869 en parte de los solares
resultantes de la demolición del convento de Maravillas (permanece la
iglesia, barroca, típicamente carmelitana, construida en 1647) y del
Parque de Artillería de Monteleón, que hasta 1807 había sido palacio
suntuoso de los duques de Monteleón. E igualmente se trazaron las calles
de Ruiz, Monteleón, Malasaña, Galería de Robles y prolongación de
Divino Pastor, que para todo eso daba el derribo.
En el plano de Texeira de 1656 aparece
dibujado el primero de los palacios de los marqueses del Valle, duques
de Monteleón y de Terranova, descendientes de Hernán Cortés, de
dimensiones más reducidas. Luego, al anexionar a la finca terrenos
extramuros a la cerca construida en 1625 por Felipe IV que rodeaba el
Madrid de entonces, y parte de una quinta colindante, la llamada del
Divino Pastor, se derribó el primer palacio y fue construido uno nuevo.
De estilo churrigueresco, con algunos edificios dependientes de él,
tenía un primoroso jardín que se extendía delante de su principal
fachada, en el que había una bella fuente de mármol con tres nereidas,
sobre las que aparecía una figura con casco sosteniendo las armas de la
casa de Monteleón. Otro de los adornos era una estatua de Neptuno, que
se destacaba en el centro de un gracioso arco. La escalera era tan
magnífica que se la comparaba con la del Escorial. En sus estancias
regias vivió la duquesa de Terranova, camarera mayor de la reina María
Luisa de Orleans, primera esposa de Carlos II, y la reina Isabel de
Farnesio cuando ya era viuda de Felipe V.
En 1723 sufrió el palacio un pavoroso
incendio, que causo muchos estragos de difícil y costosa reparación. Y
en 1807, Godoy, primer ministro de Carlos IV, lo convirtió en parque de
Artillería. Además de los pertrechos y dependencias militares, alojaba
también el museo y las colecciones históricas y facultativas de
Artillería.
Un año después, a este centro castrense
acudieron los madrileños en busca de armas el memorable 2 de mayo y
aconteció su épica defensa ante los franceses.
La historia del alzamiento es bien conocida:
Tras la firma del Tratado de
Fontainebleau el 27 de octubre de 1807 y la consiguiente entrada en
España de las tropas aliadas francesas de camino hacia Portugal, Madrid
fue ocupada por las tropas del general Murat el 23 de marzo de 1808. Al
día siguiente, se produjo la entrada triunfal en la ciudad de Fernando
VII y su padre, Carlos IV, que acababa de ser forzado a abdicar a favor
del primero. Y de inmediato, ambos son obligados a acudir ante Napoleón
en Bayona, donde una nueva abdicación dejó el trono de España en manos
del hermano del emperador, José Bonaparte.
Mientras tanto, en Madrid, Murat
solicitó, supuestamente en nombre de Carlos IV, la autorización para el
traslado a Bayona de los dos hijos de éste que quedaban en la ciudad,
María Luisa, reina de Etruria, y el infante Francisco de Paula.
El 2 de mayo de 1808, a primera hora de la
mañana, la multitud comenzó a concentrarse ante el Palacio Real para
impedir que se consumara el secuestro, y los más exaltados intentaron
asaltar el palacio y cortar los enganches del carruaje dispuesto a la
puerta. El tumulto fue aprovechado por Murat para ordenar a un batallón
de granaderos de la Guardia Imperial a disparar a la muchedumbre,
causando gran cantidad de muertos. La ira popular estalló de inmediato, y
un ímpetu de lucha corrió por Madrid durante toda la jornada. Se
utilizó cualquier objeto que sirviera como arma: navajas, palos,
piedras, agujas de coser, macetas arrojadas desde los balcones... Así,
los acuchillamientos, degollamientos y detenciones se sucedieron en una
jornada sangrienta. Mamelucos y lanceros napoleónicos extremaron su
crueldad con la población y varios cientos de madrileños, hombres y
mujeres, así como soldados franceses, murieron en la refriega. Goya
reflejaría años después, en su lienzo La Carga de los Mamelucos, estas luchas. Acababa de empezar la Guerra de la Independencia.
Especialmente importante en esa jornada
patriótica fue la defensa del Parque de Artillería de Monteleón, al que
muchos paisanos acudieron en busca de armas. Allí se habían hecho
fuertes, uniéndose a la insurrección, los capitanes Luis Daoiz y Pedro
Velarde al mando de sus tropas y secundados por los tenientes Jacinto
Ruiz y José Ontoria y otros suboficiales, desoyendo las órdenes del
capitán general Francisco Javier Negrete para que los militares
españoles se mantuvieran acuartelados y pasivos. Tras vencer a la fuerte
guardia que los franceses tenían allí destacada y empezar a distribuir
armas entre la turba amotinada que acudía en oleadas, colocaron cañones
en los sitios más estratégicos dispuestos a repeler el ataque francés
que no tardaría en producirse.
Tres veces intentaron los franceses traspasar
la línea que marcaba la artillería española, trepando sobre multitud de
cadáveres para aproximarse a nuestros cañones, y otras tantas fueron
rechazados.
Cuando Murat, gran duque de Berg y cuñado
de Napoleón, supo de la fuerte resistencia de los de Monteleón, mandó a
su propio ayudante, el general Lagrange, a la cabeza de la brigada
Lefranc y de la división Goblet para que, con el auxilio de otras armas,
dieran el ataque definitivo.
La contienda fue horrible. Velarde fue
muerto de un tiro a quemarropa en el pecho disparado por un oficial de
la Guardia Polaca. Daoiz, herido en una pierna de otro balazo, quedó
recostado sobre el cañón que tenía a su lado y del que había ya
disparado su última metralla. Lagrange cometió la indignidad de ultrajar
con groseras palabras al héroe caído, y ante la débil defensa que hizo
Daoiz blandiendo sin apenas fuerza su espada, reclamó el apoyo de sus
hombres, que lo atravesaron a bayonetazos. Trasladado aún con vida a su
casa en la calle de la Ternera, murió a las pocas horas.
Aquella misma tarde, Daoiz y Velarde fueron
llevados a la iglesia del monasterio de San Martín, y sus cadáveres,
para que no fueran profanados por los franceses, escondidos y enterrados
clandestinamente por los sepultureros Pablo Nieto y Mariano Herrero,
que, a pesar de que la iglesia fue derribada por José Bonaparte en 1810,
fueron capaces, al tener los sitios perfectamente señalados y anotados,
de encontrarlos entre las ruinas y escombros, por lo que el Gobierno
les premió con una renta vitalicia de dos reales diarios. La exhumación
se realizó el 2 de mayo de 1814, siendo un acontecimiento histórico en
Madrid. El cortejo fúnebre, con los restos de los héroes en urnas sobre
un carro de triunfo, acompañados de las autoridades y del pueblo
madrileño, se dirigió hasta las ruinas del Parque de Artillería de
Monteleón, continuó hasta la plaza de la Lealtad y finalizó en la
iglesia colegiata de San Isidro. Desde 1840, descansan, junto con otras
víctimas del 2 de mayo, en el monumento levantado en la plaza de la
Lealtad.
El teniente Ruiz, herido gravemente en la
lucha, y después de largos y penosos sufrimientos, murió a consecuencia
de ello en Trujillo (Cáceres). Allí fue llevado y escondido por sus
amigos para que no lo fusilasen convaleciente.
También hubo heroínas en Monteleón, como
Clara del Rey, de 47 años, que al ser herido el teniente Ruiz, ocupó su
puesto al pie de un cañón situado en el exterior, junto al convento de
Maravillas. Su arrojo, ímpetu, decisión y valentía hizo que los
franceses se batieran en retirada varias veces, y que dirigieran
enconadamente a ella la descarga de la fusilería, para tratar de
abatirla. Al final, de un certero disparo en la frente, cayó muerta en
los brazos de su marido, también combatiente en el Parque de Artillería y
que le servía la munición.
Y también Benita Pastrana, de 17, muerta
cuando llevaba munición a los artilleros; Francisca Olivares, madre de
siete hijos; Juana García, de 50, Ramona García, de 34; ángela
Fernández, de 28, o la niña Manuela Aramayona, de 12.
Las represalias fueron tremendas, y de
los cerca de 2000 madrileños que dieron la vida por sus ideales en el
alzamiento, 500 de ellos lo hicieron fusilados esa misma tarde y por la
madrugada.
Fusilada fue Manuela Malasaña, que
durante muchos años la leyenda presentó erróneamente —comprensible en
aquellos momentos de confusión— dando cartuchos a su padre y muriendo en
Monteleón. Manuela, de diecisiete años, huérfana desde muy pequeña, era
sólo una bordadora que acudía a su casa, en el número 18 de la calle de
San Andrés. Allí, al ser registrada por los franceses y ver que llevaba
unas pequeñas tijeritas, propias de su oficio, fue acusada de llevar
armas y esa misma noche bárbaramente ajusticiada.
Murat pensaba con estas terribles ejecuciones
acabar con los ímpetus revolucionarios de los españoles. Sin embargo,
la sangre derramada no hizo sino inflamar más los ánimos y dar la señal
de comienzo de la lucha en toda España contra las tropas invasoras. El
mismo 2 de mayo por la tarde, en la villa de Móstoles, ante las noticias
horribles traídas por los fugitivos de la represión en la capital, un
destacado político, Juan Pérez Villamil, Secretario del Almirantazgo,
Fiscal del Supremo Consejo de Guerra, y coordinador de la Junta de
Gobierno clandestina instigó al alcalde de Móstoles, Andrés Torrejón, a
firmar el famoso Bando de Independencia, que ha trascendido
históricamente como el documento que inició la guerra.
En el centro de la plaza, permanece en
conmemoración de aquel día, el arco de entrada al Parque de Artillería
de Monteleón, y al lado destaca el monumento realizado por Antonio Solá
en 1822 que representa a los primeros héroes de la Guerra de la
Independencia: los oficiales Daoiz y Velarde. Este grupo escultórico,
realizado por orden de Fernando VII para que fuera colocado en el
monumento que habría de alzarse en la plaza de la Lealtad, ha tenido sin
embargo numerosos emplazamientos: primero, en un parterre del Retiro;
después, en el Museo del Prado; en 1869, en la confluencia entre las
calles de Ruiz y Carranza; en 1875, nuevamente a la entrada del Museo
del Prado; en 1901, en la glorieta de Moncloa, y finalmente, tras le
Guerra Civil de 1936, bajo el Arco de Monteleón.
Además de su historia, esta plaza es famosa
por su ambiente nocturno, por sus terrazas veraniegas, por ser lugar
para hacer "botellón" entre los jóvenes los fines de semana y por ser
el cuartel general de la "movida madrileña".
Durante los años setenta y ochenta, Manolita
Malasaña, se convirtió en musa y símbolo de esta llamada "movida
madrileña". De tal manera, que el barrió aledaño a la plaza del Dos de
Mayo, que oficialmente forma parte del de Universidad, y que de día
ejerce popularmente entre sus vecinos como de castizo, muy madrileño y
casi provinciano Maravillas, por la noche se convierte para todos los
que a él acuden los fines de semana a sus numerosos bares y pubs, en el
cosmopolita Malasaña. Malasaña es, pues, metáfora de la noche.
La "movida madrileña" fue un movimiento
contracultural underground surgido durante los primeros años de la
España posfranquista, que se prolongó hasta finales de los años ochenta.
Y que se extendió miméticamente a otras capitales y ciudades españolas
con la connivencia y aliento de algunos políticos, entre los que
destacó el entonces alcalde de Madrid, Enrique Tierno Galván, Que no
tuvo empacho en pronunciar aquella famosa frase —hoy resultaría
inaudita—, dirigiéndose a los jóvenes: "¡Rockeros: el que no esté
colocado, que se coloque... y al loro!"
Esta imagen de una España moderna, o
cuanto menos abierta a la modernidad, fue utilizada internacionalmente
para combatir la imagen negativa que el país había adquirido a lo largo
de cuatro décadas de dictadura.
Aunque nadie sabe quién le dio ese
nombre, todos los que en ella estuvieron inmersos están de acuerdo hoy
en que si algo les unía, eran las ganas de divertirse y de gozar
plenamente la libertad en aquel Madrid efervescente de entonces. Acudir
desde los barrios periféricos al centro de Madrid, concretamente a
Malasaña, se puso de moda y se convirtió en todo un rito juvenil.
La revista La Luna, fue el baluarte del
movimiento, que halló reflejo en algunos programas televisivos como La
bola de cristal, Si yo fuera presidente (de Fernando García Tola) y La
edad de oro (de Paloma Chamorro). Tuvo su cronista en el escritor y
periodista Francisco Umbral desde su columna en el diario El País. Sus
cantantes en Enrique Urquijo y Olvido Gara, más conocida como Alaska Su
poeta en Eduardo Haro Ibars, su graffitero en Juan Carlos Argüello
(Muelle), sus ídolos artísticos en Andy Warhol y Miquel Barceló, su cine
en el de Pedro Almodóvar y sus lugares de culto en El Penta (en la
Corredera), La Vía Láctea (C/ Velarde) y, de corte intelectual y
poético, en Manuela (C/ de San Vicente Ferrer), Café de Ruiz (C/ de
Ruiz) o el Parnasillo (C/ de San Andrés). Además de otros fuera de
Malasaña, como Rock-Ola (Padre Xifre) Carolina (Bravo Murillo) o El Sol
(Calle Jardines).
En el año 2001 obreros del ayuntamiento
derribaron el kiosco Antoñita, en el lateral de la calle de San Andrés,
de larga existencia, como lo fue también la tasquita El Maragato, justo
enfrente, desaparecida en 1999, pero que afortunadamente ha sido abierta
y remodelada aunque con otro nombre. Era El Maragato una mínima y
económica casa de comidas que estuvo a punto de superar la simbólica
barrera del siglo y del milenio sin cambiar de diseño, de menú ni de
personal. Como otros muchos establecimientos tradicionales, se mantuvo
hasta que la ilusión, la salud —o incluso la vida— acompañó al dueño a
la espera de un buen traspaso o de la venta o alquiler del local, ya que
el negocio es en muchos casos ruinoso, por los cambios que experimenta
la sociedad.
INDICE GOYA Y EL DOS DE MAYO
En la madrugada del 3 de mayo de 1808,
los que horas antes habían luchado hasta la frontera de la muerte por
salvar la independencia de la Patria, en la Puerta del Sol, en
Monteleón, en el Prado, en las inmediaciones de Palacio, cayeron
arcabuceados, inermes, por los soldados franceses del general Murat. De
los 2000 madrileños que dieron la vida por sus ideales, 500 de ellos lo
hicieron por represalia a los sucesos gloriosos del día anterior. Hechos
prisioneros en el lugar de la lucha o ya terminada, en las calles
solitarias o en la intimidad de sus hogares, fueron llevados y hacinados
en los patios de la ya desaparecida iglesia del Buen Suceso en la
Puerta del Sol y en los salones del igualmente desaparecido palacio del
Buen Retiro, Y después de interminable noche, antes de despuntar el
alba, fueron algunos allí mismo fusilados y otros en las tapias del
convento de Jesús de Medinaceli y, sobre todo, en la Montaña del
Príncipe Pío.
Los restos de las víctimas de aquellos dos
días, muertos en combate o represaliados, fueron a parar al cementerio
de la Florida, junto a la ermita de San Antonio; a la cripta de San
Sebastián, en la calle de Atocha; al desaparecido cementerio de la Buena
Dicha, en la calle de Silva (allí se enterraron los combatientes de
Monteleón, vecinos de Maravillas en su mayoría), y a los camposantos
existentes entonces junto a las iglesias de los Jerónimos y de Jesús.
Los cuerpos de Daoiz y Velarde fueron depositados clandestinamente en la
cripta del convento de San Martín, junto a las Descalzas, que fue
derribado en 1810, pero fueron recuperados años más tarde y llevados al
mausoleo-monumento de la plaza de la Lealtad.
Poetas, prosistas, historiadores,
pintores y escultores han pretendido inmortalizar la gesta del Dos de
Mayo, pero nadie ha conseguido el realismo patético y trágico de
Francisco de Goya y Lucientes en su cuadro Los Fusilamientos, hoy
conservado en el Museo del Prado, y que muchos críticos de arte
consideran como una obra precursora del movimiento romántico y del
impresionismo.
A pesar de no conocerse a ciencia cierta si
Goya presenció o no las revueltas y los ajusticiamientos, han existido
muchos intentos de probar que así fue. Por aquel tiempo el aragonés
habitaba una casa sita en la esquina de la Puerta del Sol, marco de la
más brutal matanza del pronunciamiento. Y se conoce un supuesto
testimonio de Isidoro Trucha, el jardinero de Goya, que afirma haber
acompañado al pintor durante la noche de la masacre a observar los
cuerpos de los ejecutados: "En medio de charcos de sangre vimos una
porción de cadáveres, unos boca abajo, otros boca arriba, en la postura
del que estando arrodillado, besa la tierra, otro con las manos
levantadas al suelo, que pide venganza o tal vez misericordia". Es
probable que sea verídico, pues la narración incluye la descripción de
"un personaje temeroso y mordiéndose los puños" y "un charco de sangre",
que en el cuadro Goya pintará con gran realismo.
INDICE COLEGIO PI I MARGALL
En la plaza del Dos de Mayo, haciendo
esquina con Daoiz, se encuentra el colegio público Pi i Margall. Ocupa
terrenos que fueron del convento de Maravillas y también de la antigua
calle de la Cruz Nueva, de cuya existencia hay conocimiento hasta
mediados del siglo XVII y aparece en el plano de Madrid de Texeira de
1656. Era esta calle, que también se llamó de la Cruz del Rey, la
prolongación natural de la de Santa Lucía, y llegaba hasta las tapias
del palacio y luego Parque de Artillería de Monteleón en la actual calle
de Daoiz (antigua de San Miguel).
Hacemos un poquito de historia y nos
plantamos en 1869. En ese año de plena turbulencia política —tras el
destronamiento de Isabel II en 1868 se había formado el Gobierno
revolucionario de Serrano, Prim y Topete— las monjas carmelitas de
Maravillas son expulsadas y se efectúa el derribo del convento, de
algunas casas de las calles del Dos de Mayo y de San Andrés y de los
restos del Parque de Artillería. Quedaba en pie el arco de entrada, que
se respetó, tapias en mal estado y algunas construcciones de una
fundición que allí estuvo instalada. El resto eran descampados.
