CALLE DEL PEZ
Va desde la Corredera baja de San Pablo hasta
la calle de San Bernardo. Todo este paraje pertenecía a la hacienda del
eclesiástico don Diego Enríquez, de noble linaje. Tenía la posesión
cinco pozas para el riego, que dieron denominación a la cercana calle de
Pozas, y una fuente de finísimas aguas, con diferentes juegos de
surtidores que se mostraban al público en el día de San Juan.
Al trasladar Felipe II la corte a Madrid, el
ayuntamiento de la Villa compro y urbanizó la finca, y la calle que nos
ocupa, en la parte final y más ancha cercana a la de San Bernardo, tomó
precisamente hasta finales del XVIII el nombre de la Fuente del Cura.
Parte de los terrenos fueron adquiridos a
su vez por don Juan Coronel, marqués de Escalona, y se dice que en
ellos había un estanque en el que vivían dos peces. El estanque se secó y
un pececito fue recogido por la hija del dueño que lo tuvo un tiempo en
una pecera hasta que murió La pena se apoderó entonces de la muchacha,
llamada doña Blanca, que no supo superar la muerte de su pez y acabó
metiéndose a monja en el vecino convento de San Plácido. Su padre
levantó luego en el lugar casa, en lo que es el número 24 de la calle,
esquina a la del Marqués de Santa Ana, y en su fachada se esculpió un
pez que dio nombre a la calle. Aún hoy, en la casa que ocupa el lugar de
la anterior, se pueden ver el famoso pececillo.
En tiempos del Alfonso XII, durante la
alcaldía de José Abascal y gobierno de la nación de Sagasta, esta calle
recibió el nombre de Moriones, en honor de Domingo Moriones, militar
español destacado participante en las guerras carlistas en el bando de
los liberales.
La calle del Pez fue en el pasado siglo,
una de las más animadas y concurridas de la ciudad. Prueba de su
importancia son los numerosos palacios románticos que aún sobreviven.
Esquina a la de la Madera Alta, el del duque
de Bornos, del arquitecto Silvestre Pérez, reformado en 1860 por
Wenceslao Gaviña para doña María Asunción Ramírez de Haro Crespí de
Valldaura, XI condesa de Bornos. Allí estuvo instalado el colegio José
Espronceda y hoy ha rehabilitado como edificio de pisos y apartamentos.
La casa condal de Bornos pertenece al linaje de Gracián Ramírez, el
caballero cristiano que en el año 932, participando junto a Ramiro II en
la primera y no consumada conquista de Madrid a los árabes, encontró en
un campo de esparto (atochar) una imagen de la Virgen —la Virgen de
Atocha—, posiblemente allí escondida por temor a que fuera profanada. La
tradición dice que Gracián Ramírez, que antes de entrar en batalla se
había encomendado a la Virgen por la inferioridad del ejército
cristiano, temiendo morir y sospechando que los moros tomarían
represalias con su mujer y sus hijas, las degolló para así evitar que
fueran deshonradas. Después, cuando victorioso pero acongojado por la
muerte que él mismo había dado a sus seres queridos regresó a casa, se
operó el milagro: encontró a su mujer y a sus hijas vivas, postradas
ante la Virgen, con la única huella de unos hilillos de sangre alrededor
del cuello.
Los Bornos fueron dueños durante muchos años
de la inmensa y celebérrima Pradera de San Isidro, inmortalizada por
Goya y escenario de romerías y fiestas.
Esquina a Pozas se encuentra el palacio
del duque de Baena, construido en 1860 también por Wenceslao Gaviña y
habilitado igualmente para viviendas en 1931.
Y en la esquina con San Bernardo, el
palacio de los Bauer, construido a mediados del siglo XVIII por encargo
de los marqueses de Guadalcázar. A finales del XIX fue adquirido por los
Bauer, familia de banqueros judíos representantes en España de la Banca
Rothschild, que encargaron al arquitecto, pintor, escultor y decorador
Arturo Mélida su restauración. Desde 1952 es sede de la Escuela Superior
de Canto.
Apoyada al muro lateral del palacio de los
Bauer, en la calle del Pez, se encuentra la estatua en bronce y en
tamaño natural de una joven llamada Julia, estudiante que en el siglo
XIX asistió a la cercana Universidad Central (únicamente queda de ella
el Paraninfo en la calle de San Bernardo) disfrazada de chico, pues
entonces sólo los hombres podían hacerlo. Es obra de Antonio Santín
Benito.
Con fachada a la calle del Pez y también a
las de la Madera y de San Roque, se levanta el convento de San Plácido.
Fue fundado en 1623 por la gran dama doña Teresa Valle de la Cerda,
quien renunció a su matrimonio con el poderoso caballero don Jerónimo de
Villanueva para profesar en dicho convento, del que fue su primera
priora, y en el que fue nombrado patrono el desdeñado novio.
Y en casa de este don Jerónimo, contigua
al convento, en la calle de la Madera, se reunían importantes
personajes de la corte, e incluso hasta el mismo rey Felipe IV, quien,
habiendo allí oído comentar la belleza de una monja de San Plácido
llamada Margarita, se quedó prendado de ella y a través de una
comunicación secreta con el convento la visitaba y mantenía relaciones
carnales. Fue un escándalo tremendo, entre otros más que sucedieron en
San Plácido, como la posesión infernal de sus más jóvenes y escogidas
novicias a través de su confesor, fray Francisco García de Calderón, que
las convenció de que la mejor forma de sacar al diablo era teniendo
tratos libidinosos con él, y claro, acabo trajinándose a todas.
El convento fue el centro de la vida y la
leyenda del Madrid de su tiempo, y estas historias de correrías reales y
posesiones infernales las contaremos con más amplitud en la reseña que
de él hacemos en la calle de San Roque, por donde tiene su entrada.
Frente a San Plácido se encuentra el Teatro
Alfil, que antes fue Cine Pez, de sesión continua desde las nueve de la
mañana y luego de programas dobles de películas X. Exponía sus
carteleras pintadas al uso de entonces, aunque en tamaño sustancialmente
más pequeño que los cines de la Gran Vía (se pintaban en un taller de
la cercana calle Pizarro, en el nº 13). Su existencia peligró a
principio de 1993 cuando el entonces polémico y montaraz concejal de
Distrito Centro ángel Matanzo ordenó el cierre. Aunque alegó
incumplimiento de normativa municipal y denuncias de los vecinos del
edificio en cuyos bajos se localiza, los sectores teatrales achacaron la
orden a la caricatura que se hacía de su persona en el espectáculo La menina desnuda: cabaret portátil.
Otro primigenio cinematógrafo a
principios del siglo XX fue el Coliseo Ena Victoria, esquina a San
Bernardo, que ardió y el incendio sirvió de acicate para que se
diseñaran normas de seguridad para aquellos locales.
La calle del Pez ha sido siempre
tremendamente comercial, pero cuando los escaparates de la Gran Vía
recién estrenada empezaron a brillar, se inició su declive. Frente a
los grandes almacenes, los cines palaciegos y las modernas cafeterías a
dos pasos, poca competencia podían ofrecer sus viejos comercios
galdosianos.
Y a esto hubo que añadir la desaparición
de la Universidad Central en la calle de San Bernardo. Los estudiantes
pernoctaban en las pensiones de Pez y sus aledaños, comían en sus
restaurantes económicos, compraban en sus librerías y papelerías, se
vestían en sus sastrerías y convertían sus bares y tabernas en centros
de animado debate.
En los años cincuenta del pasado siglo,
los comerciantes de la calle, para defenderse de tanta adversidad, se
unieron en una asociación que, bajo el lema de "Quien compra en la calle
del Pez bien sabe lo que se pesca", iniciaron una campaña publicitaria
colectiva y un sistema de bonos y rebajas para que su clientela no
cayese en la tentación de cambiarse a la moderna Gran Vía y sus
aledaños. Lo consiguieron en parte y sirvieron de puente hasta que una
nueva oleada de jóvenes residentes, atraídos por la baratura de sus
viviendas cien veces desahuciadas y por la proximidad del centro urbano
accedieron a sus buhardillas y a sus bajos o compartieron los pisos más
grandes.
Hoy, poco a poco van cerrando las pensiones,
las casas de comidas, las librerías y el prestigioso comercio de
antaño. Apenas queda nada.
Desde la Corredera Baja, nada más doblar
la esquina, había una de las papelerías más antiguas de Madrid llamada
El Arca de Noé, especializada, entre otras cosas, en vender cabezudos
hechos con pasta de papel y que mostraba en un pequeño escaparate
situado en lo que era su almacén, y también recortables, artículos de
broma, fiesta o escritorio.
Frente a este añorado comercio, en lo que
hoy es Residencia y Centro de Día para Ancianos de la Hermandad del
Refugio, abría una tienda de muebles de cocina y electrodomésticos y una
fábrica de papeles pintados y pantallas para lámparas que poco a poco
fue disminuyendo su espacio de venta al público.
Seguía, La Nacional, una bien surtida carnicería y charcutería, y la peluquería Zarana, en el número 3, que permanece.
En el edificio esquinero con la plaza de
Carlos Cambronero abre sus bellos balcones, encima de local de Caja
Madrid, donde estuvieron antes los almacenes de Muebles Roa, la Casa de
León, en cuyas salas se celebran populares bailes dominicales.
En la otra esquina de la plaza se
encuentra el famoso bar Palentino, que aguanta sin modificaciones el
paso del tiempo. Su clientela cambia según las horas: en las de luz es
familiar, de barrio, con consumos de café o chocolate con churros,
vinitos, cañas y vermut; por las noches, sin embargo, abierto hasta las
tantas, se abarrota de gente joven y dan de beber a un precio más que
razonable. Un garito que se usó para el rodaje de una parte de Abre los
ojos, de Alejandro Amenábar y que fue elevado a mito por el grupo
Siniestro Total al incluirlo en una de sus canciones:
En los bajos del convento de San Placido
entre la calles de San Roque y de la Madera, abren el almacén de ropa de
cama y mesa Los Telares y la zapatería Penalva, de donde todos los
niños del barrio llevaban los zapatos, a no ser que hubiese una mejor
oferta en Segarra (Gran Vía, esquina Callao, que además los jueves
regalaba un globo por cada compra). Y entre estos dos comercios
desapareció Almacenes Asturias, especializados en trajes de confección.
El Horno de Pez, en el nº 7, fue una de las
más bonitas pastelerías de Madrid, con sus muebles de madera y sus
vitrinas de cristal que en Semana Santa exponía una colección de huevos
de pascua envueltos en brillantes papeles de colores. Desgraciadamente,
los nuevos dueños, intentando darle modernidad, cambiaron la madera y el
cristal por aluminios y mármoles y quitaron el encanto.
La preciosa platería, relojería y
cubertería Lo-Pez (así separaba el nombre en su rótulo), en el nº 9,
tenía fama de ser expoliada por doña Carmen Polo, mujer de Franco, en
cada una de las visitas que realizaba, ya que no se atrevían a pasar la
factura de lo comprado a El Pardo. Los empleados tenían orden de retirar
el género de más valor de los expositores nada más ver que el coche
oficial aparcaba a la puerta, y dejar sólo la bisutería, no fuera que la
dama se encaprichara...
En el número 14 hubo una antigua
ferretería especializada en objetos dorados de latón, que cerró cuando
el edificio fue rehabilitado y abrió durante unos años en los bajos del
contiguo palacio de Bornos.
En las esquinas con la calle de Jesús del
Valle desaparecieron la perfumería Basanta y Confecciones Rico, que
ahora son una tienda de chinos y un café, respectivamente.
Esquina a Pizarro desapareció igualmente la
tienda de ultramarinos Olmos. En la otra esquina con esta calle, en el
antiguo palacio de don Juan Manuel de la Pezuela, conde de Cheste,
estuvieron en los años veinte y treinta del pasado siglo las sedes de la
Federación de Sindicatos Católicos Femeninos y de otras asociaciones
como la Agrupación Defensa y Libertad de los Padres en la Educación de
los Hijos. Posteriormente se habilitó como sede de una sinagoga hebrea.
Hoy abre allí sus puertas el Teatro Victoria, que tiene programación
general además de infantil. En los sótanos de este edificio hubo por los
años sesenta y setenta unos concurridos billares.
Casi enfrente, en las esquina de Marqués
de Santa Ana, desaparecieron otra tienda de ultramarinos (hoy un
supermercado), en una casa que se vino abajo sin avisar apenas una tarde
en la década de los 60, y un comercio de confección especializado en
vestidos de novia.
En el 28, despreciando el riesgo, estuvo
durante muchos años el Palacio del Vino, parapetado entre las vigas que
apuntalaban el edificio.
Siguiendo el curso de la calle, en el nº 19,
donde abre el Hotel Abalú, existió una tienda especializada en mapas y
libros de viaje, Tierra de Fuego. Y en el 21, edificio que fue "okupado"
por el colectivo El Patio de Maravillas, tras ser desalojados de su
inicial ubicación en la calle del Acuerdo, se encontraban La Pelota de
Goma, tienda dedicada a la venta de juguetes, pelotas, bolsas de agua
caliente, tacos y todo tipo de artilugios hechos de ese material, y la
centenaria librería y papelería La Cervantina, especializada en libros
de texto y luego en cuentos infantiles, libros de salud y hasta en la
venta casi exclusiva del calendario popular El Zaragozano.
Enfrenta, en el nº 30 sigue impertérrita
la mercería y tienda de ropa de niños La Moda, en cuyo escaparate, un
maniquí infantil por el que no han pasado los siglos chupa una onza de
chocolate y se ensucia a placer los morros. Todo un icono en la calle
del Pez.
Esquina a la calle de Minas estuvo La Dalia,
un herbolario muy popular; a continuación una antigua droguería que
exhibía sus orgullosos reclamos en el escaparate, y en el 36, en el
chaflán con Pozas, la Sastrería Vargas, que conservó parte de su fachada
en un comercio posterior de objetos dorados de latón y en la actual
Taberna del Pez.
Frente a la Sastrería Vargas hubo una tienda que en Navidades vendía juguetes.
En el último tramo de la calle, llegando a
San Bernardo, se mezclaban tiendas de confección de caballeros,
zapaterías, y, en los bajos del antiguo palacio del duque de Baena, un
laboratorio de fotografía, Beringola, que recordaba los tiempos de la
Universidad en sus orlas de estudiantes, y la cafetería Charito (hoy
Oxígeno).
Si permanece otra cafetería, Dos Pasos, en la
esquina con San Bernardo, en un antiguo edificio que fue remodelado.
Esta misma operación espera otra casa al lado, de dos plantas, que
parece antiquísima, ésta en el recodo con la calle de la Cruz Verde.
INDICE CALLE DE LA CRUZ VERDE
Esta calle va desde la de la Luna a la
del Pez. El paraje era en los años del reinado de los Reyes Católicos el
lugar donde se solían quemar los cuerpos de los ajusticiados por la ley
y el de las ejecuciones del Tribunal de la Inquisición, para lo cual
había, como era costumbre en los destinados a tan horrible menester, una
gran cruz de madera pintada de verde, y que permaneció allí incluso
después de haberse trasladado el quemadero, al ampliarse la ciudad, a la
actual glorieta de Ruiz Jiménez.
Fue la de Cruz Verde, según el genial Pedro de Répide en su libro Las calles de Madrid, "una calle bribiática, propicia al cobijo de tapadillo y a la vulgar mercadería galante". ¿Se puede decir más fino?
Desapareció el Café de Prada, con entrada
principal por la calle de San Bernardo, famoso en los fastos
estudiantiles de los tiempos de la cercana y ya desaparecida Universidad
Central. Animado y bullicioso en su piso alto de billares y otros
juegos, era en cambio sosegado en su planta baja, donde había discretos
rincones para las parejas e incluso se respetaba el dormir tranquilo de
unos cuantos gatos en los divanes.
Existe una Travesía del mismo nombre, que
comunica con la calle de San Bernardo, y que en el momento de abrirse
tomo el nombre de calle de Nabo, por ser el sitio que tenían asignado
los vendedores de esta hortaliza que desde el pueblo de Fuencarral
acudían a Madrid. Allí hubo en tiempos una fábrica de queso que se
anunciaba como... manchego.
Hoy en la calle de la Cruz Verde abre El
Filobiblión, en el número 14, tienda de libros de viejo, y el Mesón
Boñar de León, frente a la Travesía, cerrada al tráfico y en donde
extiende la terraza. Es un bar restaurante cutre pero lugar inevitable
para los comilones por el tamaño exagerado de sus raciones y de sus
tapas.
INDICE CALLE DE ANDRÉS BORREGO
Comunica la calle de la Luna con la del
Pez. Hasta 1895 se llamó de Panaderos, por ser el lugar donde en el
siglo XVII se estableció un mercado de pan que se cocía en los famosos
hornos de Villanueva, un caserío de tahonas, en la actual calle de ese
nombre, donde se fabricaba el pan que se consumía en Madrid
Igual que la calle de La Cruz Verde y según expresa tan genialmente Pedro de Répide en su libro Las calles de Madrid,
era la de Andrés Borrego "una calle pintoresca entre las más sabidas de
la bribia y la gallofa de la corte, abundante en su vecindad de
mancebías y casas hospitalarias para el amor errante, amén de algún
baile famoso en los anales jaracaneros". ¡Toma del frasco, Carrasco!
Para contrarrestar —quizá irónicamente— tan
alocada fama, se rebautizó a la calle con el nombre de Andrés Borrego
(1802-1891), un personaje serio y circunspecto, que comenzó a figurar en
política a lado de Riego y que, tras exiliarse en Inglaterra y Francia,
volvió a España después de la muerte de Fernando VII y fundó el
periódico El Español, dirigió El Correo Nacional, fue redactor de La época
y publicó numerosas obras históricas, sociales y económicas. También
fue diputado durante muchas legislaturas y gobernador de Madrid.
Esquina a la calle de la Luna se levanta
la antigua casa palacio del marqués del Llano, en donde vivió el infante
don Francisco de Paula.
En el número 6 abre la joyería Garrote, con
taller propio, y en el 7 el Centro Cultural Japonés y Gimnasio Tora,
dedicado al estudio y la práctica de la cultura y las artes de ese país.
Muy conocido en tiempos fue un salón de
baile, el Panaderos, que en realidad se llamaba Dancing Club, y que
ocupaba los números 8 y 10.
INDICE CALLE DE PIZARRO
Comunica la calle de la Luna con la del
Pez. Se llamó antes de la Magdalena Alta para distinguirla de la va
desde Tirso de Molina a Antón Martín. Y el motivo fue la ubicación en
esta calle de un destartalado y triste Hospicio de María Magdalena para
mujeres de la calle arrepentidas, vulgarmente las Recogidas, que en 1623
fue trasladado a la calle de Hortaleza (sede actual de la UGT). El
terreno lo compró después don Francisco Fernández Pizarro, marqués de la
Conquista y descendiente del conquistador del Perú. Por tal
circunstancia, se puso a la calle posteriormente el nombre de Pizarro.