Después de catorce días de obras —todo se
hizo deprisa y corriendo— quedaría formada la nueva plaza con el Arco
de Monteleón como monumento. También en el inmenso solar se trazaron las
nuevas calles de Ruiz, Monteleón, Malasaña, Galería de Robles y
prolongación de Divino Pastor.
Ese mismo año de 1869 se inauguró la plaza
con un discurso el alcalde-segundo, don Manuel María José de Galdo.
Seguidamente, las autoridades se dirigieron a la recién formada calle de
Ruiz, pronunciando allí otro discurso, al pie de las estatuas de Daoiz y
Velarde —entonces en la confluencia con Carranza—, el alcalde-tercero,
don Manuel Becerra. Y después de visitar las diversas obras, la comitiva
se encaminó de nuevo a la plaza para poner la primera piedra de la
llamada Escuela Modelo, hoy colegio Pi i Margall. Pero aquí las obras
duraron una eternidad y, tras varias paralizaciones y demoras, no
llegaría la inauguración, con la presidencia del entonces ministro de
Fomento don Alejandro Pidal y Mon, hasta el 21 de Septiembre de 1885. En
este acto se leyeron, por los actores Valero y Vico, poesías de José de
Echegaray y Antonio Grilo, y por el poeta Manuel Cañete, el discurso de
Jovellanos sobre Instrucción Primaria. Finalmente, cerrando la sesión académica, tomó la palabra el alcalde don Fernando Bosch.
El edificio, que conserva restos del
antiguo convento (el refectorio de las monjas —reformado, claro está— es
el actual comedor de alumnos), fue obra del arquitecto Emilio Rodríguez
Ayuso y era capaz entonces para cuatrocientos alumnos, con clases de
párvulos para niños y niñas. Pretendía servir de modelo a los
establecimientos de este género en Madrid, reuniendo en él todas las
mejoras y adelantos que la ciencia pedagógica reclamaba. Las sucesivas
reformas a lo largo de los años han atemperado y hecho más funcional su
lujo inicial tanto por dentro como por fuera.
En las mismas dependencias de la Modelo se
instaló la Biblioteca Municipal, que había sido fundada y dirigida por
Ramón de Mesonero Romanos y luego por Carlos Cambronero.
A continuación de la Escuela Modelo, en
la calle de Daoiz, había otros dos centros docentes. Inmediatamente, los
llamados Jardines de la Infancia, escuela de párvulos creada por el
pedagogo alemán Fröebell, que fomentaba el desarrollo de los niños
mediante ejercicios, juegos y cantos al aire libre. Ocupaba esta
institución, inaugurada asimismo en 1885, los terrenos donde hoy se
levanta la ampliación del Instituto Lope de Vega, terrenos que
pertenecieron a la antigua calle de San Gregorio, prolongación de la
actual Costanilla de San Vicente. El otro centro era la Normal de
Maestros, abierta en 1839, edificio que en 1942 pasó a ser sede del
Instituto Lope de Vega.
Después de la Guerra Civil de 1936, en la
calle de la Palma, número 36, en el solar que ocupa actualmente el
Centro Cultural Clara del Rey, se fundó el colegio nacional General
Sanjurjo. Ocupaba dependencias que hasta entonces habían sido utilizadas
por la Escuela Municipal de Sordomudos, que, en un cambio de edificios,
pasó a la plaza del Dos de Mayo, a las instalaciones de la Escuela
Modelo. Y no terminaron aquí los cambios, pues, al ser de nuevo
trasladada la Escuela de Sordomudos y tras ser ocupado el local por un
albergue de mendigos, don Félix Izquierdo, director por aquella época
del Sanjurjo, consiguió por fin recuperar el viejo edificio de la
Escuela Modelo, como verdadero sucesor de la misma, en la plaza del Dos
de Mayo.
La labor del Colegio ha sido extraordinaria.
Los cientos de niños y niñas que han pasado por él —hoy, personas
adultas— recuerdan con cariño y agradecimiento a sus antiguos maestros y
maestras.
Recuperada la democracia, se cambió el
nombre del Colegio por el del que fuera presidente de la Primera
República Pi i Margall, y, al resultar demasiado grande por la
disminución de alumnos, comparte edificio con una escuela de educación
infantil.
INDICE CALLE DE LA PALMA
En otros tiempos, la calle de la Palma,
que va desde la calle de Fuencarral a la de Amaniel, se dividía en Alta y
Baja, siendo la de San Bernardo la que actuaba como término de
separación entre una y otra.
La tradición dice que por este lugar hubo
un arroyo con palmas en sus orillas, árboles que fueron poco a poco
desapareciendo conforme aumentaban las construcciones urbanas, hasta que
finalmente sólo quedo una, que dio nombre a la calle.
En la esquina con la calle de San Bernardo
estuvo instalado en el siglo XVIII un taller con doce telares, propiedad
del teniente coronel don José Bernardo Cifuentes, en el que se
trabajaban franelas, castorcillos, tercianelas, droguetes, sargas y
satines. Por la dificultad de realizar esta manufactura en Madrid, luego
se trasladó a la villa de Torija, en Guadalajara.
En la calle de la Palma se encuentra la
puerta principal, aunque sólo se abre para grandes celebraciones, de la
iglesia parroquial de los Santos Justo y Pastor y de Ntra. Sra., de las
Maravillas. Es el antiguo templo del desaparecido convento de
Maravillas, famoso en los anales de Madrid por dar nombre al barrio y
por su implicación en la épica jornada del 2 de mayo de 1808, que se
considera como día de inicio de la Guerra de la Independencia.
Así decía la copla con que desafiaban los
chisperos (trabajadores del hierro, muy frecuentes en el barrio en otras
épocas), no sólo a los manolos de de Lavapiés, sino a sus compañeros
de oficio establecidos por las zonas de San Antón y de Barquillo.
Campana de la torre
Y en estos sentidos versos, el poeta Manuel Paso, en su poema Al Dos de Mayo,
cantaba a la campana de la iglesia de Maravillas cuando aquel memorable
día los defensores del entonces colindante Parque de Artillería de
Monteleón se acogieron a la protección de la Virgen de Maravillas. Y las
monjas, venciendo el miedo por las muchas bombas que caían y la gran
cantidad de disparos que rebotaban en sus muros, abrieron la clausura y
ofrecieron la iglesia como hospital de urgencias para unos u otros
contendientes.
La calle de la Palma es hoy una calle
llena de encanto, de vida y de movimiento, con paisajes humanos
distintos según el día y la hora, que van desde los jóvenes revoloteando
por las tiendas más vanguardistas (moda, estudios de tatuaje, discos,
coleccionismo, libros, arte...) o de marcha los fines de semana a la
noche, a los vecinos comprando en las viejos comercios de toda la vida
—cada vez más escasos— como Alimentación Nieto o los comestibles de
Joaquín Relloso. O de las señoras que acuden a las clases del Centro
Cultural Clara del Rey, a la muchachada alegre de la Escuela de Artes
Aplicadas y Oficios Artísticos.
Nada más entrar por Fuencarral, frente de los
muros del Tribunal de Cuentas, está el mítico bar de copas Penta, lugar
de culto de "la movida", que quedará inmortalizado para siempre en un
verso de la canción La Chica de Ayer de Nacha Pop. Pero no es
el único; otros muchos jalonan la Palma y tras sus puertas se lleva
escuchando buena música muchos años.
Un día cualquiera no sabes qué hora es,
Y la música también vive en la Escuela de
Música Creativa, fundada en 1985 y desde 1995 en la calle de la Palma,
número 35, y en la del Dos de Mayo. Es pionera en ofrecer una formación
estructurada alrededor de la música moderna para alumnos desde tres años
hasta adultos sin límite de edad.
En el número 10 tuvo su primera fábrica
de chocolates y oficinas Matías López, que vivía frente a ella, en el
número 11, edificio, hoy ocupado por el Hostal Centro. La fábrica,
instalada en una bella casa-palacete, fue luego sede de la Asociación
del Gremio de Panaderos y hoy de una agencia de publicidad.
El Centro Cultural Clara del Rey, en el
número 36, ocupa terrenos que antes fueron de la calle de la Cruz del
Rey (prolongación de la de Santa Lucía), que desapareció a finales del
siglo XVII al permitir el Ayuntamiento que quedara encerrada dentro de
las tapias del antes citado convento de Maravillas. Se dice que en tal
calle, más bien callejuela inhóspita, se produjo un hecho milagroso en
1870: sucedió cuando dos maleantes estaban enzarzados en una terrible
gresca —eran muchas las que en el paraje sucedían— y uno de ellos, al
recibir una puñalada en el corazón, sintiéndose morir, entro en la
iglesia, se postro ante la Virgen y, al poco, se noto sano y salvo.
Antes de crearse el centro cultural, se
fundó allí después de la Guerra Civil el colegio nacional General
Sanjurjo, ocupando dependencias que habían sido anteriormente de la
Escuela Municipal de Sordomudos, trasladada a la plaza del Dos de Mayo,
al edificio de la antigua Escuela Modelo. Otro nuevo desplazamiento
posterior de esta institución, recuperó para el Sanjurjo (hoy Pi i
Margall), como era aspiración de todos sus profesores, la antigua sede
pedagógica de la Modelo, de la se sentían orgullosamente sucesores.
Quedó así libre el inmueble de la calle de la
Palma, que después de albergar durante breve tiempo a la Confederación
de Asociaciones de Padres de Alumnos (APAS)) Giner de los Ríos, fue
declarado sede del centro Cultural Clara del Rey. Se sumaba a la red de
centros de este tipo que, tras las primeras elecciones democráticas
municipales, la Concejalía de Cultura del Ayuntamiento de Madrid abrió
por todos los barrios. Su nombre es un claro homenaje a los vecinos de
Maravillas, cuyos antepasados, representados en la figura insigne de
Clara del Rey, lucharon contra los franceses en la jornada gloriosa del 2
de mayo de 1808. Clara del Rey, heroína en el Parque de Artillería de
Monteleón, ocupó el puesto del teniente Ruiz, al caer éste herido, al
pie de un cañón en el exterior, junto al arco de entrada. Su arrojo,
ímpetu, decisión y valentía hicieron a los franceses batirse varias
veces en retirada y que dirigieran enconadamente a ella sus disparos
para tratar de abatirla. Al final, de un certero tiro en la frente, cayó
muerta en los brazos de su marido que, también combatiente, le servía
la munición.
La Escuela de Artes Aplicadas y Oficios
Artísticos, que imparte cursos reglados de aplicación a la escultura, a
la madera, al metal, a la piedra y al muro, así como el bachillerato de
artes, cursos acelerados y de libre elección de talleres, es sucesora
del Real Conservatorio de Artes que se fundara en 1824 en la calle del
Marqués de Cubas, y de la Escuela Central de Artes y Oficios, originada
en 1886, y que incluía también especialidades de actividad industrial
como mecánica y electricidad, parte técnica de la que se desgajó en
1910. La Escuela se encuentra en el número 46, en el solar de otra calle
desaparecida, la de San Gregorio, continuación natural de la Costanilla
de San Vicente
Desaparecieron, en la encrucijada con la
calle de San Andrés, la tienda de material eléctrico Puerta y Soto, la
antigua fábrica de hielo La Industrial, recuperada para viviendas, y la
barbería en cuya puerta rezaba, grabado en el cristal, el rótulo: "Se
aplican sanguijuelas", reminiscencias sin duda de otras épocas en las
que los barberos, que también actuaban como sacamuelas y sanadores,
utilizaban este método curativo de manera habitual. Y bajando hacia San
Bernardo, la pastelería Piscis y el restaurante-espectáculo Noches del
Cuplé, donde Olga Ramos recibía todas las noches el cariño y el aplauso
de sus incondicionales. Son ejemplos sobresalientes de otros muchos
locales que han ido sucumbiendo a lo largo de los años.
Más allá de San Bernardo, la misma calle pero
de otro estilo. Allí priman las tabernas de toda la vida: Bodegas El
Maño, abierta en 1927, superviviente de un pequeño imperio de nueve
tabernas que el personaje —el maño en cuestión— formó tras abrir la
primera de ellas en la calle de Jesús del Valle, y que funcionaban como
una especie de franquicia con la condición de que vendieran el vino que
él traía desde Aragón. Y también Bodegas Rivas, donde llevan sirviendo
vinos desde 1923, o La Palmera.
Otros negocios de esta parte han
desaparecido, como Casa Manolo, la carnicería del barrio que llevaba
abierta desde tiempos de la guerra, o el antiguo estanco. Y otros ya
sólo perduran en la memoria de los vecinos más viejos, y sólo con suerte
sus fachadas históricas se han conservado con otro letrero.
INDICE CALLE DEL DOS DE MAYO
Esta calle, que va desde la de San
Vicente Ferrer a la plaza del Dos de Mayo, recibe su nombre desde 1840
(antes se llamó de San Pedro Nueva) en recuerdo de la gesta del 2 de
mayo de 1808, cuando militares amotinados en el ya desaparecido Parque
de Artillería de Monteleón, dirigidos por los capitanes Daoiz y Velarde y
secundados por numerosos paisanos, escribieron con su sangre una página
de heroísmo inolvidable a favor de la independencia de España, al
oponerse a la ocupación de Madrid por las tropas de Napoleón.
Frente a la calle se abría el arco de entrada
al Parque de Artillería (antiguo palacio de Monteleón), que se conserva
como monumento en el centro de la Plaza del Dos de Mayo, abierta en
parte de los terrenos dejados por las instalaciones militares y en los
del igualmente desaparecido convento de Maravillas, del que sí permanece
la iglesia, hoy parroquia de los Santos Niños Justo y Pastor y de Ntra.
Sra. de las Maravillas.
No se sabe por qué misterio —quizá por
respeto a la iglesia— no se han abierto en la calle locales de copas tan
abundantes en todo el barrio, aunque el bullicio y el trasiego de
personal son incesantes los fines de semana por la influencia de la tan
cercana plaza del Dos de Mayo.
Desaparecieron los pocos comercios
tradicionales que en su época hubo: frente a la iglesia, la Fábrica de
Patatas Fritas —así era el título que mostraba en la fachada—, dedicada a
lo que bien pregonaba, y también a cualquier tipo de mercancía,
incluidas las chucherías para la chavalería y el suministro para el
"botellón". Hoy está instalada allí la Escuela de Música Creativa, con
otros locales en la calle y también en la de Palma. Con una puerta por
medio, la tienda del señor Méndez, homónima de la anterior salvo en lo
de las patatas, y ambas abiertas a todas horas y enfrentadas en una leal
y amistosa competencia. Y en el tramo cercano a San Vicente Ferrer, la
Granja Flor de Mayo, que en su día vendió leche a granel; luego, según
las directrices sanitarias, embotellada, y acabó ofreciendo, como tantas
y tantas otras que en su día existieron y aún existen en Madrid, las
manufacturadas industrialmente, además de otra serie de productos.
INDICE PARROQUIA DE NTRA. SRA. DE LAS MARAVILLAS
La parroquia de los Santos Niños Justo y
Pastor, de antiquísima fundación —ya se cita en el Fuero de Madrid de
1202—, tuvo su primera sede donde hoy está la basílica de San Miguel, en
la calle de San Justo, en una construcción que mantuvo su pequeña torre
mudéjar sin alterar a lo largo de los años. A ella se incorporó en 1806
la parroquia de San Miguel, cuyo templo, San Miguel de los Octoes, en
la plaza de San Miguel (el mercado de hierro ocupa parte del solar), se
incendió en 1790 junto con la Plaza Mayor, y aunque se trató de reparar,
fue declarado en ruina a los pocos años.
La unión de ambas parroquias se mantuvo hasta
1891, año en el que el templo de la calle de San Justo (se había
construido uno nuevo a finales del siglo XVII, la actual basílica de San
Miguel) fue cedido a la Nunciatura Apostólica, pasando la titularidad
de San Miguel a otro en la calle del General Ricardos y la de los Santos
Justo y Pastor a la iglesia de Maravillas.
El viejo templo barroco de Maravillas, en
su día iglesia-capilla del convento de monjas carmelitas de ese nombre,
fue inaugurado el 2 de febrero de 1647 y construido a expensas de
Felipe VI, agradecido a la Virgen de Maravillas por la curación
milagrosa de las graves heridas que sufrió en un atentado junto al
convento. La fachada principal, en la calle de la Palma, cajeada, de
ladrillo y sillería de granito, tiene un cuerpo central, de dos plantas,
que va unido a otros dos laterales mediante aletones. El conjunto se
remata con un frontón triangular. La portada pertenece a una reforma
neoclásica realizada en 1770 y la espadaña se añadió en 1869.
El pórtico tiene seis arcos de medio punto,
todos ellos de piedra de granito; uno da a la calle de la Palma y cinco
a la del Dos de Mayo. Fueron cerrados al principio del siglo XX para
aprovechar el espacio para dependencias parroquiales.
La fachada trasera da a la plaza del Dos de
Mayo, construida en parte del solar del antiguo convento y en el del
igualmente desaparecido palacio de Monteleón, luego Parque de
Artillería, escenario de la heroica resistencia del pueblo de Madrid
contra la invasión francesa.
El interior de la iglesia, con pilastras de
orden toscano y una gran cornisa que recorre todo el recinto, es de una
sola nave de cruz latina y capillas laterales, con crucero sobre el que
se levanta una airosa cúpula, y que se cubre con bóveda de cañón, muy
cajeada, con tres tramos separados por fajones.
En el presbiterio, en el centro de un
bello retablo neoclásico de Miguel Fernández (1770), con las imágenes
trabajadas en yeso de San Elías y Santa Teresa de Francisco Gutiérrez en
los laterales, se encuentra la imagen de Ntra. Señora de las
Maravillas, copia realizada por el escultor Ricardo Font en 1940 de la
destruida en la Guerra Civil.
Sobre el antiguo altar, a ambos lados,
están las tallas en madera de los Santos Justo y Pastor, también
realizadas en 1940 en los talleres Granda.
Contiene cuadros de mérito, algunos
procedentes de la antigua parroquia de San Miguel de los Octoes: en los
muros laterales del presbiterio, Santa Catalina, de Escalante (s. XVII), y otro que representa a San Elías,
de autor anónimo (algunos críticos de arte lo atribuyen también a
Escalante); en los testeros del crucero, dos óleos (s. XVII) de
Francisco de Zurbarán, que representan a San Francisco de Asís y a San Diego de Alcalá. Y diseminados por toda la iglesia y la sacristía, entre otros, el Cristo de la Luz, anónimo, de escuela velazqueña; El Niño de las Calaveras, pintado por Antonio de Pereda en 1644; una Inmaculada, atribuida a Maella (S. XVIII); una magnífica copia antigua del Entierro de Cristo, de Ticiano; otra de la Virgen y el Niño, de Van Dyck, y un bello cuadro de San Sebastián, de Carreño.