Una biografía muy resumida de Francisco
Pizarro sería que nació en 1476, en Trujillo (Extremadura), y que su
infancia transcurrió en condiciones de pobreza, trabajando desde muy
pequeño.
En 1502 llegó a América, como paje del
gobernador Nicolás de Obando. En 1509 acompañó a don Alonso de Ojeda en
la conquista de Nueva Andalucía, en la actual Colombia. Y como
lugarteniente de Vasco Núñez de Balboa estuvo en el descubrimiento del
Océano Pacífico, en 1513.
En 1524 lideró la conquista del Perú
asociándose con Diego de Almagro, siendo favorecido con títulos y
sueldos en la Capitulación de Toledo de 1529. En 1532 logró capturar al
Inca Atahualpa y al año siguiente llegó al Cusco. Un año más tarde fundó
Lima, ciudad donde vivió hasta el 26 de junio de 1541. En esta fecha
fue asesinado por un grupo de partidarios de Diego de Almagro.
A mediados del siglo XVIII gozaba de gran
prestigio en Madrid la fábrica de alfombras de Gabriel Estrada, que se
hallaba en esta calle. de Pizarro.
Sin duda la fachada más impactante de la
calle es la del número 14, un original edificio modernista de clara
inspiración neogótica, antigua sede de El Correo Español a principios del XX y sede de las juventudes carlistas, en los años veinte.
En el número 15 murió el 3 de septiembre
de 1875 el general Hoyos, que apoyó el restablecimiento de la
Constitución de Cádiz tras el fin de la guerra de la Independencia y el
levantamiento de Riego en 1920. De tendencia liberal, el 22 de 1866,
siendo capitán general de Madrid, en el gobierno de O'Donnell, reprimió
la llamada Sublevación del Cuartel de San Gil, auspiciada por los
partidos progresista y democrático con la intención de derribar la
monarquía. Ahora se abre allí una oficina de Correos.
Hay un refrán que dice: "Tienes más fuerza
que el general Hoyos". Hace alusión a nuestro personaje, porque de él se
cuentan, entre otros alardes, los siguientes:
Estando en La Bañeza, en León, por los años de 1830, mandó herrar su famoso caballo blanco, y so pretexto de que las herraduras que le aplicaban no eran bastante fuertes, las hizo saltar en dos pedazos cada una sin más instrumento que sus manos. Y con motivo de tener que salir su destacamento de aquel pueblo, pidió pertrechos y provisiones; y habiéndole proporcionado un jumento, mandó que lo llevaran á la puerta del Ayuntamiento, en ocasión en que se hallaba reunido el municipio. Allí cargó con la bestia en los hombros, la subió por la escalera, y arrojándola en medio de la sala, preguntó que quién iba a llevar á quién.
En la esquina de la calle del Pez se
encuentra la casa palacio de don Juan Manuel de la Pezuela, conde de
Cheste, importante militar y aristócrata del siglo XIX, ministro de
Marina con Narváez (1846) y capitán general de Cataluña (1867), y que
llegó a dirigir la Real Academia Española. Su capilla ardiente, en 1906,
fue uno de los acontecimientos más multitudinarios que ha visto la
calle en su historia.
En este palacio vivió también don Enrique de
Aguilera y Gamboa, marqués de Cerralbo, miembro activo del partido
carlista, coleccionista y arqueólogo, que aquí tuvo sus colecciones
hasta que se trasladaron al palacete de la calle de Ventura Rodríguez,
donde hoy se abre el museo Cerralbo, donado con todo su contenido al
Estado. E igualmente estuvieron en los años veinte y treinta del pasado
siglo las sedes de la Federación de Sindicatos Católicos Femeninos y de
otras asociaciones como la Agrupación Defensa y Libertad de los Padres
en la Educación de los Hijos. Posteriormente se habilitó como sede de
una sinagoga hebrea. Hoy abre allí sus puertas el Teatro Victoria, que
tiene programación general además de infantil. En los sótanos de este
edificio, con entrada por la calle del Pez, hubo por los años sesenta y
setenta unos concurridos billares.
Muchos son los comercios tradicionales
desaparecidos en la calle, y entre ellos: la tienda de maderas Arrese,
en el número 14, en los bajos del edificio modernita antes citado, que
fue sede del Correo Español; Maderas Pueche, en el nº 16, y, esquina a
la calle del Pez, la tienda de ultramarinos Olmos.
INDICE CALLE DE SAN ROQUE
Esta calle, que comunica las de la Luna y
la del Pez, frente a la plaza de Carlos Cambronero, recibe ese nombre
porque en la fachada del convento de San Plácido, que por aquí tiene su
entrada, con vuelta por las del Pez y de la Madera, pusieron la monjas
un cuadro con la imagen de San Roque por haber sido bendecido el
convento el 16 de agosto de 1624, fiesta de este santo.
San Roque era un rico francés del siglo XIII
que repartió su fortuna entre los pobres y se fue como peregrino a Roma,
donde se dedicó a cuidar leprosos y apestados. Un día, sintiéndose él
contagiado de la enfermedad, se retiró a un bosque solitario. Y sucedió
que un perro de una casa importante de la ciudad empezó a tomar cada día
un pan de la mesa de su amo e irse al bosque a llevárselo a Roque.
Después de varios días de repetirse el hecho, al dueño le entró
curiosidad, y siguió los pasos del perro, hasta que encontró al pobre
Roque. Entonces se lo llevó a su casa y lo curó de sus llagas y
enfermedades.
Prácticamente es el convento llamado
comúnmente de San Plácido, que corresponde al nombre de Monasterio de la
Encarnación, de religiosas benedictinas, lo único destacable de la
calle de San Roque. Fue fundado por la gran dama doña Teresa Valle de la
Cerda, quien tenía una hermosa casa de campo por donde hoy se abre la
calle de Jesús del Valle y que vendió para los gastos de la
construcción. La había heredado de su padre, don Luis Valle de la Cerda,
contador mayor del Consejo de Cruzada. Además, doña Teresa, con 22 años
entonces, renunció a su matrimonio con el poderoso caballero don
Jerónimo de Villanueva, ministro de Felipe IV, para profesar en dicho
convento, del que fue su primera priora, y en el que fue nombrado
patrono el desdeñado novio.
Y en casa de este don Jerónimo, contigua al
convento, en la calle de la Madera, se reunían importantes personajes de
la corte, e incluso hasta el mismo rey Felipe IV, quien, habiendo allí
oído comentar la belleza de una monja de San Plácido llamada Margarita,
se quedó prendado de ella y a través de una comunicación secreta con el
convento la visitaba y acosaba hasta que logró mantener con ella
relaciones carnales. Enterada la priora de los hechos, dispuso una
lúgubre y fingida muerte de Margarita para librarla de los galanteos del
rey. Y así la encontró don Felipe, rígida sobre un túmulo vestido de
negro, con un crucifijo a la cabecera y entre cuatro velones encendidos.
La impresión que recibió fue tremenda, de tal manera que cayó desmayado
y hubo de ser conducido al palacio del Buen Retiro en carroza tapada y
aliviado por los galenos palaciegos con sangrías y cataplasmas.
De resultas de aquel aquello, don Jerónimo de
Villanueva fue procesado y encarcelado por el Santo Oficio, pero quien
verdaderamente pago el pato fue don Alfonso de Paredes, quien sin
comerlo ni beberlo, como notario del Consejo fue enviado a Roma con los
papeles de la Causa encerrados en una arquilla cerrada, y nada más
poner pie en Génova, fue apresado y encarcelado por los soldados del
Virrey de Sicilia —sin duda muy aleccionado por cartas del conde-duque
de Olivares— para que no se fuera de la lengua. Así las gastaban en los
tiempos del rey pasmado.
Fue entonces cuando, en desagravio y en
señal de arrepentimiento, el rey regaló al convento un famoso reloj ya
desaparecido cuyas campanadas imitaban al toque de difuntos. Y también
ordenó a su pintor de corte, Velázquez, que pintara para ellas el famoso
Cristo Crucificado, hoy en el Museo del Prado.
Pese a lo que se trato de ocultar, fue un escándalo tremendo, y no el único de los que sucedieron en San Plácido.
En otro, en el que estuvo implicado el
capellán, fray Francisco García de Calderón, dio lugar a un famoso
proceso que le condujo, junto a la priora y a varias monjas, a la cárcel
de la Inquisición de Toledo.
Los hechos ocurrieron en 1627, al poco de
ser fundado el convento, cuando una de las más jóvenes novicias empezó a
manifestarse en estado de exaltación y arrebato, de tal manera que
fray Francisco la sometió a "especiales" rituales de exorcismo para
expulsar al demonio de su cuerpo. En el mismo estado cayó a los pocos
días otra monja. Luego, la misma priora y fundadora, doña Teresa, y así
hasta veintiséis de las treinta religiosas que lo habitaban, salvándose
las cuatro restantes porque su avanzada edad o sus pocos atractivos
físicos las hacían inmunes a los ataques de Lucifer. Resulta que las
había convencido de que la mejor forma de sacar al diablo era teniendo
tratos libidinosos con él, y claro, acabo trajinándose a todas.
La iglesia anexa al convento, dedicada a
San Plácido, fue construida entre 1641 y 1661 bajo la dirección de fray
Lorenzo de San Nicolás, agustino recoleto, en estilo renacentista de
transición al barroco.
Destaca su decoración interior. El cuadro de la Anunciación
del altar mayor es de Claudio Coello, y hay otras obras estimables,
como lo son las cuatro estatuas en los pilares de la cúpula, obras de
Manuel Pereira; el Cristo Yacente, obra exquisita del
vallisoletano Gregorio Fernández, y las pinturas al fresco realizadas
por Francisco Ricci y Juan Martín Cabezalero que adornan la cúpula, las
pechinas y el crucero de la Iglesia. Estuvo también en la Sacristía el
ya citado y archiconocido Cristo Crucificado de Diego Velázquez, que se
trasladó al Museo del Prado donde puede contemplarse en la actualidad.
En 1912 se comenzó a construir un nuevo
convento en un sencillo estilo castellano, además de restaurar la
antigua iglesia, obras que son finalizadas al año siguiente según
proyecto del arquitecto Rafael Martínez Zapatero.
En 1943 fue declarado Monumento Nacional.
A la calle de san Roque daba la parte trasera (la fachada principal por la calle de la Madera) de la redacción y talleres de El País,
periódico de tendencia republicana, de finales del XIX y principios de
XX, distinto del actual del mismo nombre, edificio luego ocupado por el
diario La Libertad y posteriormente por el Informaciones
hasta 1983. Hoy, muy remodelado corresponde a la parte posterior del
Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE).
Y también da la trasera del Teatro Lara (en
la Corredera Baja), donde se puede ver fumar, entre los huecos de una
vieja y preciosa escalera de incendios, a los trabajadores de la sala.
Frente al convento de San Plácido, se
encuentra la mítica taberna vasca de El Bocho, que lleva abierta desde
1945. El sitio, de manteles de cuadros y decoración austera, es cutre y
viejo, pero tienen una comida casera buenísima.
INDICE CALLE DE LA LUNA
La calle de la Luna, que baja desde la
del Desengaño hasta la de San Bernardo, vio desaparecer en su inicio
todas las casas de la izquierda por la apertura en 1970 de la plaza de
Santa María Soledad Torres Acosta, que popularmente recibe el nombre de
plaza de la Luna.
Su pintoresco nombre hay que buscarlo en
tiempo de los Reyes Católicos. Por este paraje poseía don álvaro de
Córdoba una casa con una gran torre. No lejos estaba el palacio, también
con torre, de otro noble llamado don Francisco de Crispi. Con ocasión
de una disputa entre ambos, comenzaron a lanzarse ataques desde sus
respectivas torres. Cayó la noche, y se sosegaron los ánimos. Pero al
salir la luna, que iluminaba la torre de don álvaro, se reanudó la
batalla, muriendo ambos contrincantes. Isabel la Católica, al serle
referidos los hechos, hizo derribar las dos torres, pero al construirse
una nueva casa en el solar de la antigua de don álvaro, se labró en la
fachada una luna, que dio nombre al edificio y luego a la calle entera
que allí se abrió posteriormente.
En el límite entre el principio de la calle
de la Luna y el final de la del Desengaño (debe ser la única en Madrid
en estas circunstancias, sin otra calle por medio), se encuentra la
iglesia de San Martín, barroca, de la segunda mitad del siglo XVII, con
portada atribuida a Churriguera, hoy restaurada y abierta como Templo
Eucarístico para la exposición y adoración permanente del Santísimo
Sacramento. Es la antigua de Portacoeli (orden de clérigos menores ya
desaparecida); luego parroquia de San Martín, que acogió esta
titularidad tras ser derribada en 1810, en tiempos de José Bonaparte,
la antigua anexa al monasterio de San Martín, en la plaza de ese mismo
nombre. En aquel antiguo templo fueron primeramente enterrados,
clandestinamente para que no fueran profanados por los franceses, Daoiz y
Velarde, héroes del alzamiento del 2 de mayo de 1808.
A continuación de la iglesia estuvieron
los Cines Luna, un desatino de edificio abierto en 1980, que fue
emblemático templo del cine en versión original y precursor en eso de
las salas múltiples.
Donde ahora se abre la plaza de María Soledad
Torres Acosta había varias edificaciones, y entre ellas el palacio de
los condes de Sastago, en el cual se fundó en 1782 el Banco de San
Carlos, precursor del actual Banco de España. En ese mismo local se
abrió en 1825 un teatrito pequeño, que en 1832 se le dio mayor amplitud
para abrir otro teatro, el Buenavista, donde se reponían las obras
clásicas estrenadas en el Teatro Español por compañías de tercera o
cuarta categoría a precios muy reducidos. Luego estuvo uno de los cafés
más famosos de Madrid, el de la Luna. Cercano estaba el bodegón del
"Traganiños", punto de encuentro de maleantes, borrachos y rameras.
De la calle de la Luna, esquina a San
Roque, desapareció en 1994, después de estar en activo casi 150 años, la
fábrica de chocolates El Indio, uno de los últimos reductos del
comercio tradicional en la zona. Era una tienda preciosa, con el
interior prácticamente igual que en el momento de su fundación, que
además de la elaboración de chocolates tenía a la venta otros productos
de confitería, como caramelos o galletas. Fue fundada por don Cipriano
de Diego, y después del paso de dos generaciones, las ultimas en estar
al cargo fueron las hermanas Josefa y María Ruiz de Diego, que se
empeñaron en mantenerla con la estética —ellas incluidas— de los
primeros años. Tras ser minuciosamente desmotada, hoy se puede ver en el
Museo Nacional de Antropología,
En la calle de la Luna, casi frente a la de
Pizarro, se levanta el palacio de Talara, construido por Manuel Machuca a
principios del XVIII, que a medio derruir pudo ser recuperado como
edificio de apartamentos. Y un poco más abajo, entre las calles de
Andrés Borrego y de la Cruz Verde, la antigua casa palacio del marqués
del Llano, en donde vivieron los infantes doña Carlota y su esposo don
Francisco de Paula, éste hermano de Fernando VII; y aquella, hembra de
"armas tomar", que al enterarse en que estando su cuñado enfermo en La
Granja, el ministro Carlomarde pretendía que firmara "de matute" la Ley
Sálica, que excluía a las mujeres de la sucesión en la Corona, marchó a
La Granja y llegó a tiempo para, ante el lecho de su real cuñado
enfermo, sacudirle un par de bofetadas a Carlomarde y rasgar el decreto
que acababa de firmar el monarca, y permitir así que su sobrina Isabel
heredara el trono. "¡Manos blancas no ofenden!" fue el comentario
galante del ministro. "¡Pero hacen daño y rectifican insensateces!" se
dice fue la respuesta de la infanta.
En esta calle abundan en la actualidad las
tiendas dedicadas a cómics, miniaturas y juegos de rol y de mesa, y
permanecen antiguos comercios como la farmacia Cardona, en el número 6,
frente a la plaza ya citada de María Soledad Torres Acosta; la filatelia
Díaz Moreno, en el nº 10, o la jamonería Garcisán, en el 18. También
hay una comisaría de policía bien visible entrando desde San Bernardo,
que antes estuvo donde los Cines Luna.
Y desaparecieron, además de lo ya citado y
entre otros, la panadería M. Fernández, en el 3, ahora en manos de los
chinos como otros muchos locales de la zona; una vieja librería de
lance, en el 5; una tienda de maderas, en el 19, y, en los bajos de ese
mismo edificio, una antigua planchadora, trabajo insoportable en verano y
agotador, sobre todo en tiempos antiguos, con aquellos tejidos que
tanto se arrugaban. Las antiguas planchas se calentaban poniéndolas
encima de los fogones (mientras se planchaba con una, otra se
calentaba), y las había también con un deposito para llenar con brasa
de carbón. Todas eran de hierro, y se usaban trapos rodeando el asa para
no quemarse. Luego llegaron las eléctricas... También se encargaban
esta sufridas trabajadoras de almidonado en no pocas prendas, para
darles mayor realce, como alguna ropa femenina y cuellos de camisas.
INDICE CALLE DE LA ESTRELLA
Empieza en la calle de Silva y termina en
la de San Bernardo. Dice la tradición que en este lugar había una
elevada colina, que terminaba en alto pico, al que subieron a mediados
del siglo XV los astrónomos para observar el gran cometa que apareció
por aquellos años, y al que se le consideró precursor de una gran
epidemia de peste que diezmó a la población en 1445. Como la visión del
cometa duró un tiempo y eran muchos los curiosos que continuamente
subían a verlo desde allí, quedó para la tal elevación el nombre popular
de monte de la Estrella.
Aplanado el terreno para por allí edificar,
una de las primeras casas fue la de Ambrosio de Spínola (el famoso
general español de la rendición de Breda, inmortalizado por Velázquez),
que luego pasó a su yerno, el marqués de Leganés, Diego Mexía Felípez de
Guzmán y Dávila, influyente personaje en la corte de Felipe IV y primo
del conde duque de Olivares. Tenía la casa una torre acabada en una gran
estrella dorada, que se puso según dice la tradición en recuerdo del
nombre antiguo de aquellos terrenos.