Y también magníficas imágenes como el Cristo de la Buena Muerte, gótico, de los siglos XIV o XV, y el Cristo del Perdón,
barroco, del XVII, atribuido a Villabrille, que en la guerra Civil fue
mutilado a hachazos, por lo que durante algún tiempo fue adoptado como
imagen titular de la Hermandad de Mutilados de Guerra, y tal y como
estaba destrozado venerado en un Viacrucis que se organizó por las
calles céntricas de Madrid a los pocos días de terminar la contienda.
Luego fue reparado por Lapayesse.
El 15 de junio de 1969, a la antigua
titularidad parroquial de los Santos Niños Justo y Pastor se añadió la
de Ntra. Sra. de las Maravillas. Fue medida muy razonable dado el
arraigo popular en el barrio de esta advocación mariana.
La historia conocida de esta imagen
empezó en 1624 cuando una piadosa señora, doña Ana María del Carpio,
compró a un alcabalero una talla muy deteriorada de la Virgen —se cree
que del siglo XIII—, retirada del culto en una pequeña aldea de
Salamanca. En su casa la imagen ganó fama de milagrosa. Y ante el gran
número de madrileños que acudían a visitarla, decidió donarla al
convento carmelita de la calle de la Palma, que había sido fundado ese
mismo año.
El 2 de febrero de 1627 fue presentada a
los fieles, vestida al gusto de la época y con la imagencita de un Niño
Jesús encontrada tres años antes junto a unas matas de maravillas entre
sus manos. Ese día (desde entonces es el de la celebración de su
fiesta) nació en Madrid una nueva advocación mariana: Ntra. Señora de
las Maravillas nombre con el que empezó también a ser conocido el
convento y nombre que se extendió rápidamente a todo el barrio.
El convento de carmelitas, que ocupaba todo
el solar del edificio colindante con la iglesia en la calle de la Palma,
el actual colegio Pi i Margall y parte de la plaza del Dos de Mayo, fue
exclaustrado en 1869 (en la actualidad está abierto en la calle del
Príncipe de Vergara) e inmediatamente derribado, conservándose solamente
la iglesia.
La primitiva imagen de la Virgen marchó
con las monjas, pero los fieles devotos del barrio, ante la negativa de
las autoridades eclesiásticas a que retornara a su trono vacío,
decidieron la construcción de una nueva imagen, lo más parecido a la
original, para que siguiera siendo la Madre intercesora de este barrio
de Maravillas.
El convento de Maravillas tuvo una
relación muy estrecha con los sucesos acaecidos el 2 de mayo de 1808.
Ese día sufrió multitud destrozos; piénsese que sólo era el ancho de una
calle la separación del Parque de Artillería de Monteleón. Cayeron
muchas bombas, y fueron muchos los disparos que rebotaron en sus muros.
No quedó un cristal sano. Y las monjas, abriendo la clausura, ofrecieron
la iglesia como hospital de urgencias para unos u otros contendientes.
Tras ser expulsadas las religiosas en 1869,
al año siguiente fue acondicionada la iglesia a la nueva situación y
abierta al culto como Rectoría de la Orden Española y Humanitaria de la
Santa Cruz y Víctimas del Dos de Mayo (como ya se ha indicado, fue en
1891 cuando pasó a ser sede de la parroquia de los Santos Justo y
Pastor).
El fin de esta organización, que luego se
integró dentro de la Cruz Roja y poco a poco se fue diluyendo, aparte
de asistir a sus socios —familiares de los gloriosos héroes—, era
también organizar, todos los años, el día 2 de mayo, la Santa Misa en
sufragio de las almas de aquellas víctimas. Desde entonces, con algún
periodo de carencia, se ha venido celebrando este acto religioso al pie
del Arco de Monteleón, en la plaza del Dos de Mayo, y últimamente, por
motivos de inseguridad climatológica y apretada agenda de las
autoridades civiles, en el interior de la iglesia.
La primera vez que se celebró esta misa fue el 2 de mayo de 1869, coincidiendo con la inauguración de la plaza.
INDICE CHOCOLATES MATÍAS LÓPEZ
Nació don Matías López y López en Sarriá
(Lugo), en 1825. Con 19 años llegó a Madrid, y de la nada levantó un
imperio gracias al chocolate, llegando a convertirse en una de las
mayores fortunas de su tiempo y en uno de los empresarios más
importantes de Europa.
Vivió en el número 11 de la calle de la Palma
(se conserva el edificio, hoy ocupado por el Hostal Centro) y tuvo una
primera fábrica y oficinas en la casa palacete del número 10 actual de
la misma calle, frente al anterior, donde estuvo la Asociación del
Gremio de Panaderos y hoy una agencia de publicidad.
En 1875 construyó una gran fábrica en El
Escorial, que daba trabajo a 500 empleados y que llegó a competir con
las casas europeas de mayor prestigio, como Cadbury o Meurnier. El
secreto del éxito de sus chocolates eran las mezclas de distintas clases
de cacao, a los que añadía canela y miel para quitarle el sabor amargo.
Mezclaba, eso sí, los chocolates de mejor calidad, porque, como él
mismo decía, "todo chocolate que costase menos de cinco reales era
malo".
Como empresario fue un pionero,
anticipándose a su tiempo con unas ideas modernas y revolucionarias,
siendo su empresa la primera en España en utilizar lo que hoy conocemos
como técnicas de marketing.
Matías López sabía que para dar a conocer sus
productos necesitaba valerse de las herramientas de la publicidad. Para
ello, lo primero que hizo fue lo más sencillo en la época: usar el boca
a boca. Por las calles de Madrid pronto se empezó a conocer el nombre
de la fábrica de chocolates de Matías López, puesto que lo que había
hecho éste era mandar unas pequeñas muestras de sus productos a
distintas tiendas de la capital. De esta manera los que frecuentaban
esos establecimientos podían probar sus chocolates, pero no podían
adquirirlos porque aún no había llegado el stock suficiente. Con esta
estrategia, Matías López se aseguraba que las tiendas le hicieran
grandes pedidos para abastecer a los clientes que ya habían quedado
encandilados con el sabor dulzón del cacao.
Sin embargo, el apogeo de su publicidad llegó
a partir de 1875, cuando conoció a Francisco Ortego y Vereda, que hasta
ese momento se había dedicado a realizar caricaturas satíricas sobre la
monarquía de Isabel II, lo que le había costado algunas vacaciones
forzadas en la cárcel y la fama de republicano. Lo contrató por 8
pesetas, y Ortego dibujó unos cartones que han pasado a la historia de
este país por ser los primeros carteles publicitarios que se pueden
considerar como tal. En ellos, el artista plasmó su estilo personal,
esto es, caricaturas muy cuidadas, vestidos a caballo entre lo goyesco y
lo vulgar y el contraste entre personas de distintas clases sociales.
Así, por ejemplo, creó el famoso de "los gordos y los flacos" en donde
se podían ver a una pareja de mujeres famélicas, y por encima de ellas
la frase: "Antes de tomar el chocolate de López"; a su lado, una pareja
de muy buen ver, en cuya parte superior rezaba: "Después de tomar el
chocolate de López"; y, por último, un par de personas de aspecto
envidiable para la gente de la época y que estaban así porque eran los
que "Toman dos veces al día Chocolate de López".
Al engordar se decía antes "ganar kilos", y
al adelgazar, "perder kilos", es decir, que lo bueno era engordar
("ganar") y lo malo el adelgazar ("perder"). Eran tiempos de pocas
calorías en el menú, y lo sano y lo elegante y lo atractivo era estar
gordo. El chocolate Matías López engordaba, y ese era precisamente su
mayor atractivo.
Además de la revolución que causó este
cartel en el mundo de la publicidad, Matías López también fue pionero en
el uso de su propia imagen en los letreros que acompañaban las cajas
con el exquisito manjar. Tomó esta decisión después de que se crearan
otras empresas de chocolate que se asemejaban mucho a la suya y le
hacían competencia desleal.
También con los derechos de los trabajadores
fue innovador, construyendo alrededor de la fábrica toda una ciudad con
jardines, amplias viviendas para los empleados y colegios gratuitos para
los hijos de los mismos. Creó planes de ahorro y pensiones para los
trabajadores y el primer modelo de lo que podríamos considerar el inicio
de la actual seguridad social.
Llegó a ser diputado a Cortes por Sarria en
1872 y poco después obtuvo un escaño en el Senado. Y A pesar de ser
republicano, fue nombrado senador vitalicio por el rey Alfonso XII,
probablemente gracias a su fortuna, ya que Matías López era uno de los
mayores contribuyentes a las arcas del estado.
Participó en la Exposición Universal de
París de 1889, donde fue el primer industrial español en mostrar sus
productos, y presidió diversas sociedades económicas en la capital,
participando activamente en la fundación de la Cámara de Comercio de
Madrid.
En su Sarria natal también quedó constancia de su filantropía con la construcción de escuelas y un asilo.
Su entierro, en 1891, en Madrid, fue
multitudinario. El Papa león XIII, en gratitud por su obra caritativa,
dio a su viuda, Andrea de Andrés y Sánchez, el título de marquesa de
Casa López en 1896.
Tuvo don Matías López una relación muy
estrecha con La Virgen de Maravillas y con el barrio. En 1869, cuando el
convento de Maravillas fue exclaustrado y las monjas carmelitas
tuvieron que abandonarlo llevándose con ellas la imagen de la Virgen,
fue tal el desamparo que quedó entre los vecinos por la falta de la que
había sido su protectora, su alma y su ángel durante más de dos siglos,
que se rogó la devolución, se protestó cuanto pudo, se insistió ante las
autoridades municipales y gubernativas y se hizo una petición ante el
Excmo. Sr. Cardenal Arzobispo de Toledo (dependía entonces Madrid de
él), firmada por un buen número de vecinos destacados, encabezados como
principal promotor por Matías López. Pero no pudo ser, así que en 1871
se decidió hacer una nueva imagen, lo más parecida a la original, y
crear otra cofradía renovada en su templo de siempre y distinta de la
que ya existía desde 1651, y que acompañó a las monjas en su destierro,
ahora con convento en la calle príncipe de Vergara.
Presidió don Matías esta congregación, honor que luego recayó hasta hace pocos años en sus descendientes.
INDICE CALLE DE SAN VICENTE FERRER
Esta calle va desde la de Fuencarral a la
de Amaniel, y también antes se dividía, como ocurría con la de la
Palma, en Alta y Baja, siendo la de San Bernardo el límite de ambas.
En el plano de Texeira de 1656 aparece
con el nombre de San Vicente la parte baja, más cercana a Amaniel, y de
Siete Jardines la alta, entre Fuencarral y San Bernardo, dominada en su
trozo final de pronunciada bajada por la tapia de los jardines y un
lateral del llamado palacio de Parcent, de larga lista de moradores a lo
largo de los años, pero en aquella época mansión señorial recién
construida de los Bernaldo de Quirós. Desde los años cuarenta ha
pertenecido al Estado y ha servido como sede de diversos estamentos
ministeriales.
El nombre lo lleva por un humilladero que por
aquí existió dedicado al santo valenciano. San Vicente Ferrer tomo el
hábito dominicano a los dieciocho años, fue un gran predicador —hay
noticias de su labor en pueblos y ciudades de Cataluña, Valencia,
Murcia, Castilla, Aragón, Asturias y León— y murió en Vannes (Francia),
después de recorrer Europa, en 1419.
Mucho ha cambiado la calle de San Vicente
Ferrer. Han desaparecido casi la inmensa mayoría de sus locales
tradicionales, sólo en el recuerdo de los vecinos de más solera: en las
esquinas con la Corredera, la Jamonería Tanis y un viejo comercio de
paños; tras ellos, una antigua droguería y tres sitios con solera para
tomar el chato de vino o el vermut y pegar la hebra: Bar Feito, El
Chamizo o la Bodega El Manchego; más adelante, entre otros, un zapatero
remendón en el número 27, los locales de Limpiezas Revilla y, en la
esquina con San Andrés, la tienda de comestibles Doña Francisquita, de
clásica fachada en los comercios de este tipo y ahora en manos de los
chinos, y frente a ella, en una vetusta caseja de sólo dos plantas que
aún se conserva, Los Gallegos, una gloriosa tasca regentada por un
matrimonio de esa región, que vivían en la parte de arriba, aquí
trabajaron durante toda su vida y aquí se hicieron mayores. La
antigüedad de tal casa lo demuestra una pequeña placa de rotulación con
la inscripción "Visita G, casa 14". Estas placas se ordenaron poner a
partir de 1740 por la Visita General de la Regalía de Aposentos, visita o
inspección destinada a controlar los sitios habitables para la
recaudación de impuestos, y por cuyo motivo fue la primera vez en Madrid
que se rotularon calles y se numeraron casas y manzanas. Como este
sistema estuvo en vigencia hasta 1835, es de suponer que la existencia
de la casa de Los Gallegos sea anterior a ese año.
Pero también desparecieron muchas de las
salas míticas y emblemáticas por los años ochenta de la "movida"
malasañera, como King Creole, en la esquina con la Corredera, templo de
los rockers, que acudían a bailar rock clásico en pandilla, con
sus cuidados tupés y cazadoras de cuero ellos, o con cancanes bajo el
vestido, vaqueros con dobladillo o faldas de tubo ellas. La Sala
Maravillas, con actuaciones musicales en directo, hoy reconvertida y con
otro nombre. O Elígeme, con canción dedicada de Joaquín Sabina:
La noche de Madrid firma postales
Si permanece la antigua calderería Roalo, en
el número 12, abierta desde 1896 y reconvertida en almacén de material
de hostelería; una diminuta relojería de compostura en el 13, que
aguantará hasta que el dueño pueda; Manuela, local nocturno de corte
intelectual y poético; la famosa farmacia de los Laboratorios Juanse, en
la esquina con San Andrés, con su preciosa y castiza fachada de
azulejos anunciando su preparados, entre ellos el Diarretil, con un niño
con el culo en pompa; al lado, la fachada en azulejos de la Antigua
Huevería, conservada afortunadamente aunque el local haya pasado por mil
y una actividad; el restaurante italiano La Gata Flora, en el 33,
asentado desde hace años y ya tradicional en el barrio; un artesano
carpintero en el número 38, que mantendrá el local abierto como el
relojero hasta que el cuerpo aguante, el menaje Hotelero, en el número
41, y otra magnífica fachada en azulejos de un establecimiento vinatero,
Casa do Compañeiro, en el 44, de larga trayectoria en el barrio pero
que finalmente sucumbió.
Las fachadas de azulejos eran muy
tradicionales en otros tiempos en Madrid. Estas de la Farmacia Juanse y
de la Huevería fueron obra del ceramista cordobés Enrique Guijo, que
tenía su taller en la calle Mayor y colaboró con otro famoso ceramista,
en este caso, talaverano, Juan Ruiz de Luna. A esa etapa en la que
ambos trabajaron juntos (1908-1905) pertenece la huevería: la de la
farmacia es posterior. La del establecimiento del número 44, no tan
elaborada, pertenece al menos en uno de sus paneles a un tal V. Moreno,
ceramista desconocido.
El tramo de la calle de San Vicente Ferrer
desde San Bernardo hasta acabar en Amaniel es escasamente comercial. Si
se mantiene en él el enorme inmueble de la Institución del Divino
Pastor, con colegio concertado y residencia universitaria.
Nadie como Rosa Chacel, que vivió en la
calle de San Vicente Ferrer, ha sabido plasmar la atmósfera, el
ambiente, el costumbrismo y la nostalgia de un Madrid de primeros de
siglo en su novela publicada en 1975 Barrio de Maravillas, historia
intimista de dos niñas que contiene recuerdos de su niñez.
INDICE"Persianas verdes, sensibles al aire, temblonas como alamedas. Visillos blancos, leves, nupciales, como mosquiteros; muselinas opalinas..." CALLE DE SANTA LUCÍA
Esta calle de Santa Lucía, que va desde la
del Tesoro a la de la Palma, se puede decir que está claramente dividida
en dos por la orografía: la gran cuesta en uno y otro sentido con la
cima prominente en la calle del Espíritu Santo, que la cruza. Le viene
el nombre por una imagen de esa santa que estuvo durante muchos años en
la fachada de una casa propiedad del marqués de Rodazne.
Antes se prolongaba hasta la de San Miguel
(ahora, Daoiz), espacio ocupado por el Centro Cultural Clara del Rey,
con entrada por la calle de la Palma, y por dependencias del colegio
público Pi i Margall. Pero este tramo desaparecido llegó a tener otros
nombres: Cruz Nueva, Nueva de la Cruz, Tres Cruces de las Maravillas,
Tres Cruces Nuevas y hasta Callejón del Rey
La leyenda de Santa Lucia cuenta que nació en
Siracusa, Sicilia, alrededor del año 283, y que fue educada en la fe
cristiana. Se dice que su madre Eutychia la comprometió a casarse con
un joven pagano y ella no accedió, porque había dedicado su virginidad a
Dios. Al enterarse el pretendiente, se enfureció por el desprecio y la
acusó por cristiana ante la ley. Se le sometió a un juicio, durante el
cual se intentó que abandonara su fe y adorara a los dioses paganos,
pero Lucía se negó, por lo que fue decapitada. Es la patrona de la vista
debido a que cuando estaba en el tribunal, ordenaron a los guardias que
le sacaran los ojos, pero ella siguió viendo.
El número cuatro de Santa Lucía es el
inmueble más antiguo de la calle, una gran casa baja que fue
rehabilitada por completo en 1989 respetando la fachada a base de
sillares de piedra. Traspasando la puerta podemos contemplar un
magnífico patio interior de vecindad, que nadie imagina está ahí y te
transporta a tiempos de un Madrid de antaño.
Los muros de este edificio han sido testigos
mudos de la desaparición en las últimas décadas de muchos artesanos que
por aquí operaban y de tiendas tradicionales de esas de toda la vida.
Cerca de la calle del Tesoro hubo, al lado de la imprenta que —último
testigo de esos tiempos de oficios— aún sobrevive, una casa donde se
hacía vidrio artesano, y al lado una metalistería. En la esquina con
Espíritu Santo hay que destacar desgraciadamente la ya no existencia de
un comercio de ultramarinos, con una sencilla y elegante fachada de
azulejos Y asimismo desaparecieron, entre otros, una tahona, una
churrería, una bodega y el Bar La Peña.