Esta casa-palacio, ampliada por sus
sucesores, y cuyos terrenos anejos llegaron a ocupar una gran manzana
comprendida entre las actuales calles de la Estrella, Libreros, Flor
Alta y San Bernardo, fue quemada durante la Guerra de Sucesión, a la
muerte de Carlos II, por los partidarios de Felipe de Anjou, vencedor en
la contienda (con él se instauró la Casa de Borbón en España), ya que
el entonces III marqués de Leganés, Diego Mexía de Guzmán, fue uno de
los principales defensores de la candidatura del archiduque Carlos, y de
resultas de ello también fue encarcelado en Pamplona y llevado después a
Francia, donde murió en prisión y sin sucesión directa en 1711. Luego,
en parte del solar, Don Ventura Osorio de Moscoso y Fernández de
Córdoba, XI conde de Altamira y VI marqués de Leganés, encargó en 1772 a
Ventura Rodríguez la realización del llamado palacio de Altamira, que
permanece, en la calle de la Flor Alta.
En la esquina de la calle de la Estrella con
la de San Bernardo, con entrada por ésta, estuvo uno de los palacios del
duque de Lerma. Allí vivió don Rodrigo de Calderón, marqués de Siete
Iglesias y ministro en el gobierno del duque de Lerma, valido de Felipe
III. Y de allí salió para ser ejecutado en la Plaza Mayor el 21 de
octubre de 1621. Caído en desgracia junto al de Lerma, fue acusado de
gravísimos casos de corrupción, incluso de envenenar a la reina
Margarita, muerta en circunstancias muy extrañas. Cuentan que don
Rodrigo subió al cadalso para ser decapitado con impresionante entereza,
mientras la concurrencia se manifestaba con rumores y, sobre todo, con
admiración. Esta arrogante actitud y compostura dio origen al dicho
"tener más orgullo que don Rodrigo en la horca". El palacio fue
residencia de los duques de la Conquista a principios del siglo XX. Y en
los años 50, los bajos estaban ocupados por comercios, entre ellos
Ayala y Vivanco, un almacén de curtidos y calzados de lujo, y en las
plantas superiores había un Centro de Estudios de la Delegación
Provincial de Excautivos de FET y de las JONS.
Es curiosa la permanencia aún —no sabemos por
cuánto tiempo— de una casa baja en la otra esquina con San Bernardo,
que ha sido ocupada por diversos tipos de locales comerciales a lo largo
de los años.
Como en otras calles aledañas, se abren
varios comercios de comic. Parece que hayan tomado el sector como
centro de esta especialidad.
Hay muchos locales con el cierre echado, como
una vieja librería, en el número 6, abierta sin duda antaño al amparo
de sus compañeras de la cercana calle de libreros, o las Gráficas
Muybe, en el número 14. Otros muchos locales están en manos de los
chinos, y permanece en manos autóctonas la cafetería Primi, en el 3.
INDICE CALLE DEL MARQUÉS DE LEGANÉS
Va de la calle de Libreros a la de San
Bernardo. Su nombre antiguo era calle de la Cueva, que según una antigua
leyenda hacía alusión a una mina que por estos parajes había debajo del
jardín de una finca de don Alonso Peralta, contador de Felipe II, en la
cual una noche empezaron a oírse lúgubres alaridos que se supuso serían
de alguna ánima en pena, y por la que se celebraron misas en el
entonces cercano y ya desaparecido monasterio de Santa Ana (en la calle
de San Bernardo, esquina a Travesía de la Parada), construido a expensas
de don Alonso. Poco después, los criados aseguraron haber visto el
espectro del comendador de la Orden de Alcántara, don Gonzalo Pico, que
también vivía por los alrededores, y a quien dos encapuchados habían
asesinado, decían que confabulados con su esposa doña Munia.
El caso es que —continua la leyenda— doña
Munia murió al poco tiempo, y también se apareció para comunicar que su
hija estaba encerrada en la cueva, adonde su tío materno la había
llevado en busca de un tesoro que escondió su padre. Entonces vino la
gente a creer que habían sido los hermanos de la pérfida esposa los que
habían matado al comendador e intentado sonsacar a la inocente niña el
paradero del tesoro. Y todos conjeturaron que, al intentar descender a
la cueva, la niña quedó sepultada al haber un hundimiento, mientras los
dos canallas huían, callando su delito.
Reconocido posteriormente el subterráneo,
se halló el cadáver de la niña roído por las ratas, que fue llevado a
enterrar junto a los restos de su padre.
Luego por aquí construyó su casa- palacio
Ambrosio de Spínola (el de la rendición de Breda), que pasó después a
su yerno, el marqués de Leganés, don Diego Mexía Felípez de Guzmán y
Dávila (1590-1655), influyente militar y político en la corte de Felipe
IV. Llegó a ser general de los ejércitos en Flandes, Portugal, Alemania y
Cataluña; Gobernador de Milán y presidente del Consejo de Flandes,
entre otros cargos. Su fama y fortuna se multiplicaron con su casamiento
con Polixena Spínola y cuando su primo, el conde duque de Olivares,
alcanzó la privanza de Felipe IV. Este auge social le permitió la compra
de los derechos señoriales de la entonces aldea de Leganés (que desde
ese momento pasó a ser villa), allá por 1626, por unos 20.000 ducados
—una verdadera fortuna entonces— y convertirse así en señor de vasallos,
requisito imprescindible para poder gozar de un título nobiliario. En
estas, al año siguiente, el rey Felipe IV le otorgó el título de Marqués
de Leganés, título con el que alcanzaría la Grandeza de España en 1641.
El marqués de Leganés fue además conocido por
ser uno de los mayores coleccionistas de arte de su tiempo, con un
total de mil trescientas treinta y tres obras de los mejores pintores de
su tiempo: Rubens, Van Dyck, Veronés, Tiziano, Velázquez, Ribera,
Sánchez Coello, Pantoja de la Cruz o El Greco, entre otros muchos. Esta
colección permaneció prácticamente indivisa durante los siglos XVII y
XVIII, pasando de manos del tercer marqués de Leganés, muerto en 1711
sin descendencia, a los condes de Altamira, en cuya posesión se mantuvo
hasta que fue subastada públicamente en 1833 por ruina económica de esta
casa.
De esta forma se produjo la dispersión
absoluta de la colección ante la indiferencia de un estado español que
entonces no alcanzó a comprender el expolio cultural que se estaba
produciendo. Hoy sus cuadros identificados (ni de lejos lo están todos)
aparecen diseminados por todo el mundo en los más importantes museos y
en las mejores colecciones privadas de arte (Prado, Rubenshuis, Palacio
de Viana, National Galery of Washington, Cerralbo, Castres, Museum of
Fine Arts, Kaiser Friedrich, Royaux des Beaux-Arts de Belgique,
Graphische Sammlung Albertina, Paul Getty, Várez-Fisa, Naseiro,
marqueses de Ayamonte, Banco Central…)
Escaso interés comercial tiene la calle del
Marqués de Leganés, que se mantiene casi desierta; sólo destacar un
local de Top Less, en el número 10, viejo reducto de los muchos que en
tiempos se abrieron al amparo de las primeras leyes aperturistas, y una
antigua mercería-lencería, Pérez, en el nº 16.
INDICE CALLE DE LA FLOR ALTA
Va desde la calle de Libreros a la de San
Bernardo. Su nombre se debe a que fue abierta en terrenos de la hermosa
quinta del caballero García Barrionuevo de Peralta, cuya casa principal
se ubicaba donde la actual plaza de los Mostenses. El jardín, llamado
de las flores altas, en la parte más elevada, llegaba hasta donde se
abrió posteriormente esta calle.
La primera casa en construirse fue la del
cardenal don Antonio Zapata de Cisneros, quien a su muerte la dejó a los
dominicos del convento del Rosario, que se hallaba muy cerca, dando a
la calle de San Bernardo. Allí se veneraba la magnífica imagen del
Cristo del Perdón, de Manuel Pereira. Después de la desamortización de
Mendizábal en 1836, el convento pasó a ser sucesivamente cuartel de
Alabarderos, colegio particular y sede del Teatro del Recreo,
especializado en el llamado "género chico" en sus famosas
representaciones —a real la función— de obras cortas de duración
aproximada de una hora. Pero todo esto estaba por donde hoy se abre la
Gran Vía, cuya construcción afectó de forma dramática a la calle de la
Flor Alta, separada hoy de su continuación natural, la de la Flor Baja.
Por allí también se hallaba la casa en que
vivió el torero Costillares, y, junto al convento del Rosario, el
palacio ducal de Pastrana, que heredaron los jesuitas y donde tenían su
Casa Profesa y edificaron la iglesia de San Francisco de Borja. La
Compañía de Jesús paralizó la construcción de la Gran Vía, entablando
proceso judicial para que se desviara del itinerario proyectado y así
pudieran evitar el derribo. Todo acabó cuando el 1 de mayo de 1931, un
grupo de personas prendió fuego al conjunto. Esto, sumado a la
disolución de la Orden a comienzos del siguiente año por el gobierno de
la República, hizo que se archivara el caso y continuasen las obras.
En ese solar de los jesuitas hubo antes un
convento de religiosas capuchinas que más tarde pasaría a ser de
dominicos, y tras la exclaustración, un teatro-concierto y el popular
barracón de proyecciones cinematográficas Flor.
Pero en la calle de la Flor Alta se
encuentra un edificio notabilísimo, la única parte construida del
palacio de Altamira, palacio que para toda la manzana encargo en 1772 el
XI conde de Altamira, Don Ventura Osorio de Moscoso y Fernández de
Córdoba, al arquitecto Ventura Rodríguez: un proyecto gigantesco que
habría de ser construido en el solar del antiguo palacio del marqués de
Leganés. De haberse realizado en su totalidad, hubiese dotado a Madrid
de uno de sus monumentos civiles más espectaculares. Pero las obras solo
se llevaron a cabo entre 1773 y 1775, construyéndose sólo el soberbio
fragmento que ocupa casi toda la acera derecha de Flor Alta.
El edificio ha tenido usos variopintos:
salón de baile popular, discoteca en los sótanos por los años setenta
del pasado siglo, aparcamiento y diversas dependencias educativas. Aquí
estuvo instalado durante la II Republica el Instituto de Enseñanza Media
Quevedo y luego la Escuela de Peritos Industriales y otra de Maestría
Industrial de Delineantes. Desde 2005, después de años de triste
abandono, alberga por cesión concedida por el Ayuntamiento, y
completamente restaurado por el arquitecto Gabriel Allende, al Instituto
Europeo di Desing (IED), red internacional educativa con Escuelas de
Diseño, Moda, Artes Visuales y Comunicación.
Frente a este palacio estuvo un caserón en el
que se fundó en 1887 el Centro Instructivo Obrero. Posteriormente tuvo
diversas aplicaciones, entre ellas la de haber sido un salón de baile
muy popular
Hoy, toda la acera de la izquierda corresponde a traseras descuidadas y bastante feas de edificios de la Gran Vía.
INDICE CALLE DE LIBREROS
Va desde la Gran Vía a la calle de la
Estrella, y es la antigua calle de Ceres, que sufrió modificaciones al
abrirse la ancha avenida, pues antes arrancaba desde la calle de San
Bernardo. Según nos ilustra Pedro de Répide en su recurrido libro Las calles de Madrid,
mejor que dedicar la calle a Ceres, diosa de la Agricultura, nombre que
recibió en 1893, hubiera sido mejor hacerlo a Venus, cuyo culto era tan
frecuente en los sórdidos y abundantes lupanares que por aquí se
abrían.
Pero antes, esta calle recibía el nombre de
la Justa, por una mujer que según tradición allí vivía y fue de las
primeras en establecerse. En esta calle de la Justa, frente a la de la
Flor Alta, residió con su padre —el compositor Espín y Guillén, casado
con una sobrina de Isabel Colbrand, la esposa de Rosini— Julia Espín,
diva célebre que brillo en los principales teatros de Europa y para la
cual escribió Mazzini su ópera Duranda. De Julia se enamoró Gustavo Adolfo Bécquer y le inspiró algunas de sus Rimas.
El nombre actual, puesto en 1948, fue
iniciativa de Pío Baroja, ya que en ella se habían instalado más de una
docena —ahora apenas quedan— de librerías de lance o de segunda mano
especializadas en libros de ocasión y de texto, vinculadas algunas de
ellas a la animada vida estudiantil de los años veinte del pasado siglo,
por su proximidad a la Universidad, establecida entonces en la cercana
calle de San Bernardo.
La primera fue Doña Pepita. Su propietaria,
Josefa Borrás Ballester, había nacido en un pueblo valenciano y en
Madrid se dedicó a un negocio entonces inédito: la venta de libros de
texto de segunda mano. Abrió la librería primero en la calle de
Jacometrezo, pero las obras de la Gran Vía le obligaron a buscar nuevo
local en la entonces calle de Ceres (parece ser que una de la primeras
algarabías en la recién estrenada arteria se produjo como protesta por
no haber la Administración indemnizado a doña Pepita por el antiguo
local). Era una mujer muy popular, con una formación poco común entre
las mujeres de entonces, puesto que era maestra, radiotelegrafista y
profesora de sordomudos, además de tener una profunda memoria para
recordar el nombre de los textos y autores que impartían los distintos
catedráticos de cualquier Instituto o Universidad española. Prestaba
incluso algún dinerillo a los estudiantes que consideraba fiables para
que salieran de ciertos apurillo. Murió en 1923 y su semilla hizo crecer
nuevas librerías, algunas fundadas por los dependientes y dependientas
que ella había tenido. Así nacieron La Casa de la Troya, en el mismo
local que tuvo Doña Pepita, Antonio Guzmán, Barbazán, Enrique, La
Fortuna, Felipa, Madrid, Salamanca, Alcalá, La Merced... En el comienzo
antiguo de la calle, esquina a San Bernardo estuvo una popular librería,
hoy desaparecida, la de Melchor García, figura muy popular y estimada
en el mundo librero y editorial.
Era común hasta hace muy poco ver a
estudiantes acercarse hasta estos500tablecimientos a principios y a
finales de Curso. Allí compraban libros usados y vendían los propios a
unos libreros que los trataban mitad con usura, mitad con cariñoso
paternalismo. Y además se les podía regatear el precio. Pero "sabían
latín", y en ese negocio de comprar barato y vender más caro ninguno se
dejaba engañar.
Resultaba un negocio tan floreciente, que era
también normal ver colas de gente esperando en sus puertas. Incluso a
la sombra de estas librerías, podíamos ver a jóvenes con sus mochilas al
hombro ofreciendo a buen precio sus gastados libros y sacar con ello
cuatro perras para subsanar sus depauperadas economías.
Pero hoy en día todo esto ha cambiado.
Los tiempos que corren son otros, y la consecuencia ha sido desastrosa
para este gremio. Apenas cuatro o cinco librerías quedan abiertas al
público subsistiendo como buenamente pueden. El descenso de clientes ha
sido considerable por culpa de Internet y de las fotocopias, y temen que
también tengan que cerrar. De ser así, el nombre de la calle perdería
su significado y se acabaría con una larga tradición puesta en marcha
por doña Pepita en el siglo XIX.
Y aunque la decadencia de estas librerías ya
empezó antes, cuando en 1999 cerró otra de las históricas, la famosa y
entrañable Felipa, que vendió y recompró libros de texto a muchas
generaciones de estudiantes, sí podemos decir que el declive de la calle
se hizo evidente. Hoy, un nieto de aquella librera, Juan José, como
ella auténtico amante de los libros y de la literatura, regenta la
librería Felipa, ya no en la calle Libreros, sino en la del Pilar de
Zaragoza, por detrás de Diego de León.
INDICE CALLE DE SILVA
Desde la plaza de Santo Domingo, a la
calle de la Luna, ni siquiera la construcción de la Gran Vía alteró su
antiguo recorrido. El nombre de la calle procede del apellido de dos
hermanos y nobles caballeros que en ella vivieron en tiempos de Felipe
III, don García, destacado diplomático, y don Juan, personaje de gran
piedad a quien se debe el encargo al escultor Manuel Pereira de su
extraordinario Cristo del Perdón para el convento de dominicos
del Rosario. Se hallaba éste en la esquina de la calle de la Flor Baja
con la de San Bernardo, en terrenos ocupados hoy por la Gran Vía. La
figura de Cristo se representaba arrodillada, puesta sobre un globo
terráqueo la pierna izquierda, desnudo el cuerpo, con el rostro muy
lastimoso y la manos abiertas mostrando la llagas. Se decía que producía
una gran emoción. Cuando el convento desapareció en tiempos de la
Desamortización, la imagen fue trasladada a una nueva casa de los
dominicos en la calle del Conde de Peñalver y se perdió en un incendio
en 1936.
En 1564, Sebastián de Villoslada, entonces
abad del ya desaparecido monasterio de San Martín (en la plaza de San
Martín, junto a las Descalzas), fundó en la calle de Silva un hospital
para pobres, con la advocación de Nuestra Señora de la Concepción y
Buena Dicha, en el que estaban siempre dispuestas doce camas. Para el
mejor servicio de la institución se creó una Hermandad de Misericordia
de doce sacerdotes —¡uno para cada enfermo!— y sesenta y dos seglares,
que tenían allí su iglesia y su cementerio, en el que fueron enterrados
muchos de los patriotas muertos en la jornada heroica del 2 de mayo de
1808, y entre ellos Clara del Rey y Manuela Malasaña.
Los enterradores de este cementerio
vivían en unas casas en la travesía de Trujillos (junto a la ya citada
plaza de San Martín), que entonces era denominada calle del Ataúd porque
en los corralones de tales viviendas se conservaba un único ataúd, de
quita y pon, para el sepelio de los enterrados de limosna.
A finales del siglo XIX, tanto el cementerio
como el hospital y su iglesia fueron derribados. En su lugar el
arquitecto Francisco García Nava, con el patronazgo de los marqueses de
Hinojales, construyó entre 1916 y 1917 la actual Iglesia de la Buena
Dicha, regida por padres mercedarios, y que ocupa el actual número 25 de
la calle de Silva.
El exterior destaca por la mezcla de
estilos: gótico, mudéjar e incluso nazarí, todo ello imbuido de un
espíritu modernista. En el interior, con planta de cruz latina, crucero y
capillas laterales, la pequeña nave central, en dos tramos, se cubre
con bóveda neomudéjar de nervios. En el retablo mayor, en madera sin
policromar, se venera la imagen de Nuestra Señora de la Buena Dicha,
copia moderna de la destruida en la Guerra Civil. De especial interés es
la gran vidriera a los pies, con la Virgen de la Merced, que da luz al
conjunto. Con entrada independiente por una de las torres que flanquean
la fachada, se encuentra la capilla de la Virgen de la Misericordia, con
un grupo escultórico de la primera mitad del siglo XVII. Otra pequeña
fachada en la parte trasera, apenas perceptible en la calle Libreros,
está compuesta por tres arcos entrelazados y un mirador superior.
La parte final de la calle de Silva perdió
sus edificaciones en su lado derecho por la apertura en 1970 de la plaza
de Santa María Soledad Torres Acosta, que popularmente recibe el nombre
de plaza de la Luna. Y son las del lado izquierdo quienes flanquean de
prestado el lateral oeste de la plaza.