Llama la atención hoy un enorme edificio
rehabilitado, con fachadas a las calles de Santa Lucía y San Vicente
Ferrer, pintado rabiosamente de azul, que bien podría estar en el
bonaerense barrio de Caminito en lugar de en Maravillas. Y también la
gran cantidad de motocicletas aparcadas, lo que tiene que ver con dos
talleres que hay en la calle.
INDICE COSTANILLA DE SAN VICENTE
Va esta corta calle desde la de San
Vicente Ferrer a la de Palma. Antiguamente se llamaba de San Gregorio, y
se prolongaba hasta la de San Miguel (actual Daoiz). El tramo
desaparecido está ocupado por la Escuela de Artes y Oficio Artísticos,
en la parte correspondiente a Palma, y por dependencias del Instituto
Lope de Vega.
El nombre actual es consecuencia de la calle de la que parte y por su trazado en cuesta.
No se caracteriza precisamente por su interés
comercial; sólo habría que destacar la antigüedad de algunos de sus
edificios y la alegría y bullicio que aportan los chicos y chicas que
acuden a la citada escuela, que la toman, por su escaso tráfico, en
espacio para los recreos.
INDICE CALLE DE SAN BERNARDO
Desde la plaza de Santo Domingo a la
glorieta de Quevedo va actualmente esta calle, una de las más
importantes de Madrid. En el año 1865 se le suprimió el calificativo de
Ancha que llevaba para distinguirla de la Angosta de San Bernardo (la
hoy Aduana). El trozo final hasta Quevedo se llamaba entonces de las
Navas de Tolosa. Pero antes de San Bernardo la calle se llamó de Burgos,
de Foncarral Baja, y de Convalecientes, esta última denominación por el
hospital que en ella fundó el venerable Bernardino de Obregón. En esta
casa se hizo años más tarde el ya desaparecido convento de San Bernardo,
que dio nombre definitivo a la calle.
San Bernardo fue un monje cisterciense
francés que nació en Castillo de Fontaine-les Dijon (Borgoña) en 1090 y
falleció en el monasterio de Claraval en 1153. Con él, la orden del
Císter se expandió por toda Europa y ocupó el primer plano de la
influencia religiosa. Predicó la segunda Cruzada y sus contribuciones
han perfilado la religiosidad cristiana, el canto gregoriano, la vida
monástica y la expansión de la arquitectura gótica. Fue canonizado en
1174 y declarado Doctor de la Iglesia en 1830.
La historia de esta calle va unida a las
puertas de acceso a Madrid. De la puerta de Santo Domingo, en tiempo de
los Reyes Católicos, salía un camino vecinal que se encaminaba hacia el
norte y que rápidamente fue urbanizándose conforme se ampliaba la
ciudad, de tal manera que en 1625, al construir Felipe IV una nueva
cerca que abarcaba todo el caserío de entonces, esta puerta se trasladó
poco más o menos a donde hoy se abre la glorieta de Ruiz Jiménez, y
allí se mantuvo hasta 1970 con el nombre de Portillo de Fuencarral.
Poco hay que reseñar en el primer tramo
de calle comprendido entre la plaza de Santo Domingo y la Gran Vía, que
la cercenó y separó radicalmente del resto, al igual que ocurrió con la
de la Flor Alta, separada dramáticamente de su continuación natural la
de la Flor Baja. Sólo destacar el teatro Arlequín, que también ha sido
cine, y que abre y cierra intermitentemente.
Haciendo esquina a la calle de San Bernardo
con la de la Flor Baja, en terrenos ocupados hoy por la Gran Vía, se
encontraba el convento de dominicos del Rosario, donde se veneraba la
magnífica imagen del Cristo del Perdón, de Manuel Pereira. Después de la
desamortización de Mendizábal en 1836, el convento pasó a ser
sucesivamente cuartel de Alabarderos, colegio particular y sede del
Teatro del Recreo, especializado en el llamado "género chico".
Para analizar los edificios principales del
tramo comprendido entre la Gran Vía y la glorieta de Ruiz Jiménez (más
conocida como glorieta de San Bernardo), realizaremos un recorrido
lineal de ambas aceras. Subiendo por la derecha, en la calle de la Flor
Alta abordamos el palacio que para toda la manzana encargo en 1772 el
conde de Altamira al arquitecto Ventura Rodríguez: un proyecto
gigantesco que habría de ser construido en el solar del antiguo palacio
del marqués de Leganés. De haberse realizado en su totalidad, hubiese
dotado a Madrid de uno de sus monumentos civiles más espectaculares.
Pero las obras solo se llevaron a cabo entre 1773 y 1775, construyéndose
sólo el soberbio fragmento que ocupa casi toda la acera de Flor Alta.
Tras años de abandono, ha sido rehabilitado y cedido por el Ayuntamiento
al Instituto Europeo di Desing (IED).
En el número 28, esquina a la calle de la
Estrella, vivió don Rodrigo de Calderón, marqués de Siete Iglesias y
ministro en el gobierno del duque de Lerma, valido de Felipe III. De
allí salió para ser ejecutado en la Plaza Mayor el 21 de octubre de
1621. Caído en desgracia junto al de Lerma, fue acusado de gravísimos
casos de corrupción, incluso de envenenar a la reina Margarita, muerta
en circunstancias muy extrañas. Cuentan que don Rodrigo subió al cadalso
para ser decapitado con impresionante entereza, mientras la
concurrencia se manifestaba con rumores y, sobre todo, con admiración.
Esta arrogante actitud y compostura dio origen al dicho "tener más
orgullo que don Rodrigo en la horca".
En la esquina con la calle del Pez se
encuentra el palacio de los Bauer, donde desde 1952 tiene su sede la
Escuela Superior de Canto.
En el número 48, en un viejo caserón del
siglo XVIII, ahora restaurado, tenía la emblemática Librería Fuentetaja
abierto uno de sus locales, que lamentablemente tuvo que abandonar. Hoy
abre otra mucho más moderna y de mayor superficie en el número 35. Las
librerías de nuevo y de viejo eran en otros tiempos una constante en
toda la calle. Hoy, desgraciadamente van desapareciendo.
Uno de los palacios más suntuosos de la calle
es el llamado de Parcent, entre las calles del Espíritu Santo y de San
Vicente Ferrer, de larga lista de moradores a lo largo de los años, pero
inicialmente mansión señorial de los Bernaldo de Quirós. Desde los años
cuarenta ha pertenecido al Estado y ha servido como sede de diversos
estamentos ministeriales.
Muy cerca, separado del anterior por sólo una
manzana antes ocupada por el desaparecido palacio del duque de Santa
Lucía, nos encontramos con el instituto Lope de Vega. Este mutiladísimo
palacio cuenta entre sus antiguos propietarios con nombres como los del
marqués de Castromonte, el duque de Montemar, el duque de Abrantes, el
conde de Colomera y el de la Celanova. En la última época del reinado de
Fernando VII estuvo ocupado por las monjas de Santa Clara. Y en 1839 se
inauguró allí la Escuela Normal de Maestros, función desempeñada en el
edificio hasta 1935.
Junto a la hoy calle de Daoiz había una
fuente, la de los Doce Caños, que suministraba agua a los vecinos de
esta zona hasta que se inauguró la traída de aguas del río Lozoya en
1858.
Y en la manzana siguiente, entre las
calles de Daoiz y Divino Pastor, se levanta el convento de las Salesas
Nuevas. Fue fundado en 1798 por la marquesa de Villena y la rápida
construcción del conjunto en estilo neoclásico estuvo terminado en 1801.
El recorrido de bajada por la acera de los
impares lo iniciamos a la altura de la calle de San Hermenegildo. Entre
ésta y la de Montserrat se mantuvieron durante muchos años los restos
del cuartel de Voluntarios del Estado. Fue allí donde acudió Velarde, el
2 de mayo de 1808, a pedir refuerzos para la defensa del parque de
Artillería de Monteleón. Tres horas tardaron los franceses en
aniquilarlos y más de 900 cadáveres quedaron en el suelo.
En la manzana siguiente, hermoseando la
calle, se encuentra el monasterio de benedictinos e iglesia barroca de
Montserrat, fundado por Felipe IV en 1642, con la impresionante torre de
Pedro de Ribera.
El 24 de junio de 1858, con motivo de la
inauguración del Canal de Isabel II que traía las aguas desde el río
Lozoya, se instaló delante de esta iglesia un gran pilón con un surtidor
que elevaba el agua a una altura de unos treinta metros. Alguien dijo
de forma ocurrente que era "el río Lozoya puesto en pie".
Los edificios con los números 67 y 69,
construidos por los años 20 del siglo pasado, son dos bellos ejemplos
del kitsch eclecticista (neo plateresco y neo muchas cosas más), tan de
moda por aquellos años.
Cruzada la calle de la Palma existe un viejo
caserón, hoy remodelado, que fue casa-palacio de don Antonio Barradas y
hoy edificio de apartamentos, incluso con un supermercado en los bajos.
Se trata de una de las primeras obras madrileñas del arquitecto
Silvestre Pérez (1767-1825). En tiempos fue sede de la Librería San
Bernardo, de una fábrica de caramelos y de la Patronal de Maestros.
Tras la calle del Noviciado se llega a la
que, sin duda alguna, es la manzana más interesante de nuestro
recorrido. El 18 de julio de 1602, prácticamente toda ella, fue
adquirida por la Compañía de Jesús (los jesuitas) para llevar a cabo la
construcción de un noviciado. Hasta entonces había sido solar del
palacio del marqués de Camarasa. Su iglesia, conocida como el Oratorio
de los Padres del Salvador del Mundo, era la más grande de todas las
construidas en Madrid.
En 1767, con la expulsión de los jesuitas
decretada por Carlos III, el Noviciado desapareció como tal, para
volver a reimplantarse en tiempos de Fernando VII. El fin definitivo
vino en 1836 con la desamortización de Mendizábal. Es entonces cuando el
edificio se destina primero a cuartel de Ingenieros Militares y en
1843, cuando de él ya poco quedaba, a asentamiento de la Universidad
Central, que había sido trasladada desde Alcalá a Madrid en 1836 y antes
había sido instalada provisional y fugazmente en el antiguo Seminario
de Nobles de la calle de la Princesa y unos años en las instalaciones
conventuales de la Salesas Nuevas. El primer proyecto de adaptación del
Noviciado a su nuevo uso como Universidad Central fue de Francisco
Javier Mariátegui, sustituido a su muerte por Narciso Pascual y Colomer,
a quien se debe la realización del salón de actos o Paraninfo,
construido en 1852 aprovechando los muros de la antigua iglesia de los
jesuitas.
La población estudiantil hizo que la calle de
San Bernardo se poblase de pensiones, casas de comidas baratas,
librerías, talleres de imprenta, tascas y bullangueros cafés. Famosos en
aquella época fueron el Café de Peláez, el de la Gran Vía, el de la
Colonias, el de Prada y, el más importante de todos, el Café de la
Universidad. Por esta época hubo también dos teatros: el del Recreo y el
del Noviciado. Este último, incendiado en 1906, fue reconstruido para
acabar transformado en una de las primeras salas cinematográficas de
Madrid, el Cinema X. Todo ha desaparecido.
Pero la Universidad no fue sólo un semillero
para la vida noctámbula. La calle de San Bernardo fue también testigo de
excepción del compromiso político de profesores y alumnos. El 10 de
abril de 1865, se convirtió en uno de los principales escenarios de la
sangrienta "Noche de San Daniel", tan palpitantemente descrita por
Galdós en sus Episodios Nacionales, y en la que la guardia civil
cargó con virulencia inusitada sobre los estudiantes y el pueblo
madrileño, que se manifestaba en contra de la toma de posesión como
rector del marqués de Zafra, sustituto designado del rector Montalván,
que había dimitido por negarse a privar de su cátedra a Emilio Castelar,
Ya antes, con el 2 de mayo de 1808, con los disturbios de julio de
1822, con las barricadas de 1848, de 1854 y de 1856, y después, en 1866,
con la sublevación del cuartel de San Gil, la calle de San Bernardo
vivió encarnizadamente las luchas callejeras que, con intermitencia,
volverían a producirse en lo que quedaba de aquel turbulento siglo.
Con la Dictadura de Primo de Rivera empezaron
las hostilidades importantes en el siglo XX. En 1923, con el destierro
de Unamuno a Fuerteventura; en 1926, durante la "Sanjuanada"; en 1928,
con el proyecto de reforma universitaria que inspiraron González
Oliveros y Eijo Garay; en 1929, con la entrada de la policía en el
recinto universitario y posterior cierre de la Universidad: son ejemplos
de los acontecimientos en los que la calle de San Bernardo se vio
envuelta en movimientos reivindicativo, que continuaron en los años
siguientes.
El traslado de la Universidad a la zona
de Moncloa, supuso un momento de declive para todo el barrio, que hasta
entonces había sido durante casi un siglo el refugio de los estudiantes.
Los universitarios daban vida y recursos. La Ciudad Universitaria se
gestó en 1927, pero con todos los edificios de las facultades casi
terminados, durante la Guerra civil fue arrasada al ser primera línea
del frente de batalla y hubo de ser reconstruida al finalizar la
contienda.
El edificio de la antigua Universidad de
la calle de San Bernardo está ocupado actualmente por el Instituto
Cardenal Cisneros, el Paraninfo de la Universidad Complutense (siguen
celebrándose en él los actos importantes) y el Instituto de España,
organismo que reúne a las Reales Academias. También dio albergue a la
Asamblea Legislativa de la Comunidad de Madrid hasta su traslado a su
nueva sede en el barrio de Vallecas.
Al ambiente estudiantil de entonces, se
juntaba además el ambiente musical, ya que en dos de los palacios ya
citados la música se mantuvo viva en sus salones. En el de los Bauer,
que se convirtió en el Conservatorio de Música en 1940 (desde 1952 es
sede de la Escuela Superior de Canto, como ya se ha dicho), se dieron
grandes conciertos de cámara, a los que asistían músicos y compositores
junto a la alta sociedad de la ciudad, y en el de Parcent, veladas
musicales, exposiciones de arte y grandes fiestas.
Pegado al enorme edificio de la
Universidad y separado por la calle de los Reyes, está el palacio de la
marquesa de la Sonora, convertido en 1851 en Ministerio de Justicia.
La manzana siguiente alberga, en el número
39, una de las farmacias más antiguas de Madrid, la conocida como del
licenciado Deleuze.
En el 35 se encuentra la casa-palacio
que, a finales del siglo XIX, mandó construir la condesa de Pardo Bazán,
totalmente cambiada su forma original. En el 29 desapareció el Cine
Alexandra, donde se exhibían las películas inmediatamente después de
agotar su tiempo en los grandes salas de estreno y antes de pasar a los
cines de barrio, y con la particularidad de ofrecer sesión continua
desde la 10 de la mañana hasta las 12 de la noche. Y un poco más
adelante, esquina a Travesía de la Parada, el palacio de ágreda,
levantado en el solar donde se encontraba el convento de Santa Ana,
conocido también como de San Bernardo, fundado por Alonso Peralta,
contador de Felipe II, en 1596, y antes el Hospital de Convalecientes
que han dado nombre a la calle a lo largo de su historia.
Saltando ahora al recorrido final de la calle
de San Bernardo, pasada la glorieta de Ruiz Jiménez, tramo moderno y de
escaso interés histórico y arquitectónico, poco hay que destacar, salvo
un convento desaparecido, el de la Esperanza, situado a la izquierda,
esquina con la glorieta, cuyas monjas se dedicaban al cuidado de
enfermos, y el Hospital y Residencia de la Congregación de San Pedro de
los Naturales y su iglesia anexa, la parroquia de los Dolores.
La parroquia de Ntra. Sra. de los Dolores fue
creada en la que en su origen fue capilla del Cementerio General del
Norte, abierto en 1809 y que tenía su principal acceso por la calle de
Magallanes. Cuando la piqueta demoledora acabó totalmente con el
cementerio en 1908, fue cuando la parroquialidad pasó a su actual
destino.
En el solar del Cementerio General del Norte,
la Compañía Madrileña de Tranvías construyó sus cocheras y fábrica de
electricidad, con entrada esta última por la esquina entre San Bernardo y
Magallanes. El derribo de este complejo en los años 60 dio lugar a la
plaza del Conde de Valle de Súchil y zona aledaña.
Y por último, indicar que hasta el siglo
XVII, la hoy calle de San Bernardo fue el camino para la romería de san
Marcos, más conocida como romería del Trapillo. Este festejo se
celebraba el 25 de abril y consistía en una alegre peregrinación hacia
la ermita de San Marcos, situada en las inmediaciones de la puerta de
Fuencarral.
INDICE ROMERÍA DEL TRAPILLO
La romería del Trapillo se celebraba en
el siglo XVII el día 25 de abril, festividad de san Marcos, en la ermita
dedicada a este evangelista y situada en las afueras de la Puerta de
Fuencarral, donde hoy se encuentra la glorieta de Ruiz Jiménez.
El sobrenombre de la romería se debió a
que asistían mendigos y vagabundos, cubiertos de andrajos, con un
premeditado propósito de alardear de su indigencia y así sacar el mayor
provecho de las limosnas que solicitaban."Los nobles a ver el trapo y
los plebeyos a orearlo". Y una locución relacionada: al jolgorio de ese
día se le llamaba "ir de trapillo", modismo que ha permanecido en uso
después que desaparecieran, hace ya muchos años, la ermita y el festejo,
y que decimos de alguien que va vestido con ropa barata, con la típica
ropa de mercadillo comprada por cuatro perras.
Con participantes en la juerga tan dispares,
la convivencia se hacía difícil, y más cuando el abuso del vino y otras
bebidas espirituosas comenzaba a hacer sus estragos. Las burlas de los
señorones, al principio recibidas con desdén por los desheredados, se
tornaban luego hirientes y ofensivas, y no era raro que se produjeran
enfrentamientos y que incluso salieran a relucir las navajas. Entonces,
los "bienvestidos" se subían a sus carrozas e iniciaban una prudente
retirada, acribillados por las miradas desafiantes y los insultos de los
andrajosos, que celebraban con júbilo su momentáneo triunfo.