Al principio de la calle, junto a la
plaza de Santo Domingo, se conserva la bella fachada en madera, con
paneles pintados, de la antigua papelería Romero, pero hoy dedicado el
local a otros menesteres.
Abundan los locales nocturnos, como el
Larios, mítico bar de copas con sabor cubano, en el nº 4; el Paradise
Karaoke, en el 6; el puticlub Chelsea, el más antiguo y mejor cabaret de
Madrid, con espectáculo, striptease y chicas de alterne de altísimo
nivel, igualmente en el 6; Le Papillón, otro puticlub con striptease,
en el 13, pasada la Gran Vía. Y también varias cafeterías, restaurantes o
tabernas.
En una de las esquinas con la Gran Vía, en
el primer tramo de la calle, se encuentra el edificio que Luis Gutiérrez
Soto levantó inspirándose en la Casita del Príncipe de Aranjuez.
Albergó en los bajos el cine Rex y el lujoso comercio de Modas Gonzalo,
todo ya desaparecido.
INDICE CALLE DE TUDESCOS
Desde la Gran Vía a la plaza de Santa
María Soledad Torres Acosta, vio alterado su antiguo recorrido primero
con la construcción de la ancha avenida, pues antes arrancaba desde la
Plaza de Santo Domingo, y en 1970 con los derribos para abrir la citada
plaza dedicada a la santa madrileña.
No está clara la causa del nombre de Tudescos
a esta calle; algunos autores afirman —tal vez equivocadamente— que se
debe a que el colegio de San Jorge o Seminario de Ingleses se abrió en
ella, precisamente en la parte desaparecida más allá de la Gran Vía, en
una casa esquina a Jacometrezo. Fue fundada esta institución en 1611 por
Cesar Bogacio, comerciante italiano afincado en la corte, para que aquí
trajesen y educasen en el dogma católico a los jóvenes ingleses que
optasen por esa creencia. Se encargaron de regentar las clases
religiosos jesuitas que vinieron desde Saint-Omer, en Flandes, por lo
que las gentes les apodaron los Tudescos.
Pues bien, parece ser, que tal colegio
estuvo realmente en la calle del Príncipe, donde ahora se levanta la
iglesia de San Ignacio de Loyola, y allí fue donde Lope de Vega, en la
tarde del 25 de agosto de 1635, asistiendo a un acto académico se sintió
indispuesto y, trasladado a su casa, murió tres días después.
Y es así, que últimamente se ha venido
conjeturando que el nombre de la calle se deba a que gentes procedentes
de la Sajonia inferior (Alemania) —tudescos—, al llegar a Madrid durante
el reinado de los Habsburgo, se afincaran en ella.
Sea lo que fuere, lo que sí es cierto es
que la calle fue siempre famosa en los anales de la picaresca madrileña
por sus tabernas, sus casas de huéspedes y de otras no menos
hospitalarias para el amor furtivo.
En el siglo XVI Madrid ya era esa ciudad tabernaria que todos conocemos, como bien da fe la sabiduría popular del momento:
En una de ellas en la calle de Tudescos
servía Ana de Villafranca, la que fue amante de Miguel de Cervantes y
madre de su única hija, Isabel. También en otro bodegón de esta calle,
el conocido como del Traganiños —nos podemos imaginar su cara—, punto de
encuentro de maleantes, borrachos y rameras, había en la trastienda una
“escuela de carteristas” y era el lugar donde se reunía la banda de
Luis Candelas, que con la discreción debida, disfrutaban de buen vino,
buenas cantaoras, buena compañía femenina y escondite en caso de apuro.
El mismo Luis Candelas, el llamado "bandido
generoso", tuvo su seguro refugio en una casa de la calle de Tudescos,
en el número 5, pero con su otra personalidad o doble vida de indiano
adinerado y respetado de día, cuyo falso nombre era el de Luis álvarez
de Cobos, hacendista en el Perú, como rezaba en sus tarjetas de visita,
Allí era atendido por un criado de toda su confianza, Román, y allí
disponía de todo lo necesario para transformarse, maquillarse, cambiar
de ropa y de cara, porque Candelas era un experto en el transformismo.
Cuando de noche, salía a hurtadillas por la puerta trasera, se convertía
en truhán y rey de los bajos fondos.
Aparte de su pasado prostibulario, también ha sido la calle de Tudescos escenario de truculentos crímenes:
En 1907, el 13 de julio, una mujer,
Vicenta Verdier, de 35 años, apareció degollada en el modesto cuarto que
habitaba en la calle de Tudescos, cuyo alquiler pagaba el hombre con el
que vivió durante doce años y al que conoció cuando llegó a servir a
Madrid desde un pueblo de Zaragoza. Según contaron los periódicos, este
hombre desde el momento que heredó de un familiar y se casa con una
joven de la buena sociedad madrileña, medio abandonó a Vicenta dejándola
sin recursos, situación que ella intentó paliar recibiendo algunas
noches a un hombre que resultó ser un caballero respetable y casado.
Aquella tarde de Julio Vicenta se asomó
al balcón de su cuarto y empezó a dar gritos de auxilio. Acudió la gente
y forzaron la puerta. El cuadro era dantesco. Vicenta estaba degollada
junto a la cama en medio de un charco de sangre. En la cocina, un
barreño con agua rojiza indicaba que el asesino se había lavado las
manos. Pero no se pudo rastrear quién fue. Una ventana que daba al
tejado no era camino para la fuga; habría sido necesario saltar sobre la
calle para ganar el tejado de enfrente. La perrita que acompañaba a la
víctima no ladró, lo que hizo suponer que el criminal le era familiar.
La portera, muy dicharachera según el vecindario, apenas quiso hablar y
el respetable caballero que ocasionalmente recibía los favores de
Vicenta fue dejado en paz tras ser interrogado y por no comprometer su
reputación. Se escribió mucho sobre este crimen, pero la policía nunca
consiguió el menor dato, indicio, confidencia o referencia que le
permitiese establecer una pista. Fue uno de los pocos asesinatos
cometidos en Madrid que ha quedado impune.
Otro famoso crimen en la calle de Tudescos
fue el cometido allá por 1910 por el niño de nueve años Manuel
Rodríguez, que después de unas horas de interrogatorio confesó ser el
autor del asesinato de su hermanastra Natividad Losada. Pretendía
llevarla en brazos al cercano cinematógrafo de la calle de la Flor,
pero, ya en la calle., cono no cesaba de llorar, la golpeó en la cabeza
con una piedra. Después se dirigió al Puente de Segovia y desde el
pretil, arrojó el tierno cuerpecito al Manzanares donde fue encontrado
al día siguiente. El precoz criminal declaró que estaba harto de cuidar a
una niña que su madre había tenido con un hombre que era el amante, no
su padre.
Al construirse la Gran Vía, el arquitecto
Manuel Muñoz Casayús, proyectó en 1931 un moderno edificio en la esquina
con la calle de Tudescos para el Hotel Nueva York; en cuyos bajos
nacería un año después, el Cine Actualidades, con un aforo de 308
localidades en su único patio de butacas, y en sesión continua desde las
11 de la mañana hasta la 1,30 de la madrugada. En 1944 se reformó y
pasó a formar parte de las salas de estreno, y a comienzos de los 60 del
pasado siglo el edificio fue vendido a una empresa bancaria que lo
demolió, construyendo en su solar una nueva edificación llevada a cabo
por el arquitecto José Manuel Fernández Plaza, que han hecho bien en
derribar para edificar de nuevo uno de Rafael de la Hoz.
En la otra esquina de la Gran Vía se alza la
gran mole del Palacio de la Prensa, cuya fachada lateral domina casi en
su totalidad la hoy reducida calle de Tudescos. Fue construido en
ladrillo visto muy cocido por Pedro Muguruza Otaño, para sede social de
la Asociación de la Prensa de Madrid, y diseñado como un edificio
multifuncional de tipo norteamericano, ya que además de la sede
administrativa de la Asociación, albergaba un café concierto, viviendas
de alquiler y oficinas, y el cine, que ha sufrido varias reformas. Allí
estuvo también la mítica discoteca J J.
Semi esquina a la calle de Miguel Moya desapareció el Horno de Tudescos una apreciada pastelería y repostería.
Donde ahora se abre la plaza de Santa
María Soledad Torres Acosta había un palacio, el de Sastago, con fachada
principal a la calle de la Luna y laterales por las de Tudescos y
Silva. En él se fundó en 1782 el Banco de San Carlos, precursor del
actual Banco de España. En ese mismo local se abrió en 1825 un teatrito
pequeño, que en 1832 se le dio mayor amplitud para abrir otro teatro,
el Buenavista, donde se reponían las obras clásicas estrenadas en el
Teatro Español por compañías de tercera o cuarta categoría a precios muy
reducidos. Luego estuvo uno de los cafés más famosos de Madrid, el de
la Luna.
INDICE PLAZA DE SANTA MARÍA SOLEDAD TORRES ACOSTA
La plaza de Santa María Soledad Torres
Acosta, más conocida como plaza de la Luna es muy peculiar, pues no
tiene edificaciones, salvo en su frente sur. Las que aparentemente así
parecen, pertenecen a las calles que la rodean. Se formo en 1979 por
derribos de todo un conjunto de casas entre las calles de la Luna,
Silva, Tudescos y Concepción Arenal.
Con fachada principal a la calle de la Luna y
lateral por Tudescos, en terrenos de la actual plaza, se encontraba el
enorme palacio que edificara don Francisco de Tejada y Mendoza, oidor
del Consejo Real de Indias y Caballero de la Orden de Santiago. Tenía
una característica torre rematada por un chapitel austríaco. Luego fue
heredado por los condes de Sastago y finalmente por el marqués de
Monistrol. En él se fundó el Banco de San Carlos en 1782, precursor del
actual Banco de España. En ese mismo local se abrió en 1825 un teatrito
pequeño, que en 1832 se le dio mayor amplitud para abrir otro teatro,
el Buenavista, donde se reponían las obras clásicas estrenadas en el
Teatro Español por compañías de tercera o cuarta categoría a precios muy
reducidos. Luego estuvo uno de los cafés más famosos de Madrid, el de
la Luna. También estuvo allí una conocida sede del sindicato anarquista
CNT durante la Guerra Civil.
Santa María Soledad Torres Acosta fue la
fundadora de las hermanas Siervas de María, Ministras de los Enfermos,
cuya casa madre se encuentra en la plaza de Chamberí. Nació en 1826 en
Madrid, en la calle de la Flor Baja, y murió en 1887. Fue beatificada
por Pío XII en1950 y Pablo VI la proclamó santa el 25 de Enero de
1970.
La novedad de esta comunidad de
religiosas es que asisten a domicilio y totalmente gratis a los enfermos
que lo solicitan. Son las monjas de la noche, que cuando la tarde
declina y falta poco menos de una hora para que comience el crepúsculo,
salen del convento y se desparraman hacia los distintos lugares de la
villa. Toda la noche la pasarán aliviando a los que la enfermedad tiene
postrados en un lecho, sobre todo a los que no tienen una mano que les
atienda.
Pretendió la plaza en su día ser feliz
usurpadora de trozos negros de la calle de la Luna y aledaños, refugio
del puterío, de borrachos y maleantes, pero desde el principio llevó
tatuada a fuego la leyenda negra de ser como un patio trasero y
conflictivo de la Gran Vía.
Algo se ha pretendido mejorar con las
sucesivas reformas; la última con demasiado cemento (como ya viene
siendo habitual en Madrid), acusado y peligroso desnivel, un raquítico
lugar para el juego infantil y un jardín vertical que adorna una
medianería junto a la calle de Concepción Arenal. En fin, un horno de
piedra poco apetecible para las relaciones humanas más allá de las
ferias y mercadillos que cada dos por tres la ocupan. Y un simple
intento de esconder la basura debajo de la alfombra, pues la
marginalidad sigue y poco se ha hecho, pese a las protestas de los
vecinos, por erradicar el abundante mercadeo del amor errante y de la
droga.
El fondo sur de la alargada plaza lo
constituye un gran edificio comercial y moderno de nulo interés se mire
por donde se mire, cuyos locales comerciales en un amplio corredor
porticado esta tomado por los chinos. El norte, en cambio, prestado por
la calle de la Luna, presenta, junto al arranque de la calle del
Desengaño, la tradicional estampa de la Iglesia de San Martín, barroca,
de la segunda mitad del siglo XVII, con portada atribuida a Churriguera,
hoy restaurada y abierta como Templo Eucarístico para la exposición y
adoración permanente del Santísimo Sacramento. Es la antigua de
Portacoeli (orden de clérigos menores ya desaparecida); luego parroquia
de San Martín, que acogió esta titularidad tras ser derribada en 1810,
en tiempos de José Bonaparte, la antigua anexa al monasterio de San
Martín, en la plaza de ese mismo nombre. Esta iglesia esconde alguna
historia curiosa: en ella hay casi olvidado un reloj de sol en la
esquina que comparte con la calle Desengaño, y nada más entrar, a mano
izquierda, en un pequeño ataúd descansan los restos de Alexia González
Barros, la niña nacida en Madrid en 1971 que inspiró la premiada
película Camino de Javier Fesser. Murió a los catorce años a causa de un
tumor en la columna vertebral y está en proceso de beatificación.
De historia más reciente son los cines Luna,
hoy cerrados y con el edificio —un verdadero desatino urbanístico— muy
deteriorado. Abrieron sus puertas en 1980 proyectando Sangre sabia y El cuchillo en la cabeza,
títulos hoy casi tan olvidados como los tiempos en los que las salas
eran lugar de peregrinación para los amantes de la versión original en
Madrid. Fueron los precursores en eso de las salas múltiples.
En ese mismo frente norte de la plaza, que se
mantiene con su típica arquitectura madrileña, aún abre sus puertas la
vieja farmacia Cardona, milagrosamente en pie entre la masacre de tatos
locales tradicionales desaparecidos en el barrio. No ocurre lo mismo con
la preciosa tienda de Chocolates El Indio, en la esquina con la calle
de San Roque, que sucumbió en 1994 después de estar en activo casi 150
años. Tras ser minuciosamente desmotada, hoy se puede ver en el Museo
Nacional de Antropología.
INDICE CALLE DE MIGUEL MOYA
Cortísima calle que va desde la Gran Vía a
la de Tudescos. Antiguamente era la calle de Hita, y antes de trazarse
la ancha avenida empezaba en la de Jacometrezo. Su nombre antiguo se
debe a que aquí tuvo una quinta Juan de Hita Buitrago, jefe de la Santa
Hermandad de Madrid en tiempos de los Reyes Católicos.
Ahora está dedicada al gran periodista don
Miguel Moya como no podía ser menos, ya que el lado izquierdo de la
calle está constituido en su totalidad por un lateral del edificio del
Palacio de la Prensa. Nació en Madrid en 1856 y tuvo notable influencia
en la vida política española a través de los diarios El Liberal, El Imparcial y Heraldo de Madrid.
Fue el fundador y primer presidente de la Asociación de la Prensa de
Madrid y gozó de gran prestigio profesional. También fue diputado
republicano. Murió en San Sebastián en 1920.
El Palacio de la Prensa fue construido en
ladrillo visto muy cocido por Pedro Muguruza Otaño, para sede social de
la Asociación de la Prensa de Madrid. La primera piedra fue colocada por
el rey Alfonso XIII el día 11 de julio de 1925. Fue diseñado como un
edificio multifuncional de tipo norteamericano, ya que además de la sede
administrativa de la Asociación, albergaba un café concierto, viviendas
de alquiler y oficinas, y el cine, que ha sufrido varias reformas. Allí
estuvo también la mítica discoteca J J.
En la otra esquina con la gran Vía
desapareció la cafetería Fuyma, con una decoración antigua que se
mantuvo hasta los últimos días. Sí permanece el Bar la Prensa en el n´º4
entre los locales más veteranos. Otros están cerrados o en manos de los
chinos.
INDICE CALLE DE CONCEPCIÓN ARENAL
Pequeña calle que va desde la Gran Vía a
la calle del Desengaño. Anteriormente era la de Horno de la Mata, que
antes de ser trazada la Gran Vía unía la de Jacometrezo con la de la
Luna.
Aquel nombre, que ahora ha quedado sólo para
la travesía que arranca en Concepción Arenal y desemboca en Mesonero
Romanos, se debía a un antiguo horno de pan, dependiente del ya
desaparecido monasterio de San Martín (en la plaza de San Martín, junto a
las Descalzas), que llegó a tener gran fama porque abastecía a gran
parte de la villa. Su dueño se llamaba Juan Mateo de la Mata.
Era la calle antigua de pintoresco perfil:
librerías de lance, figones, mancebías, prostitutas en las esquinas,
bohemia... En el nº 7 estuvo instalada la Sociedad de Fomento de las
Artes, en el 9 vivió la escritora Gertrudis Gómez de Avellaneda y en el
19 tuvo en 1854 la primera redacción el popular semanario satírico El Padre Cobos,
que se publicó durante el bienio progresista (1854-1856 y que era
famoso por sus críticas punzantes y explícitas, muy atrevidas para su
tiempo. Incluso ha quedado un dicho popular: "La indirectas del Padre
Cobos". Se refiere evidentemente al semanario, y es una forma de
manifestarse tajante y sin rodeos de algo que se supone debía expresarse
con más tacto.
Ahora la calle, con menor trazado, está
dedicada a Concepción Arenal, la gran escritora y pensadora española
nacida en El Ferrol en 1820. Su sentido romántico de la justicia la
llevó a profundos estudios sobre la situación social de su tiempo y
sobre el régimen penitencial español, del que logró una gran reforma de
acuerdo con su frase, gravada en piedra a la entrada de las nuevas
prisiones modelo: "Odia al delito y compadece al delincuente". Fue
redactora del periódico progresista La Iberia, fundó el diario La Voz de la Caridad, y, entre sus obras más importantes, tuvieron fama El visitador del pobre, El visitador del preso, La mujer del porvenir o Cartas a un obrero.
En 1970, cuando se hicieron los derribos para
formar la plaza de Santa María Soledad Torres Acosta (la popular plaza
de la Luna), la calle de Concepción Arenal perdió en su final parte de
las casas del lado izquierdo, y son las del derecho quienes flanquean de
prestado el lateral oriental de la plaza. Allí se encontraba en tiempos
la antigua y acreditadísima librería de Antonio Rico, que luego paso a
ser de Fuentetaja, también desaparecida.
Si permanece Casa Reyna, en el nº 5,
tienda de modelismo abierta desde 1930. La cervecería El águila, en el
3, que durante un tiempo —y fue la primera en Madrid— adaptó entre
nosotros el sistema de los bares de San Sebastián y Bilbao, con
autoservicio de pintxos directamente de las bandejas expuestas en el
mostrador, y, eso sí, con control exhaustivo de las consumiciones por
los palillos que había que dejar en un plato. Y también el bar Esteban,
junto a la plaza de la Luna, que se mantiene como siempre, como si fuera
un bar de pueblo. Luego, lo clásico: algunas pensiones, varios
puticlubs... y busconas en las aceras.