INDICE GLORIETA DE RUIZ GIMÉNEZ
Entre las calles de Carranza, Alberto
Aguilera y el cruce de San Bernardo, se encuentra la antigua glorieta de
San Bernardo, hoy de Ruiz Jiménez. El nombre actual lo lleva en honor
del ministro de Instrucción Pública y Bellas Artes, de Fomento y de la
Gobernación durante el reinado de Alfonso XIII, senador vitalicio,
Gobernador de Madrid, presidente del Consejo de Estado y cuatro veces
alcalde de Madrid (entre 1912 y 1931), don Joaquín Ruiz Jiménez, nacido
en Jaén en 1854. Es padre del que lleva su mismo nombre: ministro de
Educación (1951-1956), cargo del que dimitió por su enfrentamiento con
los elementos más inmovilistas de la dictadura, y luego figura política
clave en la Transición española a través de la revista Cuadernos para el Diálogo
que a finales de los sesenta se convirtió en plataforma de todos los
sectores democráticos, por su participación tras la muerte de Franco en
la creación de la Plataforma de Convergencia Democrática desde su
adscripción a Izquierda Democrática y por ser nombrado en 1982 el primer
Defensor del Pueblo de España. Retirado de la vida política, fue
presidente de UNICEF-España entre 1989 y 2001.
El terreno donde se encuentra la glorieta era
antes la salida al campo por la puerta de Fuencarral, que se encontraba
en la calle de San Bernardo a la altura de la de San Hermenegildo. Por
aquí pasaba la cerca que en 1625 mandara construir Felipe IV para rodear
el Madrid de entonces.
A la izquierda de dicha puerta,
extramuros, estaba el quemadero de la Inquisición, donde tantos
desgraciados sufrieron horrible suplicio. En ese lugar se edifico en
1857 el Hospital de la Princesa para conmemorar el natalicio de la
infanta Isabel Francisca, entonces, como primogénita de Isabel II,
heredera de la corona y princesa de Asturias. Su enorme y singular
estructura subsistió hasta 1955 con el mismo cometido, salvo los años de
la guerra civil (1936-39) que fue convertido en cuartel. Tras el
traslado de las instalaciones sanitarias a la calle de Diego de León, el
edificio pasó al Ejercito y ahora sobre su solar se levanta un
imponente inmueble de viviendas militares, una especie de amasijo de
cemento y macetas que desarrolla algunos conceptos arquitectónicos que
traen a la memoria la no muy lejana "Casa de las Flores", magnífico
edificio que proyectó Secundino Zuazo en la calle de Rodríguez San
Pedro, esquina a Hilarión Eslava. A este de la glorieta, se le denomina
chuscamente la "Casa de las Acelgas".
En el centro de la glorieta estuvo la estatua
de Lope de Vega, obra de Mateo Inurria, hoy en la plaza de la
Encarnación, y el grupo escultórico dedicado al Pueblo del 2 de Mayo, de
Aniceto Marinas, actualmente en los jardines que hay junto a Ferraz
entre la Plaza de España y el Templo del Debod. Se plantó este último
monumento el 4 de mayo de 1908, y cuando pasado el verano vinieron las
lluvias otoñales, las gentes vieron con sorpresa que las esculturas se
desconchaban y desteñían. Era que por no estar acabado en el día
previsto para la inauguración, se había colocado un modelo en escayola
pintado en color de bronce, que en noviembre de ese mismo año fue
repuesto por el original.
En la calle de San Bernardo, a pocos metros
de la glorieta, apareció por primera vez el agua de Lozoya en Madrid el
24 de junio de 1858, elevándose en un surtidor, allí instalado sobre un
gran pilón con motivo de la inauguración del Canal de Isabel II, a una
altura de unos treinta metros. Manuel Fernández González, un escritor de
la época, lo llamó de forma ocurrente "el río Lozoya puesto en pie",
que se hizo muy popular. También fue ocasión para emplear una
iluminación eléctrica entonces en experimentación, el arco voltaico.
"Transparentaba el agua que caía en menuda y rizada espuma", según
decían las crónicas. Una placa instalada en la isleta de separación de
carriles así lo atestigua. Y las dos fuentes con surtidores en el centro
también son como un remedo de la de entonces.
Como en otros tantos lugares, también aquí se
ha visto una adaptación de sus locales comerciales a los nuevos
tiempos. Desapareció una curiosa tienda de maquinaria y productos
lácteos, en el número 3, que continuaba su fachada por la calle de San
Bernardo, y desapareció, incluso traumáticamente, pues los trabajadores
se encerraron para evitar que sucediera, una antigua y concurrida
cafetería con terraza en la esquina con Alberto Aguilera, sustituida por
una entidad bancaria Sí permanecen, como más representativos por su
antigüedad entre otros, el bar restaurante Iberia y la Casa de las
Maletas en el 8.
INDICE HOSPITAL DE LA PRINCESA
El primer edificio que se construyó en la
aún no urbanizada glorieta de San Bernardo (hoy de Ruiz Jiménez) fue el
Hospital de la Princesa. El 30 de diciembre de 1856, Isabel II, en
acción de gracias por haber salido ilesa de un atentado perpetrado por
el cura Merino cuando, cuatro años antes, se dirigía en cumplimiento de
la tradición a presentar a su hija Isabel Francisca al santuario de
Nuestra señora de Atocha, inauguraba el Hospital en terrenos que habían
sido en otras épocas quemadero de la Inquisición.
Su nombre fue puesto en honor de la infanta,
la que luego sería conocida cariñosa y popularmente como La Chata,
entonces hija única de Isabel II y por ello heredera de la corona y
princesa de Asturias. En tiempos de la Primera República se le designo
como Hospital Nacional, y durante el periodo de la Guerra Civil, entre
1936 y 1939, que por su proximidad con el frente fue trasladado al
colegio del Pilar en la calle Castelló, Hospital Nacional de Cirugía.
Su enorme y singular estructura, aislada
del caserío urbano por un espacioso jardín, estaba organizada en torno a
un edificio central rectangular, que comunicaba por cada uno de sus
lados mayores con cuatro pabellones de idénticas proporciones y sentido.
Fue realizado según los planos del arquitecto Aníbal álvarez Bouquel y
tuvo una gran reforma en 1882, obras que sirvieron para modernizarlo y
para darle entrada principal por el entonces flamante paseo de Areneros
(actual calle de Alberto Aguilera).
El día 3 de Noviembre de 1955, fue inaugurado
oficialmente un nuevo edificio para albergar el antiguo Hospital de La
Princesa, obra de Manuel Martínez Chumilla, situado en la calle Diego de
León, y que fue denominado como Gran Hospital de la Beneficencia
General del Estado. Es entonces cuando los ya obsoletos pabellones de la
glorieta pasaron al Ejército, como ya lo habían hecho durante la Guerra
Civil. Ahora sobre el solar se levanta un imponente inmueble de
viviendas militares del arquitecto Fernando Higueras, que desarrolla
algunos conceptos arquitectónicos que traen a la memoria la "Casa de las
Flores", magnífico edificio que proyectó Secundino Zuazo en la calle de
Rodríguez San Pedro, esquina a Hilarión Eslava. A éste de la glorieta,
los madrileños, con su gracejo y chanza característica, lo han bautizado
como "Casa de las Acelgas".
La asistencia clínica del antiguo Hospital de
la Princesa era —según cronistas de aquellos años— excelente, tanto en
medicina general como en cirugía, y sostenía un consultorio público.
Famoso fue el hecho de que, en 1895, el doctor Ustóriz practicase la
primera transfusión con éxito a un agonizante. Y que el eminente doctor
Carlos María Cortezo, fundador de la Sociedad Española de Higiene, que
llegó a ser director de la Real Academia de Medicina y como político
ministro de Instrucción Pública, demostrase su tesis acerca del
mecanismo de transmisión del tifus exantemático.
También se creó en él una de las
instituciones médicas más prestigiosas de finales del siglo XIX: el
Instituto de Medicina Operatoria (Instituto Rubio), fundado por el
doctor cirujano Federico Rubio y Galí para la formación de médicos
posgraduados. Después, en 1896, el Instituto construiría edificio aparte
en la plaza de Cristo Rey, que sería embrión de la clínica de la
Concepción de la Fundación Jiménez Díaz.
Hoy, el que fue Gran Hospital de la
Beneficencia General del Estado en la calle de Diego de León, que
recuperó su antiguo nombre de Hospital de la Princesa en 1984, es
gestionado por la Seguridad Social y está vinculado con la Universidad
Autónoma de Madrid, adquiriendo así la categoría de Universitario.
INDICE LOS CEMENTERIOS DEL NORTE
Sobre la actual calle de Magallanes, y
extendiéndose en un amplio espacio entre las hoy calles de Rodríguez San
Pedro y Cea Bermúdez, se fueron ubicando desde principios del siglo XIX
hasta cuatro cementerios, todos ya desaparecidos: el General del Norte,
el de San Ginés y San Luis, el de la Patriarcal y el de San Martín.
El enterramiento de los difuntos se hizo
siempre en lugares apartados de los núcleos de población. Así lo
hicieron los árabes en el Madrid musulmán y así lo hicieron luego los
cristianos durante años. Pero a partir del siglo XIII vino a hacerse
mayormente en las iglesias, costumbre que se prolongaría hasta
principios del XIX. Las gentes a su fallecimiento querían estar lo más
cerca posible del Dios Todopoderoso, y siempre en presencia de reliquias
e imágenes de los santos, para obtener de ellos el beneficio de la
intercesión ante el Padre.
Y como en otros muchos sitios, aquí en
Madrid, y sobre todo a partir del aumento de población que la villa
experimentó durante el reinado de los Reyes Católicos, el espacio de las
iglesias se quedó escaso para albergar tanto cadáver, por lo que de
tiempo en tiempo se realizaba la llamada “monda de cuerpos”, que
consistía en remover a los enterrados, mezclar con la tierra los restos
de carne en descomposición y extraer los huesos para llevarlos a un
osario. Quedaba así espacio para nuevas inhumaciones. Tan macabra
operación, además del hedor insoportable y persistente que dejaba, y que
era mitigado a duras penas con agua olorosa, originó la propagación de
muchas enfermedades.
Fue precisamente una epidemia de peste que
asoló el país en 1781, y cuyo foco se desató en la parroquia de Pasajes
(Guipúzcoa), el motivo por el que Carlos III se vio obligado a decretar
la prohibición de los enterramientos en las iglesias y a ordenar la
construcción de cementerios bien ventilados fuera de las ciudades. Pero
ahí quedó todo, pues las disposiciones no serían efectivas hasta la
época de José Bonaparte, dado el gran arraigo de las costumbres y
creencias entre las gentes.
En Madrid, de los dos cementerios municipales
construidos en los alrededores de la ciudad, por fuera de la tapia que
Felipe IV mandara levantar en 1625, uno, el General del Norte, llamado
también de la Puerta de Fuencarral, vino a parar a terrenos de lo que
luego sería el distrito de Chamberí.
Fue inaugurado en 1809, y estaba situado
entre las hoy calles de Magallanes, Fernando el Católico, Rodríguez San
Pedro y la plaza del Conde Valle de Súchill.
Su arquitecto, Juan de Villanueva, introdujo
en él —por primera vez en España— el sistema de nichos, tomando la idea
del cementerio de Lachaise (París). En su entrada principal (donde
actualmente está la calle de Magallanes) se colocó una monumental cruz
de piedra procedente del Calvario de Leganitos, estación de un Viacrucis
por las calles que organizaba la cofradía de la Santa Vera Cruz en
cuaresma y que partía desde el antiguo convento de San Francisco (hoy
San Francisco el Grande). Y en su interior había una capilla neoclásica
(la obra más valiosa de todo el conjunto) que sirvió como sede de la
Parroquia de los Dolores desde la clausura del cementerio en 1884 hasta
1908.
Desde un principio estuvieron algunas
zonas de este cementerio bajo la neblina romántica de leyendas y
tradiciones fantasmales, como la nacida en torno a la condesa de Jaruco
(amante de José Bonaparte), que desapareció la misma noche del
enterramiento para, sin saberse cómo, aparecer sepultada en el jardín de
su palacete, en la calle del Clavel.
Hecho célebre fue también el entierro de
Mariano José de Larra en 1837, acto en el que se revelaría, con la
lectura de unos famosos versos, otro genio del Romanticismo: José
Zorrilla.
En el solar del Cementerio General del Norte,
la Compañía Madrileña de Tranvías construyó a partir de 1901 sus
cocheras y fábrica de electricidad. Su derribo en los años 60 dio lugar a
la plaza del Conde de Valle de Súchil y zona aledaña.
En 1994, en las obras de un colector para el
aparcamiento en construcción de la plaza del Conde del Valle de Súchil,
se encontró una galería de ladrillo, piedra y cal (con unas dimensiones
de 3,5 metros de alto por 1,20 de ancho y a 12 metros de profundidad)
con unos 650 esqueletos humanos. En el primer momento se pensó que era
una fosa común de la guerra civil, pero pronto se comprobó que era el
osario del antiguo cementerio. Se calcula que en la zona puedan quedar
no menos de 5000 restos humanos.
Pero además de los cementerios municipales,
fueron las cofradías Sacramentales (de obligada existencia en todas las
parroquias de la Cristiandad por orden del Papa Pío V, a mediados del
siglo XVI) las que verdaderamente dieron el paso definitivo al crear,
bien individualmente o agrupadas, sus propios cementerios para los
cofrades. Y por esta zona del norte de la ciudad se abrieron tres: el de
San Ginés y San Luis, el de la Patriarcal y el de San Martín.
El cementerio de la Sacramental de San Ginés y
San Luis estaba ubicado entre las calles de Magallanes, Fernando el
Católico, Vallehermoso y Donoso Cortés. Se erigió en 1831 y se reformo y
amplió en 1846. Según cuentan, era uno de los cementerios más bellos
por su frondoso y florido jardín romántico, además de sus pabellones
porticados con columnas y su impresionante fachada. Algunos de sus
ilustres moradores fueron Alcalá Galiano, Bretón de los Herreros,
Hartzenbusch o Leonardo Alenza. Fue clausurado en 1884 y su solar está
ocupado por bloques de viviendas.
El cementerio de la Patriarcal fue construido
en 1849 por la Congregación del Santísimo Cristo de la Obediencia y
Hermandad de Palacio, para dar sepultura a los miembros que dependían de
la Iglesia de la Patriarcal, que eran fundamentalmente soldados,
funcionarios y demás empleados de la Casa Real. Se encontraba entre lo
que hoy son las calles de Joaquín María López, Vallehermoso, Donoso
Cortés y Magallanes, que era la vía de acceso común con la de los dos
anteriores y también al General del Norte, y por eso conocida como
"callejón de los muertos".
Era un cementerio pequeño de un solo
patio rodeado de nichos y en el que solo merece destacar el monumento a
Quintana, levantado por suscripción popular. Entre los ilustres
enterrados aquí estaban Hilarión Eslava y Joaquín Gaztambide.
Cuando la Iglesia del Buen Suceso (Puerta del
Sol) se derribó a mediados del siglo XIX, se trasladaron aquí los
cuerpos de los fusilados en la madrugada del 3 de mayo de 1808, que
descansaban en el patio de dicha iglesia.
No fue demolido hasta pasada la Guerra
Civil y hasta los niños jugaban en él al fútbol entre ataúdes rotos y
huesos desperdigados (el "campo de las calaveras"). En 1952 el Estado
levantó el Parque Móvil Ministerial y viviendas de sus funcionarios
El cementerio de la Sacramental de San Martín
y San Ildefonso fue construido en 1849 por Wenceslao Gaviña para la
Archicofradía Sacramental de San Martín y San Ildefonso, una de las más
antiguas de Madrid. Dos años más tarde, era uno de los cementerios más
importantes de la capital y la más grande necrópolis de la zona. Estaba
situado entre las actuales calles de Santander, Juan Vigón, Jesús
Maestro e Islas Filipinas.
Sus cuatro patios estaban dedicados a Santo
Domingo, San Ildefonso, Nuestra Señora de la Paz y Santísimo Cristo. La
entrada era porticada, con una bella columnata en semicírculo, y tenía a
ambos lados dos construcciones hexagonales destinadas a capilla y
vivienda del guarda.
Aquí fueron enterrados, entre otros, el
pintor Eduardo Rosales, los escritores ángel Fernández de los Ríos y
Antonio Velasco Zazo, el duque de Sevillano y los condes de Quinto.
Se cerró oficialmente como los demás en 1884,
pero se siguió enterrando allí hasta 1902, pues su ubicación más al
norte hizo que fuera el último en desaparecer. En 1926 se pensó
mantenerlo como jardín, derribando los nichos y conservando el pórtico y
la capilla, además de añadir esculturas de alcaldes y fuentes
ornamentales en una gran plaza central, pero este proyecto nunca vio la
luz, e incluso durante la guerra civil sus nichos sirvieron de refugio.
En 1952 se levantó en su solar el Estadio de Vallehermoso.
INDICE PARROQUIA DE LOS DOLORES
La parroquia de Nuestra Señora de los
Dolores, creada en 1884, fue inicialmente instalada en la capilla
neoclásica del cementerio General Del Norte, con entrada por la calle de
Magallanes y situado entre las hoy de Fernando el Católico, Rodríguez
San Pedro y la plaza del Conde Valle de Súchill, y aprovechando que ese
año había sido clausurado. Y allí estuvo hasta que la necrópolis fue
totalmente abatida por la piqueta en 1908. Su construcción se debió,
como la de todo el conjunto, al arquitecto Juan de Villanueva.
Fue entonces cuando la sede de esta
parroquia pasó a lo alto de la calle de San Bernardo, a la capilla de la
Venerable Congregación de Presbíteros Naturales de Madrid, más
popularmente conocida con la apelación de San Pedro de los Naturales por
haber tenido durante muchos años uno de sus asientos en la iglesia de
San Pedro el Viejo, en la calle de Segovia.
Aquí tiene esta fundación, creada por Jerónimo de la Quintana en 1619, hospital y residencia.
En 1936, el edificio fue primero tiroteado;
luego, invadido e incautado, y finalmente incendiado, incendio que duró
dos días y dos noches y que tan sólo dejó en pie los muros exteriores,
la torre y el cuerpo octogonal que abrazaba la cúpula de la iglesia.
Tras la quema, la sección militar de
Fortificaciones se hizo cargo del edificio, instalando una fábrica de
cemento y un almacén de incautaciones.
Al finalizar la guerra, la congregación
acometió la reconstrucción, obras llevadas a cabo por Luis y Ramiro Moya
y que estuvieron terminadas en 1946.
Al exterior, destaca su portada, que ostenta
un primer cuerpo de granito en el que se abre un arco de medio punto
sobre columnas jónicas. Un segundo cuerpo por encima del anterior,
flanqueado por columnas toscanas y rematado en forma de frontón, luce el
escudo de la Congregación y tres arcos de estilo ecléctico. Y también,
el cimborrio que soporta la cúpula del crucero, octogonal, y la torre
con capitel de pizarra; todo ello es estilo neomudéjar.