Pero lo que más destaca de la calle de
Concepción Arenal, al entrar por la gran Vía, es el contraste entre la
imagen moderna de la gran avenida que dejamos y la panorámica antigua,
barroca y churrigueresca al fondo de la iglesia de San Martín, en la
confluencia entre las calles de la Luna y del Desengaño. Es la antigua
de Portacoeli (orden de clérigos menores ya desaparecida); luego
parroquia de San Martín, que acogió esta titularidad tras ser derribada
en 1810, en tiempos de José Bonaparte, la antigua anexa al monasterio
de San Martín, en la plaza de ese mismo nombre. Hoy está abierta como
Templo Eucarístico para la exposición y adoración permanente del
Santísimo Sacramento.
INDICE TRAVESÍA DE HORNO DE LA MATA
Entre las calles de Concepción Arenal y
De Mesonero Romanos, se abre esta estrecha y pequeña travesía que toma
el nombre de la antigua calle de Horno de la Mata, la actual de
Concepción Arenal. Y ese nombre se debía a que por aquí hubo un horno de
pan, dependiente del ya desaparecido monasterio de San Martín (en la
plaza de San Martín, junto a las Descalzas), que llegó a tener gran fama
porque abastecía a gran parte de la villa. Su dueño se llamaba Juan
Mateo de la Mata.
Pese a las reformas acometidas en toda la
zona, aquí incluso con la desaparición del tráfico rodado, la
peatonalización más bien parece que supone un peligro añadido a los
viandantes, que se piensan mucho en atravesarla o no, y casi siempre
optan por otro camino, pues ambiente tan solitario y la mala catadura de
los que por allí andan recostados por las paredes o pululando alrededor
de la putas callejeras no lo aconsejan, sobre todo a horas avanzadas.
Funcionan en la calle barios bares
restaurantes y un complejo de apartamentos, que pese a su normal
ajetreo, no consiguen espantar esa sensación de "cruzar el desierto" al
que por allí deambula.
INDICE CALLE DE MESONERO ROMANOS
Sube desde la calle del Carmen hasta la
del Desengaño, después de cruzar la Gran Vía. Antes era la calle del
Olivo, y en algún momento estuvo dividida en Alta y Baja. Este nombre
antiguo se debía a que fue trazada sobre un olivar que pertenecía al ya
desaparecido monasterio de San Martín (en la plaza de San Martín, junto a
las Descalzas), y un olivo, como recuerdo de aquel, se conservó durante
mucho tiempo en el centro de la calle.
Desde finales del siglo XIX lleva el nombre
del escritor madrileño y Cronista Oficial de la Villa Ramón de Mesonero
Romanos, que en esta calle nació en 1803.
Pocos autores han sabido captar en su
obra la esencia del Madrid castizo como Mesonero Romanos. Sus textos son
imprescindibles para conocer las calles, costumbres y gentes del Madrid
decimonónico y romántico.
Inició sus primeros pasos en 1821 con la publicación de una serie de artículos titulados Mis ratos perdidos o ligero bosquejo de Madrid, en los que recoge los usos y costumbres de la capital durante los meses del año.
En 1836 empezó a editar su propio periódico, el Semanario Pintoresco Español, en el que firmaba sus escritos bajo el seudónimo de "El curioso parlante".
El obsesivo interés de Mesonero por su ciudad
natal dio como consecuencia dos obras básicas para el conocimiento
histórico y urbanístico de la capital: Manual de Madrid (1831), una guía sin igual de la que realizó cuatro ediciones, y El antiguo Madrid (1861), donde reconstruye el Madrid del S. XVII a partir del Plano Teixeira y la Planimetría de Carlos III.
Mesonero reflejó la moralidad matritense en otros dos libros publicados en la prensa, Panorama matritense (1835) y el más clarificador Escenas matritentes (1842).
En 1880 hizo una revisión de sus experiencias vividas al publicar Memorias de un setentón, natural y vecino de Madrid,
obra a través de la cual recorre los cuadros que ha vivido durante el
período de las monarquías de Fernando VII y de su hija Isabel II.
Como concejal del Ayuntamiento, sus
preocupaciones urbanísticas provocaron algunas de las más importantes
mejoras modernizadoras de la ciudad. Su Proyecto de mejoras generales,
leído en la sesión de la Corporación municipal el día 23 de mayo de
1846, supuso una auténtica remodelación del Madrid de la época. Años más
tarde redactó nuevas Ordenanzas municipales, que rigieron largo
tiempo. Contribuyó a la fundación del Ateneo en 1835 y de la Caja de
Ahorro en 1838. Ese mismo año fue nombrado Académico de la Lengua
Española. Murió en Madrid en 1882.
El también imprescindible y Cronista de la Villa Pedro de Répide, nos dice en sus Calles de Madrid
que en esta de Mesoneros Romanos había hasta cinco librerías de lance, y
abundaban las casas de comida baratas y los hostales y pensiones de
todo pelaje y condición. Y que aquí también estuvo la redacción de El Imparcial,
diario matutino de ideología liberal fundado por Eduardo Gasset y
Artime en 1867 y desaparecido en 1933. Fue el de mayor difusión e
influencia durante la Regencia de María Cristina. Su suplemento
literario, Los Lunes del Imparcial, fue el más importante en
lengua española durante décadas, donde escribieron desde sus inicios los
que poco más tarde serían bautizados como Generación del 98: Unamuno,
Maeztu, Azorín, Baroja...
Ahora, tan cercana a la Gran Vía y a las
calles de Carmen y Preciados, goza y participa en el gran ambiente
comercial de la zona con boutiques, tiendas de grandes marcas de ropa,
hoteles, restaurantes y bares, algunos con concurridas terrazas, como la
situada en el ensanche (casi plazoleta) con la calle de la Abada o la
de la cafetería Villa Verín, en el tramo final, peatonalizado, cercano a
la calle del Desengaño, principio de lo que pudiera venir a ser el
"barrio chino" madrileño, y donde abre como aperitivo a la zona un Sex
Shop y un puti-club.
También varios locales tradicionales: Casa de
Diego, fábrica de paraguas, abanicos, bastones, sombrillas y mantones,
en el número 4; Cafés Pozo, en el nº 10, que esparce en el ambiente el
rico olor de su producto, y Menkes, tienda especializada en trajes y
accesorios para flamenco, danza, teatro y disfraces. Y locales nocturnos
como Torres Bermejas, en el 11, el mítico tablao flamenco donde se
iniciaron entre otros Camarón o la Paquera de Jerez, O la no menos
famosa discoteca Flamingo Club, en el 13, la que fuera una de las más
emblemáticas de la Movida. Su amplia pista enmoquetada en rojo se siga
llenando cada fin de semana sin perder un ápice del éxito que tuvo en
los años 80, cuando por su escenario pasaban grupos como Nacha Pop,
Radio Futura o Alaska y los Pegamoides.
Otros sucumbieron, acaparados sus locales por
las tiendas de ropa, como una surtida juguetería en la esquina de los
impares de la Gran Vía, o, enfrente, la clásica cafetería Zahara,
desaparecida casi a traición en 1910 después de más de 50 años de
existencia. Allí se desayunaban churros, se tomaba la cerveza con tapa
del mediodía, un plato combinado para una comida rápida o un tranquilo
café a media tarde. Algo que ya no podrá repetirse. Su fachada no daba
idea del tamaño de su interior, donde siempre era posible encontrar
mesa, dada su amplitud.
INDICE CALLE DEL DESENGAÑO
En tiempos esta calle iba desde la de la
Luna a la de Fuencarral, pero la construcción de la Telefónica taponó su
final y ahora sólo llega a la de Valverde. Ya tenía este nombre a
mediados del siglo XVII, y le viene de una espeluznante leyenda en la
que sufrió en su orgullo donjuanesco el famoso Jacobo de Gratis (el
"Caballero de Gracia" del arrepentimiento después de su vida de crápula y
fundador del Oratorio que hoy lleva su nombre). Cuando por aquí se
disponía a batirse en duelo con otro caballero, un tal Vespasiano de
Gonzaga, al parecer por el amor a una dama, al desenvainar las espadas
cruzó entre ellos una vaga y fantasmal sombra de mujer que les pareció
joven y hermosa. Olvidados de su rencilla, se sintieron arrastrados por
ella, y, al tratar de abordarla con espíritu libidinoso, comprobaron con
terror que era una descarnada muerta. La exclamación de los caballeros
fue: "¡Qué desengaño!"
En el límite entre el principio de la calle
del Desengaño y el final de la Luna se encuentra la iglesia de San
Martín, barroca, de la segunda mitad del siglo XVII, con portada
atribuida a Churriguera, hoy restaurada y abierta como Templo
Eucarístico para la exposición y adoración permanente del Santísimo
Sacramento. Es la antigua de Portacoeli (orden de clérigos menores ya
desaparecida) y luego parroquia de San Martín.
En la esquina de la calle del Desengaño, con
vuelta a la de Valverde y a la del Barco, estuvo el convento de San
Basilio, de padres basilios, que había sido fundado en 1608 junto al
arroyo del Abroñigal y que aquí fue casi inmediatamente trasladado en
1611. Tras su clausura en 1833 se destinó a cuartel de Artillería de la
Milicia Nacional y en la iglesia se situó la Bolsa de Comercio.
Finalmente fue derribado en 1850 para la construcción del Teatro de los
Basilios, que prestó durante algún tiempo también nombre a la calle. En
él se hizo el estreno de Don Juan Tenorio un día de Todos los Santos,
iniciándose así la costumbre de la reposición anual por esas fechas del
drama de José Zorrilla. Hacia 1853 el teatro pasó a llamarse de Lope de
Vega. Duró muy poco, pues en 1864 fue abatido y por su solar se abrió la
calle dedicada a Muñoz Torrero.
En esta calle vivió José Martí, el héroe
nacional cubano, de joven —una placa así la atestigua en el número 10—,
al que mandaron a España para acabar sus estudios tras unos sucesos de
insurgencia en Cuba que pudieran haber dado con él en una cantera de
trabajos forzados. Aquí se instaló en 1871 en una casa de huéspedes,
para estudiar derecho en la Universidad Central de la calle de San
Bernardo, y aquí escribió El presidio político de Cuba.
También Francisco de Goya merodeó por la
calle del Desengaño, pues quizá fascinado por el ambiente o el mismo
nombre de la calle, la eligió para poner a la venta sus populares
grabados satíricos conocidos como Caprichos, y concretamente en una perfumería.
Y en la calle del Desengaño sufrió un
atentado el general Narváez la noche del 6 de Noviembre de 1843, del que
salió ileso. Murió uno de sus ayudantes, el comandante Baseti, y
resultó herido otro acompañante.
Esquina a la calle de Concepción Arenal
se encontraba la antigua y acreditadísima librería de Antonio Rico, que
luego paso a ser de Fuentetaja, también desaparecida.
Sí se mantienen dos locales señeros, casi
de “culto”. Uno de ellos es Casa Manuel Riesgo, en el número 22,
establecimiento fundado en 1866 como herboristería, y que en 1926 pasó a
comercializar productos químicos para la industria y las bellas artes.
La tienda se mantiene con el mismo aspecto y decoración que en el día de
su inauguración, con los frentes y paredes laterales cubiertos de
innumerables cajones, con placas de porcelana que indican el nombre de
los distintos productos. El otro, Model Reyna, al lado del anterior,
fundado en 1938 y especializado en modelismo, maquetas, trenes
eléctricos...
Hay en la calle restaurantes, alguna tienda
de comestibles en manos de los chinos, un Centro de Día del Ayuntamiento
para mayores, una sauna para hombres, varios sex shop y dos tiendas de
modas en las esquinas con la calle de la Ballesta: boutique Dolores
Promesas y la zapatería para mujer Cuplé, que muestra en su escaparate
zapatos con tacones de no menos de diez centímetros, puro fetichismo y
muy acordes al comercio "de la carne" que da carta de identidad a la
zona, pues estamos en pleno "barrio chino" madrileño. Ambas tiendas son
adelantadas a lo que se pretende que sea en el futuro el barrio, pues
una conocida asociación —Triball—, persigue la revitalización de la zona
a la manera de la calle de Fuencarral (muchos suponen que tras ella se
esconde una operación especulativa encubierta) y va comprando la
numerosa cantidad de locales cerrados, de lo que por ahora sólo se salva
la papelería Marlys, en el número 24.
Es habitual referirse a estas calles de la
zona como "la trasera de la Gran Vía", y el último tramo de Desengaño es
fiel ejemplo: la parte de atrás del edificio de la cadena radiofónica
SER, la de unos grandes almacenes de ropa, que en su día fue sede de la
exposición de la Empresa Nacional de Artesanía Artespaña, la trasera de
varios hoteles,…y al final el lateral del edificio de la Telefónica ya
en Valverde.
El edificio de la SER, con fachada
principal por el número 32 de la Gran Vía, fue construido en 1924 por
José López Sallaberry y Teodoro Anasagasti para los grandes almacenes
Madrid-París, los primeros que hubo en Madrid. Pero a pesar de alquilar
una de las plantas a Unión Radio (origen de la cadena SER) que daban
unos ingresos añadidos, el resultado económico no fue satisfactorio y
los almacenes dieron en quiebra en 1933. En 1934 pasó a ser propiedad de
los míticos Almacenes Populares SEPU (Sociedad Española de Precios
únicos), que, paradojas de la vida, también se vio abocado al cierre en
2002, después de casi 70 años en activo. Hoy todo el edificio es
propiedad del grupo de medios de comunicación PRISA, al que pertenece la
Sociedad Española de Radiodifusión, la SER. En los bajos también estuvo
el cine Imperial (antes Madrid-París), abierto en 1935.
SEPU, el paraíso de las gangas de la Gran Vía
(también tenía puerta por Desengaño), no fue siempre un almacén
modesto: la primera "defender a los pequeños comercios frente al sistema
de los grandes almacenes". Años después, cuando la Gran Vía llevaba el
nombre de José Antonio, la coña popular devolvió el golpe haciendo un
chiste: "¿En qué se parece SEPU y la Falange?", preguntaban. "En que
entras por José Antonio y sales por Desengaño".
La estética kitsch de la movida madrileña no escapó a sus encantos. Pedro Almodóvar reconoció que el vestuario de su ópera prima Pepi, Luci Bom y otras chicas del montón
estuvo inspirado en el inconfundible estilo SEPU. También Maquinavaja,
el entrañable ladrón creado por el dibujante Ivá, aludía en una ocasión
al almacén con la frase: "Es que lo que no se encuentre en SEPU..." (en
referencia a una corbata cutre de leopardo que lucía con orgullo).
Es verdad que la ropa que vendían no era de
marcas muy conocidas y que tampoco solían estar a la última en moda y
diseño, pero, en cambio, era un comercio ideal para adquirir cómodamente
y a buen precio pequeños artículos domésticos de uso cotidiano.
La calle del Desengaño es hoy campo de
batalla de las prostitutas, algunas con solera, de sus chulos y de
algún que otro traficante de droga, que conviven sin disimulo con los
vecinos octogenarios y con los paseantes, que asisten incrédulos al
gratuito espectáculo callejero. Es curioso como las trabajadoras del
amor charlan entre sí con la familiaridad de quienes llevan acudiendo
mucho tiempo a su puesto de trabajo. Algunas saludan a hombres de
avanzada edad que merodean la zona, otras sonríen a los caminantes. A
cualquier hora del día y de la noche se encuentran, especialmente en el
ensanchamiento de la calle entre Ballesta y Mesonero Romanos.
El nombre de Desengaño recoge perfectamente
el sentimiento de muchas de estas pobres mujeres. Desengaño al ver como
los sueños que traían cuando cruzaron el estrecho, llegaron de las
Américas o recorrieron media Europa, han quedado sepultados en esta
triste calle. Desengaño el de aquellas, que aún naciendo aquí, han visto
como la suerte no estuvo de su parte cuando más lo necesitaron. Y cómo
no, desengaño también el de todos los vecinos de la zona, que comprueban
como una vez más el Ayuntamiento no hace nada para solucionarlo.
INDICE CALLE DE LORETO PRADO Y ENRIQUE CHICOTE
Va desde las calle de la Ballesta a la
Corredera Baja de San Pablo, y está dedicada a este popular matrimonio
de actores cómicos y melodramáticos madrileños que trabajaron entre 1885
y 1936 y que tantas deliciosas horas proporcionaron. Antes era la
travesía de la Ballesta
Loreto Prado tiene una estatua en la plaza de Chamberí, obra de Mariano Benlliure e inaugurada en 1944.
Enrique Chicote era hijo de Juan Chicote y
González, subdirector del Jardín Botánico y farmacéutico de prestigio
en la centenaria farmacia de la calle de San Bernardo, número 39,
rotulada hoy como del licenciado Deleuze. Un hermano del actor fue el
famoso doctor César Chicote de Riego, director del Laboratorio Municipal
de Madrid y miembro de la Real Academia de Medicina, que también
regentó la citada farmacia de la calle de San Bernardo. Fue fundada ésta
en 1834 por Bartolomé de Riego, primo del glorioso general Riego y
suegro de Juan Chicote. Y precisamente en la farmacia fue donde se
conocieron la pareja de actores.
La calle de Loreto y Chicote adquirió
notoriedad política cuando la revolución de junio-julio de 1854
(Vicalvarada). Al fracasar ésta en un primer momento, su inspirador y
máximo dirigente, el general don Leopoldo O´Donnell, en coche cerrado
llegó hasta el nº 3 y en su segundo piso estuvo oculto hasta que el 28
de julio Espartero es nombrado Presidente del Consejo de Ministros y él
ocupa la cartera de Guerra.
Poco hay que destacar en esta pequeña
calle dedicada a los actores madrileños. Actualmente se encuentra
inmersa en esa lucha que patrocina la asociación de comerciantes Triball
(Triángulo Ballesta, delimitado por las calles Gran Vía, Fuencarral y
Corredera Baja de San Pablo) para transformar esta zona de antiguos
burdeles en barrio "cool", de moda, una especie de Soho londinense,
Tribeca neoyorquino o el Barrio Latino o Montmartre de París. Así,
Espacio Temporal, en el número 3, que ocupa el local de un antiguo
taller de automóviles, es una sala alternativa de teatro, danza, pintura
y espectáculo. El Beso, en el número 9, un espacio que acoge tienda de
diseño y lugar de reunión, exposiciones, recitales o conciertos, ocupa
lo que fue un antiguo bar de alterne y más tarde prostíbulo de lujo. La
Academia HRP, en el 13, imparte cursos especializados para cine y teatro
de maquillaje, caracterización, posticería, peluquería de época e
incluso de tanatoestetica (maquillaje y arreglo de cadáveres).
También varias boutiques y locales de copas. Y
aguantando —por ahora—, algún negocio más tradicional, como Pinturas
SA, esquina a la Corredera, o el almacén de frutas álvarez en el nº 9.
Desapareció Salero, la más auténtica de
las cavernas rocanroleras de este país, después de haber sido un tablao
flamenco, en donde, según cuentan, hizo pinitos el guitarrista Paco de
Lucía.
INDICE CALLE DE LA NAO
Une la calle de Loreto y Chicote con la
de la Puebla. El nombre le viene porque aquí tuvo unos inmuebles el que
fue escribano mayor de la villa don Diego de la Nao a finales del siglo
XVI.
Se cuenta de este don Diego que era tutor de
una bella doncella a la que cortejaban y rivalizaban en conquistar
Jacobo de Gratis (el "Caballero de Gracia" de vida de crápula, luego
arrepentido y fundador del Oratorio que lleva su nombre) y el no menos
donjuán príncipe italiano Vespasiano de Gonzaga, figuras ambas
relacionadas con la leyenda de la calle del Desengaño, en donde
entablaron duelo a espada para decidir entre ellos quién era el
candidato para acceder a los favores de la dama. Pero sucedió que pasó
por allí una vaga y fantasmal sombra de mujer que les pareció joven y
hermosa. Olvidados de su rencilla, se sintieron arrastrados por ella, y,
al tratar de abordarla con espíritu libidinoso, comprobaron con terror
que era una descarnada muerta. La exclamación de los caballeros fue:
"¡Qué desengaño!"
En esta calle de La Nao estuvo en 1872 la
redacción de un periódico carlista, que fue asaltada y destrozada por la
tristemente célebre Partida de la Porra, grupo ultra dirigido por el
empresario teatral Felipe Ducazal en connivencia con la policía, que
ejercía contundentemente batidas de represión (¡jarabe de palo!, en plan
castizo) contra partidarios del carlismo o de tendencia republicana. No
contentos con ello, los energúmenos persiguieron al director de la
publicación, que había conseguido huir en un carruaje, y le dieron
muerte junto a la Corredera.
Y poco más se puede decir de esta minúscula y solitaria calle, donde no hay ninguna actividad comercial.
INDICE CALLE DE LA BALLESTA
Nace en la calle del Desengaño y termina
en la Corredera baja de San Pablo. El nombre procede de una tradición
bastante ingenua. Al parecer, un cazador instaló en un corralón situado
por estos parajes un tiro de ballesta para cuantos quisieran ejercerse
en tal arma con animales de verdad. Un jabalí de los que se cazaban con
facilidad en el monte de El Pardo resultó medio herido, y en su furor
dio muerte a un joven de los que allí participaban, por lo que la
autoridad prohibió el espectáculo, pero la calle que por aquí después se
abrió, se quedó con el nombre de la Ballesta.
En el número 7 de esta calle vivió el
calígrafo Vicente F. Valliciergo autor de varios métodos de caligrafía
y, sobre todo, en 1887, del primer método de letra redondilla para uso
de colegios y academias; en el 13, Rosalía de Castro, la gran poetisa y
novelista gallega, y en el 30, un bello palacete hoy sustituido por un
anodino edificio, murió en 1882 el general Serrano Bedoya, que era
ministro de la Guerra cuando Martínez Campos se sublevó y proclamo en
Sagunto al rey Alfonso XII. Ese palacete fue luego sede de una de las
pioneras empresas dedicadas a las artes gráficas en España, Hauser y
Menet, fundada por los suizos óscar Hauser Mueller y Adolfo Menet
Kursteiner. Sus imágenes y postales de España por el sistema de
fototipia son hoy un preciado tesoro para los coleccionistas.
De siempre fue la calle lugar de lupanares,
casas de citas o mancebías, luego modernizadas como night-clubs, bares
de alterne o barras americanas, que de todo se decía por no decir
crudamente casas de putas, aunque los más castizos los llamaban
puti-clubs.
Uno de los motivos que impulsaron la
apertura de la Gran Vía fue el de sanear esta zona de callejones
lóbregos, donde toda inmoralidad tenía su asiento según los moralistas
de la época. Se consiguió casi lo contrario, pues el negocio noctámbulo
y venéreo rebrotó con más fuerza en las inmediaciones, precisamente por
su proximidad con la nueva, anchurosa y lujosa arteria.
Hoy, la calle de la Ballesta, que fue la más
representativa de lo que podríamos llamar "barrio chino" madrileño (lo
de chino va en la actualidad por otros derroteros, pues se han adueñado
de todas las tiendas de comestibles), encabeza, a través de la
asociación de comerciantes Triball (Triángulo Ballesta, delimitado por
las calles Gran Vía, Fuencarral y Corredera Baja de San Pablo) el
movimiento para transformar esta zona de antiguos burdeles en barrio
"fashion", "cool", de moda, una especie de Soho londinense, Tribeca
neoyorquino o el Barrio Latino o Montmartre de París. El primer paso lo
dio una tienda de moda juvenil, Kling, en el numero 6. Luego han seguido
más.
Y es así como han ido poco a poco cayendo los
decrépitos tugurios de la calle, patéticos vestigios de lo que en los
años cincuenta y sesenta del pasado siglo fuera principal foco cutre de
la jarana nocturna y de la prostitución urbana. En sus tiempos de mayor
auge, hasta doce rótulos luminosos brillaban como reclamo chabacano de
estos locales de mercadeo prostibulario, que se consumaba en una red de
hospitalarias pensiones baratas por la zona.
Los porteros (algunos uniformados, que
parecían generales) invitaban a los transeúntes a entrar en sus
establecimientos: "Son 250 pesetas la entrada, con derecho a consumición
y a negociar con las chicas". éstas tenían un porcentaje sobre las
copas y ejecutaban una coyunda de 15 minutos por unas 2.000 pesetas, más
otros 100 duros por la cama en pensiones infectas de los alrededores,
auténticos prostíbulos desde la portería al tejado.
Se intenta así, sustituir aquel penoso
comercio de la carne mercenaria por modernos negocios de ropa y
complementos, de diseño y de vanguardia. La peatonalización de algunas
de las calles del entorno y el aumento de las medidas de seguridad,
cámaras de vigilancia incluidas, harán de este céntrico enclave una
prolongación comercial de la zona de Fuencarral y de las grandes
superficies franquiciadas de la Gran Vía.
No obstante, sigue siendo campo de
batalla de las prostitutas, algunas con solera, que saludan a hombres de
avanzada edad que merodean por la zona o se ofrecen sonriendo y con
descaro a los paseantes. Un silbido, un suave susurro… "Suuuhh… ¡Ehh!..,
hola…", lo justo para llamar la atención de un posible cliente. A
cualquier hora del día y de la noche se encuentran, especialmente en el
ensanchamiento que la calle del Desengaño tiene con el arranque de
Ballesta. Ahora son menos, pues hubo tiempos en los que había casi 400
putas más o menos controladas por la zona.
Por otra parte, existe el peligro, denunciado
por comerciantes independientes y creativos de toda la zona de
Maravillas-Malasaña, agrupados en una plataforma Anti-Tribal, de verse
usurpados por las voraces tiendas de franquicia. Y temen una operación
especulativa de gran calado que llevará a la sustitución solapada del
núcleo popular del barrio, que no puede hacer frente a los altos precios
de las viviendas rehabilitadas (fuertemente revalorizadas), por un
vecindario de mayores recursos económicos, atraído por su actividad
comercial y la estupenda situación en el centro de la ciudad.
Solo dos locales nocturnos con chicas
sobreviven —por ahora— en la calle de la Ballesta, amparados bajo un
cartel de club privado, eufemismo para advertir que tras la puerta hay
un lugar de alterne.
Hay en la calle hostales y casas de
huéspedes, antiguas tiendas de comestibles en manos de los chinos,
nuevas tiendas de modas, varios bares de diseño, un supermercado al
final de la calle, y, junto a él, una pequeña panadería, resto único del
viejo comercio tradicional de la calle.
En la manzana situada entre la Corredera y
las calles de la Puebla y de la Ballesta, se encuentra la Santa,
Pontificia y Real Hermandad del Refugio y Piedad de Madrid, fundada en
1615 y aquí trasladada en 1702 para la custodia y administración el Real
Hospital e Iglesia de San Antonio de los Alemanes.
Protegido por la Hermandad del Refugio, y
para recoger niñas huérfanas y desvalidas, se fundó en 1651 el colegio
de la Purísima Concepción, instalado al principio en la calle del
Marqués de Santa Ana. En la actualidad, este antiguo centro de
enseñanza, dirigido pedagógicamente por la Compañía de Santa Teresa de
Jesús desde 1889, y que tiene su entrada por la calle de la Puebla y
lateral por Ballesta, acoge con carácter normal y abierto a niños y
niñas del barrio e imparte Enseñanza Primaria y Secundaria.
Hay que destacar también dos restaurantes
castizos y afamados de la calle: Casa Perico, en el nº 18, de comida de
las de siempre y especialmente de cuchara, y La Tasquita de Enfrente,
renovada por el hijo del antiguo dueño con un toque de modernidad.
Se echa de menos a la Pescadería Luna, en
el 32, con muy bien surtido en su tiempo de mariscos, y un bar, esquina
a la calle de la Puebla, que lucía en sus paredes tiras colgadas con
conchas de mejillones, su especialidad.
Y, para finalizar, una anécdota:
El tan querido por todos, manchego de
Fuentealbilla, Andrés Iniesta, jugador de fútbol del Barcelona y de la
Selección Española, pudo ser del Real Madrid. De niño era madridista, y
su ilusión pertenecer a la cantera del Madrid. Sin embargo sus padres
decidieron llevarlo a la Masía porque la residencia de alevines del
Madrid estaba en la calle de la Ballesta —¡a quién se le ocurriría!— y
pensaron que no era un sitio muy recomendable.
INDICE CALLE DE LA PUEBLA
Une la calle de Valverde con la Corredera
Baja de San Pablo. Estos terrenos eran un erial cercano al camino de
Fuencarral y propiedad de don Juan de la Victoria de Bracamonte, que en
1542 utilizó para construir su propia casa y para labrar otras al lado.
Todo ello dio origen a una Puebla de la que tomó el nombre la calle.
En la esquina con Valverde y con vuelta a la
del Barco se levanta el enorme convento de Nuestra Señora de la
Concepción, de religiosas mercedarias descalzas, más conocido por el de
Don Juan de Alarcón, ya que fue fundado en 1609 por el sacerdote don
Juan Pacheco de Alarcón, quien fue albacea de doña María de Miranda,
viuda de Juan Arista de Zúñiga, señor de Montalvo.
En 1656 se terminó la iglesia, buen
ejemplo de arquitectura barroca madrileña del siglo XVII. La fachada
principal, en la calle de la Puebla, sigue el modelo creado por fray
Alberto de la Madre de Dios en el también madrileño Real Monasterio de
la Encarnación, aunque simplificando la composición y sustituyendo la
piedra por el más económico ladrillo. Hacia la calle de Valverde mira
uno de los extremos del crucero de la iglesia, formando una sencilla
fachada que se decora con una imagen de la titular del convento y
motivos heráldicos.
En el interior, de una sola nave de tres
tramos con lunetos, corto crucero y sencilla cúpula sobre pechinas, y
todo apenas sin ornato, destaca el retablo mayor, con un gran cuadro del
pintor Juan de Toledo, representando a María Inmaculada.
En esta iglesia se encuentra por azares
del destino el cuerpo incorrupto de la beata Mariana de Jesús,
trasladada a esta iglesia en 1837, al demolerse la de los mercedarios de
Santa Bárbara, donde recibió primera sepultura. La santa (1564-1624)
tuvo una vida muy azarosa, marcada por una profunda fe, ciertos actos de
autoflagelación y la negativa de sus padres y de varios conventos a
admitirla como monja. Está en proceso de canonización. Se expone al
público todos los 17 de abril y desprende un olor a manzana.
El templo guardaba hasta la guerra civil
notables obras de arte, pero muchas de ellas desaparecieron con los
saqueos, incluidas una María Dolorosa y un Eccehomo de Pedro de Mena.
La magnitud del convento da espacio para
que allí también se abra el colegio —claro— de la Madres Mercedarias de
Don Juan de Alarcón, con entrada principal por Valverde, 15.
Otro recinto sagrado se abre también en la
manzana situada entre la Corredera y las calles de la Puebla y de la
Ballesta Se trata de la Santa, Pontificia y Real Hermandad del Refugio y
Piedad de Madrid, fundada en 1615 y aquí trasladada en 1702 para la
custodia y administración del Real Hospital e Iglesia de San Antonio de
los Alemanes.
La Hermandad del Refugio era famosa por
su célebre "Ronda del pan y el huevo", que recorría las calles buscando
mendigos. Hoy ha desaparecido la Ronda, pero persiste la obra pía de dar
comida a los indigentes.
La iglesia, con entrada por la misma
esquina de la Corredera, fue construida a partir de 1624 según un
proyecto del jesuita Pedro Sánchez, aunque fue el arquitecto Francisco
Seseña quien dirigió las obras, ayudado por Juan Gómez de Mora, a quien
se le atribuye la fachada. Construida sobre una planta oval, San Antonio
de los Alemanes es una de las iglesias más bellas de la ciudad, sobre
todo su interior, con una portentosa y barroca decoración que la cubre
por completo, casi escenográfica, apabullante, realizada con pinturas
murales al fresco por Carreño, Ricci y luego Lucas Jordán, y por lo que
es considerada como la capilla sixtina madrileña. También es de destacar
el soberbio retablo mayor, realizado a mediados del siglo XVIII por el
arquitecto Miguel Fernández, con esculturas de Francisco Gutiérrez.
Protegido por la Hermandad del Refugio, y
para recoger niñas huérfanas y desvalidas, se fundó en 1651 el colegio
de la Purísima Concepción, instalado al principio en la calle del
Marqués de Santa Ana. En la actualidad, este antiguo centro de
enseñanza, dirigido pedagógicamente por la Compañía de Santa Teresa de
Jesús desde 1889, y que tiene su entrada por la calle de la Puebla y
lateral por Ballesta, acoge con carácter normal y abierto a niños y
niñas del barrio e imparte Enseñanza Primaria y Secundaria.
En la esquina con la calle del Barco hubo
una de las confiterías más famosas de Madrid, que tenía como
especialidad los pastelillos de arroz. Y en otra esquina, ésta con la
Corredera, frente al Refugio, estuvo en el primer tercio del siglo
pasado el café de la Concepción. Era de traza romántica y en él imaginó
Jacinto Benavente el escenario para un acto de su comedia La losa de los sueños.
En la calle de la Puebla vivió, en el número 4, el historiador don Modesto Lafuente, célebre también como costumbrista por su Teatro social del siglo XIX y por sus Capilladas,
que publicó con el pseudónimo de "Fray Gerundio". Y, en el 11, el
genial escritor madrileño Ramón Gómez de la Serna —Ramón—, que aquí ideó
y comenzó sus "greguerías". También gesto con los amigos que le
visitaban la tertulia literaria de la botillería y café de Pombo, en la
calle de Carretas, inmortalizada en un cuadro de Solana. Y allí estaba
la redacción de la revista Prometeo, de la que Ramón era director y
único redactor-colaborador.
La calle de la Puebla ha estado desde hace
muchos años especializada en tiendas de lámparas y su fornitura. Hoy son
ya menos las que quedan abiertas, pero desde luego es el sitio ideal
para encontrar repuestos para viejas lámparas, arañas de cristal o
sustituir una tulipa que se nos haya roto.
Tan cercanas las calles de la Ballesta y del
Barco, ambas en su día con multitud de meretrices callejeras en busca de
clientela y numerosos clubes de alterne, en esta de la Puebla parece
que ya que el único rastro de todo aquello es alguna casa hospitalaria
para el amor furtivo.
Se han abierto en los últimos años
algunas boutiques, bares de copas, salas de exposiciones o restaurantes;
los chinos —¡cómo no!— se han adueñado de las pequeñas tiendas de
ultramarinos, y otros locales se encuentran cerrados a la espera de ese
negocio —mirlo blanco— que asegure la permanencia.
Si se mantienen, aparte de las tiendas de
lámparas, una empresa de construcción en la esquina con la calle del
Barco; Generación X, casi ya clásica en la calle y especializada en
cómics, libros ciencia-ficción, figuras en acción y todo lo relacionado
con este tema, y, en la esquina de la Corredera, donde estuvo el ya
citado café de la Concepción, la grande y surtidísima carnicería,
frutería y tienda de alimentación en general Hermanos Gila.
INDICE CALLE DEL BARCO
Va desde la calle del Desengaño a la
plaza de San Ildefonso. Se dice que el nombre se le dio porque su
rasante tiene levantados los dos extremos y hundida la parte central, a
la manera de las embarcaciones. Esa era al menos la apreciación del
sacerdote Juan Pacheco de Alarcón, que como confesor y albacea de doña
María de Miranda, viuda de Juan Arista de Zúñiga, señor de Montalvo, se
encargó de su última voluntad: la construcción del convento de Madres
Mercedarias que por aquí tiene su trasera y fachadas principales a las
calles de Valverde y Puebla. "Parece un barco", fue su expresión cuando
por allí se encontraba presenciando las obras, y con ese nombre se
quedó.
Este convento, cuyo nombre real es el de
Nuestra Señora de la Concepción, pero que es más conocido por el de la
Madres Mercedarias de Don Juan de Alarcón, estuvo terminado en 1609,
aunque la iglesia lo hizo en 1656. Su magnitud da espacio para que allí
también se abra el colegio —claro— de la Madres Mercedarias de Don Juan
de Alarcón, con entrada principal por Valverde y aulas y departamentos
por todo el contorno.
Otro colegio en la calle, ya
desaparecido, fue el de los Agustinos, en el número 22, que tenía su
entrada principal por la calle de Valverde. Y en el 24 estuvo instalada
durante algunos años la Escuela Normal de Maestras
En esta calle nació, en el número 15, el dramaturgo Juan Eugenio de Hartzenbusch, autor entre otras obras de Los amantes de Teruel.
Y en esta calle vivió y murió el general Castaños, el héroe de Bailén.
De espíritu campechano y guasón, se cuenta de él, que ya muy anciano se
levantaba al amanecer para acudir a la primera misa en el convento
cercano de las Mercedarias, y en el camino despertaba al mancebo de una
tienda, que era el encargado de ayudar al celebrante. Un buen día, el
muchacho no pudo acudir y el general se ofreció para realizar su labor.