En el atrio, una pareja de lápidas nos
recuerdan la vinculación de Lope de Vega (la de la derecha) con la
Congregación, de la que fue capellán en 1628. La otra indica que los
restos de Calderón de la Barca, capellán mayor en 1666, después de un
largo peregrinar fueron depositados en esta iglesia, pero que
lamentablemente se perdieron en el incendio de la Guerra Civil.
El interior del templo, de planta de cruz
latina, es de una sola nave cubierta por bóveda de cañón con lunetos,
con dos capillas en los laterales. Similar bóveda tiene el presbiterio y
los lados del crucero, que se remata con cúpula de media naranja sobre
pechinas.
INDICE PUERTA DE FUENCARRAL
La actual calle de San Bernardo fue en
otros tiempos camino que, partiendo de la plaza de Santo Domingo,
enlazaba la ciudad con el vecino pueblo de Fuencarral; llegando las
edificaciones en 1590 hasta la manzana donde luego se asentaría el
Noviciado de los Jesuitas y la Universidad Central después. Cuando
Felipe IV mandó en 1625 construir una nueva cerca que abarcara todas
las nuevas ampliaciones de Madrid, la calle empezó a tomar la
configuración que prácticamente ha llegado a nuestros días. Era esta
cerca, proyectada por el arquitecto Juan Gómez de Mora, de ladrillo,
argamasa y tierra, y sirvió para controlar que todos los productos y
víveres que entraban en la ciudad pagaran su correspondiente impuesto
así como para vigilar a las personas que llegaban. Para conseguir el
dinero suficiente para su realización se aplicó una sisa al vino.
En el famoso plano de Texeira, fechado en
1656, aparece la citada cerca, que por la parte norte discurría por las
actuales calles de Sagasta, Carranza y Santa Cruz de Marcenado. Y eran
sus puertas por este lado: la de Santa Bárbara, en lo que hoy es Alonso
Martínez; la de los pozos de la Nieve, en la glorieta de Bilbao; la de
Maravillas (un pequeño portillo que pronto desapareció), en la calle de
San Andrés, y la de Fuencarral, en la calle de San Bernardo.
La puerta de Fuencarral estaba
considerada al principio como real o de registro (en las que se pagaban
los impuestos), y la más importante por esta zona, función que luego
quedó rebajada a la menor de portillo por adquirir la de los Pozos de la
Nieve el puesto principal.
Las puertas permanecían abiertas desde el
amanecer hasta las diez de la noche en invierno y en verano hasta las
once. Pasado ese horario, en caso necesario, un retén permitía el
acceso. Los portillos se cerraban con la puesta de sol y así permanecían
durante toda la noche.
La puerta o portillo de Fuencarral estaba en
la calle de San Bernardo, a la altura de la de la Santa Cruz de
Marcenado, y su nombre oficial era en realidad de Santo Domingo, pues en
esta plaza estuvo la primitiva en el camino de Fuencarral. Fue
construida por Juan Gómez de Mora en 1642 y tenía un arco de medio punto
y tres escudos decorativos, todo ello coronado con un frontón y sin
gran valor arquitectónico.
En la fotografía que se acompaña, ha
desaparecido el remate superior, que posiblemente se destruyera a lo
largo del tiempo. Está tomada desde el interior de la cerca, por eso
aparece el hospital de la Princesa a la izquierda, construido en 1856
sobre el sitio que en los siglos anteriores soportaba las hogueras de
los autos de fe y que conservaba el funesto nombre de El Quemadero. En
ese solar se levanta ahora un imponente inmueble de viviendas militares,
un amasijo de cemento y plantas de hiedra que cuelgan desde las
balconadas.
Traspasada la puerta de Fuencarral, fuera de
la cerca, y donde antes solo hubo algunas fincas de labor, eriales y
basureros, se extendieron a partir de los primeros años del siglo XIX
los iniciales arrabales de Chamberí, y un poco alejados hacia el oeste,
las zonas de cementerios.
Los primeros que se refugiaron en las
humildes casuchas del suburbio de Chamberí fueron los que no podían
pagarse una casa en la superpoblada ciudad o no cabían materialmente en
los miserables barrios del sur. De ahí el cariz que este barrio tomó
desde el principio. El casticismo propio del sur de la ciudad vino a
rebrotar en el punto opuesto.
A mediados del siglo XIX, esta parte de la
ciudad, extramuros, va mejorando y adecentándose, y es a partir de 1868,
al llevarse a cabo el plan de Ensanche de Madrid del urbanista Carlos
María de Castro, cuando se derriba la cerca de Felipe IV y se trata de
compaginar (con muchas protestas y oposición de los vecinos) lo ya
construido con los nuevos trazados del proyecto.
Por esta época, se urbanizan también y se
abren nuevas calle en la zona del antiguo Parque de Artillería de
Monteleón y en el área ocupada por los Pozos de la Nieve, entre las
calles de Fuencarral y la parte alta de la actual Mejía Lequerica.
INDICE SALESAS NUEVAS
Al medio siglo de estar establecidas la
comunidad de salesas en Bárbara de Braganza, doña Manuela Centurión y
Velasco, marquesa viuda de Villena y Estepa, fundó otro convento
dedicado a la Visitación —las salesas Nuevas— en la calle de San
Bernardo, sobre unas casas de su propiedad que había adquirido a don
ángel de Carvajal Zuñiga y Lancaster, duque de Abrantes y Linares.
Este convento, obra del arquitecto Manuel
Bradi, realizado entre 1798 y 1801, es una de las escasas
manifestaciones religiosas de estilo neoclásico en Madrid. Contrastando
con la sencillez y sobriedad de su alargada fachada conventual, destaca
la monumentalidad neoclásica de la fachada del templo, muy pura,
correctísima de líneas y proporciones. Está formada por un rectángulo
vertical dividido en tres calles por pilastras gigantes de orden
toscano, casi dórico, cubierto por un enorme entablamento, liso,
coronado por imponente frontón. En la calle central, más ancha, y encima
de la puerta, con frontón curvo, el único elemento decorativo: un
relieve de Julián San Martín representando a los fundadores de la Orden,
san Francisco de Sales y santa Juana Francisca Fremiot.
El interior, exquisito, casi romántico,
deliciosamente pintado, es una nave rectangular, sin capillas, donde
toda la decoración, festones, cogollos, guirnaldas, molduras, casetones
de rosetas, mármoles, púlpito y altares deslumbran por su delicadeza,
mesura y contenida elegancia.
El lienzo del altar mayor, representando a los fundadores de la Orden, y otro a la izquierda del presbiterio, El Buen Pastor, son obra de Agustín Esteve, colaborador de Goya. De Esteve era también un San Luis Gonzaga
(algunos lo atribuyen al propio Goya) muy dañado en la Guerra Civil y
vendido a un particular. Su lugar en el templo, a la derecha, lo ocupa La Visitación,
cuadro realizado por el portugués Antúnez. En otros dos altares, más
alejados del presbiterio, también hay cuadros de calidad, uno de ellos
anónimo y otro de Manuel Gómez Moreno.
El convento, que aún conserva en su interior
una inmensa huerta, fue incautado durante el período de la
Desamortización para el establecimiento de las Facultades de Leyes,
Cánones, Teología y Filosofía de la Universidad Central (1836-1844),
trasladada desde Alcalá de Henares, que después pasaría al edificio del
antiguo Noviciado de los jesuitas, en la misma calle de San Bernardo.
Durante la Guerra Civil, convertido en checa, sufrió graves destrozos en cuadros e imágenes, perdiéndose todo su archivo.
Después de recuperar el convento, allí siguen
las monjas, orando y trabajando, trabajando y orando. Célebre es la
deliciosa repostería que producen en su horno u obrador, y que venden a
quien la desee en la puerta siguiente a la de la iglesia.
Por la parte trasera, con entrada por la
calle de Daoiz, se encuentra la residencia para mayores privada Dos de
Mayo, que ocupa antiguas dependencias conventuales.
INDICE LOS COCOS DE LAS SALESAS
Las religiosas que habitan en los
conventos de Madrid —y de España entera— no se dedican exclusivamente a
la oración; también hacen costura, bordan, lavan, encuadernan,
restauran, pintan... y, entre fogones y peroles, elaboran unos dulces
exquisitos. Gloria bendita para el paladar. Suponen un complemento,
cuando no la aportación principal de sus contadas rentas.
De muy antiguo viene la tradición de los
dulces monjiles. Fueron los conventos los que fusionaron la tradición
repostera árabe, cristiana y judía. Las novicias, al ingresar en los
conventos, aportaban sus conocimientos culinarios con recetas familiares
que fueron incrementando el recetario conventual.
Medio kilo azúcar blanca, Fragmento del inolvidable villancico-copla de Carlos Cano en el que describe cómo las monjas de un convento recibían de la Virgen María la receta para su postre más delicado
Dulces elaborados en la tranquilidad sin
tiempo de las clausuras monacales, realizados con elementos auténticos,
muchas veces logrados por las propias comunidades, en sus huertas y
gallineros. Así nacieron dulces y yemas, que han pasado a ser típicos de
la ciudad en la que las monjas los hicieron populares. Pero después
muchos de estos conventos abandonaron la dulce elaboración de su
especialidad, que recogió la industria local. Otras veces fueron los
talleres artesanos los que hicieron competencia a las tradiciones del
monasterio. Y de una u otra forma se fueron perdiendo en las más de las
ocasiones.
Los "cocos" a los que nos referimos no son
esos que asustan a los niños, sino deliciosos productos de las cocinas
conventuales que sirven de delicado acompañamiento a las meriendas
familiares. Porque es el caso que, perdidas algunas de esas viejas
elaboraciones, o sustituidas por la de avispados comerciantes, de las
cocinas de las monjas vuelven a salir magníficos ejemplos de dulcería.
Es el caso de las Salesas Nuevas, en la calle de San Bernardo, segundo
monasterio de la Visitación madrileño.
Desde hace años, las Salesas Nuevas
elaboran una deliciosa serie de dulcerías, entre las que destacan las
yemas de coco. Pero también galletas, pastas, diminutos panecillos
dulces, un surtido variado de repostería que se ofrece al goloso
visitante a través de la reja de la portería.
INDICE MONTSERRAT
El monasterio de Santa María de
Montserrat fue fundado por el rey Felipe IV, en 1642, para acoger a los
benedictinos castellanos huidos de Cataluña tras su sublevación e
intenso secesionista (Guerra de los Segadores). Por aquellas fechas el
monasterio de la montaña de Montserrat pertenecía a la jurisdicción
castellana de Valladolid, y los monjes catalanes aprovecharon la
insurrección para expulsar con violencia a los castellanos, en concreto a
33 monjes, 14 legos, seis ermitaños y cinco niños cantores.
En un principio, el convento se situó en
la quinta del Condestable de Castilla situada en las inmediaciones del
arroyo Abroñigal, y allí estuvieron los religiosos hasta que en 1704
fueron trasladados al edificio de la calle de San Bernardo, que todavía
estaba sin terminar.
La construcción de la iglesia, con proyecto
de Sebastián Herrera Barnuevo, que diseñó un gran templo del que sólo se
acabaron las naves y parte de la fachada, comenzó en 1688. Tras su
fallecimiento, Gaspar de la Peña siguió con las obras, que fueron pronto
abandonadas. Las retomó en 1716 Pedro de Ribera, reformando el
interior, la fachada y levantando una de las dos torres que estaban
proyectadas. Parece ser que los trabajos se dieron por acabados en 1720,
quedando el templo a la mitad de su proceso constructivo. La iglesia,
de haberse realizado la totalidad de lo diseñado por Herrera Barnuevo,
hubiera sido sin duda la construcción más grande e importante del
barroco castizo madrileño. No obstante, lo realizado y conservado es
excepcional.
La única torre construida, no igualada en
originalidad por ninguna otra madrileña, coronada por fantásticos
bulbos, es una de las mejores imágenes urbanas de la ciudad y muestra
preciosista de la arquitectura de Ribera.
En la fachada, también magnífica, Ribera
se limitó a la decoración de la puerta y ventanales con su
característico repertorio: copetes, veneras, ristras, etc.
El interior nunca fue completado, quedando
interrumpida la construcción al iniciarse la zona del crucero. La nave
central, con pilastras de capitel compuesto, entablamento con
maravillosos modillones de angelotes, soberbios balcones-tribuna
enrejados y bóveda de cañón cajeada, parece obra de Sebastián Herrera.
La aportación de Ribera consistió en modificar las capillas laterales,
transformándolas en naves, así como la tribuna de los pies, sostenida
por dos increíbles angelotes-atlantes.
En 1836, bajo el amparo de las leyes
desamortizadoras, los benedictinos fueron expulsados, y parte del
convento poco después convertido en cárcel de mujeres.
Existió ya desde 1622 una separación de
la Cárcel de Corte para mujeres de mala vida perseguidas y castigadas
por los Tribunales, y así en esa fecha hay un acuerdo de la Sala de
Alcaldes destinando a la creación de la Casa Galera, que así se llamó la
cárcel de mujeres. A mediados del s. XVIII se trasladó la Galera a una
casa propia en la calle de Atocha, de la que se fugaron las reclusas el 2
de mayo de 1808 para unirse a la lucha contra los franceses. Concluida
la guerra, se restableció la Galera en la calle del Soldado, hasta que
en 1837 fue trasladada al antiguo convento de Montserrat, con entrada
por la calle de Quiñones.
Numeras son las mujeres que por allí
pasaron. Aunque prácticamente no hay documentación, los pocos
testimonios que se conservan nos hablan de un centro insalubre donde las
religiosas encargadas de la custodia se afanaban en la "regeneración
cristiana" de las presas, encadenadas a la máquina de coser tanto como a
aquellos muros.
Cuando Victoria Kent se convirtió en
Directora General de Prisiones durante la Segunda República, sus
esfuerzos se centraron en sustituir el ideal represor de las prisiones
tradicionales por una vocación reeducadora, y la vigilancia de las
órdenes religiosas hacia las reclusas por un cuerpo especializado. Es la
diferencia que va de la cárcel de Quiñones a su Cárcel Moderna
inaugurada en Ventas en 1933.
Ese sueño de Victoria Kent de cerrar la casa
Galera del viejo monasterio se cumplió, pero con la posguerra las
mujeres volvieron a habitar sus celdas. Hacia 1940 se creó allí una
clínica psiquiátrica penitenciaria, residencia forzosa para las que el
régimen franquista tildó de locas, para mejor poder desembarazarse de
ellas.
Ya antes, la parte del antiguo convento
no ocupa —irreconocible por las reformas efectuadas— funciona una
residencia de ancianos, fundada en 1984 gracias al impulso de Cáritas
Diocesana de Madrid.
La iglesia es desde 1914 Monumento Nacional. Y ahí sigue, hermoseando la calle de San Bernardo.
INDICE INSTITUTO LOPE DE VEGA
En la calle de Manuel Silvela, en el
número 4, nació a la vida docente, el 26 de agosto de 1933, durante la
II República, el Instituto Lope de Vega, que aunque es concebido al
principio con régimen de enseñanza mixta (recuperada en la actualidad),
fue declarado de enseñanza femenina en 1939. Durante la Guerra Civil, al
producirse una gran acumulación de alumnos por ser de los pocos centros
que siguieron impartiendo clases, se trasladó a la calle Fortuny 14, a
la antigua Residencia de Estudiantes (luego de señoritas) de la
Institución Libre de Enseñanza, donde sufrió un grave e infame
bombardeo en 1938 que provocó su nuevo retorno a la calle de Manuel
Silvela. Finalmente, durante el curso 1942-1943, y compartiendo algunas
aulas con los alumnos de la Facultad de Filosofía y Letras, es
trasladado al actual edificio de la calle de San Bernardo, esquina a
Daoiz.
La parte más antigua del edificio donde está
instalado el Lope de Vega, de principios del siglo XVIII, fue mansión
del marqués de Castromonte, del conde de Colomera, de los condes de
Celanova, del duque de Abrantes (la duquesa, mujer bellísima, fue
retratada por Goya en 1916) y del duque de Montemar. En tiempos de
Fernando VII, la mansión palacial fue cedida a la comunidad de
religiosas de Santa Clara, cuyo primitivo convento en la calle de Santa
Clara fue derribado por orden de José Bonaparte. En la calle de San
Bernardo estuvieron las clarisas hasta 1839, año en el que se instaló en
el palacio la Escuela Central Normal de Maestros.
Uno de los directores de la Normal fue el
poeta y dramaturgo romántico Juan Eugenio Hartzenbusch, que aquí vivió y
gustaba de pasear por el entonces contiguo parquecillo, en la calle de
Daoiz, de los Jardines de la Infancia, escuela de párvulos creada por el
pedagogo alemán Fröebell, que fomentaba el desarrollo de los niños
mediante ejercicios, juegos y cantos al aire libre. En este jardín
escribió Hartzenbusch una de las versiones de Los Amantes de Teruel.
En el año 1882, compartiendo edificio con
la Normal, fue también instalado el Museo Pedagógico. Y allí estuvieron
ambas instituciones hasta 1935. El primer director del Museo fue don
Bartolomé Cossío, catedrático de Pedagogía en la Universidad Central y
rector de la Institución Libre de Enseñanza (dado su gran prestigio
intelectual, se pensó en él para presidente de la República, pero se
desistió de ello por su precariedad de salud).
Durante la huelga de estudiantes de 1929 y
posterior cierre de la Universidad Central, se habilitaron aulas en la
Normal para seguir impartiendo clases. Algunos de los catedráticos eran
don Ramón Menéndez Pidal, don Américo Castro, don José Ortega y Gasset o
don Julián Besteiro.
Del viejo palacio queda poco; se ha ido
remodelando con los años, antes y después de ser ocupado por el
Instituto Lope de Vega. En 1953, siendo director don ángel Cruz Rueda,
uno de los mejores biógrafos de Azorín, se empezó a construir el añadido
del último piso del edificio. Y en 1975, con don Enrique López-Niño de
director, la ampliación en terrenos del antiguo Jardín de Infancia.
La parte antigua del Lope de Vega está hoy
magníficamente restaurada, y es una delicia contemplar su esplendida
galería de arcos, su antigua Sala de Profesores, la Biblioteca, la
Secretaría y el bellísimo Salón de Actos.
INDICE PALACIO PARCENT
Uno de los palacios más suntuosos de la
calle de San Bernardo es el llamado de Parcent, entre las calles del
Espíritu Santo y de San Vicente Ferrer, de larga lista de moradores a
través de los tiempos y desde 1943 propiedad del Estado, que lo ha
destinado a sede de diversos estamentos ministeriales.