Casualmente, el sacerdote que ofició —muy joven— lo hacía por primera
vez en el convento, y no quedó muy satisfecho del "monaguillo". Al
terminar la misa, en voz alta, dirigiéndose al sacristán, le indicó que
no le volviese a poner un ayudante tan viejo y lento. Las risas de ambos
turbaron al curilla, y más al saber quién era la personalidad que le
había auxiliado en el altar. Pero el general, en tono paternal, le dijo:
"No se apure. Al contrario, me ha hecho mucha gracia que diga usted
eso. Figúrese, llevaba casi noventa años sin que nadie se haya atrevido a
regañarme".
Al principio de la calle de Valverde, con
vuelta a la del Desengaño y a la del Barco, estuvo el convento de San
Basilio, de padres basilios. Tras su clausura en 1833 y posterior
derribo en 1850, en el solar se levantó el Teatro de los Basilios. En él
se hizo el estreno de Don Juan Tenorio un día de Todos los Santos,
iniciándose así la costumbre de la reposición anual por esas fechas del
drama de José Zorrilla. Hacia 1853 el teatro pasó a llamarse de Lope de
Vega. Duró muy poco, pues en 1864 fue abatido y por su solar se abrió la
calle dedicada a Muñoz Torrero.
Como todas las calles de los alrededores, en
tiempos integrantes del "barrio chino" madrileño, sobre todo la parte
más cercana a Desengaño, hoy parece que va disminuyendo el número de
trabajadoras mercenarias del amor apostadas en las esquinas. Pero es
difícil y en poco tiempo perder aquella sordidez antigua —aún se ve
alguna pensión de dudosa reputación—, a pesar de que la asociación de
comerciantes Triball se empeñe en querer convertir toda la zona en una
especie de Soho londinense. Para ello compraron muchos locales y dan
facilidades para instalarse en el barrio a negocios de gente joven y
moderna. Muchos ven en esta acción una operación de especulación
inmobiliaria para tratar de revalorizar sus propiedades a la manera de
lo sucedido en la vecina calle de Fuencarral.
Son varios los locales abiertos al amparo
de esta asociación: modernas boutiques de ropa exclusiva, una sociedad
para el estudio de desarrollo medioambientalmente sostenible, talleres
de arte, locales de comida rápida pero cuidada, bares de copas, espacios
para la música en vivo o salas especiales en donde se mezcla lo
erótico, la música o la exposiciones, y en donde se puede tomar una
copa. Todo muy moderno.
Se han abierto también otro tipo de
establecimientos: algún hotel, restaurantes, un sex shop... Y quedan
antiguos, como el restaurante Pagasarri, en el número 7; Saneamientos
Madrid, en el nº 14; dos tiendas de lámparas, tulipas, fornituras y
reparaciones de la familia Céspedes, que llevan abiertas desde 1942, una
en la esquina con la calle de la Puebla y otra en Barco 41; Los
hermanos Conejero, esquina también con Puebla, que realizan trabajos de
arquitectura y obras de todo tipo, y también con almacén de materiales
para la construcción, o el bar Sidi, al final, esquina a Colón y frente a
la plaza de San Ildefonso, de los de toda la vida, con clientela
habitual de la propia vecindad.
Otros desaparecieron: en el número 24 había
una fábrica de porcelanas que tuvo que emigrar fuera de la ciudad cuando
prohibieron los hornos en el perímetro urbano, en el 30 una comisaría
de la policía en tiempos de la Guerra Civil, en el 32 una sillería, en
el 34 el mítico cabaret Escueto, en el 37 una panadería, en el 39 una
fontanería, Son algunos ejemplos de lo mucho que ha ido desapareciendo a
lo largo de los años.
Muy curiosa es la fachada del edificio del nº
21, con bello trabajo en ladrillo de colores, contrastando con el
blanco del precioso alero, cornisas, estucos y enmarcamiento de balcones
y miradores de hierro forjado.
INDICE CALLE DE GONZALO JIMÉNEZ DE QUESADA
Va esta pequeñísima calle, casi travesía,
desde la Gran Vía a Desengaño, y antes de la apertura de la gran
arteria empezaba en la de Jacometrezo. Su nombre anterior era de Hilario
Peñasco (entre otros escritos, publico con la colaboración de Carlos
Cambronero Las calles de Madrid) y primitivamente del Carbón,
porque allí se establecieron unos almacenes de este material. El ruido
que se producía al descargar los carros y las palabras soeces de los que
andaban en aquel trajín, hizo decir al un tal padre Miceno, que
predicaba en la iglesia del cercano y ya desaparecido convento de los
Basilios (en la calle del Desengaño, con vuelta a la del Barco y a la de
Valverde), y refiriéndose al santo san Basilio: "No se hubieran caído
frases tan sublimes de la pluma de tan gran patriarca si hubiese tenido
tan cerca como yo a esas gentes carboneras".
Hoy está dedicada al granadino Gonzalo
Jiménez de Quesada. Nacido en 1496, fue uno de aquellos conquistadores y
descubridores que entraron en la categoría de mito como Pizarro, como
Cortés, como Orellana, como Almagro, Belalcázar o tantos otros.
Conquisto los inmensos territorios de
Nueva Granada (actual Colombia). Remontó el río Magdalena en busca de
sus fuentes. Alcanzó la tierras del imperio de los chibchas, los
terceros en civilización después de los incas y los aztecas, y que eran
cultivadores de la patata, el tubérculo que ha sido más útil a la
humanidad que todo el oro que trajeron del Nuevo Mundo. Fundó, entre
otras, la ciudad de Santa Fe, que luego se llamó de Bogotá. Intentó
descubrir el fabuloso El Dorado y llegó con una expedición a las
márgenes del río Orinoco después de año y medio de penalidades. Sus
restos reposan en la catedral de Santa Fe de Bogotá, capital de
Colombia.
¿El porqué de dedicarle esta calle al
insigne marino? ¡Quién lo sabe? Incomprensibles decisiones de nuestros
gestores municipales.
En la parte desaparecida de la antigua calle, esquina a Jacometrezo, estuvieron las oficinas y talleres de La Ilustración, una de las publicaciones periódicas más importantes de la España del último tercio del siglo XIX y principios del XX; del Semanario Pintoresco Español,
fundado en 1836 por el gran escritor madrileño y madrileñista Mesonero
Romanos, y en el que escribía sus artículos costumbristas con el
seudónimo de "El curioso parlante", y el de Las Novedades, fundado por ángel Fernández de los Ríos, periodista, político, urbanista, y autor de una Guía de Madrid fundamental, y que aquí vivió también durante algún tiempo.
Hoy, la calle apenas si tiene algo digno de
reseñar. La acera de los impares corresponde toda ella al edificio del
grupo de medios de comunicación PRISA, al que pertenece la Sociedad
Española de Radiodifusión, la SER, que tiene los estudios de emisión en
la última planta. El edificio fue construido en 1924 por José López
Sallaberry y Teodoro Anasagasti para los grandes almacenes
Madrid-París, los primeros que hubo en Madrid. Allí estuvieron luego
desde 1934 los míticos Almacenes Populares SEPU (Sociedad Española de
Precios únicos), cerrados en 2002. En los bajos también abría al público
el cine Imperial (antes Madrid-París), inaugurado en 1935. En la acera
de los pares, un hotel y un pequeña pensión. Y pululando al fondo... las
putas de la calle del Desengaño, que se atreven por la noche a bajar
hasta las esquinas de la Gran Vía.
INDICE CALLE DE MUÑOZ TORRERO
Une la calle de Valverde con la del
Barco. Fue abierta en 1864 al construirse un grupo de viviendas por la
Sociedad La Peninsular en lo que fue solar del antiguo convento de San
Basilio. Fue fundado este convento en 1608 junto al arroyo del Abroñigal
y aquí casi inmediatamente trasladado en 1611. Ocupaba un gran espacio
en la calle del Desengaño, con vuelta a la de Valverde y a la del Barco.
Tras su clausura en 1833 se destinó a cuartel de Artillería de la
Milicia Nacional y en la iglesia se situó la Bolsa de Comercio.
Finalmente fue derribado en 1850 para la construcción del Teatro de los
Basilios. En él se hizo el estreno de Don Juan Tenorio un día de Todos
los Santos, iniciándose así la costumbre de la reposición anual por esas
fechas del drama de José Zorrilla. Hacia 1853 el teatro pasó a llamarse
de Lope de Vega. Duró muy poco, pues en 1864 fue abatido para edificar
las casas antes citadas y la apertura de la calle.
Lleva el nombre de don Diego Muñoz Torrero,
canónigo y político español (1761-1829) que fue catedrático y rector de
la Universidad de Salamanca. Tomó parte como diputado en las Cortes de
Cádiz y fue un fogoso orador que defendió en todo momento la libertad de
imprenta y la igualdad de derechos entre españoles y americanos. Por
haber firmado la famosa Constitución de 1812 —la Pepa— fue perseguido
por Fernando VII. En 1820, tras el triunfo de la revolución de Riego,
fue propuesto para el obispado de Guadix, pero no fue aceptado por Roma.
Dos años más tarde, de nuevo los absolutistas en el poder, huyó a
Portugal creyendo allí encontrarse a salvo, mas fue preso en la Torre de
San Julián de la Barra, en Lisboa y falleció en 1829 a causa de las
torturas. Su final, tras sufrir una apoplejía cerebral por los golpes
recibidos, fue un verdadero martirio. Así lo cuenta J. Mª Romero Rizo en
su obra Muñoz Torrero. Apuntes históricos-biográficos, Cádiz, Impr. De Manuel álvarez Rodríguez. 1910, pp 88:
..."ordenando ( se refiere a José Téllez, responsable de la cárcel) que ataran al mártir una soga á los pies y le bajaran arrastrando por una escalera de treinta y cuatro peldaños de madera, en cada uno de los cuales fue dando otros tantos golpes la venerable cabeza de aquel grande hombre. Después mandó envolver su cadáver en cueros, en una levita vieja, y ponerle unos zapatos de munición sin taloneras; y en esta guisa fue colocado en un hoyo inmediato á una tapia del castillo con la cabeza al Norte"
La calle de Muñoz Torrero no tiene ningún interés arquitectónico ni comercial y nada hay digno de reseñar.
INDICE CALLE DE VALVERDE
Va desde la Gran Vía a la calle de Colón.
Su nombre antiguo era de las Victorias y se debe a una leyenda con poco
fundamento. Estos terrenos eran un erial cercano al camino de
Fuencarral y propiedad de don Juan de la Victoria de Bracamonte, que en
1542 utilizó para construir su propia casa y para labrar otras al lado.
Todo ello dio origen a una Puebla (la cercana calle de este nombre toma
de aquí también su patronímico). Las casas fueron luego heredadas por
sus nietas, a quienes llamaban las Vitorias. Una de ellas era cortejada
por el donjuanesco Jacobo de Grattis (el "Caballero de Gracia" de vida
de crápula, luego arrepentido y fundador del Oratorio que lleva su
nombre). Una noche en que el tal caballero rondaba la casa de las
Victorias le atacaron dos embozados y, aunque tiró de su espada, vio
como aquellos también esgrimían las suyas y conseguían herirle y dar con
él en tierra, diciéndole: "Avergonzaos por ser vencido por las
Victorias". Jacobo sintió, en efecto, el ardor de la vergüenza al
reconocer los hermosos rostros de las disfrazadas, que huyeron
llevándose el estoque de la víctima. Eran ellas, las dos hermanas,
cansadas ya de tanto acoso por parte del pícaro y petulante caballero.
El nombre actual y desde el siglo XVII se
debe a que la calle es paralela a la de Fuencarral, antiguo camino al
pueblo de ese nombre (unido actualmente a Madrid) donde son muy devotos a
la Virgen de Valverde, a la que se rinde culto en el santuario dominico
de aquel lugar.
La calle empieza con la imponente mole de le
Telefónica en el costado derecho, el primer rascacielos que tuvo Madrid,
y que significó el taponamiento de la calle del Desengaño, que antes
tenía salida a Fuencarral. Se levantó entre los años 1925 y 1929, con
proyecto original del neoyorquino Louis S. Weeks —es por tanto un
genuino building norteamericano—, aunque la licencia como
director de obras se concedió al español Ignacio Cárdenas, que introdujo
modificaciones. Aunque es un edificio de concepción art-decó, la parte
alta se decora con pináculos a manera de una catedral gótica y la
fachada con adornos neobarrocos.
En la esquina con la calle del Desengaño y
con vuelta a la del Barco estuvo el convento de San Basilio, de padres
basilios, que había sido fundado en 1608 por el padre Miguel del Pozo
junto al arroyo del Abroñigal, y que aquí fue casi inmediatamente
trasladado en 1611 a unas casas que compraron a un tal Alonso de Burgos.
En 1647 don Diego Felipe de Guzmán, marqués de Leganés, se hizo con el
patronato del convento, por lo que pudo ser reconstruido de nueva
planta, resultando uno de los más notables de la ciudad. Destacaba su
iglesia, trazada por Juan Ruiz en 1654. Se levantó sobre una planta de
cruz latina de grandes dimensiones, con crucero y una interesante cúpula
sobre pechinas decorada con bellas pinturas al fresco, obra de Claudio
Coello y José Donoso. La fachada era sencilla, con una espaciosa puerta
en el centro, decorada con jambas, ménsulas, y guardapolvo de granito.
Tras su clausura en 1833 se destinó a cuartel
de Artillería de la Milicia Nacional y en la iglesia se situó la Bolsa
de Comercio. Finalmente fue derribado en 1850 para la construcción del
Teatro de los Basilios. En él se hizo el estreno de Don Juan Tenorio un
día de Todos los Santos, iniciándose así la costumbre de la reposición
anual por esas fechas del drama de José Zorrilla. Allí también acudían
los madrileños a celebrar los bailes de carnaval. Hacia 1853 el teatro
pasó a llamarse de Lope de Vega. Duró muy poco, pues en 1864 fue abatido
y por su solar se abrió la calle dedicada a Muñoz Torrero.
En la casa construida en la misma esquina
de Valverde y Desengaño, sobre parte del solar del Teatro de los
Basilios, estuvo un café muy popular de finales del siglo XIX, El
Habanero, con comedores reservados para los devaneos galantes, y cuyo
nombre era escuchado con horror por las gentes pacatas y pronunciado
maliciosamente por las que presumían de picardeadas. Allí se vivían unas
de las noches más locas de Madrid.
En la esquina con la calle de la Puebla se
levanta el enorme convento de Nuestra Señora de la Concepción, más
conocido por el de las Madres Mercedarias de Don Juan de Alarcón, ya que
fue fundado en 1609 por el sacerdote Don Juan Pacheco de Alarcón, quien
fue albacea de doña María de Miranda, viuda de Juan Arista de Zúñiga,
señor de Montalvo.
En 1656 se terminó la iglesia, barroca,
cuya fachada principal, en la calle de la Puebla, sigue el modelo creado
por fray Alberto de la Madre de Dios en el también madrileño Real
Monasterio de la Encarnación. Hacia la calle de Valverde mira uno de los
extremos del crucero de la iglesia, formando una sencilla fachada que
se decora con una imagen de la titular del convento y motivos
heráldicos.
En el interior, de una sola nave y
sencilla cúpula sobre pechinas, destaca el retablo mayor, con un gran
cuadro del pintor Juan de Toledo, representando a María Inmaculada.
En esta iglesia se encuentra por azares del
destino el cuerpo incorrupto de la beata Mariana de Jesús, trasladada a
esta iglesia en 1837 al demolerse la de los mercedarios de Santa
Bárbara, donde recibió primera sepultura. La santa (1564-1624) tuvo una
vida muy azarosa, marcada por una profunda fe, ciertos actos de
autoflagelación y la negativa de sus padres y de varios conventos a
admitirla como monja. Está en proceso de canonización. Se expone al
público todos los 17 de abril y desprende un olor a manzana.
La magnitud del convento da espacio para
que allí también se abra el colegio —claro— de la Madres Mercedarias de
Don Juan de Alarcón, con entrada principal por Valverde, 15.
En el número 22/24 se encuentra la Real
Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, en un edificio de
buena planta, fachada neoclásica e interior adecuado, en escaleras y
salones, para el fin de su construcción. Fue erigido en 1794 por Juan
Antonio Cuervo. Pero en este casón se instaló primeramente la Real
Academia de la Lengua, que había sido fundada en 1713 por don Juan
Manuel Fernández Pacheco, marqués de Villena, y que tuvo su sede inicial
en el domicilio del propio marqués de Villena en la plaza de las
Descalzas. Cuando la Academia de la Lengua abandono en 1894 este
edificio de Valverde para ocupar su sede actual en la calle de Felipe
IV, su lugar lo ocupo la Academia de Ciencias, que había sido fundada en
1834 por Decreto de la reina gobernadora doña María Cristina de Borbón.
La Real Academia de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales, que antes de instalarse en Valverde estuvo
anteriormente en el por aquellas fechas exclaustrado convento de la
Santísima Trinidad, en la calle de Atocha (el teatro Calderón ocupa
parte de su inmenso solar) y en la Casa de los Lujanes, en la plaza de
la Villa, está dedicada al estudio e investigación de las matemáticas,
la física, la química, la biología, la ingeniería y otras relacionadas
con las ciencias.
Los antecedentes de esta institución se
remontan al reinado de Felipe II, cuando en 1583 emprende su breve
andadura una primera Academia de Matemáticas impulsada por Juan de
Herrera e instalada en dependencias del Alcázar Real y, poco después, en
un edificio propio en la calle del Tesoro" (solar hoy ocupado por el
Teatro Real). En 1612 la institución se trasladó a la casa del marqués
de Leganés, con fachada a la calle ancha de San Bernardo, y en 1630
todas las propiedades e instrumentos de la Academia fueron entregados al
antiguo Colegio Imperial de los jesuitas, en la calle de Toledo.
Posteriormente, tras el florecimiento en
Europa de las Academias de ámbito científico, en 1734 se fundó la Real
Academia de Medicina y Ciencias Naturales que, poco después, el marqués
de la Ensenada encargó a Jorge Juan independizara en sus dos ramas, pero
que no llegó a realizarse.
Ya en el siglo XIX y por deseo de
Fernando VII se encargó de planificar y organizar la que sería la futura
academia, pero esta vez tampoco llegaría a culminar el proyecto. Fue
con la llegada de los primeros gobiernos liberales cuando cambió el
panorama y por fin se logró su fundación en 1834.
Pasada la calle de la Puebla, en el número 25
actual, a la izquierda, estaba el Oratorio del Espíritu Santo, fundado
en 1620 por las Esclavas del Divino Espíritu y de María Santísima de la
Oración. Se instaló inicialmente en el vecino convento de las Madres
Mercedarias de Don Juan de Alarcón hasta que fue construido en 1676 el
suyo propio metros más arriba. En este mismo año don Pedro Baca de
Herrera y varios hombres piadosos se encargaron del culto del Santísimo
que permanecía expuesto día y noche, adoración que estuvo vigente hasta
1936.