Fue primero, en el siglo XVII, mansión
señorial de los Bernaldo de Quirós. En 1730, el marqués de la Mejorada
lo convirtió en suntuoso palacio barroco con ciertos aires del
neoclasicismo incipiente, obra encargada al arquitecto Gabriel
Valenciano, discípulo de Ribera. Posteriormente pasó a ser propiedad de
Alfonso de Sousa, marqués de Guadalcázar y grande de España, casado con
doña María Isidra de Guzmán y de la Cerda, que fue la primera mujer que
entró en la Real Academia de la Lengua, en 1784. Sucesores de los
marqueses encargaron en 1860 una reforma al arquitecto, pintor y
decorador francés Pier Víctor Galland, que dotó al palacio de una
decoración neobarroca muy del gusto francés de moda en aquella época.
Luego fue habitado por la duquesa de San Fernando, unos años ocupado por
un colegio de niñas dirigido por religiosas y posteriormente abandonado
hasta que lo adquirió don Juan Iturbe, embajador de Méjico.
Durante esta etapa se hizo una nueva reforma.
Se añadieron nuevos salones, se dotó al palacio de riquísimas
colecciones artísticas y se reestructuraron los jardines y patio
interior con un precioso balconaje, fuentes y estatuas. La esposa del
embajador, doña Trinidad von Sholtz-Hermensdorff, malagueña, de padres
alemanes, mujer de gran belleza, ingenio y gracia, que se sintió siempre
española y andaluza, fue protectora de artistas y convirtió el palacio
en escenario de tertulias, lecturas poéticas, representaciones
teatrales, bailes y reuniones para el divertimento del Madrid
aristocrático. Viuda del embajador, se casó con don Fernando de la
Cerda, duque de Parcent, de donde viene el nombre con el que se conoce
al palacio.
El edificio destaca por la portada
ornamentada, la gran escalera, el denominado Salón de baile en estilo
rococó (hoy adaptado para las grandes recepciones), el patio interior y
los jardines.
INDICE NOVICIADO DE LOS JESUITAS
En la calle de San Bernardo, y entre las
de Noviciado, Amaniel y Reyes, estuvo la Universidad Central, edificio
hoy ocupado por el Instituto Cardenal Cisneros, el Paraninfo de la
Universidad Complutense (siguen celebrándose en él los actos
importantes), la Escuela de Relaciones Laborales y el Instituto de
España, organismo que reúne a las Reales Academias. También dio albergue
a la Asamblea Legislativa de la Comunidad de Madrid hasta su traslado
en 1998 a su nueva sede en el barrio de Vallecas.
Pero para retomar la historia debemos
retroceder hasta 1602. El 18 de julio de ese año, todo este solar es
cedido por doña Ana Félix de Guzmán, marquesa de Camarasa e hija de don
Pedro de Guzmán (primer conde de Olivares), para la construcción del
Noviciado o Casa de Probación de la Compañía de Jesús (los jesuitas). Su
iglesia era la más grande de todas las construidas en Madrid. Disponía
de cuatro capillas a cada lado de la nave central, una imponente cúpula
en el crucero y dos torres de gran altura en la fachada. Parece ser que
fue obra de arquitecto y hermano jesuita Francisco Bautista, aunque
otras fuentes la adjudican al también jesuita Pedro Sánchez. Fue
reformada y ampliada en varias ocasiones para dar acogida al número
creciente de fieles, que respondían con devoción a la labor de
predicación, confesionario o impartición sobre todo de los ejercicios
espirituales. Sus muros laterales aún existen y son, revestidos, los que
encierran el citado Paraninfo.
En el interior del templo destacaba el
gigantesco retablo del altar mayor, con un gran cuadro del fundador de
la Orden, san Ignacio de Loyola, realizado por León Leal, y esculturas
ornamentales de Manuel Gutiérrez.
Las pinturas de la cúpula y de la bóveda
eran obra también de León Leal, y había en el recinto diseminados
cuadros y esculturas de afamados artistas como Francisco Ricci, Salvador
Carmona, Santiago Amiconi, Carlo Moratta o Diego González de la Vega.
Aunque no existe documentación, se supone que Francisco de Goya
participó en el diseño del sepulcro de María Teresa Cayetana de Silva,
duquesa de Alba, que allí fue enterrada en 1802 y luego trasladada al
cementerio de San Isidro.
En el lado izquierdo del crucero, fue
colocado en el siglo XVIII un gran retablo dedicado a san Francisco
Regis (predicador misionero jesuita), construido en Roma. Tenía cuatro
columnas de mármol verde y capiteles compuestos de bronce, con
esculturas de Camilo Rusconi, Agostino Cornacchini y Gambetti, y lienzos
de Michel Ange Houasse. Luego fue trasladado al desaparecido cementerio
de San Luis y posteriormente al monasterio de las Descalzas Reales.
En 1767, con la expulsión de los jesuitas
decretada por Carlos III, el Noviciado desapareció como tal (fue ocupado
por Oratorio de los Padres del Salvador del Mundo, institución que
había sido fundada en 1644 por el padre Diego Liñán en el convento de la
Concepción Jerónima), para volver a reimplantarse en tiempos de
Fernando VII. El fin definitivo vino en 1836 con la desamortización de
Mendizábal. Es entonces cuando el edificio se destina a cuartel de
Ingenieros Militares, y en 1842, cuando de él ya poco quedaba, empezaron
las obras para el asentamiento de la Universidad Central.
INDICE LA UNIVERSIDAD CENTRAL
El 7 de noviembre de 1822, en el actual
Instituto San Isidro, antiguo Colegio Imperial de los jesuitas, junto a
la colegiata de San Isidro, se creó la Universidad Central o Universidad
de Madrid, distinta de la Complutense, con la que después vino a
refundirse. En 1823, con la llegada del período absolutista del reinado
de Fernando VII, quedaría clausurada.
El 29 de octubre de 1836, se traslada a
Madrid la Universidad Complutense, fundada en Alcalá de Henares por el
cardenal Cisneros en 1508, mediante Bula Pontificia concedida por el
Papa Alejandro VI en 1499. Adoptó al principio el nombre de Universidad
Literaria, y tras una primera y fugaz instalación en el antiguo
Seminario de Nobles de la calle de la Princesa (centro educativo fundado
por Felipe V en 1725 para impartir a los jóvenes nobles las enseñanzas
propias de su estamento), las facultades de Leyes y Cánones pasaron ese
mismo año al edificio conventual de las Salesas Nuevas, en la calle de
San Bernardo, una vez desalojadas las religiosas por las leyes
desamortizadoras. Al año siguiente se sumaron las de Teología y
Filosofía. Como el espacio era muy reducido, el Gobierno propuso el
convento anexo a San francisco el Grande, también exclaustrados los
franciscanos, como sede de la Universidad, pero fue definitivamente el
antiguo edificio del Noviciado de los jesuitas, en la misma calle de San
Bernardo, el elegido, según Real Orden de 5 de abril de 1842.
A los pocos años, en el plan de estudios de
1850, volvió a tomar el nombre de Central la Universidad de Madrid,
reuniéndose de este modo la tradicional de Alcalá, de la que mantuvo
títulos y privilegios, y la fundada en la capital en tiempos de
Fernando VII.
Desde la ley Moyano de 1857, esta
universidad fue la única autorizada en España para dar el título de
doctor, hasta que casi un siglo después, en 1954, fue concedida esta
potestad a la Universidad de Salamanca, tras la celebración de su VII
centenario, y posteriormente al resto de las universidades españolas de
la época.
Del viejo edificio del Noviciado, también
desamortizado, quedaba ya poco tras su empleo durante unos años como
cuartel de Ingenieros Militares. Las obras de adaptación al nuevo uso
universitario se hicieron escalonadas. El primer proyecto fue de
Francisco Javier Mariátegui, que dirigió la construcción hasta 1844, año
de su muerte, que coincide con la plena instalación de todas las
Facultades. Le sustituyó Narciso Pascual y Colomer, que dio al edificio
su configuración casi definitiva, y a quien se debe la realización del
salón de actos o Paraninfo, construido en 1852 aprovechando los muros de
la antigua iglesia de los jesuitas.
A finales del siglo XIX, Francisco Jareño y
Alarcón levantó la fachada que da a la calle de los Reyes y el vecino
Instituto Cardenal Cisneros. Finalmente, en 1927, se edificó el pabellón
Valdecilla en la calle del Noviciado y todo el ángulo sudeste, antiguo
palacio del marqués de Bendaña.
El 17 de mayo de 1927, como el edificio
resultaba demasiado pequeño para albergar las diferentes facultades, se
decretó la creación de la Ciudad Universitaria en la zona de Moncloa, en
terrenos cedidos por Alfonso XIII, pero los edificios, casi
completamente construidos en 1936, fueron destrozados durante la Guerra
Civil al ser primera línea del frente de batalla. Se perdió también gran
cantidad de su patrimonio científico, artístico y bibliográfico
procedente en parte de la antigua Universidad de la ciudad complutense. Y
cómo no lamentar igualmente la pérdida de muchos de sus prestigiosos
profesores por haberse exiliado. Iniciadas de nuevo las obras en 1940,
poco a poco se fueron trasladando las facultades a su nueva ubicación.
En el año 1968 y tras la creación de la
Universidad Autónoma de Madrid tomó el nombre de Universidad Complutense
de Madrid, nombre que ya recibía desde años antes aunque sólo de manera
oficiosa. En 1973 se separaron las Escuela Técnicas de Grado Superior y
de Grado Medio de Arquitectura e Ingeniería junto con otros centros
superiores dependientes de los ministerios de Defensa, Industria y Obras
Públicas para formar la Universidad Politécnica de Madrid.
El edificio de la antigua Universidad de la
calle de San Bernardo está ocupado actualmente por el Instituto Cardenal
Cisneros, el Paraninfo de la Universidad Complutense, la Escuela de
Relaciones Laborales y el Instituto de España, organismo que reúne a las
Reales Academias. También dio albergue a la Asamblea Legislativa de la
Comunidad de Madrid hasta su traslado en 1998 a su nueva sede en el
barrio de Vallecas.
El Paraninfo es la parte más interesante y
noble del edificio. Allí se siguen celebrando los actos extraordinarios
de la Complutense: aperturas de curso, investiduras de doctor honoris
causa y demás solemnidades. Consiste en un inmenso espacio de forma
elíptica, con una bóveda que, arrancando desde una cornisa situada a más
de once metros, alcanza una altura de unos dieciocho. La profusísima
decoración, con referencias alegóricas a la cultura universitaria, fue
obra de Ponciano Ponzano y Joaquín Espalter.
De la calle de San Bernardo van
desapareciendo los pocos vestigios que aún recordaban su pasado
universitario. La población estudiantil hizo que se poblase de
pensiones, casas de comidas baratas, librerías, talleres de imprenta,
tascas y bullangueros cafés. Famosos en aquella época fueron el Café de
Peláez, el de la Gran Vía, el de la Colonias, el de Prada y, el más
importante de todos, el Café de la Universidad. Por esta época hubo
también dos teatros: el del Recreo y el del Noviciado. Este último,
incendiado en 1906, fue reconstruido para acabar transformado en una de
las primeras salas cinematográficas de Madrid, el Cinema X. Todo ha
desaparecido.
Pero la Universidad no fue sólo un
semillero para la vida noctámbula. La calle de San Bernardo fue también
testigo de excepción del compromiso político de profesores y alumnos. El
10 de abril de 1865, se convirtió en uno de los principales escenarios
de la sangrienta "Noche de San Daniel", tan palpitantemente descrita por
Galdós en sus Episodios Nacionales, y en la que la guardia civil
cargó con virulencia inusitada sobre los estudiantes y el pueblo
madrileño, que se manifestaba en contra de la toma de posesión como
rector del marqués de Zafra, sustituto designado del rector Montalván,
que había dimitido por negarse a privar de su cátedra a Emilio Castelar,
Ya antes, con las barricadas de 1848, de 1854 y de 1856, y después, en
1866, con la sublevación del cuartel de San Gil, la calle de San
Bernardo vivió encarnizadamente las luchas callejeras que, con
intermitencia, volverían a producirse en lo que quedaba de aquel
turbulento siglo.
Con la Dictadura de Primo de Rivera empezaron
las hostilidades importantes en el siglo XX. En 1923, con el destierro
de Unamuno a Fuerteventura; en 1926, durante la "Sanjuanada"; en 1928,
con el proyecto de reforma universitaria que inspiraron González
Oliveros y Eijo Garay; en 1929, con la entrada de la policía en el
recinto universitario y posterior cierre de la Universidad: son ejemplos
de los acontecimientos en los que la calle de San Bernardo se vio
envuelta en movimientos reivindicativo, que continuaron en los años
siguientes.
Pero el traslado de la Universidad a la
zona de Moncloa fue un mazazo, y supuso un momento de declive para todo
el barrio, que hasta entonces había sido durante casi un siglo el
refugio de los estudiantes. Los universitarios daban vida y recursos.
INDICE INSTITUTO CARDENAL CISNEROS
El Instituto Cardenal Cisneros, asentado
en la calle de los Reyes, ocupando en parte terrenos que fueron de la
Universidad Central y mucho antes del Noviciado de los jesuitas, fue
creado al empezar a aplicarse en el curso 1845-1846 los nuevos planes de
estudio del ministro don Pedro José Pidal. Junto con el de San Isidro,
son los dos primeros institutos de Segunda Enseñanza erigidos en Madrid.
En rigor, el Cardenal Cisneros —hasta 1877
llamado Instituto del Noviciado— procede de los estudios de Humanidades y
Filosofía de la Universidad Complutense de Alcalá de Henares,
trasladados a Madrid junto con la propia Universidad en el curso
1837-1838. Y sólo es a partir de 1847, al ser segregados los estudios
secundarios de la Facultad de Filosofía, cuando es nombrado su primer
director: don Francisco Tamarría.
A pesar de que el reglamento de centros
de enseñanza del año 1859 consignaba que los institutos debían tener
edificios propios e independientes, el Cardenal Cisneros, aunque con
entrada propia por la calle de los Reyes, utilizaba y compartía con los
universitarios las aulas de la planta baja de la Universidad Central.
Al conde de Toreno, antiguo alumno del
Instituto y que llegó a ser alcalde de Madrid y luego ministro de
Fomento, se debe la orden para la construcción de la parte antigua del
actual edificio (ampliado posteriormente varias veces), para lo que fue
necesario comprar la entonces finca número 4 de la calle de los Reyes,
una tahona propiedad del conde de Linares y antes de los jesuitas.
Las obras, comenzadas en 1881 con proyecto de
Francisco Jareño e intervenciones posteriores de los arquitectos Andrés
Hernández Callejo y José María Ortiz, sufrieron varios retrasos y no
estuvieron terminadas hasta 1888. El director que recibió el nuevo
instituto fue don Manuel María José de Galdo, que también había sido
anteriormente alcalde de Madrid.
La huella que los años de historia han dejado
entre los muros de este edificio puede sentirse al recorrer su
biblioteca, su aula magna —conservada exactamente como el primer día—,
su magnífica escalera principal o en los corredores de acceso a las
aulas. En las horas del recreo, si se agudiza el oído, uno puede
percibir cómo se funde el griterío de los actuales alumnos con sus
homólogos de años atrás. Aquí estudiaron entre otras muchas
personalidades: Nicolás Salmerón, Manuel Azaña, Eduardo Dato, el general
Gutiérrez Mellado, Enrique Tierno Galván, Joaquín Ruiz Jiménez, Antonio
y Manuel Machado, Jacinto Benavente, Ramón Gómez de la Serna, Ramón
Menéndez Pidal, Salvador de Madariaga, Enrique Jardiel Poncela, Julián
Marías, Camilo José Cela, Fernando Fernán Gómez o José Luis López
Vázquez.
INDICE PALACIO DE LOS BAUER
Situado en la calle de San Bernardo y
esquina a la calle del Pez, fue construido a mediados del siglo XVIII
por encargo de los marqueses de Guadalcázar en un solar que antes había
pertenecido a los jesuitas. A finales del siglo XIX fue adquirido por
los Bauer, familia de banqueros judíos representantes en España de la
Banca Rothschild, que encargaron al arquitecto, pintor, escultor y
decorador Arturo Mélida su restauración. El edificio está compuesto por
sótano, plantas baja, principal y ático, y presenta dos fachadas
principales en esquina en las que predomina la sillería del zócalo, el
ladrillo de los muros y la piedra blanca de impostas y molduras. Destaca
su bella portada barroca. Actualmente es sede de la Escuela Superior de
Canto.
El palacio, con un amplio jardín
romántico y salones cuidadosamente decorados y dotados de obras
artísticas de mérito, constituye, a pesar de las sucesivas reformas, una
curiosa mezcla de barroquismo y ambiente aristocrático decimonónico.
Toda la carpintería es interesantísima, así
como sus magníficos techos decorados, pero lo realmente extraordinario
es el salón de música y teatro, con su bello estilo de la época de la
Restauración, con ribetes de neorrococó y decoraciones pompeyanas.
Constituye el alma del palacio y es pieza esencial en la historia de la
música madrileña.
El palacio fue, como su cercano el de
Parcent, escenario de grandes fiestas y bailes de gala de la
aristocracia y de íntimas veladas musicales, en las que los Bauer
ejercieron el doble mecenazgo de la protección de los músicos y el de
tenerlos cerca para su diversión. Las gentes se quedaban boquiabiertas
contemplando la iluminación de los salones y la llegada de tan grandes
personajes. Y justo es recordar que los Bauer ayudaron caritativamente a
las personas humildes del barrio.
Pero la crisis financiera mundial de 1929 acabó con el imperio de los Bauer y el palacio empezó a languidecer.
Tras la Guerra Civil entro de nuevo la vida
musical en el palacio. Al ser comprado por el Estado en 1940, pasó a ser
sede del Real Conservatorio de Música y Declamación, sede en triste
peregrinaje desde que en 1923 fuera cerrado por inminente ruina el
Teatro Real (recordamos que se rehabilitó y se abrió en 1966 y se hizo
una renovación casi total en 1895). Para ello se realizaron importantes
obras de reforma que vinieron a adecuar las estancias, se sustituyó la
gran sala de bailes por un salón de actos y se suprimió la escalera
central.
Desde octubre de 1943, al darse las
clases ya normalmente en el nuevo conservatorio de la calle de San
Bernardo, adquirió ésta una alegría insospechada, principalmente por la
gran cantidad de muchachas que acudían a sus aulas y el normal flirteo
con los estudiantes de Derecho y Ciencias, cuya Facultad aún permanecía
en la antigua y vecina Universidad Central y que fue la última en
trasladarse a la zona de Moncloa.