En 1911, los agustinos compraron las
casas inmediatas y construyeron junto al oratorio un colegio (la trasera
daba a la calle del Barco) y una iglesia, en la que el antiguo
oratorio estaba integrado como una capilla adjunta. Esta iglesia,
construida por Lerrucea según planos de los arquitectos Vera y Villamar
en estilo modernista, con única torre y nave central con pasadizos
laterales, estaba presidida en el altar mayor por la Virgen de la
Correa, obra de Juan Pascual de Mena. Incomprensiblemente (especulación
urbanística por medio), los padres agustinos se mudaron a las afueras a
principio de los años setenta del pasado siglo, y en el solar que dejó
el derribo construyeron el edificio más feo de la calle. Se privó así a
Madrid de uno de los escasos testimonios de modernismo religioso.
En el número 34 —una placa así lo atestigua—
vivieron las grandes actrices Guadalupe, Matilde y Mercedes Muñoz
Sampedro, con los también actores Manuel Soto y Rafael Bardén, esposos
de las primeras, todos miembros y continuadores de una gran saga de
dicada al teatro y a la cinematografía.
La calle tiene, además, su propia novela, La calle de Valverde,
de Max Aub, escritor ácido y lúcido, comprometido con su tiempo, con un
tiempo difícil que le condenó a largos años de exilio. La novela, que
hubo de publicarse en 1961 en México, después de que un par de años
antes las censuras civil y eclesiástica desaconsejaran su publicación en
España por entender que atentaba en ciertas partes contra la moral
católica, es una crónica magistral del Madrid de la dictadura de Primo
de Rivera, donde el autor mezcla con gran maestría personajes reales y
ficticios que pululan por chiscones y buhardillas, salones burgueses y
tertulias ilustradas, calles y plazas de una ciudad en vísperas de su
mayor tragedia, anunciada ya en los modos del campechano dictador,
censor de las libertades públicas y notorio juerguista y noctámbulo.
La Calle de Valverde no es la historia
de la calle madrileña, aunque buena parte de la acción transcurre en el
número 32, que puede no corresponder a la numeración actual.
Escribe Aub: "...la calle de Valverde
parece de provincia. No es que no sea madrileña —lo es como la primera—,
pero entre la bullanguería de la de Fuencarral, la algarabía de la
Corredera, el tráfico de la Gran Vía, da la impresión, a los pocos que
por ella transitan, de un retorno a los tiempos pasados".
Desaparecieron de la calle muchos de sus
locales tradicionales, y entre otros el taller de un antiguo marmolista,
al lado de la Telefónica, especializado, según indicaba su rótulo
publicitario, en decoración y arte funerario, y que en los últimos
tiempos mostraba un cartel donde podía leerse: "Qué bonito Madrid. Pero
limpio de ... ?". Se refería a las muchas prostitutas que campeaban a
sus anchas en la confluencia con la calle del Desengaño, justo frente a
su negocio. Ahora son menos, pero aún se ven algunas apostadas en las
esquinas o sentadas en los bancos y bolardos de piedra frente a la
Academia de las Ciencias, pues parece ser éste el límite del "barrio
Chino" madrileño.
En el 32 hubo una tienda de antigüedades y
otra de pianos. Y en el 35 estaba la delegación de la productora
cinematográfica Columbia Pictures. Acudían muchos actores y solían ir a
comer a un restaurante cercano ya desaparecido y a la misma altura, pero
en la calle del Barco, el Rómulo y Remo.
Hoy, podemos ver el contraste entre la
austeridad del convento de las Mercedarias y frente a él los desafiantes
destellos de neón de un sex-shop. Y hay salas de juego, venta de
instrumentos musicales, hoteles y pensiones, restaurantes y locutorios
para latinoamericanos, tiendas de chinos, bares de día, bares de noche
(como el mítico Club Yasta, en el 10, nacido en pleno auge de la Movida
madrileña, o el irlandés The Quiet Man, en el 44, abierto por los hijos
de Gregorio Monje, el mítico tabernero de La Ardosa de la vecina calle
Colón), gimnasios, galerías de arte y algún otro negocio como los ya
históricos Comercial Mínguez, en el nº28, especializado en artículos
para pastelerías, o Plaka Técnica, en la esquina con Colón, dedicado a
la venta de material de dibujo.
INDICE CALLE DE SAN ONOFRE
Va desde la calle de Fuencarral a la de
Valverde. El nombre se debe a que hubo una ermita dedicada al santo
anacoreta por estos terrenos donde después se abrió la calle, y que al
parecer eran propiedad de doña Beatriz Galindo La Latina,
profesora de latín de la reina Isabel la Católica, y de su marido don
Francisco Ramírez, famoso militar descendiente del legendario Gracián
Ramírez, caballero que en el año 932 participó junto a Ramiro II en el
primer intento —fallido— de conquista de Madrid a los árabes, y que
encontró una imagen escondida de Nuestra Señora junto a un campo de
esparto o tochas —"atochar"—, imagen que sería venerada a partir de
entonces con la advocación de Virgen de Atocha.
San Onofre (en primitiva lengua castellana
san Nuflo), se cree fue hijo de un rey egipcio o abisinio y que vivió en
el siglo IV. Ingresado en un convento de la Tebaida egipcia, quiso
conseguir una mayor perfección, se retiró al desierto y llevó una vida
penitente y solitaria, absolutamente aislado y solo en pleno contacto
con la naturaleza. Se llegó a decir que parecía un animal de especie
desconocida, pues tan fuera de lo humano era su aspecto.
La calle de San Onofre, cerrada al tráfico,
une la modernidad de Fuencarral con la tradición de Valverde, pues a esa
altura, al fondo, se encuentra el convento de Nuestra Señora de la
Concepción, más conocido por el de las Madres Mercedarias de Don Juan de
Alarcón, ya que fue fundado en 1609 por el sacerdote Don Juan Pacheco
de Alarcón, quien fue albacea de doña María de Miranda, viuda de Juan
Arista de Zúñiga, señor de Montalvo.
Una placa en la fachada del número 4,
recuerda que allí residió durante unos años el célebre músico Isaac
Albéniz. Madrid le inspiró dos composiciones: la zarzuela San Antonio de la Florida, estrenada en 1894 en el Teatro Apolo, y Lavapiés, la única pieza de las que integran Iberia que no está directamente ligada con Andalucía.
Sin lugar a dudas, el negocio tradicional más
conocido de la calle es el Horno de San Onofre, en el número 3, primera
de las pastelerías de esta cadena abiertas en Madrid. En realidad sólo
lleva allí desde 1972, pero recoge el espíritu de otra confitería que
antes se encontraba en el mismo local, El buen gusto. Sólo el olor que
inunda toda la calle San Onofre, hace que sea imposible pasar de largo y
una vez dentro no salir con algunas de sus deliciosas propuestas, entre
las que destaca su magnífica tarta de Santiago.
En este mismo local, y antes de la primitiva confitería, hubo una papelería que regentaba la familia Cabañas.
Aunque no tan conocida como el horno, más
antigua aún es la colchonería Marina, en el nº 8, fundada en 1892. Es
ya, pues, centenario este pequeño establecimiento con raigambre en el
centro de Madrid.
En el local de la esquina con Fuencarral,
en el que ahora hay una firma vanguardista de ropa juvenil, hubo antes
otro comercio también centenario, la peletería San Onofre, fundada en
1888.
Actualmente en San Onofre encontramos,
además, un par de peluquerías, otro par de zapaterías, una chocolatería,
un restaurante, una sala de arte, el Colmao San Onofre, antítesis de
los tan abundantes ultramarinos de menor calidad en manos de los chinos,
y una pequeña tienda de maquillaje y cosméticos, Harpo, en una
deliciosa envoltura de un establecimiento antiguo que han tenido el buen
gusto de conservar.
INDICE CALLE DE COLÓN
Va desde la calle de Fuencarral a la
plaza de San Ildefonso. Antes se llamó de Santa Catalina la Vieja, y el
nombre actual es en honor del extraordinario navegante y descubridor del
Nuevo Mundo.
Tan interesante como desventurada fue la vida
de Cristóbal Colón. Lo vemos acudir de una corte a otra sin ser
atendido en sus proyectos, y venir desde Portugal pidiendo limosna por
el camino. La hospitalidad que le concedió en la Rábida el padre Juan
Pérez de Marchena fue el comienzo del logro de sus afanes. Aún le quedó,
sin embargo, mucho que sufrir hasta que la reina Isabel de Castilla
diera la ayuda suficiente para organizar el viaje a lo desconocido. El 3
de agosto de 1492 salió Colón del puerto de Palos de Moguer, y el día
12 de octubre llegaba a la isla de Guanajani o de San Salvador.
Después de descubrir nuevas tierras que
no habían de llevar su nombre, sino el de Américo Vespucio, padeció
desventuras y persecuciones. Y acabó sus días miserablemente en
Valladolid.
Tardíamente fue reconocida la gloria de
su genio, y en los anales de la grandeza española quedó su nombre como
cabeza de un alto linaje, en el que se vincularon los títulos de Gran
Almirante, Adelantado de las Indias, duque de Veragua y marqués de
Jamaica.
Sin lugar a dudas, el negocio tradicional más
conocido de la calle es la centenaria Bodegas La Ardosa, en el número
13. Tiene, como mandan los cánones, las puertas pintadas de rojo, porque
es sabido que hubo una orden que así lo ordenaba para este tipo de
establecimientos, y una preciosa azulejería en el interior rematada por
una reproducción de los grabados de Goya que recorre toda la pared. Fue
en 1892 cuando Rafael Fernández Bagena, propietario de unas bodegas en
la zona vitivinícola toledana llamada La Ardosa, la fundó para
comercializar sus vinos en Madrid. Era una cadena de tabernas —más de
treinta en su tiempo— de las que ya sólo queda otra en la calle de Santa
Engracia.
Esta Bodegas la Ardosa de la calle de
Colón la compró en 1970 Gregorio Monje, que había sido carnicero en el
desaparecido mercado de San Ildefonso (en la plaza de ese nombre y
adosado a la iglesia parroquial) convirtiéndose en parte fundamental del
paisanaje urbano de la calle. Ahora lo hacen sus hijos.
Fue el primer establecimiento en vender
la cerveza Guinness de barril, privilegio otorgado por la casa irlandesa
en reconocimiento de su historia y señorío. Además tienen unas 70
marcas diferentes de cerveza de importación y vermut de grifo para
acompañar a sus múltiples aperitivos, entre los que es estrella su
magnífica tortilla de patatas.
Otro establecimiento centenario es la
peluquería Urbano, en el nº 10, la más antigua de Madrid, fundada en
1856. Y aunque el local ha sido modernizado, conserva el aire de las
viejas peluquerías de barrio.
Y también tradicionales en la calle son
la vieja ferretería del nº 7, el bar El Saltón, en el 5, o el Sidi, en
la esquina con la calle del Barco; la tienda de material de dibujo Plaka
Técnica, esquina a Velarde, y, por supuesto, todo el lateral de la
iglesia de San Ildefonso, con la entrada a los despachos parroquiales.
Además, varias boutiques, otras tantas
zapaterías (una de ellas en la esquina de Fuencarral, con el edificio
pintado curiosamente de un rabioso azul), una clínica veterinaria, más
peluquerías, bares de copas, restaurantes... y tiendas de chinos.
Mención especial para Encuadernación La
Eriza en el número 15, un multiespacio que combina taller, tienda y
galería. Oscar Sánchez Lozano, su propietario, atiende en la parte
delantera del local y encuaderna en la de atrás, con materiales y formas
de trabajo tradicionales, manteniendo un trabajo artesanal antiguo con
un estilo contemporáneo.
Y un recuerdo, como muestra de todos los
locales desaparecidos de la calle, a la tienda-fabrica de palomillas o
mariposas San Juan Bosco, posiblemente la única que había en España. Se
echaba mano de ellas para la fiesta de Todos los Santos y el día de los
Difuntos, fechas en las que en muchas casas se ponían por las
habitaciones lamparillas votivas a los familiares desaparecidos.
Consistían en un vaso o taza con agua y aceite, sobre el que flotaban
las tales mariposas, formadas por un trocito redondo de cartulina
fuerte, del tamaño de un euro, y otro de corcho, unidos y pinchados
ambos por el centro con una cerilla. Permanecían encendidas hasta que se
consumía el aceite. Para los chicos eran verdaderamente aterradoras,
pues en esos días de culto a los muertos y tan propicios entonces para
contar truculentas historias de apariciones, si te levantabas por la
noche, el movimiento de las sombras que provocaba el leve resplandor de
las lamparillas, unido a un chasquido de los muebles, era suficiente
para que, lleno de pavor, corrieras rápido a refugiarte bajo las mantas.
También se empleaban para dar simplemente
luz, en sustitución de las velas, o en la función que hoy hacen los
modernos pilotos que se acoplan a un enchufe y mantienen una luz tenue,
de vigilancia, en habitaciones de ancianos o de niños pequeños. Eran
otro tiempos.
INDICE CALLE DE SANTA BÁRBARA
Une la calle de Fuencarral con la plaza
de San Ildefonso y la Corredera Alta de San Pablo. El nombre le viene
porque en tiempos era un camino que se separaba del que luego formó la
Corredera y que acercaba a una ermita dedicada a esta santa, en la
actual plaza de Santa Bárbara. Allí se iba en romería el 4 de diciembre.
En este mismo asentamiento de la primitiva ermita, en terrenos donde
hoy nace la calle Orellana, estuvo el convento de Santa Bárbara, fundado
en 1606 por el religioso mercedario Juan Bautista del Santísimo
Sacramento.
Santa Bárbara nació en el siglo III en la
ciudad de Nicomedia (hoy día Izmit, en el noroeste de Turquía). Para
protegerla de las influencias malas del mundo exterior, su padre la
forzó a pasar su juventud encerrada en una torre. En su retiro, santa
Bárbara se convirtió secretamente al cristianismo. Cuando su padre, que
era pagano, lo descubrió, la entregó al gobernador romano. El gobernador
intentó hacerla retractarse, pero no lo consiguió. Finalmente, Santa
Bárbara fue decapitada por su propio padre, que no podía tolerar su
conversión. Pero inmediatamente después del crimen, el padre de santa
Bárbara murió a su vez, golpeado por un rayo. Desde entonces, la santa
está asociada con el rayo y es invocada durante las tempestades. Y esa
es la razón por la que decimos que “solo nos acordamos de Santa Bárbara
cuando truena”. Su devoción fue muy popular en Madrid.
En la plaza de San Ildefonso y con lateral a
la calle Colón estuvo hasta finales de los años sesenta del pasado
siglo, un viejo mercado cubierto con ciertas pretensiones
arquitectónicas, el primero de este tipo que se abrió en Madrid, obra
del arquitecto Lucio Olavieta e inaugurado en 1834. Su solar sirvió para
descongestionar la zona y ampliar la plaza.
Muchos son los locales tradicionales
desaparecidos de la calle. Entre otros: Hules Barahona, en la esquina
con Fuencarral; Saneamientos E. García, en el número 8; una minúscula
tienda de compostura de máquinas de escribir, que también realizaba
sellos de caucho, al lado de la anterior, o una vieja cacharrería (han
desaparecido casi todas de Madrid), llegando a la plaza de San
Ildefonso.
Hoy, entre muchos locales que han echado el
cierre y están a la espera de osados que quieran poner nuevo negocio,
abren varias boutique de ropa y zapatos, la cristalería Gutiérrez
(trasladada aquí desde la cercana calle de Velarde), algún bar de copas,
el Club Sideral, esquina a la calle de San Joaquín, de ambiente rockero
malasañero, y el bar restaurante Conache, con agradable terraza a la
plaza de San Ildefonso.
INDICE CALLE DE SAN JOAQUÍN
Va desde la calle de Fuencarral a la
Corredera Alta de San Pablo. Lleva su nombre desde muy antiguo, pues con
él aparece en el plano de Texeira de 1656. Y también hay constancia de
la cesión en 1660 de un terreno de esta calle, propiedad del Concejo de
la Villa, al marqués de Eliche, para crear o agrandar un jardín que
titulan de San Joaquín.
El nombre se debe al parecer a un retablillo
que existió en la fachada de una de las primeras casas que por aquí se
edificaron, la de don Manuel de Zúñiga, conde de Monterrey, que todos
llamaban la casa de Bolea.
San Joaquín, según una tradición católica
y ortodoxa que arranca del siglo II, fue el padre de la Virgen María y
marido de Santa Ana. No conocemos más que sus nombres. Lo que relatan
sobre ellos los libros apócrifos no es todo confiable y difícil
distinguir lo cierto de la leyenda. San Joaquín era venerado por los
griegos desde muy temprano. En el Occidente su fiesta fue admitida más
tarde. Con la reforma del calendario después del Concilio Vaticano II,
San Joaquín se celebra junto con su esposa, Santa Ana, el 26 de Julio.
Son los patrones de los abuelos
En la esquina de esta calle con la de
Fuencarral hubo un café-teatro llamado también de San Joaquín, con
espectáculo de variedades y del incipiente por entonces género chico. En
su escenario figuró mucho tiempo, junto a otros actores también de gran
nombradía, don José Mesejo, que luego triunfó en el teatro Apolo con
piezas de zarzuela tan famosas como La verbena de La Paloma o La revoltosa.
En esa misma esquina estuvo luego el mesón
restaurante La Criolla, desaparecido incomprensiblemente cuando más
amplia era su clientela. Ahora el lugar lo ocupa otro negocio de
hostelería.
Desapareció también, entre otros, la
antigua cerrajería del número 8, y, por supuesto, todo el edificio
tricentenario que tenía esquina con la plaza de San Ildefonso y vuelta a
la Corredera. En este caso para levantar otro, conservando
ridículamente la fachada, para vecinos de mayor solvencia económica. Y,
claro, llevándose por delante algunos locales comerciales, dos bares de
freiduría y raciones, un club nocturno y una bella vaquería-lechería,
que tenía unos vidrios publicitarios y un interior preciosos.
Sí se mantiene el mítico Lozano, en el nº 14,
un bar antiguo y de gente del barrio, pero que fue descubierto por los
jóvenes para, por un precio más que razonable, mitigar el hambre con
bocatas y hamburguesas a la par que la sed en las correrías callejeras
malasañeras.
Y, por toda la calle, alguna boutique,
restaurantes, una escuela de encuadernación, un locutorio para
hispanoamericanos, una tienda de tés, varios locales cerrados y un
centro municipal para mayores que lleva el nombre de Benito Martín
Lozano (1919-1984), conocido industrial del Mercado de la Cebada que fue
concejal socialista del Ayuntamiento y presidente de la Junta Municipal
de Arganzuela.
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EL BARRIO DE MARAVILLAS - 3
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