La actividad musical del Conservatorio fue
impresionante; no sólo las clases normales, sino además los conciertos y
los concursos, que mantenían abierto el palacio también dos domingos al
mes y los sábados por la noche.
En 1952 se habilitaron nuevos salones
para la sección de Declamación, que funcionaba independientemente como
Escuela de Arte Dramático y de Danza. Finalmente, en 1966, todo vuelve
al Teatro Real tras sus obras de consolidación, y el antiguo palacio de
los Bauer quedó abandonado hasta 1973, año en el que fue de nuevo
restaurado y declarado sede de la Escuela Superior de Canto. Un año
antes, en 1972, había sido declarado Monumento Nacional.
INDICE PALACIO DE SONORA
En la calle de San Bernardo, y entre las
de los Reyes y de la Manzana, se encuentra un palacio con aires
imperiales escurialenses propios de la posguerra española que alberga
dependencias del Ministerio de Justicia. Se trata del antiguo palacio de
la marquesa de Sonora, cuestionablemente restaurado en 1951 por el
arquitecto Javier Barroso.
Hay noticias de edificaciones en este solar
desde el siglo XVI, siendo la más importante la realizada por los
arquitectos Ventura Rodríguez y José Serrano en 1763 para don Bernardo
Grimaldi, marqués de la Regalía. Tras incendiarse esta casa en 1798,
pasó la propiedad del solar a doña María Josefa Gálvez y Valenzuela,
marquesa de Sonora, que inmediatamente encargó al arquitecto Evaristo
del Castillo la construcción del palacio. La temprana muerte de una hija
de la marquesa y la decisión de su marido, el duque de Castroterreño,
de venderla a un especulador financiero (que se declaró en bancarrota en
1851) hizo que el palacio pasara enseguida a manos estatales.
Este edificio, que subsistió hasta la
"desfiguración" de 1951, estaba construido en granito, ladrillo rojo y
piedra blanca de Colmenar, con una fachada de traza muy simple en la que
destacaban como motivos decorativos el dintel de la puerta y el escudo
nobiliario del balcón central de la segunda planta.
INDICE FARMACIA DELEUZE
En el número 39 de la calle de San
Bernardo, en una casa de arquitectura típica madrileña de principios del
siglo XIX, se encuentra la farmacia del licenciado Deleuze, sólo
aventajada en antigüedad en Madrid por la de la Reina Madre, en la calle
Mayor. En esta misma manzana de casas que alberga la finca 39 hubo
antes la llamada Botica de San Bernardo, que todos los indicios llevan a
considerarla contemporánea al Hospital de Convalecientes. Este hospital
estuvo instalado en el siglo XVI en la finca número 21 de la misma
calle de San Bernardo, esquina a Travesía de la Parada, donde se levanta
el palacio de Agreda, que durante muchos años fue sede de la Delegación
Provincial de Abastos y hoy está ocupado por otras dependencias
oficiales.
La farmacia Deleuze, que conserva escrupulosa
y delicadamente intacto su aspecto antañón tanto en arquitectura y
decoración como en mobiliario e instrumental, fue establecida en 1834
por Bartolomé de Riego, primo del glorioso general Riego, que además de
farmacéutico era celebrado pintor. Después pasó a su yerno, Juan Chicote
y González, subdirector del Jardín Botánico y farmacéutico de gran
prestigio, autor de publicaciones científicas sobre el opio y sobre
normas higiénicas que deberían tomarse en tiempos de epidemia de cólera.
Destaca el local por su decoración
barroca que se asemeja más a una estancia palaciega que a una botica.
Los tradicionales tarros de botica son porcelanas procedentes de la Real
Fábrica del Buen Retiro. Destacan también la gran araña del techo y los
lienzos de las paredes.
En la rebotica, de estilo modernista, hay un
busto de Galeno y una copa con la imagen de Platón. Allí acudían de
tertulia médicos afamados como Méndez álvaro, Maestre, Cortezo, etc. Y
dados los antecedentes familiares del dueño, también políticos para
conspirar: Martos, Pi y Margall, Castelar y Nicolás María Rivero. Se
sabe que poco antes de la sangrienta jornada del "Cuartel de San Gil",
en 1866, Manuel Becerra estuvo allí con otros confabulados.
Juan Chicote, que era un hombre muy
culto, siguió con la costumbre de la tertulia, en la que se hablaba de
los éxitos o fracasos de Galdós, de los estrenos teatrales tan
abundantes en esos años, y casi siempre se acababa comentando las
extravagancias del boticario propietario de una cercana farmacia en la
calle de la Luna que anunciaba un elixir que lo curaba todo al precio de
12 reales.
El hijo de don Juan Chicote, César Ricote
de Riego, el famoso doctor Chicote, que fue el siguiente dueño de la
farmacia, era doctor en Farmacia (su tesis versó sobre la vacunación del
cólera) y licenciado en Ciencias Naturales. Durante muchos años ocupó
el cargo de director del Laboratorio Municipal de Madrid y, en 1911,
ingresó en la Real Academia de Medicina.
Hermano suyo fue el conocido actor Enrique
Chicote, que en la propia farmacia de su padre conoció a la que sería su
compañera artística, la famosa actriz madrileña Loreto Prado.
La familia Chicote vivía en la misma
calle de San Bernardo, en el número 35, esquina a la de Antonio Grilo,
antes de las Beatas, en una casa que después vendieron a la condesa de
Pardo Bazán.
La bicentenaria farmacia —o mejor, como
siempre se dijo, botica— pasó luego por otros dueños: Benedicto, Serra.
Ahora lleva rotulado el nombre de Licenciado Deleuze.
INDICE MONASTERIO DE SANTA ANA DE LOS MONJES BERNARDOS
En el número 21 de la calle de San
Bernardo, esquina a Travesía de la Parada, donde se levanta el palacio
de Agreda que durante muchos años fue sede de la Delegación Provincial
de Abastos y hoy está ocupado por otras dependencias oficiales, estuvo
el Hospital de Convalecientes, que dio a la calle uno de sus primitivos
nombres. Fue fundado por Bernardino de Obregón a mediados del siglo XVI
para la hermandad de Santa Ana, dedicada a visitar cárceles, hospitales y
enfermos. Entonces estaba extramuros de la ciudad, cuando la hoy calle
era sólo camino agreste al pueblo de Fuencarral, surcado casi en todo su
recorrido por el arroyo Matalobos.
Era Bernardino de Obregón capitán de los
tercios españoles en Flandes, y al poco de de ingresar en la corte
requerido por Felipe II, determinó dedicar su vida a los menesterosos y
enfermos. Ingresó en la orden tercera de San Francisco de Paula y en
1568 constituyó con sus discípulos la congregación ya desaparecida de
los Hermanos Mínimos, más conocidos como obregonianos, que tenían como
misión la creación y el mantenimiento de hospitales.
En este Hospital de Convalecientes, el
primero que se hizo en España para este menester, se cuidaba a enfermos
que procedentes de otros hospitales aún no estaban curados. Funcionó
hasta 1578, año en el que Felipe II reorganizó los hospitales de Madrid.
En el mismo lugar se levantó en 1595 el
monasterio de Santa Ana de la orden de San Bernardo, fundación de don
Alonso de Peralta, contador de Felipe II. Era conocido como monasterio
de San Bernardo y vino a dar nombre definitivo a la calle.
La iglesia del convento, con el eje
paralelo a la calle, y que tenía un solo brazo de crucero y capillas
laterales a ese lado, parece ser que era de arquitectura bastante pobre,
condición que se intentó mejorar encargando a Ventura Rodríguez una
nueva en 1753 que no llegó a realizarse. Allí estaba enterrado su
fundador, Alonso de Peralta, en un suntuoso sepulcro que era lo único
digno de mención de todo el conjunto.
Desaparecido el convento en tiempos de la
desamortización de Mendizábal, empezó a construirse en 1846 el palacio
actual. Su primer propietario fue el conde de Agreda, luego fueron los
duques de Lécera y, curiosamente, durante la Segunda Guerra Mundial, fue
una especie de Delegación oficiosa que en Madrid tuvo el entonces
Gobierno clandestino de la Francia libre del general De Gaulle.
Aún hoy, sobre todo en su interior, puede
contemplarse la suntuosidad de los mármoles de su escalera y la
primitiva disposición de sus magníficas estancias.
INDICE PALACIO DE ALTAMIRA
En la calle de la Flor Alta, junto a la
confluencia de la de San Bernardo con la Gran Vía, se alza el magnífico,
melancólico e inacabado palacio neoclásico de Altamira, Monumento
Histórico-Artístico Nacional desde 1977, que pudo ser el gran palacio de
Madrid, superior incluso al Palacio Real, pero que quedó sólo en un
intento. El edificio ha tenido usos variopintos: salón de baile popular,
discoteca en los sótanos por los años setenta del pasado siglo,
aparcamiento y diversas dependencias educativas. Aquí estuvo instalado
durante la II Republica el Instituto de Enseñanza Media Quevedo y luego
una escuela de Maestría Industrial. Desde 2005, después de años de
triste abandono, alberga por cesión concedida por el Ayuntamiento, y
completamente restaurado por el arquitecto Gabriel Allende, al Instituto
Europeo di Desing (IED), red internacional educativa con Escuelas de
Diseño, Moda, Artes Visuales y Comunicación.
Don Ventura Osorio de Moscoso y Fernández de
Córdoba, XI conde de Altamira, pensando en ocupar toda la manzana
comprendida entre las calles de la Flor Alta, Libreros, Marqués de
Leganés y frente principal por la de San Bernardo, en terrenos del
antiguo palacio del marqués de Leganés, encargó en 1772 el proyecto a
Ventura Rodríguez. La construcción no se inició hasta 1788 ( don Ventura
había muerto en 1776 y le había sucedido su hijo don Vicente Joaquín),
pero en los festejos de la coronación de Carlos IV en septiembre del año
siguiente, quiso el de Altamira lucir la gran fachada que el palacio
tenía prevista para la calle de San Bernardo: era de notables
dimensiones (250 pies de línea horizontal y 72 de elevación), con cuatro
vanos, otro central con seis columnas estriadas y pilastras de orden
compuesto y la más extraordinaria y bellísima portada que jamás
arquitectónicamente se hubiera creado. Pero todo a base de madera y
lienzo pintado, un colosal decorado —tan del gusto de aquella época—
realizado por Manuel Martín, sobrino de Ventura Rodríguez.
Dicen que el rey, ante la magnificencia de lo
que contempló temió que pudiera llegar a hacerle sombra a su propio
palacio. Esto hizo que empezara a ponerle trabas, con el resultado de
que, finalmente, del proyecto original, que preveía una escalera
monumental, dos patios, uno de ellos ajardinado con parterres de estilo
francés, y una amplia capilla de planta oval, tan sólo se construyera la
parte correspondiente a la calle de la Flor Alta. Y así quedó para
siempre este palacio tan hermoso como de infeliz destino:
desproporcionado y falto de equilibrio en la estrechez de la calle.
En 1887, el arquitecto Mariano Belmás se
encargó de terminar la construcción de las partes inacabadas del
palacio, sobre todo una parte importante de la fachada para homogeneizar
estéticamente el edificio.
Un insigne propietario del palacio fue
Vicente Osorio de Moscoso y Ponce de León, Grande de España, duque de
Sessa y de Montemar, marqués de Astorga, de Leganés, de Ayamonte y de
San Román, conde de Cabra y de Altamira, vizconde de Iznájar, entre
otros títulos, quien tenía en él su gran colección de pinturas, una de
las primeras de España.
INDICE CONVENTO DEL ROSARIO
La construcción de la Gran Vía afectó de
forma dramática a la calle de la Flor Alta, separada hoy de su
continuación natural, la de la Flor Baja. En la esquina entre esta
última y la de San Bernardo, en terrenos ocupados hoy por la Gran Vía,
se encontraba el convento de dominicos del Rosario. Fue construido por
don Octavio Centurión y su esposa, doña Hapteriana Doria, marqueses de
Monasterio, para las monjas capuchinas. Pero al no aceptar éstas la
donación, fue ofrecido a los dominicos, que desde 1632 habían estado en
el desaparecido monasterio de Portacoeli —hoy solo subsiste la iglesia
(San Martín), en la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta— y que
aquí se trasladaron el 8 de febrero de 1748.
En la iglesia del convento se veneraba la extraordinaria imagen del Cristo del Perdón,
de Manuel Pereira. La figura de Cristo se representaba arrodillada,
puesta sobre un globo terráqueo la pierna izquierda, desnudo el cuerpo,
con el rostro muy lastimoso y la manos abiertas mostrando la llagas. Se
decía que producía una gran emoción. Fue trasladada a una nueva casa de
los dominicos en la calle del Conde de Peñalver y desapareció en un
incendio en 1936.
Después de la desamortización de
Mendizábal en 1836, el convento pasó a ser sucesivamente cuartel de
Alabarderos, colegio particular y sede del Teatro del Recreo, con café
en la sala y capacidad para 700 espectadores.
Allí triunfaron la actriz Trinidad Beria y
los actores Juan José Luján, Antonio Riquelme y José Vallés, verdaderos
creadores en 1868 del llamado "género chico", que llenaban por completo
la sala —a real la función— en sus famosas representaciones de obras
cortas de duración aproximada de una hora. Era un genial invento ante la
falta de espectadores a los teatros. A la gente no le interesaban los
grandes conflictos que se producían en la escena, que a unos les hacías
llorar a —moco tendido— y a otros no liberarse de las preocupaciones y
añadir otras que no eran las suyas. Tampoco tenían dinero para gastarlo
en dramas y comedias. Bastante era ir tirando. Lo que querían era
divertirse con el menor gasto posible, y sin perder toda la tarde o toda
la noche en el teatro.
INDICE LA GRAN VÍA DIAGONAL
A finales de los años cincuenta del
pasado siglo y principio de los sesenta, el peligro de los derribos
empezó a acechar al barrio de Maravillas. Se trataba de un proyecto
megalómano, conocido como Gran Vía Diagonal, que pretendía unir la plaza
España con la plaza de Santa Bárbara y, a través de Génova, llegar a
la plaza de Colón, aunque otra variante era llegar directamente a Colón
en línea recta. Es decir, conectar el oeste de la ciudad, cuesta de San
Vicente, con el eje Prado-Castellana mediante una vía ancha jalonada de
rascacielos. Afectaba a un área, en la variante más sencilla,
comprendida entre las calles de Sagasta, Hermanos álvarez Quintero,
Serrano Anguita, Travesía de la Florida, Mejía Lequerica, Barceló,
Fuencarral, Corredera Alta de San Pablo, San Vicente Ferrer, Santa
Lucía, Espíritu Santo, Pozas, Travesía de Pozas, San Bernardo,
Noviciado, plaza de España, Gran Vía, García Molina, Parada, San
Bernardo, Estrella, Silva, Luna, Madera, Escorial, Corredera Baja de San
Pablo, Colón, Fuencarral, Santa Brígida, Hortaleza, plaza de Santa
Bárbara, plaza de Alonso Martínez y de nuevo Sagasta.
Otro proyecto posterior, no menos destructivo
para el barrio de Maravillas, sólo llegaba hasta la glorieta de Bilbao
en línea recta y por las bravas, para allí incorporarse al centro de los
bulevares.
Esta idea de una vía diagonal ya se había
barajado incluso antes, cuando en los años veinte, en plena
construcción de la Gran Vía, se pensó en la posibilidad de abrir otra
más al norte.
Afortunadamente no llegó a materializarse
ningún proyecto por falta de recursos económicos, que no por oposición
vecinal que entonces no se habría tenido para nada en cuenta. Pero sí se
hicieron numerosos desahucios de vecinos aduciendo la ruina de los
inmuebles.
La idea resurgió ampliada con el llamado Plan
Malasaña aprobado por el Ayuntamiento en 1977. Afectaba a 45 manzanas
situadas dentro de una amplia zona comprendida entre las calles de
Sagasta, Fuencarral, Gran Vía, plaza de España, Princesa y Alberto
Aguilera. Suponía el derribo de 550 edificios e intervención parcial en
otros 20. Los objetivos, aunque se abandonaba lo de abrir una vía
diagonal, eran conseguir la reducción de la densidad de edificación,
crear nuevas zonas verdes, sanear el sector, controlar mejor el uso
asistencial y comercial, elevar los niveles de las viviendas, mejorar el
tráfico y los aparcamientos y conseguir una movilización urbanística
del sector.
Esta era la propaganda oficial, pero la
realidad era otra: suponía cambiar por completo el tejido urbano del
barrio. En definitiva, se quería echar a más de 30.000 vecinos para
crear un barrio a medida de una clase media acomodada bajo el pretexto
de la descongestión del tráfico y la modernidad.
Ya se había dado a conocer a la opinión
pública a finales de 1975 y la reacción tanto a nivel de una prensa que
estrenaba libertades como de los afectados, aglutinados en la Asociación
de vecinos de Malasaña, fue de total desacuerdo. El Colegio de
Arquitectos de Madrid y la Cámara de Comercio presentaron las
correspondientes alegaciones y, tras diversas correcciones, se pudieron
salvar de los planes de derribo el Paraninfo de la Universidad Central,
el palacio Bauer, el palacio de Sonora del Ministerio de Justicia, el
Tribunal de Cuentas, la iglesia de San Ildefonso, el Museo Municipal o
el Museo Romántico, entre otros. Algunos de los que no tenían una
protección integral y podrían ser afectados eran el palacio de
Altamira, el palacio de Parcent, el palacio de Barradas, las Salesas
Nuevas la parroquia de Ntra. Sra. de las Maravillas, las Comendadoras de
Santiago, el Teatro Lara o la Academia de Ciencias Exactas, entre otros
muchos.
Empezaron a desahuciar a algunos vecinos
aduciendo que las casas en donde vivían amenazaban ruina, y si el
Ayuntamiento daba el visto bueno (que lo daba), desalojaban el edificio y
lo derruían. No había indemnizaciones o eran muy escasas, pues en su
mayoría eran arrendatarios. En esa época se alentaba oficialmente a que
los vecinos abandonasen el centro para trasladarse a la periferia. El
casco antiguo pasó de 332.973 habitantes en 1955 a 167.957 en 1980.
Pero en esto, que en las primeras
elecciones democráticas al Ayuntamiento, alcanzó la alcaldía Tierno
Galván, que tiró a la papelera el plan y ahí se acabó la historia.
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BARRIO DE MARAVILLAS - 1
BARRIO DE MARAVILLAS 1
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